Una comunidad indígena kuna o tule resiste hoy, aislada, acechada por bandas criminales y guerrillas, en el Tapón del Darién, a donde los forzó a vivir la enfermedad y las guerras. Ahora le piden a la Unidad de Restitución que consiga que un juez les restituya los derechos sobre su territorio.
En pleno siglo XXI, y mientras Panamá ensancha su canal y levanta mega-autopistas sobre el mar, ahí pegado a la frontera, en las selvas profundas del Tapón del Darién, sobreviven hoy unas cuatro centenas de indígenas integrantes de los pueblos kuna o tule en la pobreza, sin poder vender sus productos y hostigados constantemente por las guerrillas y las bandas criminales que trafican droga.
Las enfermedades, la colonización, los empresarios interesados en explotar madera, banano y palma africana, y los grupos armados que buscaban esconderse en la espesa selva y traficar con drogas ilícitas hacia Centroamérica fueron los que los empujaron a ese rincón del país, y les arrebataron casi todas las 10 mil hectáreas que les había reconocido el gobierno del presidente Alfonso López Pumarejo en 1936. Ahora les queda una quinta parte de ese territorio, y una mínima parte de lo que había sido en tiempos ancestrales sus dominios que llegaban hasta el río Atrato.
En Colombia sólo quedan dos comunidades de esta etnia: la de Caimán Nuevo, entre los municipios de Turbo y Necoclí a lo largo del río Caimán, y la de Makilakuntiwala, a lo largo del río Arquía en el municipio de Unguía. La mayoría de los kunas vive en Panamá en la región de San Blas, separados de sus hermanos, la etnia que queda en Colombia, por un camino de herradura. Sus lazos se debilitaron cuando en 2003, luego de cometer una masacre, los paramilitares les prohibieron a los indígenas pasar por esta trocha.
Hoy la comunidad asentada en el río Arquía, en Unguía, solicitó ante la Dirección de Asuntos Étnicos de la Unidad de Restitución de Tierras comenzar un proceso para que un juez les reconozca sus derechos territoriales. Quieren vivir tranquilos, cazar, transitar por los caminos y tener garantías para mejorar sus condiciones.
Pero también buscan recuperar sus costumbres, pues como lo narra el estudio En Estado de Sitio: Los Kunas en Urabá, del antropólogo Mauricio Alí*, ya los tule, en alerta constante, ya no pueden darse una año para tejer las hamacas, ni encontrarse en fiestas con pares de otros pueblos, pues el miedo no los deja salir. Y los jóvenes incluso tienen problemas para encontrar pareja.
Están cercados por guerrillas y la banda criminal de Los Urabeños. Una gran parte de su territorio, quizás el 40 por ciento, está minado. Y la inseguridad ha impedido que el Programa Presidencial para la Acción Integral contra las Minas Antipersonal comience allí un proceso de desminado humanitario. Según datos de esta institución, entre 2003 y 2012 sietepersonas han sido víctimas de minas.
El Monitor de la Sala de Situación Humanitaria de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (Ocha) ha documentado entre 2009 y 2012 varios desplazamientos internos en Unguía así como asesinatos y combates. Para protegerse, los indígenas que solo tienen machetes para cortar la maleza y arrancar raíces de la tierra han recolectado bambú. Cuando sienten que un actor armado acecha, ellos lo arrojan al fuego y este chasquea como cuando salen disparos de un arma. Esta simulación la hacen para espantar a los armados porque quieren mantenerlos lejos mientras ellos resisten en sus negas (casas).
Fuentes de la Dirección de Asuntos Étnicos de la Unidad dijeron que presentarán el caso del resguardo Makilakuntiwala ante un Juez Especializado de Restitución en las próximas semanas. El gobierno media de forma paralela en un conflicto entre los indígenas y la comunidad afrodescendiente del Consejo Comunitario de Unguía con el fin de hacer el proceso más fluido y sin obstáculos.
La misma institución documenta el caso de otro pueblo tule, el resguardo de Cuti, que solicita reconocimiento de sus derechos territoriales, es decir protección sobre su comunidad, asentada en 244 hectáreas. Y, por último la Unidad también está preparando el caso de los pueblos Embera-Dobida de los resguardos Eyákera y Tanela, que piden protección en total sobre casi 6 mil hectáreas. Todas las comunidades están en Unguía y esperan que el gobierno presente sus casos ante un juez especializado de tierras.
