Los rescates de las mujeres Nasa

Texto por: Natalia Zuluaga Castillo y Ana Isabel Cerón, proyecto Armando Memorias
Ilustraciones por: Ana Isabel Cerón

Las mujeres del pueblo indígena Nasa están dispuestas a volver a pelear por sus hijos, como lo hicieron en los peores años del conflicto armado, bajo la certeza de que ellas representan la vida y son quienes deben defenderla. Así lo asegura Rosalba Güettió, quien ha luchado contra el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes desde hace 27 años, en su condición de líder social del resguardo Pueblo Nuevo, de Caldono.

Hace la advertencia porque el miedo se ha apoderado de los habitantes de este municipio del nororiente de Cauca, tras el fuerte rumor de que las disidencias de la extinta guerrilla de las Farc están reclutando menores de edad.

La Coalición contra la vinculación de niños, niñas y jóvenes al conflicto armado en Colombia (Coalico) afirma que entre el año 2017 y lo corrido de 2019 se reportan casos de reclutamiento de menores de edad en zonas con presencia de las disidencias de las Farc.

El temor se siente en las calles cuando, al abordar a la gente con alguna pregunta sobre ese hecho victimizante, se asustan y prefieren no dar ningún testimonio. También se percibe en las oficinas de entidades públicas, donde, al escuchar el tema de la entrevista, los funcionarios advierten, en un susurro, ‘ustedes cuídense, es muy peligroso andar preguntando por ese asunto’.

Tanto en la Comisaría de Familia, la Personería y la Inspección de Policía del municipio confirman el temor de que las disidencias de las Farc reabran un capítulo que se pensaba cerrado con la firma del Acuerdo de Paz. “Acá no se puede hablar de reclutamiento y menos de manera tan pública. A mí ya me amenazaron por lo mismo”, relata una funcionaria, quien pidió que no se citara su nombre.

Danny Anacona, personero de Caldono, explica que antes del 2014 los funcionarios públicos solían recibir amenazas con solo mencionar la palabra reclutamiento.

El informe Trayectorias y dinámicas territoriales de las disidencias de las Farc, que la Fundación Ideas para la Paz publicó en abril de 2018, indica que disidentes del Frente Sexto se han asentado en el norte del departamento, en los municipios de Miranda, Corinto, Toribío, Caloto, Buenos Aires, Suárez, Morales y Caldono. En el documento se lee que “los habitantes y las autoridades han denunciado el tránsito recurrente de individuos armados y la circulación de panfletos amenazantes”.

A pesar de la situación, Rosalba quiere entregar su testimonio. Recuerda que durante los años más duros del conflicto armado en los resguardos “poco se hablaba de los derechos de los niños”, mientras los dirigentes del Consejo Regional de Indígenas del Cauca (Cric) les decían a las madres que tenían que ser ‘valientes para la guerra’.

Y valientes han sido, pues generación tras generación los habitantes de Pueblo Nuevo han visto llegar a su territorio, en distintas épocas, diferentes grupos armados al margen de la ley, entre ellos el Quintín Lame, el M19, el Frente Sexto de las Farc y el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).

Esta líder de la comunidad Nasa tiene 64 años, piel morena, ojos pequeños y cabello largo negro. Guarda en sus aproximadamente 1.50 metros de estatura más coraje y valentía que cualquier hombre de su resguardo. Prueba de ello es que organizaron tres rescates de menores reclutados en distintos momentos de la década del noventa y los primeros años del nuevo siglo.

Sentada en una silla plástica, en el patio de una casa rústica de bahareque atiborrada de flores rosadas, empieza a contar su historia. Habla lento, piensa las palabras que va a pronunciar y las suelta con convicción

Le gusta evocar el rescate que lideró en 1992, cuando ella y siete mujeres más caminaron hasta un campamento guerrillero para exigir el regreso de un grupo de niños que habían sido reclutados por las Farc. Entonces, ningún fusil fue tan hostil, sólo existían ellas y su reclamo, que era capaz de llevarlas a enfrentar a toda una tropa.

