En El Alto de la Vuelta quieren olvidar humillación de Auc

      
En este corregimiento, a 30 minutos de Valledupar, paramilitares del Frente Mártires del Cesar sometieron a sus pobladores a toda clase de vejámenes durante ocho años. Hoy piden tierra como medida de reparación.

Las escenas de dos hombres amarrados en un poste de energía en la plaza principal del pueblo, como castigo por haber peleado entre sí, o los grupos de mujeres barriendo y limpiando todo el pueblo, o los hombres haciendo las veces de vigilantes en la noche, no se han borrado de la memoria de los habitantes del corregimiento de El Alto de la Vuelta, municipio de Valledupar. Esos eran algunos de los castigos impuestos por los paramilitares que llegaron al pequeño poblado a finales de 1997.

El Alto de la Vuelta, ubicado a 25 minutos de Valledupar y a escasos seis kilómetros de los límites del Cesar con La Guajira, no sólo es un pueblo de afrodescendientes que viven de la agricultura, también es un corredor que conecta a los dos departamentos sin tener que utilizar la vía nacional.

Inicialmente fue utilizado por la guerrilla del Eln y las Farc para llegar hasta las fincas palmeras y arroceras de la región y exigirles la ‘vacuna’ a los agricultores y terratenientes; luego, fue el lugar donde facciones de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) instalaron una base para controlar el norte del Cesar, el sur de La Guajira y parte del Magdalena.

VerdadAbierta.com visitó el lugar y habló con algunos de sus habitantes, quienes padecieron la época “de la humillación”, como la llaman ellos. Allí aseguran que por El Alto veían “desfilar alcaldes, miembros de la Policía y el Ejército, funcionarios públicos, que llegaban a rendirle cuentas al comandante paramilitar de turno”.

Uno de los comandantes más recordados es David Hernández Rojas, alias ‘39’, quien se convirtió en el más temido de la región, incluso extralimitándose en las funciones que le había encargado el jefe del Bloque Norte de las Autodefensas, Rodrigo Tovar, alias ‘Jorge 40’, quien al final, según dicen en la zona, conspiró contra él para que el Ejército Nacional le diera muerte en octubre de 2004.

Los relatos de los pobladores no se borran de la memoria. Ernesto*, por ejemplo, aún recuerda esa época: “Nosotros sufrimos una humillación muy grande. A los hombres nos tocaba cuidar el pueblo de noche, para eso nos reunieron a 100 hombres y nos dividieron en cuatro grupos y cada uno respondía por un sitio por el que, supuestamente, podía entrar la guerrilla. Así estuvimos durante varios años, especialmente en el tiempo que estuvo alias ‘39’”.

Durante más de 15 años, este corregimiento, a 30 minutos de la capital del Cesar, no tuvo presencia de la Policía Nacional. Por ello, dicen algunos de sus pobladores, fue posible el asentamiento de grupos paramilitares sin mayores problemas.

A la zona llegó una facción armada ilegal conocida Autodefensas del Frente Mártires del Cesar, que más adelante se llamaría Frente Mártires del Valle de Upar. Hicieron un campo de entrenamiento en la finca Los Guayacansitos, a pocos minutos del caserío, donde permanecían alrededor de 300 hombres.

“Para nosotros se volvió costumbre ver en las calles del pueblo a los hombres con uniformes camuflados y armados, ellos eran la ley y nos tocaba hacer lo que nos dijeran, si no lo hacíamos, nos tocaba irnos desplazados a Valledupar o a otra parte”, dice Ernesto.

Antes de llegar a El Alto de la Vuelta, la vía se bifurca. Justo en ese punto, los paramilitares instalaban un retén y a todos los ocupantes de los vehículos que pasaban por el lugar les pedían los documentos de identidad, si aparecía en la lista, lo retenían y lo mataban.

“En nuestro pueblo no hubo muertos, sí los hubo en Badillo y en Río Seco, donde mataron a unos líderes antes de llegar a El Alto. Se podría decir que nosotros convivimos con ellos, sin ser parte de ese grupo”, reconoce Ernesto.

Cuentan también en el caserío que alias ‘39’, durante los más de doce meses que permaneció en allí dio órdenes que los dejaban a todos asombrados. No le gustaba que las mujeres lavaran la ropa en las casas porque el agua de los lavaderos corría por las calles, “por eso mandó a hacer unos lavaderos en una acequia que está cerca del pueblo y nos ordenó a los hombres que construyéramos unas enramadas para que nos les diera el sol”, dice un lugareño.

Otro tema fue el de los animales domésticos: “tuvimos que recogerlos porque no le gustaba que nuestros chivos, gallinas o burros estuvieran sueltos en las calles”, agregó este poblador.

Francisco* tiene una pequeña parcela cerca del pueblo y recuerda que tanto a los dueños de las fincas arroceras y palmeras, como a los pequeños agricultores, les tocó pagar una cuota por cada hectárea cultivada y el que se rehusara sabía que se la cobraban “por la derecha, pues se llevaban los animales o la maquinaria que ellos quisieran”.

Una de las situaciones más complejas para los hombres del pueblo fue guardar silencio ante el enamoramiento de sus mujeres por parte de miembros de las Auc. “Si venían a mi casa y les gustaba mi mujer, la enamorabande frente y uno se tenía que quedar callado”, cuenta Ernesto.

