Este caserío, a 20 minutos de Valledupar, fue centro de operaciones del frente ‘Mártires del Cesar’ del Bloque Norte. Allí se desmovilizó ‘Jorge 40’ junto a 2.545 de sus hombres en el 2006.
La tranquila vida de las familias campesinas del corregimiento de La Mesa, norte de Valledupar, se acabó el sábado 23 de septiembre del 1999, con la llegada del primer grupo paramilitar cuando apenas las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) se organizaban en el Cesar de la mano de Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar, alias ”Jorge 40′.
Los hombres llegaron vestidos con uniforme camuflado y la cara cubierta. Caminaron por todo el caserío y les ordenaron a todos los adultos reunirse en la cancha que hacía las veces de parque. Allí, el comandante del grupo, aún con el rostro oculto, les dijo que “venía a limpiar la zona de guerrilla, que el que siguiera la línea no iba a tener problemas, pero aquel que no obedeciera, debía asumir las consecuencias”, recuerda uno de los campesinos que nunca se fue del pueblo. “Ese primer día no sabíamos qué grupo acababa de llegar”.
El paramilitar que los comandaba dijo algo que a todos les quedó sonando: “Yo soy de la región y los conozco a todos”. A la mañana siguiente, domingo, la reunión fue bien temprano en el salón comunal del colegio de bachillerato.
“Ahí sí nos leyeron la cartilla. Dijeron que eran de las Autodefensas de Córdoba y Urabá y que venían a acabar con la guerrilla y sus colaboradores. Nos mandaron a limpiar el pueblo: las mujeres barrieron las calles y los hombres arrancamos la maleza que había por ahí. El pueblo quedó como una tacita”, rememora el labriego.
El hombre que llegó con la cara tapada dando órdenes, según cuentan los pobladores de La Mesa, fue David Hernández Rojas, alias ’39’, un ex militar que se convirtió en el terror de los habitantes de Valledupar y sus corregimientos.
La Mesa fue el punto de partida del control de la región, desde allí comenzaron a pedirle dinero a los dueños de finca, campesinos, comerciantes y todo aquel que pudiera aportarle a lo que llamaban “la causa”.
El poder de alias ’39’ llegó a ser tan grande que por La Mesa pasaban a diario más de 150 vehículos con ganaderos, agricultores, comerciantes y tenderos, quienes llegaban hasta la finca conocida como El Mamón, a 25 minutos del caserío, a rendirle cuentas a este paramilitar, a pagar las cuotas, a arreglar problemas y a interceder por la vida de amigos y familiares.
En audiencia ante los magistrados de Justicia y Paz en Barranquilla, John Jairo Hernández Sánchez, alias ‘Centella’, conductor y hombre de confianza de alias ’39’, contó que éste era un hombre de mucho carácter, que no le temblaba la mano para hacer cumplir su ley.
“Cuando el frente Mártires del Cesar fue manejado por David Hernández Rojas, todo el mundo pagaba, ahí estaba alias ‘JF’, que manejaba las finanzas, y ‘La Tía’ –Luz Dary Castrillón”, esta última era una ex paramilitar que manejaba una Fundación y una bolsa de empleo, ambas de fachada, junto con una hermana que le servía a los paramilitares para encubrir sus actividades ilícitas, extorsionar a contratistas y manejar sus vínculos con políticos y empresas en Cesar”, contó alias ‘Centella’.
Hernández Rojas perteneció al Ejército Nacional y llegó a ser comandante del Batallón Granadero en Valledupar. En 1999 fue acusado, junto a otros militares bajo su mando, del asesinato de Alex Lopera, ex viceministro de la Juventud y ex asesor de Paz de la Gobernación de Antioquia. Por esa razón, estuvo detenidoen la sede de la Cuarta Brigada en Medellín, de donde se fugó para unirse al Bloque Norte de las Auc, donde llegó a ser considerado el segundo hombre de alias Jorge 40. Finalmente murió en octubre 2004 en combates con el Ejército en la vía Valledupar-La Mesa. Algunas versiones indican que se salió de las manos de ‘Jorge 40′ y éste, en complicidad con el Ejército, planeó su muerte. (Lea: ’39’, David Hernández Rojas).
