En el municipio de San Carlos, Antioquia, se dieron cita delegados de por lo menos 60 sitios y lugares de memoria de 17 países de América Latina y el Caribe. Su propósito fundamental: apoyar el proceso de paz en Colombia y brindar un fuerte respaldo a la tarea que ha emprendido en Colombia la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.
Cuando los organizadores del Encuentro Internacional Latinoamérica por la Verdad escogieron a esta población del oriente antioqueño como sede del evento, los líderes que han trabajado allí en motivar procesos de memoria, perdón y reconciliación, aún en medio de un ambiente adverso, sintieron un gran regocijo, no sólo por el impulso que le daría a la labor que realizan, sino porque sería un escenario privilegiado para aprender de otras iniciativas del país y del exterior. (Leer más en: “Nosotros ya tenemos la memoria histórica”)
“Para San Carlos es un gran reconocimiento y una gran oportunidad intercambiar experiencias de memoria con otros sitios del país y del continente”, sostiene Pastora Mira, una de las voceras más representativas de las víctimas sancarlitanas, golpeadas históricamente por diversos grupos armados, tanto ilegales como legales.
A este Encuentro, realizado la semana pasada, asistieron delegados de unos 60 sitios de memoria de Colombia, América Latina y el Caribe, así como el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, pactada en los acuerdos de paz con la extinta guerrilla de las Farc, quien estuvo acompañado por las comisionadas Ángela Salazar y Lucía González, y el comisionado Saúl Franco Agudelo
El evento fue convocado por la Red Colombiana de Lugares de Memoria y la Red de Sitios de Memoria Latinoamericanos y Caribeños (Reslac). Durante tres días, representantes de museos de memoria, archivos históricos y de derechos humanos, memoriales, organizaciones e instituciones de la sociedad civil que trabajan por la dignificación de las víctimas de conflictos armados y dictaduras militares de Argentina, Guatemala, Salvador, Brasil, Chile, Uruguay y Haití, expusieron sus experiencias ante un nutrido público venido también de diversas regiones del departamento y del país.
Sede emblemática
El regocijo de los líderes locales también se debió a un gesto simbólico de gran significado para la comunidad. El encuentro internacional se realizó en uno de los sitios más emblemáticos de San Carlos: el Centro para el Acercamiento y la Reconciliación (Care), edificación que hace parte de uno de los capítulos más oscuro del conflicto armado que afectó a sus pobladores. (Leer más en: Así vivieron el conflicto armado en San Carlos, Antioquia)
Lo que hoy se conoce como “el Care” fue, 15 años atrás, base de operaciones y centro de tortura de los integrantes del Bloque Metro de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu) y luego del Bloque Héroes de Granada de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
Cuentan los sancarlitanos que los paramilitares forzaron el desplazamiento del propietario de la vivienda para luego apoderarse de ella. La casa, que está a sólo una cuadra del parque principal y diagonal a la estación de Policía, se convirtió en un “cuartel general”, donde planeaban sus incursiones armadas, y en un centro de interrogatorios, torturas y asesinatos. Se rumoró en aquellos años que algunas de sus víctimas fueron sepultadas allí.
Una vez iniciadas en noviembre de 2003 las desmovilizaciones colectivas de los distintos bloques que conformaron las Auc, que concluyeron en agosto de 2006, bajo los acuerdos con el gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), un grupo de líderes del pueblo, entre ellos Pastora Mira, decidió recuperar la edificación para devolvérsela a la comunidad. (Leer más en: San Carlos, el pueblo itinerante que reclama sus tierras)
Lo primero que hicieron fue abrir las entrañas de la vivienda para buscar indicios de alguna persona torturada o algún desaparecido. Pese a los intensos rumores de que ahí descuartizaban y enterraban personas, no se encontró ningún rastro al respecto. Luego siguieron con rituales religiosos para exorcizar el lugar y espantar así cualquier vestigio de guerra y muerte. Para completar la reconstrucción del lugar, se convocó a los antiguos victimarios para que, como muestra de arrepentimiento, pintaran y decoraran nuevamente la casa.
“A varios muchachos que estaban en Justicia y Paz les dijimos que si querían hacer un acto de reconciliación con San Carlos y dijeron que sí. Entonces, vinieron y pintaron la casa”, recuerda Pastora. (Leer más en: Un pueblo que pasó de las masacres a los retornos)
Poco a poco, esta antigua casa del terror fue cambiando de fachada hasta convertirse en la sede de una decena de organizaciones comunitarias que se encargan de su mantenimiento y conservación. Allí también funciona un pequeño museo de memoria para que los sancarlitanos recuerden el horror que les tocó vivir por cuenta de la confrontación armada entre guerrillas, paramilitares y Fuerza Pública. “No digo que esta iniciativa de memoria tiene una acogida al 100 por ciento, pero la gente tampoco ha sido indiferente” agrega esta lideresa.
