El primero de abril del 2000 paramilitares del Bloque Tolima asesinaron a cinco personas en Icononzo, entre ellas la hija de un ex alcalde del pueblo. 15 años después una sobreviviente narra cómo se salvó de esta masacre, cometida a solo 25 km del pueblo turístico de Melgar.
Yo llevaba trabajando con la familia del señor Yepes, ex alcalde del pueblo, unos siete años, les colaboraba con los oficios domésticos de la casa y también atendía la droguería que quedaba ahí mismo.
Johana, la hija del señor Jaime, acababa de terminar la universidad en Bogotá y ya iba a empezar a trabajar. Ella llegó al pueblo un día antes de la masacre, estuvimos juntas toda la tarde en la droguería y en la noche las dos subimos a comer. Como yo tenía siete meses de embarazo recuerdo que ella me consentía mucho la barriguita.
Al día siguiente llegué a las ocho de la mañana a trabajar y Johana seguía durmiendo, entonces me puse hacerle el desayuno y dejar todo listo para bajar a la droguería. Después que desayunó y se bañó, bajamos juntas a trabajar, hicimos la contabilidad del mes de marzo y verificamos qué se había vendido y qué quedaba.
Mientras estábamos vendiendo me comentó:
– Rosita imagínate que anoche cuando salí a llamar a mi perro, prácticamente en cada esquina del pueblo había dos policías, hasta acá en la droguería se pararon algunos.
Yo sin pensar lo que iba a ocurrir le contesté:
– El comentario del pueblo es que se va a entrar la guerrilla y por eso están haciendo patrulla.
– ¿Verdad? me preguntó.
– Sí, por eso es que están poniendo todos esos bultos de arena allá. Le respondí.
La verdad no nos preocupamos mucho por eso y seguimos en nuestras actividades. Ya a la hora del almuerzo yo fui y compré algunas cosas para prepararle su comida favorita. Almorzamos y seguimos trabajando, porque aquí el trabajito es pesado.
Ya eran las 6:45 de la tarde cuando de un momento a otro se parqueó al frente del local un carro muy bonito de color blanco. Inmediatamente se bajaron unos tipos muy extraños vestidos de camuflado, con pasamontañas, guantes negros largos y metralletas. Entraron dos por cada puerta y otros se quedaron en la mitad. Nos sacaron a las malas y nos metieron al carro.
– ¿Ustedes no saben quiénes somos nosotros? Nos preguntaron.
Les respondimos que no y ellos dijeron:
– Somos paramilitares.
Mientras nos amenazaban, se bajó un tipo del carro y dejó un papel en la vitrina de la droguería. Yo jamás los vi, como todo quedó abierto tal vez alguien lo recogió.
El carro se dirigió a la esquina donde quedaba el banco, allí buscaron a una persona, nos bajaron y empezaron a echar tiro por todo lado. Nos volvieron a subir al carro y en otra esquina dispararon lo que más quisieron. Después subimos hacia un monte. Cuando ya estábamos bien arriba pararon el carro y nos bajaron por lados diferentes. Subimos un poco más y cuando me di la vuelta escuché los tiros e inmediatamente me toqué pensando que eran para mí.
Yo estaba bien, me voltee para mirar y allí estaba cayendo Johana, los tiros iban para ella. Los tipos se montaron en el carro y se fueron. Me alcancé arrodillar para auxiliarla, pero no pude hacer nada porque sentí que se devolvió una moto y del miedo que me dio salí a correr. Atravesé una cerca y del monte no pude salir como hasta las 10 de la noche.
Llegué a una casa y me prestaron el teléfono para comunicarme con mi esposo, lo único que hice fue preguntarle por mi hija que en el momento de la balacera estaba en el parque. Después tuve que camuflarme en un carro que llevaba naranjas para que me dejara cerca del pueblo. Cuando iba bajando, vi pasar unos helicópteros con luces rojas, me dio mucho miedo y salí a correr para esconderme.
Encontré a un muchacho y le rogué que fuera a rescatar a Johanita, tenía la esperanza que aun estuviera viva. Cuando por fin pude llegar, mis hermanos me estaban esperando y el muchacho que fue por Johana nos dijo que ya estaba muerta. Como sus papás estaban en Ibagué los amigos fueron y la sacaron del monte.
Después de la masacre, la droguería se acabó por completo, prácticamente el local quedó solo. Un mes después tuve a mi hija. Esos momentos fueron muy duros porque en todo lado sentía que me perseguían, ya no andaba tranquila. Duré un buen tiempo muy mal, cada nada me acordaba de todo lo que habíamos vivido. Recordaba la generosidad, dulzura y buen corazón de Johanita.
Meses después, me encontré con el papá de Johana y me propuso volver a trabajar con él en la droguería. Lo pensé y decidí aceptarle la propuesta porque tenía una deuda en el banco y la casa de mi papá estaba embargada. Eso era lo que más me tenía enferma porque no podía dejar a mis hermanos en la calle.
Al volver a trabajar en la droguería, solo le pedía a Dios que me diera fortaleza para tratar de seguir con mi vida normal. Fue muy difícil superar el dolor y el miedo a que me volvieran a coger, tanto así que máximo a las siete de la noche ya cerraba el local y no volvía a salir a la calle.
Continué trabajando con ellos. Actualmente mi vida está bien, tengo un sueldo fijo. En mayo, mi hija menor cumple 15 años y es el milagro más grande porque Diosito me permitió tenerla y darles una buena educación.
Esta victima relató su historia al proyecto Rutas del Conflicto usando la herramienta Tu memoria cuenta.
Yo sobreviví al conflicto es un proyecto de periodismo testimonial y participativo que le da continuidad a las Rutas del Conflicto, proyecto de Verdad Abierta y el Centro Nacional de Memoria Histórica, y que busca que las víctimas cuenten su propia historia sobre hechos poco visibles. Usted puede mandar su testimonio a Tu memoria cuenta www.rutasdelconflicto.com o al correo electrónico verdadabierta@gmail.com.
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