Esta es una historia de resistencia, unión y solidaridad de 73 de familias indígenas que reinventaron su comunidad en un nuevo territorio.
pueblo Nasa, se puede ver uno que está aislado en el centro del departamento, es el resguardo de Kitek Kiwe. Su historia está ligada al éxodo que emprendieron cientos de aterrorizados indígenas de la región de El Naya, como consecuencia de la cruel masacre que cometieron paramilitares del Bloque Calima en la Semana Santa de 2001.
Al observar el mapa de Cauca sobre los resguardos indígenas delEntre el 10 y el 13 de abril de ese año, más de 200 paramilitares marcharon por diferentes sectores de El Naya, una región limítrofe compuesta por 17 veredas de Buenaventura (Valle del Cauca) y Buenos Aires (Cauca). En su recorrido, los hombres que envió Éver Veloza García, alias ‘HH’, el jefe de ese grupo de las Auc, asesinaron arbitrariamente a decenas de hombres, a mujeres y niños. También saquearon y destrozaron viviendas, torturaron a los pobladores que se encontraban a su paso. A los sobrevivientes les dieron la orden perentoria de abandonar la región.
Trece años después de la masacre, hay diferentes versiones sobre ésta y no se conoce con exactitud la cantidad de víctimas que dejó esa incursión paramilitar. Tras la desmovilización del Bloque Calima en diciembre de 2004, la Fiscalía 18 de Justicia y Paz asumió la investigación de esa tragedia, y junto con el testimonio de víctimas y desmovilizados, logró reconstruir cómo fueron esos hechos y llevó a los estrados de la justicia transicional a 67 ex paramilitares para que respondan por esos hechos. (Lea: Los orígenes de la masacre de El Naya)
La Fiscalía ha procesado a los perpetradores desmovilizados por 27 asesinatos y alrededor de mil 500 desplazamientos, pero los sobrevivientes de la masacre insisten en que son muchos más los desplazados y que fueron asesinadas alrededor de 100 personas, cuyos cadáveres no aparecen porque fueron arrojados a ríos y precipicios.
Luego de esa cruel historia del conflicto armado colombiano, 73 familias indígenas quienes, tras batallar durante más de tres años, lograron que el Estado les titulara una finca en el municipio de Timbío, en el sur de Popayán, para reconstruir sus vidas de acuerdo con sus tradiciones ancestrales. VerdadAbierta.com fue hasta el resguardo de Kitek Kiwe y habló con varios de sus líderes y pobladores para reconstruir su proceso de resistencia.
Del éxodo a la tierra prometida
Rosa*, una mujer de 66 años, recuerda como si los hechos hubieran ocurrido ayer, que para salir de la vereda La Playa, sitio en el que vivió desde los 12 años, tuvo que pasar por encima de varios cadáveres, yendo de la mano con una hija y tres nietos. A Rogelio* no se le olvida que los paramilitares les dieron un plazo tres horas a los habitantes de la vereda Río Mina para abandonar la región, pero ésta se desocupó en pocos minutos, y que lamentablemente, uno de sus vecinos, fue asesinado porque se devolvió a recoger unos documentos.
Como Rosa y Rogelio, cientos de personas caminaron durante horas por las trochas de la montaña, hasta llegar a Timba. Allí, se refugiaron en la escuela. Rogelio cuentaque cuando llegó a Timba sintió más temor, porque en esa vereda los paramilitares instalaban retenes y les prohibían a los habitantes ingresar mercados superiores a 50 mil pesos. Pero dadas las circunstancias, le tocó quedarse en la escuela del pueblo.
Según sus cálculos, en la escuela estuvieron reunidas alrededor de 400 personas durante varias semanas. “Todos estábamos en un salón, fue muy difícil. Hubo ayuda humanitaria, la Cruz Roja traía ropa y comida, pero las cosas buenas no se repartían todas. El padre y otra señora retenían cosas, y en parte, por eso, nos fuimos a Santander”, cuenta.
A los pocos meses suslíderes decidieron que la comunidad abandonara Timba y se trasladara al municipio de Santander de Quilichao en busca de mejores condiciones y para tener comunicación más fluida con las instituciones del Estado. En esa población los desplazados se asentaron en la plaza de toros y en ese sitio vivieron durante tres años en precarias condiciones.
“Al principio eran como cuatro mil personas y al final se quedaron 70 familias en la plaza de toros. La gente se fue yendo conforme pasaba el tiempo. Algunos retornaron pese a que el Gobierno les dijo que no había garantías, pero como ya no había nada para comer, la gente se fue yendo poco a poco. Algunos estuvieron tres o cuatro meses y no aguantaron más, nosotros nos quedamos tres años”, cuenta Rogelio. Además, explica que “la Cruz Roja dio ayuda durante seis meses y después la situación se puso dura, pero otros resguardos indígenas y la Acin nos ayudaron para resistir los tres años en Santander con comida, ropa y medicina”.
