Un informe de Memoria Histórica hace una radiografía de cómo fue evolucionando militarmente esta guerrilla y, a la vez, cómo fue alejándose de la población campesina que dice defender.
Guerrilla y Población Civil. Trayectoria de las Farc (1949-2013)”, con la que analiza cómo fue cambiando la percepción de la sociedad colombiana sobre este grupo guerrillero a lo largo de 50 años de conflicto armado interno.
El Centro de Memoria Histórica (CMH) lanzó este martes la investigación “El texto comienza con una revisión de cómo un grupo de campesinos víctimas del Estado, de la violencia bipartidista y del conflicto social no resuelto, crearonun movimiento para defender los derechos de los campesinos que finalmente se materializó en la creación de las Farc, en 1964. “Si en algún momento la guerrilla dio muestras de que su movimiento representaba a los intereses de los campesinos fue precisamente en sus primeros años de lucha”, dice el informe.
La investigación también menciona que, inicialmente en regiones con poca presencia estatal, las guerrillas trataron de sustituir algunas de sus funciones, como la seguridad, organización social, justicia, o de reclamar la presencia de las instituciones en zonas olvidadas.
Esa fue una estrategia de la guerrilla para reemplazar al Estado, allí donde éste funcionaba mal o no estaba. En ese proceso de hacer las veces de Estado, explica el informe, la guerrilla terminó “poniendo bajo su influjo a funcionarios del poder local, direccionando el gasto público a ciertas zonas veredales y eliminando la presencia de autoridades, de Fuerza Pública o de algunas facciones partidistas”.
Las formas de relación de las Farc con la población civil fueron cambiando de acuerdo con los escenarios sociales, la situación de la agrupación armada y la escalada del conflicto.
Los investigadores del Centro de Memoria Histórica dan varios ejemplos de cómo la guerrilla entró a diferentes zonas del país para aprovechar sus conflictos sociales y sacar ventaja de ellos, como en Yacopí a finales de los sesenta, donde apoyaron las organizaciones o ligas, o para imponer el orden en medio de la violencia generada por el narcotráfico, como en el Guaviare en los años ochenta.
La guerrilla también irrumpió en zonas sin conflicto para crearlo, como cuando incursionó en el Urabá a presionar las formas salariales o las liquidaciones de los trabajadores y a cambio extorsionó a las bananeras; o también para impulsar a la organización campesina para que invadiera tierras, tal como ocurrió en varias zonas del país en los años noventa.
En esa lógica de imponer su poderío militar, se toparon con regiones donde las comunidades ya tenían una mejor organización social autónoma, como es el caso de los indígenas en el Cauca, y ahí entraron en conflicto con el pueblo. Por eso en Cauca, por ejemplo, hay una permanente tensión entre las Farc y la comunidad de los Nasa, que surge de la decisión soberana de esta última de mantener su autonomía y poner límites a la violencia guerrillera.
Este estudio también revisa el periodo entre 1978-1991, marcado por la crisis política de finales de los setenta, generada por el auge de la guerrilla, particularmente urbana, y de las protestas sociales. Las Farc “se dota de un Plan estratégico para la toma del poder, que transforma la guerra y la historia reciente del país, expide normatividades internas, continúa combinando la guerra y la política al crear la Unión Patriótica”, dice un aparte de la investigación. Lo anterior se conecta con la aparición del narcotráfico en la década de los setenta.
Para Memoria Histórica la concentración geográfica de los frentes guerrilleros se da precisamente en zonas con cultivos de coca, “lo cual obviamente responde a la necesidad de obtener recursos, pero también a las proyecciones militares exigidas por su Plan Estratégico”.
Pero son estos vínculos con el narcotráfico –fuertes en unas regiones y más débiles en otras— los que, de un lado empezaron a deslegitimar el significado de su lucha ante la opinión pública; y de otro, es el dinero de esa actividad ilegal lo que hizo que despegara su aparato militar. Agregan, además, que la expansión de la guerrilla estuvo acompañada por un incremento en el secuestro y la extorsión, delitos que contribuyeron a un mayor distanciamiento con la población civil.