La primera hazaña

En una tarde calurosa, Rosalba escuchó el llanto de una mujer que se hacía más audible en la medida en que se aproximaba a la puerta de su casa. Abrió apresurada y encontró en su portal a una vecina del pueblo, quien entre sollozos le narró que su hijo y seis menores más habían sido reclutados por la guerrilla. Tres de ellos estaban en bachillerato y cuatro terminaban quinto de primaria.

– ¿Hace cuánto se los llevaron?
–Hace una hora, deben estar caminando.
–Pues vámonos, hay que correr –dijo Rosalba tomando su bastón de mando con cintas moradas, rojas y verdes que representan autoridad, autonomía y resistencia.

Las mujeres saben que el tiempo es vital para dar con la ubicación de un menor. Según la Personería de Caldono, cuando reclutan niños o niñas, generalmente los trasladan a algún campamento de otro municipio con el objetivo de separarlos de sus familias y borrar cualquier rastro de su paradero. Acto seguido, les asignan un alias para despojarlos de su identidad. Esto hace que encontrarlos, incluso dentro del mismo municipio, sea muy difícil.

Caldono, conformado por 86 veredas y 4 corregimientos, tiene 6 resguardos indígenas de los pueblos Nasa y Misak: Pueblo Nuevo, San Lorenzo de Caldono, Pioyá, San Antonio, La Aguada, La Laguna, Siberia y Las Mercedes, todos golpeados por el conflicto armado. El Cric informa que entre 1978 y julio de 2018 fueron reclutados 52 menores de sus comunidades. Por otra parte, la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) reportó 540 casos de reclutamiento de menores indígenas en todo el territorio nacional, en el primer informe que le entregó a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) en 2018. (Descargar informe del CRIC)

Las autoridades indígenas del CRIC coinciden con el personero municipal Danny Anacona, en señalar que los datos no reflejan la magnitud del fenómeno, porque muchas de las familias no denunciaron la desaparición de sus hijos debido a que algunos de los excombatientes de las Farc, que participaban en los reclutamientos, no se acogieron al proceso de desmovilización y hoy hacen parte de las disidencias.

Rosalba mira a su alrededor para percatarse de que nadie más la escucha, como si olvidara que en la casa sólo están ella y dos periodistas. Pero lo hace porque todos en el resguardo hablan de que los disidentes de la guerrilla están ahí como un fantasma al que nadie logra verle el rostro. Cuando se siente segura, retoma la historia.

“Lo primero que hicimos fue organizar a todas las madres involucradas en el problema. Las siete mujeres estuvieron dispuestas a partir conmigo al campamento de la guerrilla que se encontraba en La Laguna. Ninguna de ellas se negó, no importaba cuánto miedo tuvieran. Estuvieron listas en pocos segundos. Partimos de Pueblo Nuevo a las cuatro de la tarde, armadas únicamente de mi bastón de cabildante, botellas de agua, sombreros, algunas cobijas y la firme convicción de que la guerra no podía apoderarse de los niños”.

Esa tarde el grupo de mujeres caminó aproximadamente dos horas y cuarenta y cinco minutos bajo el sol y sobre el polvo de la carretera que se levantaba con cada uno de sus pasos. A pesar del miedo nunca se detuvieron. Rosalba recuerda que cuando se acercaban al campamento les dijo a sus compañeras: “Ellos (la guerrilla) también son seres humanos, son buenas personas como nosotras o nuestros esposos. Si les explicamos de la manera adecuada, si les hablamos bien, van entender. Lo que no podemos hacer es regañarlos, ni reclamar a los niños a los gritos”.

Farid Julicué, uno de los líderes más reconocidos de Caldono, asegura que en el municipio las mujeres son mucho más valientes que los hombres. Las líderes caminan en medio de los desastres, atraviesan todas las puertas cerradas, porque nadie más quiere salir ni saber qué está pasando. Han tomado la iniciativa varias veces y los hombres se han sumado más tarde a su causa.

Para Rosalba es cuestión de estrategia: “A veces nuestros esposos nos advierten que puede ser peligroso. Pero nosotras tenemos que seguir luchando, porque ellos no pueden hacerlo, son más visibles para los ojos del enemigo y se convierten en blancos fáciles. Cuando un hombre se encuentra con otro hombre no hay respeto, el aire se llena de peligro y de repente es la violencia la dueña de la situación. Si un hombre se atrevía a reclamar a un niño, quién sabe cómo terminaría esa historia”.