Los habitantes mayores de esta población recuerdan que el papá de David Hernández Rojas era dueño de tierras en la región, por eso conocía perfectamente la zona y sus habitantes. “El papá de ’39’ compró en la parcelación Los Planos, tenía cuatro fincas allí. Él se crió por aquí, por eso el primer día que llegó dijo en la reunión: ‘cuídense, yo los conozco, pero no siempre voy a estar por aquí'”, relata un campesino de La Mesa.
Los primeros muertos
La sentencia de aquel 23 de septiembre no se hizo esperar. El 11 de diciembre de 1999 ocurrió la primera masacre en La Mesa. Mataron a seis personas que dejaron tiradas en plena vía principal del pueblo. Se trató de Nelson Rafael Acosta Castro, Cesar Elías Ropaín Jiménez, Nelson Rafael Acosta Carval, Alexander Mora Quesada, Roque Manuel Rubio González y José María Arias Martínez, este último hermano de un concejal de Valledupar, un campesino al igual que los otros.
Por esta primera masacre fue condenado como coautor por el Juzgado Penal del Circuito Especializado de Descongestión Adjunto de Valledupar, John Jairo Esquivel Cuadrado, alias ‘El Tigre’, temible paramilitar quien comandó el frente ‘Juan Andrés Álvarez’, que operó en la zona minera del departamento del Cesar. En el fallo de sentencia se relata que la madrugada del 11 de diciembre, un grupo de 10 diez hombres, guiado por María Flórez Castrillón, alias ‘La Mona’ y bajo órdenes de ‘El Tigre’, llegó a varias viviendas de La Mesa y sacó a las personas que señalaba la guía que había sido guerrillera del Eln. A las víctimas las amarraron, las mataron a tiros y las dejaron en el mismo pueblo.
‘El Tigre’ en su versión ante Justicia y Paz explicó que esa masacre hizo parte de una incursión que fueron a hacer al municipio de Pueblo Bello, a donde llegaron por la vía La Mesa. “Era un guía que había mandado el señor Rodrigo Tovar Pupo. No conocía la zona, porque esa zona no me pertenecía a mí, sino que me dijeron que mi grupo apoyara a ‘El Guajiro’ que es el comandante ‘K-9’, que es el mismo alias ‘Codazzi’.No maté a las víctimas directamente, pero si di la orden a mis hombres para que dispararan a quien el guía señalaba de ser colaborador de la guerrilla”.
Manuel*, un hombre que pasa los 70 años, contó a VerdadAbierta.com que La Mesa es un pueblo estigmatizado. “De aquí si mataron gente, pero no como dicen los medios de comunicación. Lo que pasó fue que por estar allá arriba ’39’ la gente tenía que pasar por aquí y era más fácil aprenderse el nombre de La Mesa que la finca donde eran citados El Mamón) y además de eso, los muertos que aparecían en la vía a nuestro pueblo, muchas veces ni siquiera eran de aquí, sino que venían de otras partes y los tiraban en la carretera y salían las noticias diciendo un muerto en La Mesa”.
De esa manera como Manuel trata de limpiar el nombre del pueblo, donde ha vivido casi toda su vida. Sin embargo, no desconoce que las autodefensas sí controlaron la región: “Ellos eran la ley aquí, patrullaban el pueblo y todas las veredas y nadie podía pasar sin el permiso de ellos”.
Sitios de muerte y de castigo
A pocos metros de la entrada del pueblo los paramilitares instalaron un retén permanente, justo donde hay una piedra grande. “Era una cuerda que ponían todos los días para parar a los carros que iban subiendo o salían para Valledupar. Bajaban a todos sus ocupantes, les pedían papeles, miraban si estaban en la lista que ellos siempre tenían, los revisabany luego podían seguir su camino”, explica otro hombre mayor de La Mesa, que aclara que a esa piedra ellos le decían la ‘Piedra de los lamentos’, “porque ahí muchos le rogaron a los paramilitares para que no les hicieran nada”.
