“Cuco Vanoy”, el ‘señor’ del Bajo Cauca

      
SEMANA estuvo en la región de Antioquia donde el paramilitar ‘Cuco’ Vanoy es amo y señor. Allí lo comparan con Pablo Escobar: tan criminal como benefactor.

Tarazá es un municipio caluroso y húmedo al norte de Antioquia, en el que a pocos les importa quién es el alcalde de turno, pero en el que todos saben acerca de Ramiro ‘Cuco’ Vanoy, ex jefe del bloque Mineros. Se refieren a él, para bien y para mal, como el ‘señor’. En las cantinas, en la plaza central del pueblo, en las salas de Internet, en el asilo, en las veredas y en las fincas es común escuchar: “El señor me dio la operación de mi hija”, “el señor nos regaló este parque infantil”, “saludes al señor” o “los hombres del señor me mataron a mis hijos”. Es tal el protagonismo de Vanoy en la zona, que para el día de la versión libre en el edificio de la Fiscalía en Medellín, amigos y víctimas viajaron en buses durante seis horas para hacer presencia. Algunos con camisetas y pancartas de apoyo y otros con lágrimas y llantos de rabia.

Pero, como ha sido costumbre en los testimonios de los jefes paras que hasta el momento se han escuchado, son más las voces de apoyo en las afueras del edificio que las de las víctimas en el sexto piso. La presión ha sido notoria y el bloque Mineros no ha sido diferente.

Su historia, de más de una década, es la de un hombre que ha estado con una mano en el narcotráfico y con la otra en las armas. A diferencia de muchos capos y grandes lugartenientes de la mafia, Rodrigo Vanoy Murillo ha sabido manejar su poderío. Es un hombre poco expresivo, mesurado en sus ademanes y modesto para vestir. Odia firmar papeles y a la hora de responder preguntas prefiere medir y ser cauto con cada una de sus palabras. Su origen es netamente campesino -Yacopí, Cundinamarca- y eso le ha permitido pasar casi inadvertido ante la opinión pública. ‘Cuco’ Vanoy, con 59 años, es el reverso de ‘Ernesto Báez’ o Salvatore Mancuso.

Y tal vez, esas mismas características de su personalidad son las que le han permitido tener una imagen tan cercana al pueblo. Aunque los hombres del bloque Mineros se desplegaron por varios municipios del norte y el este de Antioquia, fue en Tarazá donde crearon su gran fortín de armas y de drogas. No fue una ubicación fortuita. Este municipio está sobre la troncal que conduce a la Costa. Por ella, se sale directo al golfo de Morrosquillo, donde el narcotráfico tiene varios puertos naturales. El Bajo Cauca limita con Córdoba. Es un corredor estratégico de la guerrilla y los paras por su cercanía con el Nudo de Paramillo y por su conexión directa con el Urabá antioqueño. ‘Cuco’ y sus hombres se pelearon a muerte la hegemonía de la región. Tanto es así, que en dos incursiones que hizo en el municipio de Ituango en 2001 perdió 99 hombres en combates con las Farc.

Pero para crear este imperio en Tarazá, ‘Cuco’ entendió que tenía que ganarse a los 42.000 habitantes del municipio. “Ha habido sólo dos narcos en Colombia que le han ayudado al pueblo: Pablo y ‘Cuco’, dice Andrés Ávila, un campesino del municipio de Cáceres, Antioquia. Y él sabe muy bien a qué ayuda se refiere. Vanoy construyó parques infantiles, dos clínicas con sofisticados equipos (San Martín y Nueva Luz en Tarazá), comedores comunitarios, pavimentó vías, regaló mercados, ventiladores, sillas, hojas de zinc para los techos, novillos para las fiestas de Navidad, remodeló el asilo, hizo donaciones a Iglesias católicas, cristianas y evangélicas, creó el programa Tarazá Sin Hambre, del que se benefician 100 familias, y mandó a operar a un hermafrodita del pueblo y a 270 mujeres les regaló la cirugía de ligadura de trompas. El populismo ha sido su más eficaz estrategia de conquista.

