¿Qué debe contener un Centro de Memoria Histórica en el Llano?

      
Como ha sucedido en Alemania, Estados Unidos o Ruanda, la construcción de un centro para que las víctimas recuerden a sus familiares se vuelve un debate de polémica nacional. En el caso de Colombia, con un agravante, aún no se ha desmontado el conflicto.  

Por Jhon Moreno, periódico del Meta

En Alemania, en el 2005, después de 60 años de terminada la Segunda Guerra Mundial, fue entregado un monumento en honor a los judíos asesinados en Europa. Una serie de 2.711 bloques de concreto se extienden a lo largo de 19.000 metros cuadrados, en un terreno donde tuvo su vivienda el propagandista nazi Joseph Goebbels. Allí, las críticas no se hicieron esperar por lo que algunos arquitectos consideran “una brutal forma de recordar un cementerio”.

En Washington, en 1982, develaron dos paredes en granito de 75 metros de largas por tres metros de altura, en la que se escribieron los nombres de los 58 mil soldados muertos en la Guerra de Vietnam entre 1959 y 1975. Una escultura de tres soldados que fue añadida posteriormente al monumento, sin autorización de su artista, generó una agria polémica en Estados Unidos.

En España, hasta el 2010, lograron inaugurar por fin un monumento en homenaje a 3.543 víctimas de la Guerra Civil Española (1936-1946), en la que forjadas en placas de metal están grabados sus nombres, la edad yla fecha de la ejecución.

En Ruanda es mundialmente conocido el Memorial Center de Kigali, donde son exhibidos los huesos y cráneos de algunas de las 800 mil víctimas que dejó el genocidio en ese país, en 1994. Allí, los hoteles ofrecen recorridos turísticos para visitarlo.

Así las cosas, ¿cuál debe ser el contenido del Centro Departamental de Memoria Histórica que se construirá en Villavicencio?

La respuesta no es nada fácil como no lo fue en ninguna parte del mundo donde se adelantaron proyectos de esta magnitud. Por eso en el Meta terminaron hace una semana los cuatro encuentros regionales en los que con las comunidades de los municipios más afectados por la violencia, las víctimas y sus organizaciones se intenta llegar a un consenso sobre cómo debe ser la arquitectura y lo que debe contener este lugar, en el que se invertirán alrededor de 5.000 millones de pesos por parte de la administración departamental.

“Lo que buscamos es empoderar a la gente para que ese lugar de memoria no sea solo una realidad física sino que también sea espiritual y las víctimas se sientan identificadas, reparadas y representadas en la memoria de sus seres queridos. Puede ser un museo con libros, prendas de vestir, discursos etcétera. Identificar esas simbologías es lo que buscamos con la realización de esos encuentros”, manifestó el sacerdote Crisanto Ramos, secretario de Víctimas, Derechos Humanos y Paz del Meta.

El funcionario enfatiza que lo peor sería que en el futuro esa obra se convirtiera en un ‘elefante blanco’ y por ello las víctimas deben apropiárselo y llenarlo de contenido.

Pero conciliar las expectativas de todos los familiares será una tarea ardua y depende incluso del lugar geográfico donde tuvo lugar la violencia. Por ejemplo Sonia Pabón, directora ejecutiva de Cordepaz, una ONG que ha realizado procesos de memoria histórica en el sur del Meta, indicó que las comunidades de El Castillo y Puerto Rico se inclinaron por la publicación de un libro llamado ‘Del dolor a la esperanza’, uno de los primeros textos de memoria de la violencia en el departamento.

“Cada municipio tiene su particularidad y más en una región que como en el Meta la violencia provino de diferentes partes y tuvo distintas dinámicas”, dice Sonia Pabón.

Ingrid Frías, coordinadora en Meta y Casanare de la Dirección Acuerdos de la Verdad, explica que las víctimas necesitan sentirse representadas dentro de estos espacios y que en verdad se reflejen sus recuerdos, pero también para que la gente que no sufrió directamente la violencia, se identifique con ese dolor.

“Los que tuvieron la fortuna de no tener el drama de un familiar desaparecido por causa del conflicto también debe entender el dolor de quienes sí lo sintieron, sin caer en estigmatizaciones ni polarizaciones. Para eso deben servir estos lugares, incluso para comprender el conflicto armado pues muchos no lo han dimensionado”, sostuvo Ingrid Frías.

Para Alberto Moreno, coordinador de los encuentros regionales, se requiere un trabajo en terreno más amplio con mayor número de reuniones, pues el máximo reto es que el sitio que se va a construir tenga una apropiación social, de tal manera que no vaya quedando abandonada con el paso de las administraciones locales.

El experto en procesos de reconstrucción de memoria añade que para las víctimas no basta con recordar un hecho de reclutamiento o falso positivo de un hijo, por ejemplo, sino que la memoria del joven permanezca en sus deseos de querer estudiar, ser médico.

“Como no se podrá tener a todas las familias afectadas, se quiere que desde lo individual se puedan narrar historias colectivas también. Trabajar sobre los contenidos del lugar implica incluir la mayor cantidad de las visiones posibles, por ejemplo con los indígenas”, dijo Moreno quien manifestó que una de las ideas es que se haga una exposición itinerante por los municipios y no se limite a la construcción física del lugar.
 
“Queremos sentirnos como parte integral de lo que se vaya a construir. Queremos que haya espacios de reflexión, un sitio donde nos podamos encontrar los familiares de quienes murieron y sería interesante que como se hace en un museo, se exhibieran prendas de vestir, cartas o cualquier cosa que haya pertenecido a los que murieron durante el conflicto”, dice Berenice Velandia, una de las asistentes al encuentro regional del Alto Ariari.

Por su parte en Puerto López, Apolinar Beltrán, escritor y gestor cultural, asegura que “hay historias de la violencia en el Meta que no se han contado y alguien debe hacerlo porque si fallecen sus sobrevivientes se perderá parte de ese legado de narraciones e historias de vida y muerte”.