Es necesario propiciar un encuentro honesto entre los periodistas y quienes tienen algo que decir, o que callar, sobre lo que han vivido. Sus silencios también comunican y hay que aprender a leerlos.
Debido a mi doble condición de periodista y consultora independiente, cubriendo y analizando temas de paz y derechos humanos, por un lado, y asesorando a ONG y organizaciones sociales en temas de comunicación estratégica, por el otro, estoy familiarizada con el desencuentro que se da a menudo entre los periodistas y las personas que trabajan en y con las comunidades y colectivos en situación de vulnerabilidad. Me he trazado la meta personal y profesional de acercarlos y de ayudarles a superar su desconfianza, sus prejuicios y sus resistencias mutuas, porque estoy convencida de que la comunicación fluida entre ambos potencia un trabajo conjunto de enorme valor e importancia para comprender el pasado y el presente de este país, proyectar el futuro, hacer visible lo invisibilizado y marginado, y buscar la verdad. Lo he comprobado muchas veces.
Como periodista, entiendo el reclamo de los colegas que ondean la bandera de la libertad de prensa e información y que no dudan en denunciar cuando se sienten constreñidos, censurados o vetados injustamente. Por eso, mi primer impulso al leer el artículo de Patricia Nieto, titulado “El silencio de Bojayá”, en el queexponía lo que, a su parecer, fue un veto a su trabajo por parte del Comité de Víctimas durante el cubrimiento de los restos de los asesinados en la masacre, fue de respaldo.
Lo sentí así porque creo que los periodistas deben poder cuestionar los abusos de poder o autoridad, sea quien sea que los detente, y porque en mis más de diez años de trabajo he visto que, lastimosamente, hay comunidades en varias partes del país (por suerte creo que no son mayoría) cuyos líderes hacen más daño que bien, persiguen solo sus intereses personales e instrumentalizan a las personas para quienes dicen trabajar, sin ser cuestionados por nadie. Por un lado, porque se asume que su origen o condición los revisten de una bondad automática, pero también por temor a que eso se interprete como una intromisión indebida en los procesos organizativos y en la autonomía de las comunidades o como un irrespeto hacia ellas. Creo que es algo que se debe decir con claridad y que no equivale a meter a todos los líderes en el mismo saco ni a desconocer que la mayoría de ellos son íntegros y arriesgan su propia vida y su seguridad por defender los derechos de sus comunidades.
También soy consciente de que hay comunidades y personas que sienten, con sobrada razón, una enorme desconfianza hacia la prensa, debido a malas experiencias. Algunos medios de comunicación y periodistas han tergiversado, manipulado o incomprendido la información relacionada con ellos; otros también los han instrumentalizado, estigmatizado, revictimizado o irrespetado de múltiples maneras. Tampoco hay bondad absoluta en el periodismo. Pero, cuando asesoro a quienes necesitan comprender cómo visibilizar su trabajo a través de una comunicación eficaz con los medios, me esfuerzo por hacerles entender que también los hay éticos, serios, comprometidos con la verdad y respetuosos del dolor de quienes sufren. Siempre me ha irritado la injusticia de hablar de “los medios y los periodistas” en general, sin diferenciar entre calidad e intenciones, y la tendencia a culparlos de todos los males, del mismo modo en que me molestan profundamente la mediocridad e irresponsabilidad en el abordaje de los temas y el irrespeto por los derechos de las personas.
Todo hecho tiene muchas versiones, tantas como implicados, afectados o analistas. Leí el artículo de Patricia Nieto, pero me faltaba conocer la otra versión. Encontré un artículo en Colombia Plural que no me satisfizo del todo, quería escucharla de primera mano, de la voz de sus protagonistas. Asistí, entonces, a la rueda de prensa que convocó el domingo el Comité de Víctimas de Bojayá y entrevisté en privado a su líder, Leyner Palacios.
Durante mi conversación con él confirmé, casi automáticamente, que detrás de toda esta polémica hay un tremendo malentendido y una tensión entre lo que cada quien considera “su derecho”. No la conozco personalmente, pero en el gremio se sabe que Patricia Nieto es una experimentada periodista que lleva muchos años dedicada al cubrimiento del conflicto. Por otro lado, he estado en Bojayá y sé que para una comunidad tan victimizada es muy importante que se respeten sus creencias, sus derechos y su duelo, y así lo han defendido. La tensión que veo es entre el derecho que sienten los periodistas a informar sin veto alguno y el que defienden las comunidades a su intimidad, a que no sea expuesto en público lo que consideran privado.
