La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, realizó el primero de siete encuentros para darle voz a las víctimas del conflicto armado y buscar que sus tragedias no ocurran de nuevo. En esta ocasión, la atención se centró en mujeres y miembros de la comunidad LGBTI que sufrieron ataques sexuales por parte de todos los actores en confrontación.

“Estamos aquí para que sepan que su sufrimiento y su indignación es nuestra. Creemos en su palabra seria, veraz y profética, y la asumimos como nuestra. Estamos igualmente para aceptar nuestra responsabilidad social, y llamar a todos en Colombia a aceptar, cada uno desde su lugar, la inmensa responsabilidad de nuestra sociedad sobre esta vergüenza de nuestra historia”.

Con esas palabras, el sacerdote jesuita Francisco de Roux, quien preside la Comisión, entidad del Estado creada en el Acuerdo de Paz para producir un informe sobre las causas y los efectos del conflicto armado, dio apertura al Primer Encuentro por la Verdad, realizado ayer en Cartagena.

La elección del tema no fue fortuita. Los comisionados decidieron poner los reflectores sobre la “violencia más silenciada y la más invasora de la profundidad sagrada de las víctimas”. Para ello, se relataron 30 casos de diferentes tipologías de violencia sexual: algunos fueron narrados por las víctimas con su propia voz; y otros, por razones de seguridad, fueron leídos por defensores de derechos humanos, funcionarios de diversas agencias del Estado y representantes de la comunidad internacional que acompañan el proceso de paz.

El lema de este primer encuentro fue Mi cuerpo dice la verdad. Y así lo recalcaron 22 víctimas de violencia sexual, vestidas con prendas blancas, que ingresaron una a una a la tarima del Teatro Adolfo Mejía, hasta crear un círculo alrededor de unas flores tendidas en el piso. Conforme ingresaban al escenario, todas entonaron una frase similar, en la que cada una cambió el significado de su cuerpo. La primera indicó: “Mi cuerpo es resistencia y dice la verdad”. La segunda, replicó: “Mi cuerpo es diversidad y dice la verdad”. La siguiente: “Mi cuerpo es miedo y dice la verdad”. Así, hasta que la última repitió la frase de la primera y todas, al unísono, gritaron contundentemente: “¡Mi cuerpo dice la verdad!”.

Ese acto simbólico, lleno de fuerza, fue una declaración de intenciones sobre la estigmatización y la poca credibilidad que por lo general tienen las víctimas de violencia sexual que se atreven a denunciar sus tragedias. Como dijo más adelante la investigadora Rocío Martínez, del Centro Nacional de Memoria Histórica, que en noviembre de 2017 publicó una detallada radiografía sobre el tema, “la violencia sexual es el único crimen en el que la víctima tiene que demostrar que no lo merecía, que no lo buscó, que no era su culpa”. Y en ese sentido, en otro momento del encuentro, fue reproducido un audio de la historiadora Diana Uribe: “La violación es el único crimen en el que la víctima tiene que probar que no lo provocó”.

Antes de dar inicio a los testimonios de las víctimas, la comisionada Alejandra Miller recalcó que ese evento buscaba “movilizar a la sociedad para que conozca y reflexione sobre uno de los crímenes que ha sido más naturalizado, invisibilizado y negado en ésta y en todas las guerras. Esperamos iniciar un proceso para que los responsables escuchen a las víctimas y avancemos hacia el reconocimiento de sus responsabilidades, en condiciones de dignidad”.

Asimismo, recalcó que la deuda con ellas es muy grande. Según datos del Registro Único de Víctimas, 25 mil personas sufrieron ataques de violencia sexual en el marco del conflicto armado, y el 91 por ciento de los casos corresponde a mujeres. Y si se revisan los resultados de judicialización, de acuerdo con cifras aportadas por la Fiscalía General de la Nación, apenas han sido denunciados alrededor de mil casos y sólo se han producido 23 sentencia condenatorias contra miembros de las Farc y de la Fuerza Pública.

Barbarie y resistencia

Los asistentes al Primer Encuentro para la Verdad suministraron propuestas sobre no repetición de la violencia para que los comisionados las usen como insumo de su informe final. Foto: Comisión de la Verdad.