Sin embargo, Salvatore Mancuso contó en una reunión en La Mesa que se llamaba la ‘Piedra de ‘los milagros’ porque ahí todo el mundo decía la verdad. En ese sitio dejaron los seis cuerpos de las víctimas de la primera incursión. Para los miembros de las Auc del frente Mártires del Cesar esta piedra tenía su significado, ahí hacían sentir su poder, por eso la pintaron de rojo y en un costado le pusieron el nombre, que hoy se ve difuso y descolorido.
En este pueblo son los hombres los que hablan. Las mujeres apenas se asoman por las ventanas de las casas, mostrando aún temor. Por eso al preguntarle a Julio*, un hombre de más de 50 años, si hubo abusos contra las mujeres de parte de los paramilitares, respondió tajantemente que no.
“La orden de ’39’ fue muy clara: que los que no caminaran derechito tendrían problemas, que las mujeres chismosas y las casadas que fueran infieles serían castigadas, lo mismo que los hombres. Aquí sí hubo unas muchachas que se fueron para arriba, pero no fueron obligadas, sino que lo hicieron por gusto, por plata”, precisa Julio.
Esta versión contrasta con la de algunas mujeres que ya no viven en La Mesa, pero que han contado ante las autoridades que fueron sometidas sexualmente por los paramilitares bajo amenazas de muerte.
En el recorrido que hizo VerdadAbierta.com por La Mesa se encontró con el ‘Arco del castigo’, un lugar donde amarraban a varios hombres que no acataban las ‘reglas cívicas’ de las Auc. Era en la cancha principal, cuyo arco de fútbol sirvió para castigar bajo el sol a los desobedientes.
“Ahí vimos a más de uno amarrado, de 8 de la mañana a 2 de la tarde, eso era terrible. Uno fue porque le pegó a la mujer, otro porque se emborrachó y formó una pelea en el billar, y así todos eran por cosas menores”, agrega *Julio.
“Nos dieron cuatro horas para que nos fuéramos”
Un campesino que hoy vive en La Mesa evocó su experiencia de ser desplazado por la violencia: “Yo estaba con mis hijos y hermanos en la parcelita, donde teníamos cuatro hectáreas de yuca y dos de maíz, cuando vinieron a decirnos que teníamos dos horas para que nos fuéramos del pueblo”.
“Del susto –agrega- porque ya habíamos visto morir a otros campesinos, nos fuimos con los que teníamos puesto, dejamos todo tirado, la parcela y la casa en el pueblo, donde también teníamos gallinas, patos y cerdos. Recuerdo que no había carro en ese momento para irnos, y nos fuimos a pie, caminamos tres horas, hasta Valledupar. Duramos cuatro años desplazados allí, y todo por malas informaciones que le llevaron a ’39’ los mismos compañeros de uno. Fuimos a pasar trabajo, porque un campesino qué más hace en la ciudad, sino pasar trabajo, a nosotros nos ayudó la Cruz Roja Internacional”.
A este campesino las autoridades le hicieron un plan de retorno cuando todavía estaban presentes las Auc. Regresaron en el 2004. “Acción Social nos montó en un volteo, nos trajeron de nuevo a La Mesa y nos dejaron ahí tirados, muertos del miedo. Nosotros finalmente pudimos aclarar con ’39’ que no teníamos nada que ver con los señalamientos y pudimos trabajar otra vez en la parcela”.
Con esta suerte no contó un hombre que ya pasaba los 70 años, padre de tres jóvenes que supuestamente pertenecían a la guerrilla. Manuel* conoció este caso de cerca. Él recuerda que el comandante ’39’ lo llamó y le dijo que él conocía de las andanzas de sus hijos, pero que le perdonaba la vida con la condición de que no regresara a la finca que tenía en la parte alta de La Mesa. Sin embargo, esta advertencia no fue cumplida y un día que subía a su parcela, fue asesinado.
