Diversos sectores sociales persisten en promover expresiones musicales y estéticas como una manera de contrarrestar la violencia generalizada que golpea con crueldad a los pobladores del puerto nariñense. Su tarea es transmitir alegría allí donde se pretende imponer la tristeza y el luto.
“Todos los grupos culturales lo que hacemos es proteger la vida”, afirma el maestro Francisco Tenorio al referirse al papel de la cultura en la convulsionada Tumaco. “Lo que nos importa es la danza, la música, proteger la vida, la vida…”. Su insistencia se escucha como un ruego en una ciudad donde, sólo en este año, han sido asesinadas por lo menos 200 personas.
Tenorio insiste en resaltar su tarea como gestor cultural porque el fin así lo exige: “Tenemos que cuidar la vida de los jóvenes, es que nos están dejando pocos”. Las cifras de homicidios lo corroboran. La gran mayoría de hombres y mujeres asesinados este año en la ciudad portuaria tenían entre 16 y 28 años de edad. Detrás de todo ello hay estructuras criminales que disparan a todo lado, y a cualquier hora del día y de la noche, sin consideración alguna. La violencia agobia a los tumaqueños en niveles que sobrepasan las confrontaciones armadas del pasado.
Pero hay quienes se enfrentan a ella sin más armas que la música, la danza, el teatro y la decoración floral. Uno de sus mayores promotores es, justamente, el maestro Tenorio, un veterano de la gestión cultural desde finales de la década del sesenta, con una visión inclusiva que rompió barreras en aquellas épocas: acogió en sus proyectos a quienes reconocían su condición homosexual. Una decisión nada fácil que le generó bastantes críticas, pero que, sin duda, salvó vidas.
“Si no hubiéramos asumido a los gays tal cual eran en el tiempo que empezó la cultura, hubieran sido las mayores víctimas, las personas que más hubieran matado, porque más de uno habría tenido esa fobia, les tendría rabia, los discriminaría, no los mirarían como los cultures, los músicos, los bailarines que son hoy”, cuenta Tenorio, y se le iluminan los ojos mientras habla sentado en el desvencijado sillón en su oficina de la Fundación Escuela Folclórica del Pacífico Sur Tumac.
Decenas de hombres, mujeres y gays se han forjado un futuro bajo la tutela de Tenorio y su fundación, creada formalmente en 1989, pero con una trayectoria iniciada a finales de la década del sesenta. Desde aquellos años no han parado de bailar y cantar en distintos escenarios, locales, regionales y nacionales, y de mostrar el rostro más alegre de la martirizada Tumaco.
Apertura del pasado
La entrada a la sede de la fundación golpea la vista, el olfato y el oído. A lado y lado de un largo pasillo están las mesas de trabajo donde se construyen marimbas y tambores, dos de los instrumentos fundamentales en la cultura musical de la región del Pacífico Sur. Con paciencia de artesanos, los jóvenes pulen maderas y cueros que luego harán bullir de alegría a quienes los escuchen.
Este lugar es el logro de casi 40 años de trabajo constante que, paradójicamente, surgió de la necesidad de cambiar juguetes de madera por los fabricados en plástico, la moda infantil finalizando 1969. “De ahí nace la fundación, de querer comprar esos juguetes”, recuerda Tenorio.
Para resolver el problema de cómo adquirirlos, aquellos jóvenes del barrio Panamá, vendedores de pescado, carreteros, concheros, decidieron crear su propio ‘Cucurucho’, pequeñas organizaciones artísticas que se agrupaban a finales de noviembre de cada año e iban de barrio en barrio cantando y bailando, con el fin de recoger plata para presentarse en las tradicionales fiestas del 4, 5 y 6 de enero, en homenaje a los reyes magos, de la tradición católica.
“Empezamos a organizarnos, a ensayar en los diferentes barrios. Hicimos una alcancía y hasta el 24 de diciembre recogimos plata”, cuenta el gestor cultural. A la hora del balance, el dinero que recibieron no alcanzaba para la cantidad de niños del barrio, pero eso no los desanimó, por el contrario, estimuló su creatividad, y para compensar, se dedicaron el 25 de diciembre a hacer competencias de rayuela o ‘tapacajón’, carrereas de encostalados y partidos de futbol.
