En la ciudad capital más afectada por todas las violencias, la apuesta por recordar las tragedias más dolorosas, honrar la memoria de quienes las padecieron y enviar un mensaje de ‘basta ya’ se puede apreciar en sus calles, parques y paredes de los barrios. Se trata de sitios que, en varios casos, fueron instalados por las mismas comunidades que han resistido los efectos de la confrontación armada.

Según el Registro Único de Víctimas (RUV) de la Unidad para la Atención y Reparación a las Víctimas, unas 80.346 personas fueron asesinadas en Medellín desde 1985 a la fecha. La cifra equivale al total de habitantes de municipios como Candelaria (Valle), Chigorodó (Antioquia) o La Dorada (Caldas).

Comandos urbanos de las guerrillas, grupos paramilitares, carteles del narcotráfico y bandas del crimen organizado tienen su cuota de responsabilidad en el desangre que ha vivido la capital de los antioqueños durante las últimas cuatro décadas. Se trató de una suma de violencias que tuvieron “contra las cuerdas” a una sociedad que, pese a las adversidades, supo resistir.

Y esa resistencia quedó plasmada en diversos monumentos, murales, estatuas y altares levantados a lo ancho y largo de la ciudad con la intención de rendir un sentido homenaje a sus seres queridos y, de paso, recordarle a la sociedad que tanta barbarie no se puede repetir.

Se estima que entre 1987 y 2008 se cometieron por lo menos 48 masacres, en la que tendrían responsabilidad organizaciones insurgentes, organizaciones paramilitares, carteles del narcotráfico y miembros de la Fuerza Pública, que dejaron 248 víctimas. En el periodo más complejo del narcotráfico (1987-1993) se perpetraron 16 asesinatos masivos y luego, cuando comenzaron las confrontaciones de diverso tipo (1994-2008) se cometieron 32 crímenes múltiples.

El barrio Santo Domingo Savio, nororiente de la ciudad, una de las zonas más golpeadas por todas las violencias que ha vivido esta ciudad, es el vivo ejemplo de ello. Allí, en la Carrera 33A con Calle 107A, justo detrás de uno de los muros de la capilla del barrio y debajo de un gran aviso pintado en letras rojas que dice: “Qué no nos vuelva a pasar”, se pueden leer los nombres de 382 víctimas que la guerra entre paramilitares, milicianos y bandas criminales se llevó.

El mural fue realizado en octubre de 2005 por un grupo de desmovilizados del Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), quienes decidieron que la mejor forma de pedirle perdón a la comunidad era realizar una obra que perdurara en el tiempo y sirviera como un referente de memoria para las nuevas generaciones.

Pero en este barrio no sólo los victimarios han puesto su granito de arena en reconstruir la memoria de la tragedia que ha vivido Medellín. Al descender de las cabinas del metrocable en la estación Santo Domingo, los pasajeros se topan con un mural pintado a un costado de la Biblioteca España que dice: “Homenaje a las víctimas del conflicto armado Comuna 1. Siempre en el recuerdo de nuestros corazones”.

La obra fue hecha en septiembre de 2008 por un grupo de víctimas de la violencia quienes, con el apoyo del desaparecido Programa de Atención a Víctimas del Conflicto Armado de la Secretaría de Gobierno de Medellín, decidieron rendir un homenaje a sus seres queridos mediante esta intervención simbólica.

A varios kilómetros de allí, en el barrio La Milagrosa, centro-oriente de la capital antioqueña, familiares de los jóvenes asesinados en la madrugada del 27 de diciembre de 1992 destinan parte de su tiempo para limpiar y embellecer un día del año el altar que construyeron ellos mismos para recordar uno de los hechos que más enlutó a esta comunidad.

La historia cuenta que un grupo de jóvenes, reconocidos en el barrio por ser estudiantes y trabajadores, departía en la esquina de la calle 41 con carrera 32 cuando, a eso de la una de la madrugada de ese día, un grupo de hombres fuertemente armados y encapuchados llegó al lugar y, tras hacerlos acostar boca abajo, los asesinó. Perdieron la vida cinco hombres y una mujer. A la fecha poco o nada se sabe sobre los responsables. Pero sus nombres fueron inmortalizados en una placa instalada en la misma esquina donde, 26 años atrás, la guerra cobró sus vidas.

