Nueve municipios de este departamento no han dejado de vivir los embates de la guerra. El paso de todos los actores armados dejó una región sumida en la desesperanza pero hoy, a pesar de la poca presencia Estatal, le apuesta a la construcción de paz.
Hablar de la violencia en el sur del Tolima no es tema del pasado, en cada rincón de la región hay una historia sobre las guerrillas, los paramilitares, la amapola y el narcotráfico. Por décadas, los campesinos se acomodaron –a la fuerza- al paso de cada actor armado, a la disputa por el territorio, al fuego cruzado, al reclutamiento y al éxodo.
Los campesinos de Planadas y de Gaitania son fiel ejemplo de ello. VerdadAbierta.com realizó un recorrido por estos dos lugares y constató cómo, más de cinco décadas de guerra, dejaron duros recuerdos en una población abandonada en la que tan solo hace cinco años ingresó el Ejército con la intención de quedarse.
Pero tales recuerdos no son exclusivos de esas dos poblaciones. Coyaima, Chaparral, Ataco, Natagaima, Alpujarra y Rio Blanco comparten una historia de disputa que comienza en los años 50, cuando las incipientes guerrillas liberales y comunistas arremetieron contra el Gobierno por los compromisos incumplidos (carreteras, salud, educación, entre otras).
Paralelo a ese primer brote de insurgencia nacieron los grupos paramilitares que, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, Indepaz, fueron capacitados por el Ejército para que siguieran las rutas del grupo armado con el fin de planear las incursiones militares que se desarrollaron durante la década del 60. Serían estos mismos los que sirvieron de guarda-espaldas a los primeros narcotraficantes que se asentaron en la zona en la década del 80 y, que con el tiempo mutarían a “Autodefensa del Tolima”.
Pero dichos grupos paramilitares eran diferentes a los comenzarían a disputarse la zona en los 90. El primero en hacerlo fue las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio, al mando de Ramón Isaza, por el oriente lo hizo el Bloque Centauros, comandado por Miguel Arroyave quien, según el Observatorio de Derecho Humanos de la Presidencia de la República – en su diagnóstico del conflicto en el Tolima 2003–2007-, fue el encargado de comprar a las “Autodefensas del Tolima” para ponerlas al servicio de las Auc.
De esta manera se conformó el Bloque Tolima de las Auc, quedando a cargo de Diego José Martínez Goyeneche, alias ‘Daniel’, un teniente retirado del Ejército, quien tenía la misión de acabar con los frentes 21 y 25 y la columna móvil ‘Héroes de Marquetalia’ de las Farc (los dos últimos aún hacen presencia en la zona). A todo ello se sumó que durante más de cuatro décadas el Estado no se manifestó en la región más allá del pie de fuerza utilizado en las operaciones militares, con lo cual, tanto guerrillas como paramilitares se convirtieron en el Estado impartiendo ley a su manera.
Esta es la historia de una región que pese a cargar con el peso de la guerra, le está apostando a la construcción de una nueva región.
Gaitania no se resigna al olvido
Varias generaciones de campesinos de este corregimiento de Planadas, Tolima, han cargado con el peso del conflicto a sus espaldas. Hoy siguen preguntando por lo básico: carreteras, salud y educación. Los mismos reclamos que hace 50 años detonaron la guerra.
Sobre este lugar, que limita con Huila y Cauca, reposan muchos mitos: que las fincas siguen siendo la cuna de la guerrilla, que tienen bases de entrenamiento militar, que hay laboratorios de amapola y que va a ser uno de los fortines de las Farc en el posconflcito. Lo cierto es que en esta zona hay 20 veredas, en la que viven 1.749 personas productoras de café, papá, yuca, frijol y arracacha, varias de ellas dedicadas a la ganadería y a la comercialización de sus productos.
Allí, a principios de noviembre, se dieron cita los presidentes de todas las veredas con una delegación del Alto Comisionado de Paz y miembros del Fondo de Programas especiales para la Paz para discutir, según los campesinos, las necesidades más sentidas de la comunidad. Semanas antes, el Alcalde de Planadas, David Lozada, les había avisado sobre la reunión, lo cual generó incertidumbre y dividió las opiniones entre los habitantes. Hoy, los más escépticos creen que solo se trató de un saludo a la bandera.
“Pues nos tomó por sorpresa porque casi nadie se acuerda de nosotros por acá, menos de los marquetalianos, por el estigma que cargamos. Acá han sido más Estado las ONG y los actores armados que el mismo Estado”, dijo Wilson Millán, presidente de la vereda. Sin embargo, aseguró que fue muy bien recibida la visita y que con anticipación prepararon un diagnóstico de toda la región para leerle a la comisión.
Durante el trayecto las historias de la guerra fueron relatadas como un rosario. Durante los años más álgidos del conflicto todo se hacía al filo de la montaña, “al que le daban ganas de ir al baño ahí mismo le tocaba, para cocinar también y para dormir, por si se estaban dando mucho plomo, se acampaba, de no ser así alguna mina pisaba uno o alguna bala le podía caer en el cuerpo”, comentó Jesús Antonio Méndez, vicepresidente de la vereda Villanueva.
