Mancuso, el “para” que sabe demasiado (El Nuevo Herald)

      
El Nuevo Herald hace un recuento de las confesiones y de la historia de uno de los jefe paramilitares más poderosos de las Auc después de los hermanos Castaño.

Por Gerardo Reyes, especial para Verdad Abierta

Salvatore Mancuso fue extraditado a los Estados Unidos en mayo de 2008. Foto: Semana.

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Salvatore Mancuso, el ex jefe del paramilitarismo en Colombia, ha confesado a la justicia de su país haber ordenado la muerte de 500 personas.

Muertes que en su momento justificó con la tesis de que su organización estaba en guerra contra los movimientos armados de izquierda que azotaban al país y la orden era asesinar a a quien se sospechara que colaboraba con ellos.

Con un simple guiño suyo fueron ejecutados decenas de civiles inocentes, líderes sindicales, activistas de derechos humanos, e investigadores de la justicia.

Hoy Mancuso está preso en una cárcel federal de Washington por cargos de narcotráfico, dispuesto a correr el velo de la historia siniestra de su organización ante fiscales colombianos que lo visitan regularmente.

A cambio de una posible reducción de su pena en Estados Unidos por colaboración con la justicia colombiana, Mancuso ha empezado a revelar los grados de complicidad de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) con cada uno de los políticos, oficiales de las fuerzas armadas y empresarios nacionales y extranjeros que apoyaron el ambicioso proyecto de la organización.

A través de Joaquín Pérez, su abogado en Estados Unidos, ha ofrecido al gobierno americano información de los supuestos vínculos de las Auc con multinacionales que pagaban por su seguridad, según un documento conocido por El Nuevo Herald.

Confesión y Extradición
Rabioso con el gobierno colombiano, el ex líder paramilitar denunció la semana pasada que con él, el gobierno del presidente Alvaro Uribe “extraditó la verdad”.

En una entrevista con la revista Cambio, Mancuso aseguró que su confesión ante fiscales de Colombia que lo interrogaban en Bogotá en medio de un acuerdo de cooperación con el gobierno (Ley de Justicia y Paz), fue interrumpida abruptamente por la orden de extradición de Uribe.

“La verdad importante la tenemos los comandantes” afirmó Mancuso, “con nuestro envío a Estados Unidos extraditaron la verdad”.

“¿Qué verdades de las que ha dicho han quedado sin efecto?”, preguntó Cambo.

“La convivencia de militares activos y en retiro, y de políticos importantes que hoy son candidatos presidenciales con las Autodefensas”, respondió.

En mayo del año pasado, Mancuso y otros 14 líderes de las Auc fueron extraditados a Estados Unidos para afrontar cargos por narcotráfico.

El presidente Uribe explicó que los paramilitares continuaban en actividades ilegales

Sin embargo, esta semana, el fiscal general de la nación, Mario Iguarán, declaró que ‘‘no ha encontrado elementos que soporten la extradición de los desmovilizados de las Auc”.

Con mapas en mano, Mancuso había señalado cementerios clandestinos donde enterraron a víctimas de masacres, entregó algunos nombres de militares que colaboraron en sus operaciones y citó a los caciques políticos regionales que fueron financiados por los fondos millonarios del paramilitarismo.

Pero cuando sus señalamientos empezaron a comprometer a políticosy funcionarios a nivel nacional, una ola de amenazas contra su familia lo desanimó no sólo a él sino a los demás líderes de las AUC para continuar con las acusaciones, dijo.

“Esa verdad preocupó a empresarios y dirigentes políticos y del sector gremial. Alguna presión hubo para que nos extraditaran a todos”, señaló Mancuso.

Las acciones de amenazas, la intimidación contra las familias de los paramilitares así como contra sus ex colaboradores que tienen información comprometedora en Colombia, continúa, según le comentó a El Nuevo Herald Iván Cepeda Castro, vocero del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado quien escuchó la denuncia del propio Mancuso durante una reunión que sostuvo con éste el mes pasado junto con senadores de Colombia.

Cepeda comentó que Mancuso contó “grandes verdades” todas ellas “impactantes” por los personajes que se beneficiaron de las Auc.

Para el gobierno de Colombia, la actitud de Mancuso en Estados Unidos no es más que una revancha por haber sido extraditado a un país donde podría pasar el resto de su vida en una cárcel.