El primer testimonio lo brindó Lina Palacio, sentada en una silla y cubriendo sus piernas con la bandera de la comunidad LGBTI. Realizó un sentido y pausado relato para contar que a los 31 años fue violada y desplazada por un grupo armado; considera que la despojaron de su dignidad como lesbiana porque optó por no entregarle su cuerpo a un hombre sino a otra mujer. Señaló que todos los vejámenes sufridos por hombres que portaban fusiles le produjeron cáncer en el alma y les encomendó a los colombianos la tarea de encontrar su cura. Antes de levantarse de la silla, cubrió su cabeza con la bandera del arcoíris y salió del escenario mientras se apagaban las luces.

John Peter Podahi, embajador de Noruega, leyó el relato que Sandra, una excombatiente de las Farc, escribió con su puño y letra. Inicia contando que de niña fue secuestrada por las Farc y violada la primera noche que estuvo bajo cautiverio; insiste en que no fue reclutada sino secuestrada, y acto seguido dice le provocaron abortos muy dolorosos. En ese momento el llano corta la lectura del embajador y después la retoma para decir que dentro de las filas Sandra nunca sintió amor y que entregó a una bebé que logró concebir. Señala que sufrió un daño irreversible porque perdió a su familia y su identidad: “El día que cumplí 15 años estaba con un fusil en un combate”. Por esa razón, le mandó un mensaje a las Farc: “¡Es el momento de decir basta de mentiras y que asuman su responsabilidad!”. Su caso también es muestra de estigmatización, pues cuando se escapó de ese grupo armado y acudió a la Defensoría del Pueblo para denunciar la violencia sufrida, le dijeron que cómo iba a declarar una violación si fue guerrillera, “que cómo venía a decir eso”.

La procuradora delegada ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), Mónica Cifuentes, leyó el caso de una mujer que fue víctima de esclavitud sexual. Su tragedia inició cuando un grupo paramilitar arribó a su pueblo y cuatro hombres se la llevaron para interrogarla porque la señalaron de ser guerrillera. “Para nosotros todo indio es guerrillero”, le dijeron. La retuvieron durante tres días en un campamento, en donde fue violada durante las noches. Al tercer día la dejaron abandonada en una carretera porque no le encontraron nada, pero durante los cuatro meses siguientes fue llevada a la fuerza a los campamentos, porque “el comandante y otros paramilitares querían acostarse” con ella. La amenazaron para que no denunciara, so pena de asesinarle a la familia.

Lina Mercedes Caro narró ante el auditorio que también fue víctima de esclavitud sexual. Se define como víctima por la violencia que padeció, y como sobreviviente por un empalamiento que sufrió. “Desde mi primera violación masiva y sistemática me mataron, soy una mujer muerta en vida”, sentenció. Después explicó que no hizo denuncias por miedo: “¿Cómo voy hablar si vivía en un territorio en donde todos eran puestos por paramilitares, desde el alcalde hasta el médico?”. No obstante, hoy en día tiene otra actitud: “Estamos cansadas, estamos muertas, qué más nos da y qué viene para nosotras, cunado una cantidad de cobardes, que no eran capaces de soltar sus fusiles para violarnos, porque son unos cobardes… (su relato se interrumpe y lo retoma con fuerza) pero nosotras somos más valientes que ellos porque hoy estamos paradas aquí y en cualquier lugar, dando la cara: ¡no nos estamos escondiendo!”. Con esas palabras terminó su testimonio, haciendo estallar el auditorio en aplausos por su coraje.

Gonzalo Sánchez, exdirector del Centro Nacional de Memoria Histórica, leyó la historia que Marabel Sánchez escribió sobre su hija Paola Hernández Sánchez, quien decidió, a sus 13 años, enlistarte en la guerrilla que operaba en la zona de Gaitania, en el sur del Tolima. “Nadie la obligó ni le puso un arma en la cabeza […] Cuando se fue a la guerrilla le pusieron otro nombre, se llamaba ‘Daniela’. Antes de que ella muriera conocí que había combates en la zona, se escuchaban los combates, los helicópteros, el plomo. Un día una vecina me mandó a decir que habían hablado con un soldado y le había dicho que estaban dos ‘guerrillas’ muertas, que una era una monita, bajita, gordita, y yo en mi pensamiento dije esa es mi hija […] A mi hija le pegaron un tiro en la vista y en la nuca tenía moretones, como cuando lo van a ahorcar a uno. Ahí se veía la huella. Cuando me la entregaron en la funeraria y llegamos a la casa en Gaitania y la revisamos y la arreglamos, vimos que con el tiro en la pierna ella quedó viva. Con mi hija abusaron de la manera que ellos quisieron”.