Grafitour: memoria, estética y política

arte y memoria histórica en Medellín.
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La Comuna 13 de Medellín es otro ejemplo de memoria y resistencia que nace desde las entrañas de las mismas comunidades. Allí, las mismas calles que 20 años atrás se disputaron a sangre y fuego guerrilleros, paramilitares y Fuerza Pública fueron convertidas en una extensa galería de arte urbano, quizás la más grande de la ciudad. Se trata del corredor que une los barrios Las Independencias I, II y III.

Por allí circulan diariamente cientos de turistas nacionales y extranjeros atraídos por los ingeniosos e imponentes grafitis que le dan colorido al lugar. Los visitantes son guiados en su recorrido por integrantes de la Casa Kolacho, un colectivo de jóvenes raperos y grafiteros que quieren mostrarle al mundo que allí donde hubo guerra, muerte y desolación puede florecer vida, esperanza y arte.

Fueron ellos quienes un día decidieron plasmar en los muros grises que antes atestiguaron fusilamientos y asesinatos, imágenes hechas con aerosol y pintura que además de transformar el barrio desde lo estético cumplieran otra función más simbólica: honrar la memoria de todos aquellos que el conflicto armado se llevó y, además, rendir un homenaje a quienes resistieron las embestidas de la violencia: el obrero, el estudiante, el niño, el rapero, la mujer, el indígena, el afro, el viejo fueron inmortalizados en las paredes y las fachadas de las viviendas que se extienden poco más de dos kilómetros en medio de una escarpada ladera y que ahora forman un mirador natural bautizado como el “Balcón de la 13”.

El Grafitour, como lo denominaron sus creadores, es también la oportunidad para que propios y extraños escuchen, de boca de sus residentes, el acumulado histórico de violencias, inasistencias e inequidades, pero también de luchas, resistencias y transformaciones que han tenido lugar en la Comuna 13.

No hay espacio para la censura. Todo lo que ocurrió allí, así como sus principales responsables, es narrado por los guías a los turistas que por lo general suelen quedar atónitos ante los relatos de los jóvenes. Los mismos anfitriones fueron en su momento víctimas de esa violencia irracional: ‘Kolacho’ era el nombre artístico de Héctor Enrique Pacheco Marmolejo, un líder que soñaba con que el Hip-Hop y el grafiti fueran una opción de vida para robarle muchachos a la guerra. Fue asesinado en el barrio El Salado el 24 de agosto de 2009.

Su muerte impulsó a decenas de colectivos de Hip-Hop de la Comuna 13 a enfrentar una violencia perpetua con arte y música, y a resistir las balas con aerosoles y canciones. Fue esa tragedia la que le dio vida al Grafitour, actividad que hoy día es una de las mejor valoradas en los portales turísticos donde se pregunta por Medellín.

Sus organizadores lo conciben como “un recorrido histórico, cultural, político y estético sobre la Comuna 13”. Se trata, sin duda, de una iniciativa que apela a la memoria histórica como herramienta de transformación cultural y social y que ya comienza a arrojar sus frutos: “Los niños del barrio se identificaban con el ‘pillo’, querían ser como ellos. Ya por lo menos se interesan por otras cosas, como la cultura Hip-Hop, el grafiti. Eso ya es muy positivo”, dice JB, uno de los guías de este recorrido.

Múltiples referentes

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Basta con oprimir el botón “comenzar” para que la pantalla despliegue un mapa de Medellín y sobre él comiencen a aparecer decenas de puntos amarillos. Cada uno de ellos representa una obra construida para enaltecer la memoria de las víctimas del conflicto armado y recordarle a la ciudad la tragedia que ha vivido. Allí se aprecian referencias a diversas obras, entre murales, bustos, estatuas y altares, elaborados por las mismas comunidades o por iniciativa estatal. Ese inventario se puede apreciar en el Museo Casa de la Memoria de Medellín.