Este segundo periodo se cierra con la fase más encarnizada del exterminio de la Unión Patriótica, que empujó a las Farc a tomarse el poder por la vía militar, “distanciándose definitivamente de la negociación y del proceso constituyente de 1991”, que llevaron a la desmovilizaron de otros grupos guerrilleros como el EPL, M19, Quintín Lame y el PRT. Para los autores del informe, al no participar las Farc en la construcción de la Nueva Carta política perdieron legitimidad social.
Una tercera fase estudiada va entre 1991 y 2008, años en la que la guerrilla lanzó la campaña para la Nueva Colombia buscando tomarse Bogotá y en la que desarrolló su mayor ofensiva militar con la ocupación de territorios, pero no descartó la negociación.
Como respuesta a esta estrategia, relata el informe, el Estado renovó y rearmó a sus Fuerzas Armadas con el apoyo del gobierno de Estados Unidos al Plan Colombia, que se tradujo en campañas militares como el Plan Patriota y el Plan de Consolidación, que finalmente obligaron al repliegue de la guerrilla.
También recuerda el auge militar que alcanzó a tener la guerrilla producto de los violentos ataques a poblaciones, cuarteles militares y el escalamiento de prácticas como el secuestro extorsivo y la toma de rehenes políticos. Esta escalada y estas prácticas crueles contribuyeron a su declive, porque fueron fuertemente censuradas por la sociedad civil.
Además, en este período, la guerrilla se involucró mucho más en el negocio de la droga. “No solo en la producción sino cada vez más en la comercialización de la pasta de coca”, dice el informe.
La respuesta del Estado, que incluyó un fallido proceso de negociación durante el gobierno de Andrés Pastrana, también fue de la mano con “la modernización militar; el desarrollo del Plan Colombia; la nueva fase de expansión paramilitar; y las políticas de seguridad democrática adelantadas por el presidente Álvaro Uribe. Todo esto condujo al repliegue y decaimiento militar de las Farc.”
Así, cuando fracasó el proceso del Caguán, las Farc optaron por evitar enfrentamientos con el Ejército y se concentraron en una estrategia de sabotajes y acciones terroristas en las ciudades. Sin embargo, a partir de 2007, empieza a notarse el impacto de la arremetida de las Fuerzas Militares en las filas de la guerrilla. “Implicó que las Farc perdieran gran parte de su control territorial, que se confinaran en zonas despobladas y selváticas, que se desmantelaran muchos de sus frentes, que varios de sus principales comandantes murieran y que su pie de fuerza disminuyera como resultado de múltiples deserciones”, explican los investigadores.
Como resultado de la intensificación de la guerra, el rechazo de la población civil hacia las Farc se acrecentó, entre otras cosas, por “el desarrollo de fórmulas constitucionales que le van quitando piso a la insurgencia a través de nuevas formas de participación y de inversión de recursos en las regiones y localidades; el declive de los movimientos sociales tradicionales; la poca capacidad de penetración política en las ciudades; la ausencia de fracturas en las élites políticas y militares; los cambios internacionales que muestran, de un lado, el derrumbe de los modelos socialistas y, de otro, las condiciones adversas para que el acceso al poder político por vía militar tenga el respeto y el apoyo internacional; el ascenso y la progresiva expansión territorial del paramilitarismo; el desprestigio que generan métodos de guerra como el secuestro y el uso de cilindros bomba y minas antipersonal; y la deslegitimación que proyecta el manejo de recursos provenientes del narcotráfico, entre otros”.
Un último período estudiado es el que ocurre entre 2008 y 2013, en el que la guerrilla se ha acomodado a las nuevas condiciones del conflicto, apelando con relativo éxito a una guerra deresistencia o de sobrevivencia, que consiste en resguardarse en sus zonas históricas apelando al uso de campos minados, granadas mortero, francotiradores y los carros bomba. De igual forma aliándose con bandas criminales, manteniendo corredores por donde permite el tráfico de drogas.