Diversidad de memorias
Teniendo como telón de fondo la importancia simbólica de “el Care”, representantes de la Red Colombiana de Lugares de Memoria expusieron que en el país existen por lo menos 27 lugares y sitios que buscan preservar la memoria histórica del conflicto armado como ejercicio de resistencia, pero también de resiliencia y de lucha contra el olvido y la impunidad. De ellos, sólo tres son de origen gubernamental, los demás son iniciativas comunitarias.
Hay proyectos tan diversos como la Casa de la Memoria del Pacífico Nariñense (Tumaco); el Museo de la Memoria Histórica “Tras las huellas del Placer” (Putumayo); el Centro de Memoria del Meta; el Kiosko de la Memoria (San Juan Nepomuceno, Bolívar); el Museo Comunitario (San Jacinto, Bolívar); la Casa de la Memoria (El Salado, Sucre); y el Museo Casa de la Memoria (Medellín), entre otros.
A San Carlos llegaron voceros de la mayoría de estos procesos, cuya principal característica es la gran diversidad cultural que le imprimen a su labor. Entre ellos estuvieron los responsables de mantener abierto el Salón del Nunca Más, de Granada, Antoquia, una de las primeras experiencias comunitarias en abordar la memoria histórica en Antioquia. “El Salón esta cumpliendo ya 10 años de trabajo, podemos decir que fuimos los pioneros en trabajar procesos de reconciliación en el oriente antioqueño”, dice Jaime Montoya, integrante de esta iniciativa.
Si bien el Salón del Nunca Más atraviesa por momentos económicos difíciles, dado que no cuenta con ningún tipo de apoyo gubernamental (bien desde lo local, lo regional o lo nacional) y depende de los recursos que los propios responsables gestionen, Montoya considera que “los que hemos estado al frente de este proceso no lo vamos a abandonar. Mientras no se nos caiga el ánimo, habrá Salón del Nunca Más abierto”.
Pero a San Carlos también llegaron delegados de otros procesos que vienen desarrollándose en la profundidad de la geografía colombiana y que buscan articularse a esta red. Tal es el caso de la iniciativa “Casa de la memoria viva de los hijos del tabaco, la coca y la yuca dulce”, cuya construcción viene siendo impulsada por un puñado de indígenas Huitotos que viven en La Chorrera, un caserío de la amazonía colombiana.
“Está el proyecto de construir la ‘Casa de la Memoria’. Por ahora nos congregamos en la Casa Arana que queda en La Chorrera. Ese fue un centro de acopio de lo que en su momento fue la Peruvian Amazon Company, una compañía cauchera que causó mucho daño a nuestros mayores”, detalla, Manuel Gerardo Sueche, uno de sus impulsores.
Su cosmovisión huitoto lo lleva a hablar de una memoria más profunda: “una memoria viva, que es memoria desde el territorio. Vivimos en un lugar muy lejano del país y nuestra memoria está muy ligada a las afectaciones que, por supuesto, nos dejó la guerra, perdimos muchos sabios, pero también a las afectaciones que esa guerra le dejó a la Madre Tierra”.
Visión de afuera
En San Carlos también se escucharon experiencias internacionales. Una de ellas fue la Comisión para el Esclarecimiento Histórica (CEH) de Guatemala, pactada en junio de 1994, dos años antes de la firma del acuerdo final de paz, como parte de los acuerdos iniciales con las guerrillas agrupadas en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca.
El propósito primordial de la CEH fue la búsqueda de la reconciliación y la profundización de la democracia a partir de esclarecer la verdad de lo sucedido durante una guerra civil de 34 años, que dejó más de 200 mil víctimas y centenares de pueblos arrasados. Esta comisión inició labores el 31 de julio de 1997 y su trabajo concluyó el 25 de febrero de 1999, cuando se hizo público el documento titulado Guatemala: Memoria del Silencio.
Un año después de pactada la creación de la CEH, la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala inició un proyecto de memoria a través del cual pretendía recoger versiones de las comunidades sobre casos de violaciones de derechos humanos con el fin de aportarle insumos a la CEH.
