La vida sigue (Semana)

      
Sesenta y cuatro antioqueñas acaban de graduarse como ‘abrazadoras’ de un diplomado para apoyar a las víctimas del conflicto.

Fidelina Ocampo estaba convencida de que su esposo la escuchaba hablar todos los días mientras ella preparaba el almuerzo en su casa de Alejandría, Antioquia. Incluso, no dejaba sentar a nadie en el taburete de la cocina, “no ve que mi marido está ahí”, decía. Pero su esposo ni la escuchaba ni estaba sentado en la cocina. Él había sido picado en pedazos por los paramilitares hacía más de un año y las autoridades sólo habían podido recuperar una bota negra y un pedazo de su piel.

El trauma de Fidelina duró hasta hace cinco meses, cuando Enid González, una líder de su municipio y víctima del conflicto, comenzó a ‘abrazarla’. Es decir, a escucharla, a asesorarla en temas como el duelo,el autocuidado y la violencia intrafamiliar y, literalmente, a brindarle abrazos. “Aunque suene gracioso, nuestro principal objetivo es abrazar a las personas para que ellas no se sientan solas”, comenta Teresa Franco, otra de las 64 mujeres que acaba de graduarse de un diplomado como ‘promotoras de vida y salud mental’ avalado por la Universidad Javeriana de Bogotá, Conciudadanía y la Asociación de Mujeres del Oriente Antioqueño (Amor).

Fueron 19 ‘abrazos’, es decir, encuentros, en total para que 1.000 mujeres, víctimas del conflicto armado, lograran recuperarse durante estos dos años de diplomado. Cada mes sicólogos y trabajadores sociales asesoraban a las líderes para que estas, a su vez, pudieran acompañar a las víctimas de sus municipios en el proceso del duelo y del dolor. Guarne, El Peñol, Guatapé, Nariño, Argelia, Rionegro, La Ceja, La Unión, Marinilla y Alejandría fueron beneficiados por este proyecto piloto que, gracias a sus buenos resultados, lanzará su segunda cohorte la próxima semana en los municipios del suroeste antioqueño. Esta nueva cohorte tendrá dos novedades: en ella participarán 10 hombres víctimas del conflicto y algunos líderes de Cartagena, Tierralta (Córdoba) y San Pablo (Bolívar), quienes están interesados en replicar esta experiencia en sus departamentos.

Cuando las promotoras se sientan a compartir las experiencias que tuvieron con cada una de sus mujeres ‘abrazadas’, salen a relucir anécdotas dolorosas e historias duras del conflicto que por años han calado en esta región del departamento. Algunas aceptan que el miedo y la desconfianza han sido tan fuertes en sus municipios, que muchas personas no han podido recuperarse.

Es el caso de una familia en Guarne cuyos integrantes, todos, tienen traumas sicológicos. La mamá, por ejemplo, no habla y a pesar del apoyo que la líder le ha brindado durante estos dos años, no ha logrado que suelte una palabra. El papá de esa misma familia, luego de ser uno de los líderes más reconocidos de su vereda, hoy es un hombre ensimismado y pasivo. “Nosotros creemos que tuvo que ser muy grave lo que sucedió en esa vereda para que esa familia quedara es esas condiciones”, dice Estella Gómez, una de las promotoras.

Pero la mayoría de estas mujeres prefiere recordar las buenas historias, aquellas que cuentan de los hogares recuperados y de una calidad de vida menos amarga. El gran logro de ellas, sin duda, ha sido menguar el dolor y recuperar la confianza de 1.000 víctimas a partir de los abrazos. Muchas, por ejemplo, que antes no salían de sus casas ni conversaban con los vecinos, hoy salen de sus veredas, comparten, incluso, después de la misa del domingo, se quedan en el atrio de sus pueblos departiendo con las nuevas amigas.

“El objetivo es recuperar la dignidad de las víctimas”, sintetiza Juan David Villa, asesor de la Compañía de Jesús. Y como víctimas hoy no sólo en el oriente antioqueño, se pretende regar esta iniciativa en cada región envuelta por la guerra. Como dicen las 64 promotoras, la idea es abrazar hasta los guerrilleros y paramilitares.

Publicado en Semana 12/08/2006