Los pobladores de El Alto de la Vuelta debían asistir casi que religiosamente a las reuniones que convocaban los paramilitares a cualquier hora del día o de la noche; en ellas, el comandante de turno daba algunas instrucciones generales. En el pueblo aún recuerdan la famosa lista que les mostraba alias ‘39’, que al parecer contenía 550 nombres de personas que matarían en Valledupar y pueblos vecinos.

“En las tardecitas nos sentábamos en las puertas de las casas y pasaban los urbanos (así le decían a los paramilitares que actuaban en la ciudad) y nos decían: prendan la radio para que más tarde sepan a quien matamos”, rememora Ernesto.

Las casas del pueblo hoy están pintadas de vistosos colores y muchasde ellas guardan los recuerdos de la época de la humillación, incluso, algunas fueron compradas por jefes paramilitares para vivir allí. Si a uno de ellos le gustaba alguna, debían vendérsela al precio que ellos imponían.

“Al lado de mi casa se mudó uno de los comandantes y como los patios están divididos por cercas de madera, muchas veces vi como en las noches llegaban los jefes financieros con sacos de plata que metían en unas canecas y enterraban después en sitios cercanos”, explica otro de los habitantes.

El día que sacaron a mujeres y niños
En este caserío, no olvidan el día, por allá en el año 2000, que tras una orden de alias ‘39’ todas las mujeres y niños fueron transportados en varios camiones a Valledupar porque tenían información de que la guerrilla se tomaría el lugar. Solo dejaron a los hombres, a los que dividieron en varios grupos y los mandó a dormir al monte. “Al fin no supimos qué pasó, la guerrilla nunca llegó”, dijo José*, otro hombre del pueblo.

Durante los 20 días que mujeres y niños estuvieron lejos de sus hogares, los hombres fueron obligados a construir trincheras alrededor del pueblo. “Hicimos los postes, los amarramos con alambres y sembramos cardones en las zanjas que hicimos. La idea era que esos cardones crecieran e impidieran la entrada de la guerrilla”, cuenta José.

A las trincheras se les sumaron una especie de trampas armadas. Cuenta este poblador que “por esos días se armaron en los cuatro callejones por los que se puede salir o entrar al pueblo unas trampas con armas hechizas, las que amarramos con una cuerda, si alguien pasaba y tocaba la cuerda, el arma se disparaba y lo hería en las piernas, por eso se llamaban ‘quiebrapatas’”.

El drama fue que no fue accionada por guerrilleros sino por un campesino que la activó cuando iba a trabajar a una finca cercana y los disparos lo mataron. Ese accidente marcó a todo el pueblo y fue una de las dos personas del pueblo que murieron violentamente.

Sin embargo, los alteros tuvieron que ver muchos muertos debido a que las personas que llegaban a arreglar algún asunto con el comandante o los mismos miembros de las Auc que no cumplieran las reglas, los mataban y los dejaban cerca del caserío.

La tierra como reparación
El Alto de la Vuelta queda cerca de los corregimientos Guacoche, Guacochito, Badillo y Las Raíces, donde hay comunidades organizadas en consejos comunitarios que hoy buscan recuperar su identidad, sus tierras y su vida organizativa.

El consejo más adelantado es el de Guacoche, que ya logró solicitar ante el Incoder el reconocimiento de sus sabanas comunales. El del Alto aún está en trámite y le falta la aprobación del Ministerio del Interior.

“Nosotros hemos tenido el apoyo de Naciones Unidas que nos ha ayudado a organizarnos. Después de todo lo que ha vivido esta comunidad, la única reparación que necesita es que nos den nuestro territorio, a nosotros no nos interesa que nos hagan un puente, que aunque lo necesitamos, no es lo que nos repararía, como dice la ley”, explica su presidente Wildon Cabana, un hombre que vivió el terror paramilitar y que se destaca por su trabajo social.

Según este líder comunitario, lo que requieren es tierra porque se quedaron encerrados, hoy están rodeados de fincas de grandes terratenientes. “No tenemos para donde crecer, ni siquiera podemos acceder a los programas de vivienda gratis que da el gobierno porque no hay tierra”, afirma.

A juicio de Cabana, El Alto de la Vuelta es un pueblo hacinado: “las 125 familias que vivimos aquí, estamos en 104 casas, es un hacinamiento total y el único que puede meter la mano es el mismo Estado. Solo estamos esperando que nos den la aprobación del Consejo para solicitar ante las instancias nacionales nuestros derechos”.

El diagnóstico es tan complejo que si alguien quiere construir una casa nueva en El Alto no puede porque no hay lotes y el valor de las fincas de los alrededores tiene precios inalcanzables para ellos. Una hectárea de tierra productiva, de acuerdo con la información que conoce el líder comunitario, puede valer hasta 70 millones de pesos.

Este pueblo que vivió su propia tragedia y que pocos conocieron en el país, respira hoy otro ambiente: los niños van a la escuela, tienen un parque multifuncional, los jóvenes hacen el bachillerato en el colegio de Guacoche y los que pueden van a la Universidad Popular del Cesar en Valledupar. “Aquí estamos y aquí seguimos luchando para que esta comunidad vuelva a florecer”, sentencia Cabana.

* Por razones de seguridad, algunos nombres fueron cambiandos.