Pese a que al diario vivir se complicaba y las ayudas no alcanzaban para satisfacer las necesidades básicas, el miedo no les permitió retornar a El Naya a varias familias, y ante la falta de alimentos, se vieron obligados a pedir limosna. “Nos tocó dejar la pena y salir a pedir a las calles, luego nos tocó ir a recoger las sobras en la galería. Así estuvimos como un año. Al principio nos ayudaron, pero es que duramos mucho tiempo por fuera”, cuenta Rosa con los ojos aguados mientras recoge sus arrugadas manos hacia su vientre.
El resguardo de Tóez, en el municipio de Caloto, fue otro punto de concentración para los desplazados de la masacre. En ese sitio se ubicaron alrededor de 35 familias que estaban en veredas cercanas a la entrada a El Naya. Lisinia Collazos, actual gobernadora de Kitek Kiwe, cuyo esposo fue asesinado en la incursión paramilitar y fue una de las personas que lideró la creación del resguardo, cuenta que el pueblo de Tóez los acogió con calidez y les prestaron unas casas y un terreno para cultivar frijol, yuca y maíz.
Pese a que estaban separadas, las comunidades asentadas en Santander de Quilichao y en Caloto, mantuvieron un vínculo permanente y un mismo sueño: tener un terruño en el que pudieran vivir conforme a su cosmovisión y sus hijos pudieran correr libremente. En marzo de 2002 asistieron a unas capacitaciones en derechos humanos que una ONG dictó en Santander de Quilichao, y en medio de ese proceso, instauraron una tutela en octubre de ese año, y al mes siguiente salió el fallo favorable. “Fue un proceso de lucha, espera y paciencia. Los que estábamos en Caloto viajábamos a las capacitaciones en Santander en bicicleta porque no teníamos los 800 pesos para el pasaje de bus, pero todo ese esfuerzo valió la pena porque nos abrió la puerta a nuestro hogar”, explica con gran satisfacción la gobernadora Collazos.
Las semillas de Kitek Kiwe
Durante más de un año los líderes indígenas buscaron una finca ideal para que el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora, hoy Incoder) les titulara en el norte de Cauca. Cansados de buscar y ante la posibilidad de que se les acabara la vigencia para la compra de un terreno, estuvieron dispuestos a aceptar una finca de espárragos en Puracé, municipio cercano a Popayán, pese a que nunca habían cultivado esa planta.
Enrique Fernández, uno de los líderes de Santander de Quilichao, fue al Sena a buscar a alguien que los capacitara en cultivos de espárragos, pero en ese sitio encontró a Germán Sarria, quien le ofreció una finca en Timbío, a media hora de la capital de caucana. El 8 de diciembre de 2003 una comitiva de las dos comunidades visitó la finca La Laguna, ubicada en la vereda San Pedrito, y decidieron que ese sería el sitio en donde echarían raíces y reconstruirían sus vidas.
El 20 de diciembre, el Incora acordó compararle a Sarria las 289 hectáreas de La Laguna por 1.070 millones de pesos. El 18 de enero de 2004 el instituto de tierras compró la finca, pero los indígenas tuvieron un impedimento para poder trasladar a las 73 familias que vivirían en ella. La Red de Solidaridad, la institución que antecedió a Acción Social, se opuso a que la comunidad se trasladara a porque no tenía las condiciones necesarias que las familias pudieran vivir dignamente.
Para esa fecha, en la finca sólo existían dos casas y en gran parte de ella no había energía eléctrica, acueducto ni alcantarillado. Los indígenas acordaron con la Red de Solidaridad que sólo trasladarían a 20 familias que se instalarían en las dos viviendas, pero lo que en realidad hicieron fue adecuar La Laguna para la llegada de las 53 familias restantes. Después de vivir por más de tres años en la mendicidad, hacinados en una plaza de toros y relegados por la sociedad, los indígenas no aguantaron las ganas de retornar al campo y no les importó que tuvieran que dormir en cambuches de plástico.
“Las 53 familias llegaron a La Laguna el 9 de abril de 2004. No hubo quien parara a las familias en esas chivas, la Acin aportó la mayor parte de los recursos para el traslado de las familias. El sufrimiento de todos esos años quedó en el pasado cuando vimos a los niños correr felices y libremente por los pastos”, recuerda la gobernadora Lisinia, quien agrega que la Red sólo les colaboró con mercados durante el primer mes.
Los indígenas no se conformaron solamente con tener su terruño, sino que al año siguiente se organizaron y montaron su propio cabildo, el cual fue reconocido por el Estado en 2006. Desde que llegaron a La Laguna, la constancia, la unión y la organización indígena les han permitido a esta comunidad ir mejorando Kitek Kiwe.