Bastó caminar solo una hora para conocer que hablar de agua potable es una fantasía, que las vías secundarias y terciarias se han quedado en los planes de las campañas políticas y que la ausencia del Estado sigue siendo una realidad innegable. La población no cuenta con un centro médico cercano, no hay energía eléctrica y mucho menos alcantarillado. A ello se suma los niños se demoran más de una hora en llegar a la única escuela, con tres salones.
La antesala de la reunión se dio en lo que fue la base militar de las Farc en 1964. En esa pequeña finca reposan los vestigios de la guerra: las hélices de un helicóptero que, según los campesinos, derribó Manuel Marulanda Vélez, ‘Tirofijo’, y los túneles por los cuales se escaparon cuando se enfrentaron al Ejército durante la ‘Operación Soberanía’.
Las condiciones para la paz territorial
Antes de escuchar a los campesinos, Gerson Arias, asesor de la oficina del Alto Comisionado para la Paz, reiteró el compromiso que han asumido tanto las Farc como el gobierno en ponerle fin a la guerra, y aseguró que el viaje hasta allí tenía el objetivo de conocer las necesidades más sentidas de la región y demostrarles que lo tiempos venideros eran para el bienestar de la región.
“De los 30 años que llevo de vivir acá, es la primera vez que veo a una delegación del gobierno tan monte adentro”, esta frase, pronunciada por uno de los más de 40 campesinos que se hicieron presentes en la reunión, fue muestra del abandono en el que han vivido los habitantes por parte del Estado.
La petición en común es que el puente de madera, construido por los campesinos para comunicar a las 12 veredas de la parte alta del río Atá con la cabecera del corregimiento, se construya con plata del municipio y en las mejores condiciones técnicas. “Llevamos más de 15 años esperando esa construcción y lo que cada año tenemos que hacer es ir a cambiar los tablones para evitar más accidentes de los que ya ha habido”, dijo Willington Gutiérrez.
La importancia de la obra recae en la necesidad de sacar todos los productos agrícolas para su comercialización, pues hoy en día muchos de ellos llegan en mal estado o se les pierde la calidad por los largos trayectos en mula y en jeep hasta el municipio.
Testimonio de campesino
Como si la reunión hubiera sido en los años 50, las demás intervenciones de los asistentes tenían que ver con la necesidad de una red de fluido eléctrico, de un centro médico cercano, de una educación de calidad y de agua potable.
“Lo que ustedes caminaron es lo que a diario nosotros tenemos que recorrer para poder realizar nuestras actividades, estamos acostumbrados pero las condiciones sin duda que pueden ser mucho mejores, y para ello se requiere que la Alcaldía se comprometa”, dijo Wilson Millán.
La charla finalizó con la firma de un compromiso por parte de los integrantes de la Oficina del Alto Comisionado y miembros del Fondo de Programas especiales para la Paz para la construcción del puente y la adecuación de la escuela.
Tras la reunión, Marina Soto, una de las señoras que atiende la cocina de la escuela le contó a VerdadAbierta.com que son varios los campesinos que creen que el estigma de ser guerrilleros fue lo que conllevó a que el Gobierno se atreviera a subir esas montañas solo hasta ahora. “Cargar con ser señalados por todo el mundo es nuestra condena”.
Para ella, una de las preocupaciones que poco se discutió fue la del futuro de los niños, “si está bien que se haga el puente, pero ¿las escuelas de los niños?, ¿el acceso a la tecnología que tienen los demás en el país? No podemos estar toda la vida condenados al atraso, el estudio les puede brindar nuevas oportunidades que nos van a mejorar a nosotros”, concluyó.
Más allá de estar representados por los 12 presidentes de las veredas, los campesinos de la zona alta del rio Atá, aseguraron que la paz no es que las Farc dejen de disparar o que el Gobierno les de cargos de representación. “Por ejemplo, yo que medio sé leer, poco me importa lo que diga este papel que me han dado sobre lo que se ha acordado con la guerrilla –dijo Pedro Useche, un campesino de la vereda Los Guayabos-. Deberían acodar con nosotros y, más que acordar, hacer lo que les corresponde, que es responder por cada habitante con agua, casas, vías y escuelas. Cosa que no hay, o ¿usted las ve?”.
La realidad expuesta por los campesinos es desalentadora. No están las condiciones para que el Gobierno implemente lo que ha llamado “la paz territorial”. Lo que en algún momento fueron llamadas “Repúblicas independientes”, hoy no son más que campesinos soportando el legado de una guerra atroz. Aunque no desconocen la incidencia que en algún momento tuvo en la zona la guerrilla, aseguran que hoy la realidad es otra: los guerrilleros están monte adentro.
Primera parte del informe “La guerra y la paz en el sur del Tolima”. Vea la segunda parte haciendo clic aquí.