A comienzos del año pasado, por ejemplo, cuando lo trasladaron al centro de reclusión en La Ceja, Antioquia, 2.000 personas de los barrios de Tarazá lo llevaron hasta el comando de Policía. Muchos hombres y mujeres lloraron porque “el señor” se les iba del pueblo. Dentro del tumulto estaban los alcaldes de Tarazá, Caucasia, Valdivia y Cáceres, así como concejales del Bajo Cauca antioqueño y la ex parlamentaria Rocío Arias.

Ha sido una estrategia con el pueblo sin improvisaciones y que continúa exitosa a pesar de estar hoy recluido en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí. El ex jefe paramilitar sigue atento a todas sus obras. En la pasada Navidad les dio 15.000 regalos a los niños más pobres y los programas de Tarazá sin Hambre y el asilo Casa Diana están marchando. Además de eso, tras la desmovilización en enero del año pasado, creó la Fundación Senderos, que hoy maneja siete proyectos productivos para sus ex combatientes. La economía de este municipio antioqueño sobrevive gracias al ex jefe paramilitar.

Pero todo ese desplegar económico resulta una paradoja para sus víctimas. Se convierte en una mordaza. Por un lado, ellas sienten la necesidad de hablar sobre su dolor y preguntar qué es lo que ha sido de sus familiares muertos y desaparecidos y, por el otro lado, tienen que callar porque económicamente dependen de él. “Quién va a hablar de las cosas malas, si él se mantiene dando plata”, dice Juan Méndez, un habitante de Tarazá. De hecho, SEMANA conoció el caso de la madre de un paramilitar, desaparecido por la gente de Vanoy, a quien éste le ofreció cinco millones de pesos como “reparación”, y para que no hablara con la Fiscalía.

Es difícil encontrar una persona que hable sin temor acerca de los horrores que hicieron los hombres del boque Mineros mientras operaban en esta región. Horrores que no fueron pocos. Hasta el momento, más de 1.200 víctimas se han inscrito para reclamar por lo que les hicieron. Muchos de ellos vivieron los vejámenes de Ituango cuando entre 1997 y 2001 los paras quemaron casas, violaron a las mujeres y torturaron a campesinos de sus veredas. Todo esto con la excusa de apropiarse de grandes extensiones de tierras con coca y amapola que tenía la guerrilla.

Ha sido esa misma ambición la que llevó a Ramiro ‘Cuco’ Vanoy no sólo ha extenderse por zonas que tradicionalmente pertenecían a otros bloques como el Central Bolívar de Carlos Mario Jiménez, alias ‘Macaco’ y el bloque Norte de Mancuso, sino a ser considerado por Washington desde finales de los 80 uno de los mayores narcos de Colombia. Incluso, él fue incluido en la lista de extraditables durante la operación ‘Milenio’, en la que fue capturado Fabio Ochoa, en 1999.

Pero ¿cómo un campesino de Yacopí logró convertirse es un de los hombres más respetados del estado mayor de las AUC? Deberá responder esa pregunta en los próximos días en su versión libre ante la fiscal de Justicia y Paz. Y no será una respuesta corta. Contará su vida como esmeraldero en la zona de Muzo (Boyacá), de su trabajo en los 80 al lado del capo Pablo Escobar y de cómo se convirtió luego en su enemigo a muerte junto a los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar). Dirá cómo logró pasar de 70 hombres en los años 80 a sostener todo un ejército de 2.800, de su influencia política en el Bajo Cauca, de sus haciendas, su ganado y demás propiedades, de los asesinatos selectivos a dirigentes de izquierda y el reguero de sangre por los municipios del norte antioqueño. Se espera que el testimonio del ‘señor’ de Tarazá sea una elocuente radiografía de ese estrecho y fatídico matrimonio que se ha dado en Colombia entre capos de la mafia y las autodefensas.

Fecha: Mayo 7, 2007-1305

Publicado en SEMANA