Arropada por una luz tenue generada por un par de veladoras en el piso se escuchó la voz quebrada por el dolor de Gloria, representante legal de una asociación de mujeres víctimas del conflicto armado del departamento de Cauca: “Pienso yo que tal vez, dolorosamente, uno se puede sobreponer a la pérdida de un ser querido porque la violencia me quitó a mi papá y a mis dos hermanos, pero no a una violencia sexual: eso lo marca a uno para toda la vida, rompiéndole sus sueños y sus ilusiones. Pierde totalmente la dignidad y desaprovecha por momentos compartir momentos bonitos con su familia”.

Los testimonios fueron alternados con cantos de un grupo de mujeres afrodescendientes sobre valor y resistencia. También fue proyectado un video en el que 20 víctimas contaron algunos detalles de sus casos y se identificaron como campesinas, indígenas, negras, lesbianas, hombres transexuales y homosexuales. En él, guerrilleros y paramilitares fueron los más mencionados como victimarios, ambos en ocho casos; seguidos por miembros de la Fuerza Pública en tres; y en el restante se desconoce al responsable.

¿Por qué usaron la violencia sexual?

Según el Registro Único de Víctimas, el 30 por ciento de las agresiones sexuales en el marco del conflicto armado se cometieron en la región Caribe. Por eso el Primer Encuentro de la Verdad se hizo en Cartagena. Foto: Comisión de la Verdad. Foto: Comisión de la Verdad.

La principal voz para responder esa pregunta fue la de Rocío Martínez, relatora de la investigación La guerra inscrita en el cuerpo: Informe nacional de violencia sexual en el conflicto armado, publicado por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) en noviembre de 2017. (Leer más en: La barbarie de la violencia sexual como arma de guerra)

La investigadora indicó que las violencias sexuales son mecanismos para generar terror, dominio y humillación, a través de la expropiación corporal de las víctimas: “Han sido usadas de manera diferencial, atendiendo a los distintos momentos del conflicto armado; a las condiciones de emergencia particulares; a cada contexto; y a los imperativos que cada actor armado ha tenido en momentos específicos”. De esa manera, el CNMH encontró tres escenarios específicos en los que grupos armados, legales e ilegales, emplearon la violencia sexual: de disputa armada, de control territorial e intrafilas.

En los escenarios de disputa armada, los actores juzgaron como pertenecientes o colaboradores de sus adversarios a quienes habitan los territorios antes de su arribo. “En las incursiones la violencia sexual envía un mensaje de terror a la población. Ha sido usada para romper lazos comunitarios, amedrentar a la población con el fin de desplazarla y despojarla de sus territorios; también para someter a las combatientes enemigas y minar la capacidad bélica del contrincante”, indicó Martínez.

Sobre los momentos de consolidación, refirió que la violencia sexual se ha usado para eliminar, reducir y someter las resistencias de lideresas, activistas y figuras reconocidas de las comunidades, que denunciaron los atropellos del grupo invasor, así como para silenciar sus voces. Y enfatizó que “donde predomina la presencia de un grupo, ha transmitido el mensaje de que los actores armados son dueños de los cuerpos que dispongan”.

En cuanto a los escenarios intrafilas, que se dan al interior de los grupos armados, la investigadora señaló que han hecho parte de estrategias de disciplina y moldeamiento de las combatientes reclutadas: “Ha sido usada como un medio para establecer diferencias y jerarquías entre hombres y mujeres dentro de las organizaciones armadas”.

Por otro lado, planteó que la violencia sexual se ha usado para castigar lo que se considera trasgresor de un orden moral, como es el caso de las violencias correctivas sobre mujeres lesbianas y hombres transexuales. “Se usa también para castigar aquellos cuerpos que se consideran inapropiados o indeseables”, precisó.