Esta adaptación a un nuevo escenario de guerra, hace que Memoria Histórica vea con escepticismo la idea de que estamos en el “principio del fin” de las Farc, si el país insiste en la vía militar.
La relación con la población civil también responde a las lógicas de la guerra. Las Farc y otros actores armados, asevera este informe, se relacionan con los territorios atendiendo a estrategias político-militares: “no es lo mismo una zona de retaguardia nacional o de frente guerrillero que una zona en disputa. En la primera, se acercará a las Juntas de Acción Comunal (JAC) y estimulará la creación de organizaciones sociales bajo su influencia; ofrecerán orden, castigo a los delincuentes, justicia complementaria (cuando se trata de reincidentes o de casos que no pueden resolver los comités de solución de conflictos de las JAC), apoyo en las grandes tareas comunales, defensa frente a los abusos de los hacendados y presión a las autoridades locales para obtener beneficios para aquellas zonas bajo su influencia”, explica el informe.
En las zonas en disputa, las Farc tratarán de conquistar a algunos de los habitantes, pero también actuarán como un ejército de ocupación, imponiéndose por la fuerza. “En estas zonas la oferta de bienes sociales tenderá a ser más restringida; buscarán ganarse a la población con el ajusticiamiento de delincuentes, con el enjuiciamiento de las autoridades las autoridades corruptas. Además, su forma de justicia no tendrá la participación de civiles (de miembros de las JAC), sino que será exclusivamente guerrillera”. En estas zonas, a diferencia de las primeras, se presentará mayor drenaje de recursos vía extorsión, tributación o secuestro.
Para los autores de esta investigación, la clave del éxito de las Farc, pero también su declive, está en las relaciones que han tenido con la población civil a lo largo de su historia. Si bien intentaron crear un modelo de Estado paralelo “fariano” en el que ellos eran el poder y la justicia, se desbordaron en el uso de la fuerza como mecanismo para imponerlo.
Quien mejor lo explica es el director del CMH, Gonzalo Sánchez : “Fueron voceras o la expresión armada de reclamos campesinos en sus tempranos años, aunque no secundaron al más notable movimiento campesino, el de la ANUC (Asociación nacional de Usuarios Campesinos) a principios de los años setenta, y tienen aún hoy enormes desencuentros con la población indígena; se mostraron proveedoras de seguridad de muchas comunidades agrarias, aunque con deslizamientos hacia formas típicas de limpieza social, como las ejecuciones de abigeos; se erigieron por doquier como reguladoras de conflictos y dispensadoras de sanciones (incluidos los tiránicos fusilamientos) en zonas de colonización; se afirmaron como recaudadoras de contribuciones más o menos forzosas, como los tributos en zonas cocaleras, que las reconocen como una fuerza protectora”.
De acuerdo con Sánchez, este grupo insurgente también se desbordó en su hostigamiento sistemático a la población civil, con prácticas como masacres, minas antipersonales, tomas violentas de pueblos, hasta llegar a la generalización del recurso que más impopulares las ha hecho: el uso indiscriminado del secuestro.
“De un cultivado imaginario de guerrilla agredida, construido desde adentro para movilizar la solidaridad social, se pasó a un imaginario social de guerrilla agresora, construido desde el Estado y desde las víctimas, para movilizar contra ellas la indignación ciudadana, la cual a menudo se negaba a ver, por otro lado los horrores de los paramilitares y los descarríos de los agentes del orden”, puntualiza Sánchez.
A modo de conclusión, esta investigación explica que las Farc “antagonizaron sistemáticamente a la población civil a la que halagaban y trataban de seducir en el discurso público, pero que al mismo tiempo sometían, amparadas en el poder despótico de las armas”.