La desaparición forzada es un crimen que no deja rastros, pero sí mucho dolor e incertidumbre en los familiares de sus víctimas. Esta es la historia de un suboficial de la Armada Nacional, quien desapareció haciendo labores de inteligencia y de quien aún no se tienen noticias.
A las ocho de la mañana del sábado 10 de agosto de 2002, Juan Carlos Alonso, quien dedicó gran parte de su vida a la Fuerza Pública y llegó al rango de Sargento Viceprimero en la Armada Nacional, recibió su última llamada telefónica. Ese día se alistaba para asistir a una reunión del colegio de su hija menor, pero el deber se interpuso primero: lo llamó el informante de unos de sus casos y le pidió que se vieran lo más pronto posible en Turbaco. Antes de marcharse en su moto Honda de color azul, tomó una cámara fotográfica de rollo y le dijo a su esposa que regresaría antes del mediodía.
Ese fue el último día que su familia lo vio. A partir de ese momento, y por más de 17 años, su madre, hermanos, esposa, hijos y amigos han vivido presas de la incertidumbre; lo han buscado en diferentes regiones de la Costa Caribe, recibido diversas versiones sobre su paradero, y sufren a diario la ausencia de una persona alegre y dedicada a su familia, de quien no se sabe nada de su paradero.
Palabras como alegría, responsabilidad, entrega y disciplina, son comunes entre las personas que lo recuerdan. Juan Carlos Alonso nació en Cartagena el 19 de abril de 1968 y desde muy pequeño destacaron esas cualidades que le sirvieron para hacer carrera en la Armada Nacional. Su madre, María Bernardina Camacho, quien lo crió sola y sin ayuda de nadie, destaca que fue un excelente estudiante y muy dedicado en todas sus labores.
El compromiso con su familia se empezó a expresar en la adolescencia. Cuando terminaba las clases en el Liceo Central, salía a toda marcha para ayudarle a su mamá en el trabajo: “Entregaba lo producido del chance y se devolvía para ayudarme con el aseo del local, me acompañaba hasta las diez de la noche; en la casa también ayudaba con el oficio y a veces me tenía preparada la comida. Son cosas que hacía por su cuenta, sin que se lo pidiera”.
Esa actitud sirvió para llenar los vacíos de una familia que creció sin padre. De ello da cuenta su hermana Yessenia, quien, a pesar de ser hija de otro papá, que también abandonó el hogar, recuerda a Alonso como “una figura paterna, una persona responsable, con muchos valores. Era la figura a seguir: muy recto, muy amistoso y muy confiable”.
Al cumplir los 20 años quiso ingresar a la Policía Nacional, pero por falta de dinero no pudo inscribirse al curso y decidió prestar su servicio militar en la Armada Nacional. Sus ganas de servirle a la patria lo impulsaron a hacer carrera en esa institución y el 1 de junio de 1989 se graduó como cabo segundo, su progresión siguió y el 31 de agosto de 1992 ascendió a cabo primero, el 28 de agosto de 1996 a sargento segundo y el 30 de agosto de 2001 a sargento viceprimero. En su condición de desaparecido fue ascendido a Sargento Primero.
De ese periodo, su madre recuerda que el compromiso para lograr lo que se proponía, le permitió avanzar y lograr sus metas: “Cuando recién ingresó, estando en Coveñas, le dio varicela y pensé que lo iban a sacar, como a varios enfermos, pero me dijeron que era excelente en todo. Tiempo después me llegó un telegrama que decía que había quedado en las filas”.
A la par que iba ascendiendo en la Armada, su familia iba creciendo. Su primera hija, Tivisay, producto de un noviazgo en Cartagena, nació el 29 de marzo de 1990; posteriormente fue trasladado a Barranquilla en donde conoció a su futura esposa, María Isabel de Las Salas, con quien contrajo nupcias el 15 de febrero de 2000 y con ella tuvo tres hijos más; y por fuera de matrimonio nació Diandra.