Teniendo en cuenta esos aspectos, concluyó que es “evidente que las violencias sexuales no han sido un resultado natural e inevitable del conflicto, ni obedece a instintos irrefrenables de hombres que han pasado mucho tiempo sin contacto sexual. Tampoco se puede entender como una acción colateral o la acción de unas cuantas manzanas podridas dentro de cada grupo armado, dado que ha sido funcional, que ha contribuido de manera significativa y efectiva a los fines que cada actor ha tenido. Las violencias sexuales han sido un engranaje fundamental en el desarrollo del conflicto armado y así deben ser analizadas”.

Y finalizó su intervención haciendo un llamado de atención: “La responsabilidad de los actores armados no nos exime como sociedad de asumir nuestra parte; a pensar las formas en que cada día, cotidianamente, construimos una sociedad racista, misógina, clasista, que contribuya a que las violencias sexuales proliferen en la más absoluta impunidad. Como ya se ha dicho, es el único crimen en el que la víctima tiene que demostrar que no lo merecía, que no lo buscó, que no era su culpa”.

Elizabeth Wood, experta de la Universidad de Yale y quien ha estudiado el tema por varias décadas, intervino en el evento y respondió con especial énfasis a la pregunta de si este tipo de violencias se pueden evitar en un conflicto armado. “Sí. Sí, se pueden evitar […] Dos décadas de investigaciones por académicos y académicas en la violencia sexual durante los conflictos armados sugieren que algunas organizaciones armadas, incluyendo fuerzas estatales y actores no estatales, participan muy poco en actos de violencia sexual contra […] No violan, no esclavizan sexualmente no torturan ni obligan a los civiles y a las civiles a ejercer prostitución forzada”.

Sustentando su afirmación en una extensa literatura sobre el tema, Wood puso como ejemplo al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador que, al parecer, cometió muy pocos actos de violencia sexual contra civiles en los años de la guerra en este país centroamericano durante la década del ochenta.

No obstante, reconoció esta académica que alrededor del tema hay mucho silencio y las denuncias han sido mínimas sobre este tipo de violencias, por lo que dijo que “se necesita un enorme coraje para contarle un evento de violencia sexual a alguien y más coraje aún para testificar públicamente”.

A su juicio, si algunas organizaciones armadas prohíben efectivamente las violaciones sexuales durante los conflictos armados, “es evidente que sí se puede evitar durante los conflictos armados. Este simple hecho conlleva tres implicaciones importantes: si se pueden evitar, podemos responsabilizar a aquellas organizaciones que sí cometen las violencias sexuales; si se pueden evitar, debemos insistir en que violar no es normal, no es parte de la naturaleza humana, y no se explica con así se comportan los hombres; y si se pueden evitar, podemos trabajar para prevenirlas, para mitigarlas, para disminuir este flagelo que ocasiona tal sufrimiento”.

Esperanzador

Durante este año la Comisión hará siete Encuentro para la Verdad. Foto: CEV.

Antes del cierre del evento, intervino la comisionada Ángela Salazar, quien calificó lo vivido en Cartagena como el “parto de la verdad” y resaltó que las organizaciones de base son las protagonistas de este “parto”, y retomó unas palabras que escuchó el día anterior de la vicepresidenta de Costa Rica, Epsy Campbell: “Las mujeres parimos la verdad”. Pero fue más allá y celebró que la población LGTBI se atrevió también a “parir esa verdad”. Y agregó que “es una verdad tan difícil de decir, es una verdad que nuestro cuerpo está marcado por todos los dolores que esto representa”.

La comisionada Miller destacó que “a pesar del dolor, las voces de estas víctimas nunca se ubicaron en la venganza, retaliaciones ni en la cárcel. ¡No! Sus voces nos hacen un llamado a la verdad y al reconocimiento como las claves de la reparación; sus propuestas son un faro para la convivencia y las garantías de no repetición”.

Finalmente, el padre De Roux retomó la palabra y agradeció a las mujeres que tuvieron el coraje de exponer ante el público “los testimonios de su intimidad pisoteada. Ustedes han hablado por encima de las prevenciones del pudor, del miedo y de la incertidumbre”; resaltó que esos testimonios, dados por una amplia diversidad de mujeres, “nos han mostrado la voluntad de seguir adelante porque la causa que nos mantiene unidos es más grande que nosotros mismos”; y se comprometió a que la Comisión que preside encontrará, “en cuanto nos sea posible, si con ustedes mismas, participantes forzadas en este drama, la explicación que permita esclarecer esta realidad atroz”.