Las mujeres llegaron al campamento guerrillero de noche. Rosalba tomó la vocería y le explicó a un hombre que estaba de guardia que ellas iban en busca de un grupo de menores que habían reclutado esa tarde. El guerrillero las condujo hasta otro de mayor rango. “El hombre aseguró que no había manera de recuperar a los niños. Nos dijo: ‘Ellos ya están completamente integrados’. El llanto estalló en ese momento, y antes de que todo empeorara pedí hablar con los comandantes 'Caliche' y 'Boris'. Yo los conocía y entendía perfectamente que era con quienes debía entrevistarme”.

Tras un rato de espera, cuyo tiempo exacto Rosalba no recuerda, un nuevo hombre apareció en la escena, y aunque parecía ostentar algún rango de autoridad mayor a los anteriores, no era un comandante. “Seguía sin ser la llave de salida que necesitábamos para abrir los candados y escapar de ese lugar con los niños de la mano”, cuenta la líder, mientras respira hondo para entonar de manera adecuada lo que entonces le dijo al guerrillero: “Si ustedes no nos dejan hablar con el comandante, entonces nosotras nos vamos a sentar aquí, y de aquí no nos vamos a ir hasta el amanecer”.

Sonríe con orgullo y continúa su relato: “Seguí hablándole al hombre, llena del valor de mis últimas palabras. Yo era en ese momento cabildante, así que tenía un grado de autoridad y aproveché aquello para exigir la entrega de los niños. El guerrillero nos hizo seguir a una habitación muy pequeña, fea y oscura. Allí se encontraba el comandante. Nos acomodamos en aquel lugar de paredes de bahareque y techo de paja. El comandante empezó a escribir con parsimonia la información que le dictábamos: el nombre del niño, el nombre de la madre y el aspecto. Aquellas eran las únicas palabras que podíamos pronunciar”.

Las mujeres salieron de ese cuarto improvisado, atravesaron el campamento y emprendieron el camino de regreso a Pueblo Nuevo solas, angustiadas por los hijos que no habían visto, preocupadas por el tiempo que tardarían en volver a abrazarlos. Sabían de familias de la región que llevaban meses y hasta años esperando el regreso de sus hijos tras ser reclutados por grupos armados ilegales.

El reclutamiento de menores de pueblos indígenas y otras comunidades vulnerables es de especial gravedad en la historia del conflicto armado nacional. Así lo indica La Sala de Reconocimiento de Verdad, de Responsabilidad y de Determinación de los Hechos y Conductas de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) responsable del caso 007 denominado Reclutamiento y utilización de niñas y niños en el conflicto armado. La Sala también reconoce a Cauca como uno de los ochos departamentos más afectados por este acto violento. Las otras regiones son: Antioquia, Caquetá, Meta, Guaviare, Tolima, Putumayo y Cundinamarca.

Esto coincide con un informe del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que indica que solo entre el año 2000 y agosto de 2018 se desvincularon 444 menores de grupos armados ilegales en el departamento del Cauca. (Descargar informe)

De los 6.512 menores de edad desvinculados de grupos armados ilegales, entre el año 2000 y agosto de 2018 en todo el país, el ICBF indica que 3.890 estaban en las filas de las Farc.

Luego del viaje de dos semanas de las mujeres, el resguardo se conmocionó con la llegada de tres de los siete menores reclutados, los más pequeños. Regresaron tranquilos, como si no hubiesen sido parte de una tropa guerrillera. Sin embargo, faltaban cuatro. Rosalba guardaba la esperanza de que aparecerían de la misma forma, como salidos de la nada y sin ningún rastro del paso por la guerra. Eso era lo que le ayudaba a calmar la ansiedad de las madres mientras corrían los días sin ninguna noticia.

Un par de meses después, la expectativa se cumplió. Los cuatro jóvenes empezaron a retornar, día a día. “Volvieron escondidos, temerosos de todo lo que habían vivido. Todos, sin excepción, nos agradecieron haber ido por ellos. ‘Gracias tía Rosalba, abuela Rosalba muchas gracias’, repetían uno tras otro. Algunos incluso se compadecían de nosotras, ‘pobrecitas ustedes ir hasta allá’, decían. Yo tenía la satisfacción de haberlos salvado. Al final el comandante había cumplido su promesa”.