La lista es amplia y variada. Uno de dichos punticos corresponde a la estatua que la Alcaldía instaló, en 2001, en la Unidad Deportiva de Belén en homenaje al futbolista Andrés Escobar, cuyo asesinato continúa siendo una bofetada a la conciencia colectiva de la ciudad. Otro de ellos corresponde a la placa que la administración municipal instaló en el barrio El Poblado para recordar por siempre a Isabel Cristina Restrepo Cárdenas, estudiante de arquitectura y una de las figuras más promisorias de ballet clásico de la ciudad, asesinada el 15 de junio de 2008.

Otro de los puntos que integra el inventario son las ruinas de lo que llegó a ser “El Pájaro”, escultura que el maestro Fernando Botero le regaló a la ciudad a principios de los años noventa y que fue instalada en el Parque San Antonio, centro de la ciudad. La noche del 10 de junio de 1995, desconocidos dejaron en uno de sus costados una carga de dinamita en momentos en que se desarrollaba un evento público. La explosión dejó 22 personas muertas y la obra del maestro Botero semidestruida.

Pero fue el mismo artista quien decidió dejar en su sitio “El Pájaro” tal como quedó, para recordar la ignominia de la violencia, e instalar uno nuevo, que fue entregado a la ciudad el 31 de enero de 2000 como una manera de reparar a las víctimas y de manifestarse en contra de los autores del atentado. El 14 de abril de ese año, el entonces alcalde Juan Gómez Martínez instaló una placa allí con los nombres de cada una de las víctimas. Hoy es uno de los referentes de memoria histórica que posee la ciudad.

Otro de esos sitios de memoria importantes es una obra que todos los medellinenses han visto pero que pocos saben su significado. Se trata de la escultura “Los niños de Villatina”, instalada en el populoso Parque del Periodista, centro de la ciudad, y creada por el artista Edgar Gamboa Velásquez.

En efecto, pocos saben que la obra hace parte de las medidas de reparación ordenadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), instancia que encontró responsable al Estado colombiano por el asesinato de nueve personas, ocho de ellas menores de edad, cometido por agentes del desaparecido F2 de la Policía Nacional la noche del 15 de noviembre de 1992 en el barrio Villatina, en una macabra retaliación a los asesinatos de uniformados ordenados por el extinto capo del Cartel de Medellín, Pablo Escobar.

“En 2016 hicimos unos recorridos de memoria con jóvenes de la ciudad. La idea era que ellos escogieran sitios de la ciudad donde hubiera algo relacionado con la memoria y que les despertaran inquietudes. Todos escogieron ‘Los niños de Villatina’, querían saber de esa escultura y la historia que hay detrás porque no la conocían”, cuenta Melina Ocampo, profesional del Museo.

¿Y por qué tal desconocimiento, pese a lo visible del monumento? Ocampo da su versión sobre un fenómeno que se repite para otros sitios instalados en la ciudad con la misma finalidad: “Quizás faltan mecanismos de ‘apropiación’; es decir, que la gente se apropie de los sitios de memoria, porque los hay en la ciudad”.

En ello tiene razón. El inventario del Museo Casa de la Memoria cuenta con poco más de 38 sitios y obras que rinden homenaje a todas las víctimas, tanto del conflicto armado como del narcotráfico, instaladas por toda la ciudad, pero, curiosamente, la historia que propios y extranjeros quieren recordar y conocer antes que nada es la de Pablo Escobar Gaviria.

“El Museo cuenta con una línea de tiempo interactiva sobre la violencia en Colombia. Allí hay un buscador y la palabra más buscada es Pablo Escobar”, afirma Ocampo, quien resalta la iniciativa del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, de demoler el edificio Mónaco, donde vivió el extinto capo, para construir allí un parque en honor a las víctimas del Cartel de Medellín.

“No es tumbar el edificio por tumbarlo. Detrás hay toda una estrategia para construir un símbolo que dignifique a las víctimas y eso incluye, además, intervenciones artísticas y simbólicas en sitios donde estallaron las bombas más desastrosas que puso el Cartel de Medellín, como La Macarena y la Carrera 70, entre otros. Esto es necesario hacerlo porque hay cosas que hay que recordar y las víctimas merecen ser reconocidas y valoradas”, precisa la funcionaria.