La iniciativa, conocida como REMI (Recuperación de Memoria Histórica), laboró durante tres años bajo el liderazgo del obispo de la Iglesia Católica Juan Gerardi, y sus hallazgos y conclusiones se condensaron en el informe Guatemala Nunca Más, presentado públicamente por el prelado el 24 de abril de 1998. Dos días después, Gerardi fue brutalmente asesinado en su residencia, hecho en el que estuvieron implicados tres militares y un sacerdote.
Basado en esas experiencias, Julio Solórzano, director del Memorial para la Concordia, una organización de la sociedad civil que busca la dignificación de las víctimas que dejó el conflicto armado en Guatemala, asevera que el trabajo que le espera a los comisionados en Colombia no es tarea fácil: “Escarbar la verdad es dolorosa. Pero será el fin de un ciclo y el comienzo de otro. ¿Mejor? Difícil decirlo, pero lo cierto es que este tipo de iniciativas desatan otro tipo de procesos en la sociedad”.
Solórzano es víctima directa del conflicto que azotó por más de tres décadas este país centroamericano: perdió dos hermanos y tuvo que exiliarse en el extranjero. Y si bien reconoce que fue muy poco lo que se implementó en Guatemala de lo pactado en el “Acuerdo de Paz Firme y Duradera”, firmado en diciembre de 1996, también señala con toda convicción que “el Acuerdo de Paz marca un antes y un después en la sociedad guatemalteca”.
Para este activista de la memoria, las comisiones de la verdad en América Latina son muy distintas, pero, a su juicio, “apoyarse en cada una de esas experiencias será fundamental para la comisión colombiana”; no obstante, agrega, “la experiencia de Colombia tendrá que ser, también, muy colombiana”.
Solórzano también reflexiona sobre los fines de este tipo de comisiones y concluye que el fin último de ellas es el conocimiento de la verdad: “Esos elementos de verdad deben servir para que, más adelante, se conviertan en elementos de juicio. Pero más importante es que el trabajo y sus resultados deben ser lo más públicos posible. No sirve de nada este esfuerzo si los resultados finales se van a guardar en un escritorio con llave”.
Otra de las invitadas internacionales que acudió a la cita en San Carlos fue Viviana Nardoni, directora del Museo de la Memoria de Rosario, Argentina, instancia que nació en 1998 impulsada por organizaciones de la sociedad civil para trabajar en lo que han denominado “transmisión y pedagogía de la memoria” de lo que fue la dictadura militar en ese país del sur del continente.
Nardoni asegura que su visita a esta población del oriente antioqueño respondió a un claro mandato ético: “Vinimos aquí a apoyar la labor de la Comisión de la Verdad de Colombia porque es lo justo. Lo que divide a la sociedad, lo que la polariza, es la falta de justicia, no la falta de verdad. Por eso hay que apoyar todas las iniciativas que apunten a eso, a la búsqueda de la verdad”.
“Cuenten con nuestro apoyo”
Además de intercambiar experiencias de trabajo sobre la participación de organizaciones, familiares y víctimas de conflictos armados y represiones de dictaduras militares en anteriores comisiones de la verdad en América Latina, así como lo que han sido los procesos de reconstrucción de memoria histórica de los pueblos afros e indígenas, así como comunidades campesinas y urbanas en el país, los asistentes aprovecharon la oportunidad para ratificar su apoyo al proceso de paz colombiano y a la labor que ha emprendido la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición por los próximos tres años.
“Queremos manifestar nuestro apoyo decidido al papel de la Comisión y que cuenta con nuestro respaldo y nuestra experiencia”, expresaron voceros de la Red Colombiana de Lugares de Memoria: “Colombia vive un momento histórico y hoy más que nunca se hace necesario articular esfuerzos para realizar acciones conjuntas de defensa del territorio, los derechos humanos y la memoria histórica”.
Durante el acto de reconocimiento y apoyo a la Comisión de la Verdad de Colombia, las distintas iniciativas, nacionales e internacionales, le pidieron al padre De Roux y a los comisionados que lo acompañaron a San Carlos, que reconozcan los sitios y lugares de memoria de Colombia, Latinoamérica y el Caribe como un importante aliado a su labor.
Además, que se aprovechen las fortalezas y capacidades que estos sitios han desarrollado no solo en materia de acompañamiento a víctimas del conflicto armado sino también en la construcción de pedagogías propias de reconstrucción de memoria histórica con pertinencia cultural en los territorios y que pueda utilizar los museos, casas, casetas, capillas y demás instalaciones físicas dedicadas a la memoria histórica como posibles sedes de audiencias de la Comisión.