Búsqueda de la verdad

Rosalba reconoce que no siempre los rescates que lideró terminaron en victorias. Recuerda que en uno de ellos hicieron todo lo que pudieron para que la guerrilla devolviera a un menor de la comunidad, pero no lo consiguieron. De ese niño no se volvió a saber nada, como de otros a quienes sus familias aún siguen buscando.

Tras la firma del Acuerdo de Paz, y contra el miedo que produce hablar sobre el reclutamiento en Caldono, las familias víctimas han tratado de acercarse a quienes fueron jefes guerrilleros, buscando noticias sobre los menores. “La información recogida por los padres en algunos Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) hace suponer que sus hijos cayeron durante algún enfrentamiento o bombardeo”, explica el personero Anacona, y agrega que otro problema que tienen es que muchos de esos excombatientes no son del municipio y, por lo tanto, no pueden aportar información útil sobre el paradero de los menores.

Las autoridades municipales argumentan que las investigaciones de los casos se complejizan porque en los resguardos las familias no conservan fotos de sus hijos y tampoco tienen un documento de identidad, debido a que los jóvenes de 15 y 16 años que fueron reclutados sólo contaban con el registro civil y algunos ni siquiera se encontraban reportados en el censo del cabildo.

Por lo tanto, para la Personería, la Comisaría de Familia, los líderes entrevistados y algunos habitantes que dieron su testimonio, con la condición de no ser mencionados, la esperanza que les queda para resolver los enigmas del pasado y el miedo del presente está en el trabajo que hagan la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas y la JEP.

Justamente en marzo de 2019 la JEP reconoció los niveles de impunidad de este delito en el país al divulgar a través de su portal web que: “De acuerdo con la Fiscalía General de la Nación, esta entidad ha abierto 4.219 investigaciones sobre estos hechos. De estas, 1.291 se encuentran activas, 1.001 inactivas y 1.927 no registran estado. La totalidad de estos casos corresponden a conductas cometidas presuntamente por miembros de las Farc, y arrojan un total de 5.252 víctimas y 5.043 procesados. Este fenómeno cuenta con un elevado nivel de impunidad en el país, con apenas diez sentencias condenatorias en la justicia ordinaria”.

Fortaleza

Son las once de la mañana del jueves de la primera semana de julio. Es día de mercado en Pueblo Nuevo, y el barullo de la plaza empieza a llegar hasta el patio de la casa. Rosalba sube el tono de la voz y asegura: “A mí siempre me ha tocado así… en la vida siempre me ha tocado defender”. Por eso ella vence el miedo trabajando cotidianamente por su comunidad.

Yo invitó a las mujeres a ser valientes siempre. No importa las circunstancias, ni que tan grande sea el peligro, nuestro deber es defender la vida, y no solo la de los Nasa, sino la de todos por igual, guerrilleros y militares del ejército incluidos”: Rosalba Güettió.

Una comunidad que hoy necesita protección para evitar que las disidencias de las Farc vuelvan a hacer de sus resguardos territorios de miedo en el que incluso ser niño es un riesgo. Porque, como asegura el personero, “de todos los hechos victimizantes que ocurrieron, el reclutamiento es el que menos se menciona por las implicaciones que puede tener. Aquí abiertamente se sabe que hubo homicidios, desapariciones, y no ha habido mayor dificultad, pero sobre el reclutamiento no se puede hablar”.

Rosalba no trabaja sola. Se reúne con un grupo de mujeres al que nombra El Colectivo, para dar charlas sobre los derechos de las mujeres, y para explicarles a los menores los riesgos de enlistarse en un grupo armado. Señala que la misión que tienen es la protección de la vida, y lo argumenta relatando que han rescatado por igual a policías y a guerrilleros heridos en combate.

Está convencida de que son las mujeres las que deben defender los derechos y seguir la lucha frente a los peligros que implica la presencia de las disidencias de las Farc, porque, concluye, “somos ágiles, creativas, nos movemos con rapidez y entendemos de sobra lo que significa el dolor. Porque también somos madres y al final son nuestros hijos quienes mueren en la guerra”.