Formó su hogar entre traslados en la Costa Caribe y el paso de labores administrativas en guarniciones militares, patrullajes con infantes de Marina en el monte y labores de inteligencia en poblados que bullían por el conflicto armado.
Su esposa cuenta que era muy reservado con el trabajo y que le contaba poco sobre sus actividades, pero recuerda a la perfección cómo fue esa época de traslados: “Cuando lo conocí estaba haciendo un curso para el Departamento de Inteligencia, hacía parte del área administrativa y no estaba en la parte operativa. Cuando nos casamos lo trasladaron a Cartagena, donde profundizó el curso de inteligencia y salía a campo; allí lo mandaron a patrullar y estuvo en el batallón de Malagana. Cuatro años después lo trasladaron a Corozal (Sucre), donde permanecía en labores de oficina y seis años después lo mandaron de nuevo a Cartagena e ingresó a la RINCA (Regional de Inteligencia del Caribe). Eso último fue a mediados de enero de 2000”.
Por la formación que tuvo durante ese tiempo, se volvió una persona estricta y más disciplinada; sin embargo, no perdió la esencia de su carácter, razón por la cual es recordado por su alegría y gusto por el baile. “Era muy estricto con sus cosas, pero en familia dejaba de lado lo militar y era Juan Carlos Alonso, muy alegre, muy jocoso y muy colaborador. Cuando no estaba en servicio se la pasaba divirtiendo a los demás; en una fiesta se destacaba porque era el que hacía las payasadas, iniciaba el baile y ponía el jolgorio”, evoca su esposa.
Sus hijos Sheryl y Jack aún poseen recuerdos de los años que alcanzaron a compartir con él: “Era una persona muy alegre, aunque bastante rígido con sus cosas, recto y exigente”, cuenta la primera, mientras que al segundo no se le olvida que le encantaba bailar y que era muy payaso cuando jugaba con él. De manera similar se expresa su primogénita, por quien siempre veló a pesar de tener otro hogar: “Cuando desapareció tenía doce años, pero sólo recuerdo cosas bonitas: resaltaba por su baile cibernético, más porque se estaba poniendo gordito y se veía chistoso; le gustaba mucho compartir en familia, era cariñoso y juguetón”.
Su hija Diandra, quien para la época de la desaparición tenía cinco años de edad, guarda aún lindos recuerdos de su papá: “Era muy cariñoso conmigo, se la pasaba cargándome, haciéndome reír y era todo consentidor, todo lo que le pedía me lo daba. El poco tiempo que pasé con él fue un buen papá, estaba pendiente de todo lo que necesitaba”.
¿Dónde está?
La vida de Alonso transcurría con felicidad porque estaba haciendo lo que le gustaba y no tenía temor de los riesgos de su nuevo trabajo en Inteligencia. Su madre recuerda que un día le dijo que si preguntaban por él, dijera que ya se había retirado de la Armada, a lo que ella le preguntó que por qué debía decir eso, y le contestó que era porque pasaría a realizar inteligencia. A ella no le gustó ese cambio de trabajo porque, según sus palabras, a los infiltrados “los pelan rapiditico”. Él la tranquilizó y le dijo que nada malo iba a pasar.
Sin embargo, la situación cambió dramáticamente el 10 de agosto de 2002, el último día que fue visto al salir de su casa, en las residencias fiscales del barrio Los Corales, en Cartagena, para verse con uno de sus informantes que lo llamó minutos antes. A partir de ese momento se perdió su rastro.
Su familia entonces emprendió varias luchas. La primera fue para encontrarlo o averiguar sobre su paradero. Una vez desaparecido, sus parientes recogieron dinero e imprimieron varias fotos con sus datos personales y viajaron por diferentes pueblos del Caribe. Estando en el corregimiento Ballestas, del municipio de Turbana, un grupo paramilitar increpó a su madre y la amenazó para que no siguiera buscándolo, porque podía “calentarles la zona o achacarles ese caso a ellos”.