La Dirección de Asuntos Étnicos explica que aunque a los tules o kunas tienen reconocido su territorio con un decreto presidencial, los derechos territoriales no se agotan con que la comunidad tenga la tierra en el papel. “Los derechos territoriales implican el uso de sus bienes y recursos, la ocupación, el ejercicio de la autonomía, del derecho y gobierno propios así como el acceso a sitios sagrados”, indica un funcionario.
Los efectos de la guerra pero sobre todo la permanencia de actores armados ilegales, han hecho que los kunas no puedan transitar por sus caminos y cazar. “Ni siguiera tienen posesión material de todo el territorio porquese presume que hay minas antipersonal”, agrega el funcionario. La comunidad busca además que el gobierno les reconozca la llamada trocha de Arquía, el camino que une a su resguardo con la comunidad de Paya, en Panamá.
Aunque los kunas son conscientes que los colonos explotan el 80 por ciento de su territorio ancestral no los ven como opositores en el proceso de restitución, pues consideran que ha sido el Estado el que no ha actuado a tiempo. Los indígenas les han dicho a los investigadores que documentan su caso que quienes más afectan sus derechos son los actores armados así como los empresarios que están interesados en desarrollar obras de infraestructura, como la interconexión eléctrica y una carretera para conectar a Colombia y Panamá por el Darién.
Anmar tule (nosotros los kunas)
El estudio del antropólogo Alí documentó que los Tule eran conocidos antiguamente como “indios bravos” porque sacaron corriendo a las primeras colonias españolas, entre ellas, la de Santa María la Antigua del Darién, que no aguantó en el territorio 25 años. En la actualidad, los Tules se consideran personas pacíficas que tratan de sobrevivir con la venta de las molas¸ los tejidos tradicionales elaborados por las mujeres que comercializan en el pueblo.
Además de la llegada de los españoles, los Tules vieron cómo su territorio fue apetecido por piratas, contrabandistas y bandoleros. Luego el gobierno impulsó un proceso de colonización con la entrada de empresas extranjeras como la Casa Emery, de Estados Unidos, que, en 1906, comenzó a explotar la madera de la tagua; el Consorcio Albingia de Hamburgo, de Alemania, que entre 1904 y 1914 cultivó 5 mil hectáreas de banano; el Ingenio Sautatá, que construyó en 1932 un ferrocarril de cinco kilómetros para la comercialización del oro extraído de estas tierras y del cacao que se empezaba a producir; la entonces United Fruit Company ahora Chiquita Brands que, en 1959, llegó a cultivar banano; y la empresa Condesa, que le compró las tierras a Albingia para desarrollar una plantación de palma africana.
Así, los territorios tules, conocidos como Onguitiwala, Etortiwala, Akanti, Caburgana, Sapsur, Sapitane, Cutty, Tigletiwala, Peye, Sagalsapi y Kakirtiwala fueron rebautizados como Unguía, Río Tolo, Acandí, Capurganá, Sapzurro, Tanela, Cuti, Cuque, Tible, Peye, Sautatá y Cacarica. Pero no solo fue un cambio en los nombres. Los foráneos les contagiaron una epidemia de sarampión que forzó a los sobrevivientes a meterse selva adentro. Y después se les apropiarion de sus tierras.
“Estamos como en una isla… en el medio de un océano de ganado… pero somos nosotros los que estamos acorralados”, le contó Jesús Andrade, un líder que durante setenta años fue cacique de Makilakuntiwala, al antropólogo Alí. El reconocimiento que hizo el gobierno de López Pumarejo al resguardo de Arquía de 10 mil hectáreas quedó reducido a 2 mil 342, donde sobreviven unos 466 indígenas según un registro que llevaba el cacique Andrade en 2007.
Cuando los Tule huyeron del territorio colombiano y se desplazaron hacia la región de San Blas, conocida también como el Archipiélago de Las Mulatas, en Panamá, allá el gobierno los avaló como comarca adjudicándoles títulos sobre 235 mil hectáreas.