Despojo de tierra
De La Mesa el número de víctimas aún no se nota en el censo de la Unidad de Víctimas. A pesar de que muchas fueron abandonadas, las parcelas retornaron a manos de sus dueños; otros vendieron por miedo y por presión, pero no han regresado a reclamarla. A la Defensoría del Pueblo en el Cesar se han acercado pocas personas de la región de La Mesa a denunciar despojo de tierras.
Sin embargo, se conoce el caso de la familia Freyte, que ha dado la cara en esta lucha por recuperar su tierra. Tres de sus integrantes hicieron visible desde el 2009 las reclamaciones para la restitución de la finca ‘La Fenicia’, de 55 hectáreas, ubicada en el corregimiento de La Mesa, de donde fueron despojados en septiembre de 2003 por alias ’39’. Desde ese momento han sido víctimas de amenazas. En julio de 2012 apareció un panfleto en el buzón de su residencia en Valledupar, en el que les decían que matarían a sus hijos si seguían reclamando la tierra.
Igualmente, se sabe del caso de una mujer víctima de desplazamiento forzado y de despojo de tierras de la finca El Limón, quien denunció ante la Defensoría, en octubre de 2012, las amenazas que tanto ella como su familia venía recibiendo de personas cercanas al jefe paramilitar Hernández Rojas, a quien señala como el directo responsable del despojo de sus tierras y de los asesinatos de sus familiares. Ella relató que en 1999 se desplazaron de la finca El Limón a Valledupar y en el 2000 las Auc asesinaron en esa ciudad a su suegro; lo mismo le ocurrió a su esposo, en el 2002, y a su hijo, en el 2005.
Después de la desmovilización
Después del 10 de marzo de 2006, cuando Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, se desmovilizó en La Mesa junto con 2.545 hombres del Bloque Norte de las Auc, el corregimiento avanza lentamente.
Lo mejor que le ha pasado es la pavimentación de los casi 13 kilómetros que estaban sin pavimentar. Sin embargo, según un líder comunal, “todos los ofrecimientos que nos hizo el Estado cuando se dio la desmovilización, no se han cumplido. El camino a la paz no es dar una compra o un subsidio, así no es. Lo que hay que hace es enseñar a la gente a trabajar, a montar sus propios proyectos productivos para no vivir de la limosna del Estado, que podamos subsistir de verdad”.
La desmovilización en La Mesa fue cuestionada en sumomento. Algunos desmovilizados, como Jonathan David Contreras Puello, alias ‘Paco’, miembro del frente ‘Mártires del Cesar’, dijo en versión libre ante la Fiscalía 58 de la Unidad de Justicia que 10 días antes de su desmovilización entrenó a un grupo de civiles que serían presentados como miembros del grupo armado en el acto de entrega de armas ante funcionarios del gobierno nacional y miembros de la comunidad internacional.
Desde la desmovilización la Policía Nacional se quedó en el lugar con la presencia permanente de 20 agentes. Antes, a pesar de que el Batallón La Popa quedaba a menos de media hora de La Mesa, no había presencia de las autoridades. Por eso se cuestionan los nexos entre paramilitares y militares.
Lo último que ocurrió en La Mesa fue el asesinato de Nayibis María Centeno De la Cruz, líder de los desplazados, ocurrido en marzo de 2011, a quien mataron en la sala de su casa cuando veía televisión. Esta mujer llevaba ocho años viviendo en la población, era la propietaria de un estadero y estaba al frente de un grupo de desplazados.
Los habitantes de La Mesa apenas comienzan a verse como víctimas. Hasta ahora algunos tímidamente cuentan lo que les pasó y otros se atreven a denunciar los hechos. Su propósito es superar esos miedos para sentir realmente que allí pasaron del sometimiento a la libertad.