Madres de la Candelaria: doce años contra el olvido

      
En una expresión de resistencia se ha convertido este movimiento de víctimas, que surgió en 1999 en respuesta al silencio impuesto durante años de violencia de narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares.

Uno de los propósitos de estas organizaciones es luchar contra el olvido y la impunidad.

Doce años hace ya que en Medellín dos colectivos de mujeres reunidas en la Asociación Caminos de Esperanza-Madres de La Candelaria y la Corporación Madres de La Candelaria-Línea Fundadora, luchan por evitar que sus familitares desaparecidos, secuestrados y asesinados sean olvidados y sus casos queden en la impunidad.

Inspiradas en el movimiento de las Madres de Plaza de Mayo, de Argentina, un puñado de mujeres afectadas por el conflicto armado, muchas de ellas desplazadas de pueblos y veredas de diversas regiones de Antioquia, decidieron en marzo de 1999, ocupar una vez a la semana el atrio de la catedral Nuestra Señora de la Candelaria, en el centro de la capital antioqueña, para mostrarle a la ciudadanía su tragedia.

No ha sido un camino fácil. Amenazas, desprecios, humillaciones, estigmatizaciones, intolerancia y divisiones internas han marcado su historia a través de estos años de trabajo incansable por mantener en la memoria de la ciudad y del país los nombres y las imágenes de aquellos que por razones del conflicto han sido desaparecidos de manera forzada, secuestrados y asesinados por grupos guerrilleros, paramilitares y agentes del Estado.

Desde hace doce años, cada miércoles a las doce del día estas mujeres exponen las fotos de sus seres queridos afectados por laacción armada de grupos armados ilegales y legales. En los primeros años eran conocidas como las “Madres de la Candelaria”, no estaban organizadas jurídicamente y representaban una expresión espontánea que pretendía ganar espacios de visibilización social a través de una protesta caracterizada por la presencia de mujeres, madres, esposas, hermanas e hijas, afectadas por la ausencia forzada de sus parientes.

Teresita Gaviria, quien preside la Asociación Caminos de Esperanza-Madres de La Candelaria, recuerda que el inicio de este movimiento fue una necesidad sentida de las mujeres afectadas por el conflicto armado: “Aquí nadie protestaba. Durante la década de los ochenta, con el narcotráfico, se perdieron muchos jóvenes y quién reclamaba, nadie; luego vino la guerrilla a apoderarse de los barrios periféricos de Medellín, quién hablaba, nadie”.

Gaviria evoca las marchas contra el secuestro como una de las primeras manifestaciones contra ese flagelo en las que participó, pero el asesinato de su padre en Necoclí, la pérdida de parientes en algunas masacres y la desaparición de su hijo el 5 de enero de 1998 la llevaron a decir ¡no más!

“No podíamos seguir callando, era necesario empezar a hablar y comencé a buscar a las mujeres que tenían hijos desaparecidos, que no se atrevían a mostrarlos, y empezamos a hacer reuniones. Luego surgió la necesidad de ubicarnos en un punto estratégico para gritar que los queríamos de regreso y vivos”, narra Gaviria.

Amparo Sánchez, representante de la Corporación Madres de La Candelaria-Línea Fundadora, recuerda que la inspiración de buscar un espacio público vino de las Madres de desaparecidos de Argentina, un movimiento que surgió durante la dictadura en la década de los setenta, para reclamar por sus padres, hijos, hermanos secuestrados por los militares.

“Igual hicimos nosotras”, dice Amparo, quien llegó a las “Madres de la Candelaria” a través del reclamo por el secuestro de miembros de la Fuerza Pública por las guerrillas de las Farc y el Eln. “Salimos a solicitarles a los actores al margen de la ley y al Estado que nuestros soldados y policías no fueran asesinados en la selva. Luego se vincularon gran cantidad de familias en situación de desaparición forzada, desplazamiento y asesinato, y fue creciendo el movimiento”.

Inicialmente intentaron ubicarse en las escalinatas de la estación Parque Berrío del Metro, pero el gerente de la empresa Metro de esa época les impidió hacerse en el lugar. Fue entonces monseñor Armando Santamaría, uno de los párrocos de la catedral Nuestra Señora de la Candelaria, quien les permitió ubicarse en el atrio de la iglesia. Además, recibieron el apoyo de la Fundación País Libre, Asfamipaz y de la Red Nacional de Iniciativas por la Paz y contra la Guerra (Redepaz).

La presencia de las “Madres de la Candelaria” fue tomando fuerza y su resistencia a olvidar a sus seres queridos se convirtió en un ejemplo para el país. Era un movimiento de mujeres que no quería callarse ante la impunidad y cada miércoles reclamaban por el regreso de sus familiares, ¡vivos y en paz!

Pero no todo era armonía. En el año 2003, el movimiento se fraccionó y se crearon jurídicamente la Asociación Caminos de Esperanza-Madres de La Candelaria y la Corporación Madres de La Candelaria-Línea Fundadora. ¿Qué las dividió?