“Arquía queda entonces como el último bastión de la presencia kunas (tules) en el Urabá chocoano, probablemente por el hecho de encontrarse en una zona más alejada y de muy difícil acceso, cuyo suelo resulta menos fértil y entonces menos interesante para quienes estuvieran interesados en su explotación agrícola”, señala el estudio de Alí.
Los nyas (espíritus malos)
En Arquía los sailas, los guías espirituales, cuentan que su territorio quedó tan reducido que adentro ya no hay kalus, sitios sagrados que ellos protegían para mantenerse en armonía con la naturaleza. Durante los siguientes años, parece que los nyas, los espíritusmalos, se quedaron para atormentarlos. En los años noventa, el Frente 57 de las Farc comenzó a hacer presencia en la región y al final de la década, la violencia arreció con la llegada de los paramilitares.
La aplicación Rutas del conflicto, realizada por VerdadAbierta.com y el Centro de Memoria Histórica, documentó que los primeros paramilitares en llegar a Unguía fueron los de Fidel Castaño, que el 27 de febrero de 1990 desaparecieron a ocho campesinos, todos integrantes de la Unión Patriótica (Lea la historia aquí). Al finalizar la década lo hicieron los paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas a cargo de Fredy Rendón Herrera alias ‘El Alemán’, quien tenía el respaldo del los otros dos hermanos Castaño, Vicente y Carlos.
Les prohibieron cazar y andar por los caminos ancestrales. Luego vinieron los asesinatos y después una masacre que terminó por fracturar a la comunidad. El 18 de enero de 2003 los kunas festejaban la surba-inna, la primera menstruación de una niña con una fiesta en Paya, otra comunidad Tule pero al otro lado de la frontera, en Panamá. Como era costumbre, incluso para intercambiar alimentos o visitar parientes, los indígenas de Arquía caminaban durante un día por una trocha para llegar hasta Paya. Y ese día estaban listos para festejar.
Según el relato que hicieron los kunas al antropólogo así como al periodista José Navia (Lea: La trocha de Arquía: historia de un pueblo), ese día los paramilitares secuestraron a Daniel Gutiérrez quien iba de camino a Pucuru, una comunidad vecina a Paya, para que les indicara la ruta. A Gutiérrez lo asesinaron. Ya en Paya, los paramilitares acabaron con la fiesta después de señalar a los indígenas como guerrilleros. Allí asesinaron a los caciques Ernesto Ayala y Pascual Ayala, y a Enrique Martínez. Cacildo Ayala se salvó porque se hizo el muerto. Luego secuestraron al cacique Gilberto Vásquez, el cacique de Pucuru, para que los guiara hasta su comunidad que era vecina.
Alguien alcanzó a avisarle a Pucuru que los paramilitares iban hacia allá. Algunos indígenas lograron esconderse entre la selva y otros escaparon hacia Bocas de Cupe, un asentamiento afro. Enfurecidos por no encontrar a nadie en el pueblo, los paramilitares asesinaron al cacique Vásquez, incendiaron las viviendas y mataron a los animales. El miedo en la región fue tal que ningún indígena volvió a caminar por la trocha que comunicaba a Arquía con Paya, pues los paramilitares rondaban por la zona y de paso habían dejado minas antipersonal.
Esta ofensiva causó el mayor desplazamiento hacia Panamá. No obstante, en una reunión con los sailas decidieron resistir y volver a Paya, Pucuru y Arquía. Los Kunas quedaron confinados, con la dificultad para comercializar las molas y los alimentos en el casco urbano de Unguía, a ocho kilómetros por un pantano desde Arquía. El cacique Aníbal Padilla, del resguardo de Makilakuntiwala, estuvo entre los que se desplazó hacia Panamá buscando ayuda pero al poco tiempo decidió volver a Arquía. Allí resiste hoy junto a su comunidad, esperanzada que las nuevas legislaciones les permita volver a gozar sus territorios y mejorar sus condiciones de vida.
*La reconstrucción de los hechos de cómo viven los indígenas Kunas del Darién chocoano fue tomado del estudio del antropólogo Mauricio Alí, de la Universidad de Los Andes.
** Fotografía tomada de Acnur