Después de varios años el Gobierno les construyó algunas casas en la parte baja de la finca, pero siguen sin energía ni acueducto; logaron adecuar una escuela; construyeron casas de madera en los alrededores de la entrada de la finca; y hoy están a punto de logar que el Estado los reconozca formalmente como resguardo indígena.
Ese reconocimiento hace parte del compromiso al que el Gobierno llegó con los pueblos indígenas del país en el pasado mes de octubre, para organizar alrededor de 800 resguardos. Para las familias de Kitek Kiwe este procedimiento es vital porque con él su territorio adquiere un blindaje jurídico y de esta manera no puede ser vendido ni embargado. Edwin Guetio, ex gobernador de esa comunidad, cuenta que sólo les falta un concepto del Incoder y esperan que los trámites concluyan antes de que finalice este año. También, esperan ser incluidos de una vez por todas en los planes de desarrollo municipal y departamental, para que después de diez años, puedan tener electricidad y agua potable en todo el resguardo.
Con El Naya en el horizonte
Aunque los indígenas que no retronaron a El Naya encontraron estabilidad en Kitek Kiwe, no pueden sacar de su corazón la región en donde crecieron y recuerdan las cosas que perdieron tras la masacre del 2001. “Lo que perdimos por esa incursión paramilitar fue la parte cultural, más que la tierrao las propiedades. La parte ancestral se afectó mucho”, cuenta Emerson Chilgueso, Coordinador del Programa Económico Ambiental del resguardo.
La medicina tradicional, sus rituales, el contacto con fuentes de agua puras y una tierra muy fértil, son las cosas que en parte se perdieron por causa del desplazamiento. “Yo tenía un conocimiento de varias plantas medicinales en El Naya, pero las de acá no sé para qué sirven y apenas estoy descubriendo algunas. Eso se perdió totalmente, es como matarle el conocimiento a uno. La pérdida total fue el conocimiento ancestral; además espíritus como el duende y el arco lo respetaban a uno allá, pero acá no”, agrega con resignación Chilgueso.
Rosa extraña las bondades de esa tierra de El Naya bendecida con fertilidad. “Allá era tirar las semillas y listo, brotaba la comida por montones; acá es muy duro: toca usar abono, arar y otras cocas”, recuerda. Rogelio lamenta la falta de sitios sagrados como páramos y nacimientos de agua en donde puedan hacer sus ritos de armonización. A cambio, en Timbío hay dos quebradas de agua que nadie puede usar porque están contaminadas con aguas residuales del municipio.
Sin embargo, pese a que extrañan su antiguo estilo vida, los habitantes de Kitek Kiwe sostienen que no volverán a El Naya por tres razones. La primera es por cuestiones de seguridad. Al día de hoy los grupos armados siguen en la región y la presencia de cultivos ilícitos hace que esa zona esté en constante disputa. La segunda, es que muchas personas fueron amenazadas de muerte por los paramilitares y la guerrilla. Estos últimos amenazaron a varias personas por el contacto que tuvieron con instituciones estatales durante el desplazamiento y llegaron a señalarlas como informantes del Gobierno.
Y por último, la de mayor fuerza, por los niños y los jóvenes que se han criado en Kitek Kiwe. Los líderes no quieren someter a un cambio abrupto a los menores. Retornar a El Naya, aparte de los constantes riesgos por el conflicto armado que continúa, les conllevaría trasladarse a una zona remota con precarias vías de transporte y ausencia de servicios básicos como salud y educación. “Al volver allá, nos la pasaríamos errantes de un lado a otro y nunca nos estableceríamos y organizaríamos un futuro para nuestros hijos. La idea es que, una vez establecidos acá, dar la pelea hasta el final y organizarnos para orientar a nuestros hijos. Esa es la fortaleza para mantener un pueblo”, explica Chilgueso.
Pero eso no implica darle la espalda a su pasado y sus tradiciones. Por eso, a los más pequeños les enseñan la historia de la región de origen de sus mayores y cada año conmemoran los hechos trágicos de la Semana Santa de 2001, para que las víctimas no caigan en el silencio del olvido. Una muestra de ello es el mural que fue pintado en una de las casas del resguardo, el cual tiene grabado cómo era la vida en El Naya antes, durante y después de la masacre.
Y ese espíritu de darle prioridad a las nuevas generaciones también se refleja en el nombre del resguardo. Kitek Kiwe, en nasa-yuwe, que es la lengua de ese pueblo indígena, significa tierra floreciente. “Queremos que cada día haya un brote nuevo, nuevas expectativas, nuevas esperanzas, nuevas exigencias de los niños que crecen. La mayoría de la población es joven. Sus anteriores gobernadores fueron jóvenes que llegaron desplazados”, explica la gobernadora Lisinia.
* Nombre cambiado por petición de la fuente para proteger su identidad.