Amparo Sánchez le atribuye la división a Redepaz: “Esa organización es la que crea la Asociación Caminos de Esperanza-Madres de La Candelaria”, dice. En respuesta, algunas mujeres crearon la Corporación, “con el fin de mantener nuestras actividades de incidencia pública y política”.

Teresita Gaviria explica que el sector que ella representa “tenía claro que no podía pelear con el Gobierno Nacional y que necesitaba un lenguaje moderado; además, vi que había una señora con ganas de ser líder y dijo que quería sacar su personería jurídica, dejéque lo hicieran, pero yo también saqué la personería jurídica para nosotras”.

Uno de los aspectos que más ahondó las diferencias entre ambas organizaciones fue el Premio Nacional de Paz que recibió la Asociación Caminos de Esperanza-Madres de La Candelaria en el año 2006, un reconocimiento que desconoció el trabajo que adelantaba en ese mismo sentido la Corporación Madres de La Candelaria-Línea Fundadora.

No obstante las discrepancias, cada una puede exponer hoy una serie de logros que han beneficiado a las familias que se agrupan en las dos organizaciones.

“Lo más importante es haber podido reivindicar la memoria de nuestros seres queridos”, destaca Amparo Sánchez. Lo que implicó, según ella, lograr que los exparamilitares postulados a la Ley de Justicia y Paz reconocieran que las víctimas de familiares agrupados en la Corporación Madres de La Candelaria-Línea Fundadora “no eran lo peor, sino trabajadores, estudiantes, amas de casa, que fueron afectados por la guerra”.

Sánchez resalta lo que han hecho con relación a las mujeres víctimas de la trata de personas, una línea de trabajo que tiene su organización. “Hemos logrado rescatar con vida a varias de ellas, que habían sido denunciadas como desaparecidas”.

En relación con los resultados de la aplicación de la Ley de Justicia y Paz, a través de la cual se juzga a los paramilitares de las Auc, las cifras son significativas: de las 1.800 familias que están asociadas a la Corporación, 150 de ellas han recibido los restos de sus seres queridos. “Estas familias ya tienen un espacio donde ir a rezar por ellos. Eso es positivo, aunque doloroso”.

Por su parte Teresita Gaviria se emociona al señalar que uno de los logros fundamentales de la Asociación es haber sacado del analfabetismo a muchas de las mujeres que integran su asociación. “Hoy tenemos 32 mujeres que el año pasado terminaron su escuela primaria y ya están empezando su bachillerato; otras, a través de la Alcaldía de Medellín lograron hacer carreras técnicas”.

En cuanto a los efectos de la Ley de Justicia y Paz, la Asociación, que cuenta con 696 integrantes provenientes de todo el departamento,  tan sólo 15 familias han recuperado sus seres queridos. A pesar de ser pocos, no deja de ser significativo para la Asociación. Son 15 hogares que se les acabó la incertidumbre”, dice esta activista.

Con respecto a las dificultades, Gaviria expresa su desazón sobre la falta de alternativas laborales que tienen por lo menos 20 de las asociadas, “viudas que necesitan trabajar para poder sostener sus hijos”, dice, y agrega que otro de los apuros es la carencia de una vivienda digna de algunas familias de la Asociación que tienen la condición de desplazadas. “No hemos podido que el Estado les dé una vivienda digna”.

Pero el obstáculo que más afecta su trabajo son las amenazas en contra de esta mujer, que se han recrudecido este año. “Son amenazas enfermizas”, afirma Gaviria y lanza una queja: “es muy lamentable que la Fiscalía no se haya puesto en el trabajo de investigar quién nos está amenazando a nosotras, que lo hemos perdido todo por culpa del conflicto armado colombiano”.

A su vez, Amparo se lamenta del poco respaldo que los gobiernos local y departamental han expresado con respecto a la búsqueda de los seres queridos de las mujeres que hacen parte de su corporación. “Además, no tenemos apoyo de agencias de cooperación internacional, lo que afecta el plantón que realizamos los miércoles, porque muchas de las mujeres a veces no tienen recursos económicos para llegar al centro de la ciudad para manifestarse”.

Pese a las dificultades y amparadas en los logros, ambas organizaciones tienen trazados varios retos. Teresita Gaviria espera continuar con su labor y espera que se haga realidad el sueño de 10 mujeres de la Asociación que hoy viven en alto riesgo: “son desplazadas y están aguando hambre. Ojalá pudieran recibir una vivienda digna”.

Amparo, por su parte, recuerda el lema que las motiva a seguir: “insistir, persistir y no desistir en la búsqueda de nuestros seres queridos y reivindicar su nombre”. En su plan de trabajo para este año está el propósito de hacer lobby internacional para que la escombrera, un botadero de desechos de construcción donde se cree hay enterrados decenas de víctimas de la comuna 13 asesinadas por grupos paramilitares sea explorado y se impida que sea declarado campo santo.

Así con sueños y propósitos llegan a sus doce años de vida estas dos organizaciones de víctimas. Si bien la mayor parte del camino lo han recorrido de manera dividida, se advierte en ambas un propósito fundamental: dignificar a las familias víctimas que ha dejado la guerra en este país a lo largo de las últimas décadas.