El 3 de junio de 1992 un grupo de paramilitares atacó un vehículo en el que se transportaban varios dirigentes políticos de la Unión Patriótica (UP), entre Villavicencio y el municipio de El Castillo. A la altura de un lugar conocido como Caño Sibao, en Granada, los ‘paras’ dispararon contra el automóvil y asesinaron a cinco de sus ocupantes. Entre las víctimas se encontraba Rosa Peña, tesorera de El Castillo, que tenía 3 hijos. Yira Aristizábal, cuenta 24 años después cómo ha sido su vida luego del asesinato de su madre.
“Yo crecí en el departamento del Meta. El punto de referencia para todo el mundo es Villavicencio, pero yo técnicamente hablando no viví en allá. Mis papás se trasladaron a la zona del Ariari desde el año 84 para trabajar en diferentes cosas: organizaciones campesinas, concejos, alcaldías, tesorerías y ese tipo de trabajo administrativo y político.
Ellos se unen a la Unión Patriótica cuando surge este partido porque ven una opción para la gente joven y para desarrollar sus sueños, una opción que los partidos viejos no estaban aceptando.
Nosotros vivimos en la región hasta el 89 cuando se da el primer desplazamiento de la zona, pero tuvimos que movernos varias veces debido a las amenazas. En ese mismo año salimos a Bogotá y regresamos en el 90, cuando mi mamá se fue a trabajar a El Castillo.
El día del asesinato ella regresaba al pueblo para entregar su puesto. Ya había recogido su ropa, muebles y sus cosas. Iba a dejar la región por las amenazas constantes de parte de los paramilitares. Ese 3 de junio de 1992 yo tenía que decirle a mi mamá que se quedara porque en la escuela me iban a castigar, pero no lo hice. Si le hubiera dicho, le hubiera tocado quedarse y no habría viajado en el carro que fue atacado por los ‘paras’. Son historias en las que uno carga la culpa del proceso durante mucho tiempo.
Ellos se bajaron a El Castillo y los estaban esperando en Caño Sibao. De lo que me contaron es una historia bastante confusa, pero en algún punto alguien dispara y la ‘matazon’ no se detiene. De todas las personas que iban en el carro hay un sobreviviente pero nunca he hablado con él y no sé qué historia pueda tener porque nosotros nos alejamos totalmente de la zona. Mi familia tomó la decisión de cerrar ese tema en la vida familiar, no volver a inscribirse en partidos políticos, no volver a participar ni siquiera de los sindicatos. Nada de activismo político. Se dedicaron a trabajar, criar hijos, pagar impuestos y no más.
Todos nacíamos en Villavicencio porque ahí está el hospital pero yo crecí en la zona rural, más cerca de Acacias que de Villavicencio. Luego nos pasamos a San Juan de Arama que era un pueblo muy chiquito como de 10 calles. Los recuerdos que yo tengo de San Juan de Arana en la infancia son muy chévere porque tenía amigos en la cuadra, iba al río, cazaba hormigas culonas y pescabamos. Era chévere desde el punto de vista infantil, pero uno iba más al cementerio que al parque.
Como los riesgos de seguridad eran tan altos, normalizamos todas las precauciones que nos decían. Yo crecí entre entierros y velorios, entonces no tengo ese sentido de la sobriedad que la gente tiene en un espacio así. Los adultos hablaban de los muertos de la misma manera que hablaban de la telenovela en la noche.
Mi papá y mi mamá fueron siempre muy claros con nosotros. Nos decían: ‘Existe el riesgo de que nos maten, si hay tiroteo al piso y mirar cómo salir de la zona’. Y uno normaliza eso. Ellos eran muy claros que el riesgo existía. Yo siempre tuve presente que alguno de los dos podía ser asesinado. En el momento en que mataron a mi mamá no me lo esperaba porque estaban haciendo una retirada honrosa de la zona. Los de la UP entregaban puesto y se iban, yo llevaba años entrenada para sobrevivir en caso de que fuera a pasar.
Asumo que mi papá entró a la Unión Patriótica en el momento en que surgió como partido político. Él estaba vinculado oficialmente al Partido Comunista Colombiano de la década del 70 y mi mamá había pertenecido a la Anapo. Fueron inicialmente contrincantes políticos y posteriormente mi mamá se pasó al Partido Comunista Colombiano, pero ellos no pasaron por el movimiento armado.
En el Llano la matazón ha seguido por un siglo entero independientemente de la excusa política. A mi me tocó las muertes de los comunistas pero 50 años antes fueron los asesinatos de liberales y en este momento pueden ser los activistas ecológicos. Yo no creo que la matazón pare en el departamento del Meta porque igual hay petróleo, uranio y una cantidad de cosas que el país necesita y que benefician o no a la región.
Después de la masacre mi papá se quedó anulado totalmente por la misma persecución política. Mi papá por edad y por comunista empezó a quedar jodido, le tocó conseguir trabajos para poder comer. Mi familia se fraccionó, mi hermana quedó en un lado y mi hermano en otro, y yo pasé a vivir con unos tíos. Uno de mis hermanos estudió cine pero él no tiene un recuerdo de mi mamá. A mi lo que me dio estabilidad fue que yo quedé en la región, con una base cultural que me permite sentir que tengo raíces. Y mis tíos son super tradicionales entonces yo tenía un papá, unos hermanos adoptivos que me permitieron no perder la cabeza y sentir que no me perdí en el mundo. Muchos pelaos quedan en el aire, con el sobrino del vecino y se quedan sin historia.
Mi vida quedó enfocada en estudiar. Básicamente, pasé de ser un adulto que sabía cómo mataban a la gente y vuelvo a ser una niña que le tocaba seguir reglas. Me cuidaron y mi obligación máxima era sacar buenas notas.
Una cosa que aprendí después, cuando hablaba con los abogados que manejaron el caso y que hicieron las peticiones de reparación económica al gobierno, es que al ser del Ariari nadie nunca calculó que pudiera llegar a la universidad, entonces ellos no pidieron plata para mi educación superior. Finalmente yo estudié antropología. No me he graduado todavía pero la idea es hacerlo a través de maestría.
Éramos muy pequeños cuando eso pasó y yo no volví. Cuando va el Ejército, el obispo o las organizaciones internacionales de Derechos Humanos yo voy. De resto no cruzo de Acacías. Me da pánico total porque, además, las veces que hemos ido está el Ejército, la Policía y el paramilitar ahí mismo a las 2 de la tarde. Sin alterarse. Incluso salen en las fotos y les importa un comino.
La vaina con los homenajes es quees chévere porque es el papá o la mamá de uno pero a mi me parece que sería más chévere hacerle el homenaje a la gente que se quedó allá, construyendo una región a pesar de la masacre. Ellos son los que están allá, cultivando, pagando impuestos, viviendo el pueblo. Un muerto es un muerto. Entonces ir e imponerles el muerto de uno no me parece chévere. Que cuenten historias de ella sí, pero mi mamá fue una más de miles de personas que han muerto en esa zona, no es la primera vez que en la región matan. La gente que vive allá viene desplazada de otra violencia más vieja y ellos están allá en el día a día construyendo la región”.
*Testimonio recogido dentro del proyecto Yo sobreviví, por RutasDelConflicto.com