Durante su búsqueda recibieron diferentes versiones sobre el paradero de Alonso: que lo habían visto en la plaza de mercado; viajando en barco; que se encontraba en una fosa común con otros infantes de Marina de la cual no se tenía ubicación; y hasta el supuesto reconocimiento de su asesinato por parte de uno de los jefes del desaparecido Bloque Héroes de Montes María de las Autodefensas Unidas de Colombia. Sólo rumores, nada concreto.
La otra lucha ha sido por el acceso a la justicia y la reparación a sus familiares. Un pariente cuenta que la última versión que supieron sobre la suerte de Alonso fue en una audiencia en la Fiscalía de Justicia y Paz de Úber Banquez Martínez, alias ‘Juancho Dique’, exjefe paramilitar del Frente Canal del Dique, que delinquió en buena parte de la región de los Montes de María. Cuando le mostraron la foto del Sargento Viceprimero lo reconoció y dijo que su grupo lo había matado, pero tiempo después se retractó y los hechos no fueron corroborados.
El permanecer desaparecido ha sido un gran impedimento para que su familia pueda acceder a la reparación como víctima del conflicto armado. En múltiples ocasiones les han dicho que “no se puede hacer nada porque no hay cuerpo y puede aparecer” o que “la Fiscalía dice que mientras no haya un cuerpo, no hay muerto”. Su esposa e hijos sólo han accedido a un seguro de vivienda, a la liquidación a la que tenía derecho por parte de la Armada Nacional (que les fue “hurtada” por el abogado que los representaba), a un seguro de vida y a una pensión, que distan mucho de los parámetros de reparación familiar.
Y la última lucha es la de vivir con la incertidumbre que produce la desaparición forzada, por no saber si su ser querido está vivo o muerto, y qué pasó con él. “No lo hemos podido enterrar ni llorar: lloramos la ausencia, mas no la muerte”, dice su esposa con profunda melancolía.
Así define esa amarga lucha su hermana Yessenia: “Cuando se muere una persona, uno sabe dónde murió, de qué y dónde está; en cambio, con una persona desaparecida, uno vive en constante zozobra: uno no sabe dónde está, qué hicieron con él o qué le está pasando. Es una herida que nunca se cierra. Es más fácil sobrevivir a la partida de un ser querido que está en un panteón, porque con una persona desparecida persiste la esperanza de volverlo a ver. Eso nunca se cierra”.
Además, con gran tristeza cuenta que la desaparición erosionó la relación familiar, pero todo cambió hace cuatro años: “Nos volvimos a reunir en familia. Mi hermana trató de recordar y nos reunió a todos. Fue algo muy difícil porque dejamos de tener esa integración, ya que él era el motor y propiciaba esos encuentros: lo que hicimos fue recordarlo, hablar de él, reír, llorar…”.
A pesar del desgaste que producen tantos años de incertidumbre, la familia Alonso guarda esperanzas de obtener una respuesta clara en la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas en el Contexto del Conflicto Armado o en la Comisión de la Verdad, instrumentos de reparación integral pactados con la extinta guerrilla de las Farc en el Acuerdo Final firmado el 24 de noviembre de 2016 en Bogotá.
Al respecto, su primogénita cuenta que “la esperanza está en saber si está vivo o muerto. Y si está muerto, tener al menos un huesito y que nos digan que era de él, para enterrarlo e ir en cualquier momento a un cementerio y saber que está allí. Así como estamos, no sabemos nada y la angustia es más grande y el dolor más fuerte; el que se muere pasan el duelo y al tiempo se reestablecen, pero nosotros no”. Y su madre hace referencia a esas entidades creadas con el Acuerdo de Paz con anhelo: “Yo sí tengo esperanzas porque antes de morirme quiero saber la verdad y qué fue lo que le pasó”.