“Nos quedó gustando, pero nuestro centro de reunión era el baile, el bombo, la marimba, los tocábamos y así empezamos con nuestro grupo”, cuenta Tenorio. Y una circunstancia lamentable les daría un nuevo impulso: la desaparición de los bailaderos de marimba. Eran famosos el de Los Camachos, en el barrio Panamá; el de Jacinto Bonilla, en Puente del Medio; y el de Diosistocles, en Pantano de Vargas.
“Como estábamos metidos en el cuento del baile, nosotros íbamos a ver para aprender”, recuerda el maestro. Para hacer más dinámica su danza, comenzaron a bailar Caderona y Patacoré, dos ritmos del Pacífico sur: “Fue cuando asumimos la parte cultural y nos fueron dando la responsabilidad de conservar la dinámica cultural de danza y música. La gente entonces cuando quería bailar marimba venía donde nosotros. Ya fuimos como más importantes”.
Y con el reconocimiento llegó la apertura mental para recibir a todo aquel que quería defender la cultura tumaqueña. En 1975, la iniciativa impulsada por Tenorio se diversificó, con grandes resultados: “Nuestro grupo era de jóvenes, de muchachos, uno de ellos era marica (la palabra gay no existía). Llegó, le gustó, fue uno más de nosotros. por su condición lo maltrataban mucho, pero con nosotros se sentía muy bien”.
Con el tiempo llegaron más, se integraron al grupo, y la historia, en boca de su gestor, cuenta que “varios de ellos se hicieron pareja en el grupo, pero todo era normal. Aunque nos criticaban, que como era que íbamos a aceptar maricas, no les paramos muchas bolas, lo asumimos. Y ellos fortalecieron el trabajo, eran mucho más dedicados, el estilo del baile fue mucho más estético, había muchas más actividades, era todo más armónico. El grupo llegó a tener tantos buenos momentos que nos asumimos como el único grupo que practicaba la danza del Pacífico sur”.
Ese reconocimiento logrado a mediados de los setenta les significó también conseguir aliados como Plan de Padrinos, impulsado por el gobierno norteamericano que llegó a Tumaco en 1973. Con recursos de ese programa social, comenzaron a crecer y consiguieron una sede.
Pero un grave desastre natural pondría a prueba la fortaleza de los tumaqueños y su resistencia a las adversidades y a la tristeza: el terremoto, acompañado de tsunami, ocurrido el 12 de diciembre de 1979, que sacudió las costas del océano Pacífico al amanecer de ese día que ocasionó en Tumaco por lo menos 52 personas muertas, un millar heridas y la destrucción de cientos de edificaciones.
Las autoridades departamentales cancelaron el tradicional Carnaval de Negros y Blancos, que se hace la primera semana de enero de cada año en la ciudad de Pasto. La decisión cobijaba también a Tumaco, uno de los poblados más afectados por el movimiento telúrico, pero Tenorio y su grupo se opusieron a la medida. “Yo dije: ¡en Tumaco hacemos carnaval! ¡Cómo íbamos a poner llanto sobre más llanto, esos días debían ser de alegría!”, recuerda ahora el gestor cultural. Su idea recibió el apoyo económico del programa Plan de Padrinos: “¡Y se hizo el mejor carnaval de la historia!”.
Ocho años después y cuando proliferaban los grupos culturales, algunos de sus representantes, entre ellos Julio César Montaño y Óscar Mora, se propusieron hacer un festival nacional de danza. A Tenorio le gustó la idea y recurrió nuevamente a Plan de Padrinos para obtener la financiación. “La idea era mostrar que no estábamos solos, que había otros grupos en el país y en el mundo, que no éramos una isla, y también para que el mundo nos viera”, evoca el maestro. Así nació el Festival del Currulao y Música de Marimba del Pacífico Sur.