“Es el caso de Mancuso, mendaz de profesión, quien imparte absoluciones y condenas desde su prisión gringa, de acuerdo con los gustos o necesidades del contertulio de turno, sea el fiscal, activista u oenegero [de una organización no gubernamental], o del interés político del director del medio de comunicación que lo entreviste”, escribió José Obdulio Gaviria, principal asesor de Uribe, en el periódico El Tiempo, de Bogotá.

Generación perdida
¿Qué acontecimientos moldearon la personalidad y las acciones de un hombre que hoy podría estar acostado en una hamaca en una de sus grandes haciendas en el departamento de Córdoba, jugando con sus dos hijos?

En la vida de Mancuso confluyen muchas de los fuerzas que marcaron el surgimiento en Colombia de una generación de jóvenes provincianos, hijos de familias de clase media que convirtieron en sus proyectos de vida el combate armado y luego ideológico contra la guerrilla.

En extensas regiones del país abandonadas por el gobierno y donde las fuerzas militares no se atrevían a ingresar, vieron cómo sus padres perdían tierras y ganado o eran secuestrados por la guerrilla y ejecutados cuando sus familiares no pagaban el rescate.

Esa misión, que comenzó como un aventura de envalentonados vigilantes rurales que recuperaban cabezas de ganado robado, se transformó, a la vuelta de 10 años, en una máquina de muerte y destrucción, financiada por el narcotráfico y con todas las posibilidades de catapultar al poder una clase política afín a su agenda de ultraderecha.

Al final, los paramilitares terminaron haciendo lo mismo que combatían: robando tierras a campesinos e indígenas, extorsionando y matando sin ninguna fórmula de juicio. El símbolo del escarmiento de las AUC fue la motosierra, aparato que algunos de sus miembros utilizaban para descuartizar vivos, delante de los habitantes del pueblo, a quienes consideraban informantes de la guerrilla.

La simple sospecha era suficiente para ordenar la ejecución y, si se presentaba una equivocación, los comandantes de las AUC mandaban a matar a quien pasó la información errada.

Mancuso afronta una condena de 40 años en Colombia por haber sido el jefe de un grupo de paramilitares que dio muerte a tiros a una niña de 18 meses delante de su padre, un líder sindical de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), a quien las Auc habían declarado objetivo militar. No participó en la acción, según el juez especializado que dictó la condena.

Litigó por libros
El ex líder paramilitar es el segundo de seis hijos de Salvatore Mancuso D’Angiolella, un técnico en reparación de plantas eléctricas nacido en Pontecagnano, provincia de Salerno, al sur de Italia, que llegó a Colombia en barco en septiembre de 1956, según relató la biógrafa del ex líder paramilitar, Glenda Martínez.

Salvador, como se registro el inmigrante italiano en los libros de ingreso al puerto de Cartagena, llevaba un contrato para trabajar en el taller de los hijos de Domingo D’Ambrosio, un paisano suyo en Montería, que entonces era un pueblo inhóspito al norte de Colombia, rodeado de las tierras más fértiles del país.

Al producirse la ampliación de las redes eléctricas a principio de la década de 1960, el inmigrante italiano montó su propio taller de reparación de electrodomésticos y, una vez estable económicamente, se casó con la colombiana Gladys Gómez, ex candidata al reinado nacional de la Ganadería, agregó Martínez.

Con ella tuvo a Gian Carlo, Salvatore, César, Rosana, Roberto y Antonio Fabriccio, éste último fallecido en un accidente. Salvatore nació el 17 de agosto de 1964.

Según Martínez, el padre corregía a sus hijos a punta de correazos hasta que Salvatore, que tenía 10 años, se armó de valor y un día lo convenció de que cambiara el castigo por la lectura obligada de libros.

Mancuso creció en un ambiente de pueblo semirrural en el que disfrutaba los fines de semana del tiro al blanco en un club local y de la cacería en las ciénagas cercanas. De adolescente ganó el campeonato nacional de motocross.

Egresado del Colegio Juan XXII, Mancuso fue enviado por su padre a estudiar inglés a Pittsburgh durante un año. Explica Martínez que en agosto de 1981, con sólo 18 años, se casó a escondidas con Marta Dereix, una muchacha descendiente de inmigrantes franceses que se dedicaron a aserrar la selva y comercializar las tierras colonizadas y las maderas. Había sido su novia desde los nueve años.

