Seminarista, caqueteño de 57 años, estudioso hasta lo obsesivo de la teoría y la táctica militar, político dogmático comunista, y profesor de los mandos medios guerrilleros, es el segundo hombre al mando de las Farc.
Iván Márquez, vocero de las Farc. Foto Semana |
Como miembro del Secretariado, donde tiene gran incidencia, es el coordinador de los Bloques “Iván Ríos” (antiguo “José María Córdova”) y “Martín Caballero (antiguo “Caribe”). Le tuvieron que suspender 132 órdenes de captura (28 asociadas a condenas) por todo tipo de delitos, para que pudiera ser el vocero principal de las negociaciones en La Habana.
En cierta manera él encarna todas las experiencias de esta organización armada: de joven comunista y político local de izquierda saltó a guerrillero, luego a vocero de negociaciones de paz y político de la Unión Patriótica, el movimiento nacido de los acuerdos de paz con el gobierno de Belisario Betancur, y después, de vuelta a la guerra, como hábil jefe militar.
Fue educado en el colegio Juan Bautista Migani de Florencia, Caquetá, por sacerdotes italianos progresistas y, protegido de monseñor José Luis Serna, realizó algunos años de estudio en el seminario de Garzón, Huila. Como militante de las Juventudes Comunistas, Juco, se destacó como buen organizador de la movilización estudiantil y llegó a ser concejal de su ciudad por la Unión Nacional de Oposición (UNO) y por el Frente Democrático, dos intentos efímeros de alianza de grupos de izquierda.
Como muchos de su generación, cuando se vino la represión del Estatuto de Seguridad, bajo el gobierno de Turbay Ayala en 1978, saltó de la izquierda a la clandestinidad de la guerrilla para protegerse. Pero a los pocos años, cuando los diálogos de paz de La Uribe crearon la Unión Patriótica en 1984, el Estado Mayor lo escogió para que “encabezara la avanzada legal”, según lo explicó un ex guerrillero, lanzándose en la lista a la Cámara de la recién nacida Unión Patriótica. En 1986 llegó a la Cámara de Representantes como suplente, pero según la misma fuente, “allí se aburrió porque no lograba encajar con esa vida parásita del Parlamento”.
Como miembro de coordinación de la Unión Patriótica recorrió el país y viajó a Europa, en compañía de Braulio Herrera, no se sabe bien si para conseguir aliados entre la socialdemocracia del viejo continente o para conseguir financiación y armas de los países de la Europa comunista. En todo caso, cuando regresó, ya rotos los acuerdos, se internó en la selvas de su natal Caquetá, como primer comandante militar de Bloque Sur. Allí enfrentó a los paramilitares que ocupaban los Llanos del Yarí y en otras operaciones cuyos nombres los guerrilleros recuerdan como ‘Azul’ y ‘Paso de vencedores’ y expandió los dominios de la organización armada a Putumayo y Amazonas adentro.
Salió a la luz pública brevemente como vocero en las conversaciones de Tlaxcala y Caracas. Un negociador del gobierno Gaviria que lo tuvo de contraparte sostiene que era un tipo dogmático, rígido. Fracasada esa posibilidad de paz, y luego del bombardeo a Casa Verde, el campamento madre del Secretariado de las Farc, la guerra tomó aliento de nuevo.
Los éxitos militares de Márquez en el sur le valieron el traslado al norte de Colombia en 1993, a coordinar las unidades guerrilleras que se asentaban en Córdoba y Urabá hasta que se volvieron un nuevo bloque, el ‘José María Córdova’. De 1995 a 1998 se fue al Bloque Caribe, con asentamiento en los Montes de María y un grupo en la Sierra Nevada de Santa Marta, pero ante la ofensiva militar y paramilitar en Urabá, retornó allí y consiguió combatir a las autodefensas en su propio campamento de El Diamante en Córdoba, y armar una acción de ataque, considerada la segunda operación más grande de la historia de las Farc, en Juradó, Chocó.
Bajo su comandancia del norte, los civiles han sufrido gravemente, desde la masacre de La Chinita en Urabá en 1994, en la que sus hombres asesinaron a sangre fría a 35 personas que celebraban en una fiesta, entre ellas, a varias mujeres que quisieron salvar la vida de sus esposos; hasta la de Bojayá en Chocó, en 2002, donde cayeron más de cien civiles asfixiados y quemados por un cilindro bomba que lanzaron los guerrilleros que enfrentaban a un grupo paramilitar.
Márquez no ha improvisado en su guerra. Donde ha llegado, las Farc han recuperado terrenos perdidos. Repasa las cartas de situación de los bloques constantemente, revisa y aprueba los planes de ataque de los bloques, es inflexible en la necesidad de seguir los planes tácticos; lo demás lo considera aventuras.
Tiene un rol determinante en la cohesión de la Farc, tanto en su papel de instructor militar, como político, y como tal, si firma la paz con el gobierno, tendrá el liderazgo para que gran parte de la organización armada lo siga.
No obstante, llega con la mala experiencia de la UP y la desconfianza frente a un gobierno que mató a su comandante Alfonso Cano, cuando estaban en pleno acercamiento, y que llevó al propio Márquez, en un principio, a negarse al diálogo. La soberbia que se le vio en la inauguración de las negociaciones en Oslo, expresaba altivez de un militar endurecido, pero también, el desdén y el recelo acumulados en treinta años de una lucha del todo vale.
Le han oído decir, sin embargo, que la guerra no puede ser para siempre, y si no la ganan, es necesario terminarla con una buena negociación que les permita seguir haciendo política. Y al proceso también aportará esa convicción.