Otro paso significativo en el crecimiento de la gestión cultural fue la constitución, en 1989, de la Fundación Escuela Folklórica del Pacifico Sur Tumac. “El propósito era que nos reconocieran”, dice Tenorio. “Y nuestro pensamiento se vuelve más amplio, con objetivos claros, la idea con la escuela es que queremos que perdure el folclor del Pacífico Sur, que no sea sólo la danza y la música, que sean varias líneas, entonces ahí empezamos con la idea de construcción de instrumentos, luego nos metemos a la parte literaria”.
Y ese espacio mantuvo la apertura para la diversidad sexual. Allí, cuenta su gestor, “los gays encontraron un sector donde se sienten personas y expresan sus potencialidades en la música, la danza, en el canto. ¿Y qué ganaron estos chicos? Primero la vida, si no fuera por la cultura, hubieran podido ser víctimas; luego el reconocimiento, por lo que se ganaron el derecho a ser maestros. Esa fue la gran ventaja. Yo siempre les dije que tenían que mostrar lo que eran, porque tienen potencialidades superiores que pueden servir a la sociedad”.
El buen ejemplo
Dos de los primeros alumnos de Tenorio ahora recogen los frutos de su formación. Se trata de Nixon Ortiz y Gregorio Arboleda, conocido en la escena cultural como ‘Goyo’. Ambos son directivos de la Fundación Arco Iris, que agrupa a 50 jóvenes gays de Tumaco, y desde donde trabajan por generar respeto e inclusión. Su sede, en el barrio Nueva Independencia, es una casa de puertas abiertas.
“La cultura para mí es todo”, relata ‘Goyo’, quien fue el primer gay en integrarse a la escuela del maestro Francisco Tenorio: “Y no he tenido mucha discriminación porque me agarré de la parte cultural, me hice bachiller y profesional. Soy docente hace 24 años y trabajo en el sector rural. Tengo el título de Licenciado en ciencias naturales y educación ambiental”.
Y las expresiones culturales también son un valor esencial para quienes lideran esta fundación, constituida hace cinco años con el objetivo de hacer respetar los derechos de la comunidad LGBTI. “En los barrios hacemos peñas culturales, cine-foros, plantones, reinados educativos”, cuenta Gustavo, uno de los activistas de Arco Iris, y agrega que trabajan con docentes de centros educativos del sector público para contrarrestar el maltrato hacia chicos y chicas homosexuales.
Buena parte del reconocimiento que han alcanzado en Tumaco también se debe a su creatividad. Algunos miembros de la comunidad gay se han insertado en tradiciones culturales de antaño como los rezos y los cantos en ceremonias de difuntos, y la decoración en fiestas religiosas y matrimonios. ‘Goyo’, por ejemplo, es uno de los cantadores en los velorios. Aprendió a hacerlo desde los diez años, según cuenta, escuchando a su mamá y a las tías. “La gente nos recibe muy bien, nos respetan mucho”, dice.
Otra de las tareas es la de rezanderos, personas que conducen la oración en un velorio y que según cuentan, tiene horas muy marcadas: a las 9 y 12 de la noche y 6 de la mañana. Entre la comunidad LGBTI hay algunos que son llamados para estas labores. Y otros se han especializado en arreglos florales para matrimonios y celebraciones religiosas. “La iglesia (católica) no ha sido nuestra aliada, pero hemos logrado que en algunas cosas nos incluyan”, precisa ‘Goyo’.
Barreras del presente
Las ‘grietas’ del Andén Pacífico rumbo al posconflicto)
Tumaco ha padecido este año el incremento de la violencia a unos niveles dramáticos. Su mayor expresión es la de los asesinatos, que ya superan los 200 casos, cifra que refleja la intensidad de la disputa entre estructuras criminales por el control territorial de áreas urbanas y rurales, claves para las actividades del tráfico de estupefacientes. (Ver más:“Yo veo que Tumaco está dividido en dos”, cuenta una mujer que conoce lo que está sucediendo en los barrios y que por razones de seguridad solicitó no revelar su nombre. De acuerdo con lo que ha observado, de un lado de esa línea invisible están los barrios Humberto Manci, Maria Auxiliadora, Nuevo Milenio, Familias en Acción, Los Libertadores y Bajito Tumac, dominados por un grupo de desmovilizados y disidentes de las Farc liderados por alias ‘El Tigre’; y del otro lado se encuentran Viento Libre, Panamá, Buenos Aires, 11 de noviembre, Los Ángeles, Unión Victoria y Candamo, bajo el control de alias ‘David’, un antiguo miliciano de ese grupo guerrillero que no se acogió al proceso de paz firmado con el gobierno nacional.