El ‘niño bien’ de las Auc
Su entronque con una de las familias más respetadas de Montería sería uno de los factores determinantes de su influencia en el cerrado círculo social de la pequeña ciudad, a la hora de recibir apoyo financiero de los dueños de las grandes extensiones de tierras dedicadas a la ganadería y la agricultura.

Con los años Mancuso sería considerado como el “niño bien” de las AUC.

“Con su ingreso a las Autodefensas en la Costa Atlántica se ganó estatus social”, comentó alguna vez el jefe y fundador del paramilitarismo en Colombia, Carlos Castaño. ‘‘Ya nos favorecía la clase media de la región, pero tener un chacho [un destacado] como Mancuso, [significó que] se acercó la gente que faltaba”.

Mancuso estudió durante unos siete semestres ingeniería civil en la Universidad Javeriana de Bogotá y se graduó como administrador agropecuario en una fundación de educación superior (Esatec) de la misma capital colombiana, según lo ha dicho en otras entrevistas.

A su regreso a Montería, apremiado por los deseos de dedicarse a las fincas que heredó su esposa, Mancuso se encontró con una región aterrorizada por la guerrilla. La zona estaba dominada por el promaoísta Ejército Popular de Liberación (Epl), que una vez derrotado fue reemplazado por varios frentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

“En aquella época [principios de la década de los años 90] la guerrilla visitaba la finca, y si uno no se dejaba extorsionar, lo secuestraban durante tres días mientras la familia mandaba el dinero”, le dijo Mancuso al periodista Mauricio Aranguren.

Los secuestros del médico de la ciudad, Oscar Haddad, por las Farc, y del hacendado César Navarro, de 74 años, a manos del Epl, cambiaron radicalmente su actitud, hasta entonces pasiva.

Una primera confrontación con guerrilleros que se presentaron en su finca en 1992 se convirtió en una leyenda en la región.

Mancuso recuerda que los guerrilleros le pidieron que los acompañara para hablar con un comandante en el monte.

“Salido de mis casillas, desenfundé una escopeta recortada y les dije mientras les apuntaba con el arma: ‘Si ustedes me quieren llevar me tienen que cargar muerto, pero para llevarse mi cadáver primero yo disparo esta escopeta y los borro’ ”, explicó Mancuso a Aranguren.

Los guerrilleros, agregó Mancuso, se marcharon “aterrados”.

“La imagen fija de los guerrilleros paralizados les desnudó su miedo”, escribió Martínez. Una imagen tan certera que se convirtió después en un lema para animar a sus tropas: “El enemigo también siente miedo”.

Su propio ejército
La anécdota pasó de boca en boca y Mancuso asumió entonces su papel de defensor armado de los hacendados de la zona norte del río Sinú, que estaban dispuestos a financiar un ejército privado de vigilancia.

Se ganó la confianza de las guarniciones militares de la zona, en las cuales entraba y salía a pie y en helicóptero, y así tuvo acceso a la información de los mejores soldados para sacarlos del ejército con el incentivo de un sueldo más alto, según lo declaró a la justicia de Colombia uno de sus primeros hombres, Edwin Manuel Tirado, alias El Chuzo.

De acuerdo con Tirado, el propio Mancuso se encargaba de esperar a los soldados a la salida de los destacamentos para convencerlos de que se enrolaran en las nacientes Autodefensas de Córdoba.

Así creó su primer ejército que emboscó varias veces a escuadrones del Epl y de las Farc, y en el que se forjó la personalidad criminal de asesinos implacables como alias Memín, experto en degollar a sus víctimas.

Al otro lado del río Sinú, los hermanos Fidel, Vicente y Carlos Castaño habían avanzado bastante en la guerra contra la insurgencia al mando de un grupo que, por sus temibles acciones, fue bautizado por los campesinos de la región como Los Mochacabezas. Otro grupo era conocido como Los Tangueros.

Un día de 1994, Mancuso conoció a Vicente y a partir de entonces se generó la alianza que daría origen a las Auc y a un período en la historia de Colombia del que no se conoce toda la verdad.

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