“Hay barrios donde hay más dificultades para movilizarse, como Viento Libre, donde no se puede entrar con facilidad. La gente tiene que ingresar con alguien conocido”, relata la fuente consultada, quien agrega que la inseguridad se incrementa porque la policía no patrulla constantemente este tipo de barrios críticos.
La compleja situación impacta el trabajo de los líderes de las juntas de acción comunal que ahora tienen un bajo perfil. “Son elegidos, pero no logran tener mayor trabajo y las actividades que adelanten deben ser de tal manera que no afecte los intereses de los grupos”, detalla la mujer.
Pero los efectos de la violencia también están sintiéndose en lugares de la ciudad que hasta hace pocas semanas se consideraban seguros para la comunidad, como, por ejemplo, los parques San Judas y Nariño. “En los últimos días han matado gente en sus alrededores, que eran sitios tranquilos”, afirma una integrante de una de las organizaciones humanitarias internacionales que hace presencia en Tumaco, a quien le preocupan las balaceras, “que ya suceden de día y de noche, en cualquier lugar”.
Una de las víctimas de esas balaceras fue Carlos Augusto Paneso, un activista gay, asesinado el 26 de mayo pasado en las afueras de su casa, en el barrio Viento Libre. “Él era una persona visible en este proceso, nos cogía de la mano y nos llevaba a su barrio, su muerte nos quitó una pieza fundamental para nosotros hacer un excelente trabajo, como lo hacemos en Panamá, en Puerta del Sol”, se lamenta Gustavo, de la Fundación Arco Iris.
Y tal como lo hacen ahora los líderes de las juntas de acción comunal, los activistas de la comunidad LGBTI también trabajan con cautela y cuidado en aquellos barrios considerados críticos por la disputa armada. “La recomendación es no ponerse en riesgo”, dice ‘Goyo’.
El maestro Tenorio es consciente de los riesgos: “Tenemos temores, no crea que uno no siente miedo, es la vida, con un disparo le quitan la vida, pero en los barrios se puede hacer cultura, nosotros estamos entrando a Viento Libre, La Unión Victoria, El Bajito de Tumac, pero somos claros con la gente y ninguno de los bandos nos ha intentado callar, hemos sido protectores”.
Pese a ello, esa labor cultural tiene sus restricciones: hay sectores barriales donde no se pueden tomar fotos ni colgar un pendón institucional; también tienen claro que sólo pueden trabajar hasta las 5:30 de la tarde. Si bien Tenorio asegura que esas limitaciones no son órdenes expresas, se saben por la gente “y es mejor respetarlas” porque “tenemos que cuidarnos mucho y tenemos que cuidar la vida de los jóvenes, que nos están dejando pocos”.
Ante tales dificultades, el maestro insiste en resaltar el movimiento que representa lo que pretende es proteger la vida: “Somos de la cultura, no estamos con grupos armados, no hemos tomado partido, lo que nos importa es la danza, la música” y define su gestión como una cultura de la resistencia: “insistimos en conservar nuestra identidad cultural, le resistimos a cualquier otra cultura que quiera venir a imponerse, llámese como se llame. Nos resistimos también a la violencia, venga de donde venga. Los de la cultura tenemos color de vida, no color de la muerte”.
Este artículo hace parte del proyecto “Seguridad para mujeres y personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales en regiones afectadas por el conflicto en Colombia”, realizado entre la FIP (Fundación Ideas para la Paz) y el IDRC (International Development Research Centre).