El protocolo de la discordia
La versión de los hechos que me contó Palacios es la misma que también dio en entrevista con Verdad Abierta: dice que, cuando estas le dijeron que querían cubrir las exhumaciones, les advirtió a la periodista y a la fotógrafa que le acompañaba que eso “sería complicado porque la asamblea del Comité de Víctimas había decidido a finales de abril que no hubiera presencia de la prensa”. En general, su molestia y la de la comunidad se originó en que sintieron ignoradas sus peticiones e irrespetados sus momentos de intimidad, máxime cuando tienen rituales de gran raigambre ancestral que son para ellos de la mayor importancia.
Palacios dice que el Comité cuenta con un protocolo de relacionamiento con los medios desde el año 2004 y que han ido ajustándolo dependiendo de las necesidades, antes de cada evento importante en el que prevén que la prensa puede interesarse. Dice que lo hicieron por su cuenta, de buena fe, pero sin contar con la asesoría de nadie. Reconoce que la comunidad no cuenta con los recursos ni el conocimiento suficientes como para estar seguros de que el contenido del documento es el adecuado, pero hasta el momento deducen que sí porque en general, los medios lo habían respetado y había funcionado. Añadió que están dispuestos a ser asesorados sobre ese tema, pero siempre y cuando se respeten sus condiciones.
El protocolo fue uno de los factores más importantes que desató la rabia de las periodistas, pues fue publicado el 11 de mayo,cinco días después del incidente entre ellas y los líderes por el cubrimiento de las exhumaciones. Las comunicadoras dedujeron que el Comité lo había creado improvisadamente para obstaculizar su trabajo. Le pregunté a Palacios por qué publicaron tardíamente el protocolo y si es consciente de que las suspicacias pueden ser válidas y dijo que él les comentó verbalmente de la prohibición y de la existencia del documento porque no había podido escribirlo y publicarlo antes, debido a que no había tenido tiempo: “Lo último en lo que pensábamos era en que tuviéramos que hacer un protocolo para relacionarnos con la prensa, teniendo en cuenta que en este momento cargamos un dolor tan terrible y hemos estado tan concentrados en la recuperación de los restos de nuestros familiares, por fin, 15 años después de la masacre, que esa no era nuestra prioridad. El protocolo fue, en parte, producto de lo que vimos que estaba sucediendo”, dijo.
Al desconocimiento del Comité (común a varias organizaciones no gubernamentales y colectivos sociales) sobre cómo tratar su relación con los periodistas, y a que estos últimos asumen (casi en general y, a veces, equivocadamente) que los otros deberían saberlo, se sumó que los bojayaceños asumieron que los periodistas “conocían las reglas de juego”, pues ya durante el acto de petición de perdón de las FARC, el 6 de diciembre de 2015, habían prohibido la presencia de los medios para evitar que se convirtiera en un show mediático y, a cambio, ofrecieron enviarles ellos mismos información e imágenes del evento y no hubo desacuerdo al respecto. Palacios reconoce que, en ese sentido, pudieron haberse equivocado al no reiterar con antelación que se iba a proceder del mismo modo.
El líder afirma que la polémica desatada le ha dolido mucho al Comité, sobre todo, por el momento de duelo que atraviesa la comunidad. También dijo estar preocupado porque en el artículo se exponen los nombres y fotografías de muchas personas que se encuentran en un alto nivel de riesgo y que varios señalamientos “son injustos”. Sin embargo, afirma que ni él ni la comunidad tienen ningún resentimiento hacia Patricia Nieto y que están buscando contacto con ella para superar el incidente: “Losbojayaceños creemos en la reconciliación. Esperamos que esto se aclare de la mejor manera y que contribuya a mejorar la relación entre los medios y las comunidades. Todos los seres humanos cometemos errores, los hubo de parte y parte. No vamos a estigmatizar a ningún periodista, consideramos que su trabajo es muy importante. Creemos en la libertad de prensa, pero solo pedimos un poco de intimidad en este momento tan difícil”, recalcó.
Hacia un relato de país más incluyente
Uno de los aspectos más discutidos a propósito de esta polémica es el de las narrativas, es decir, lo que se dice, lo que no se dice, desde qué punto de vista y con qué intención, entre otros aspectos. “¿A quién beneficia una única narrativa de la segunda exhumación en Bojayá?”, preguntaba Patricia Nieto en su artículo. La respuesta a esa pregunta, que considero pertinente y que aplica en general, es: a nadie. El momento que vive el país implica que debemos estar abiertos a aprender y a reconocernos, abordando la realidad desde sus múltiples matices, comprendiendo y respetando la existencia de múltiples verdades y buscando un equilibrio entre ellas. No nos beneficia una única narrativa mediática, tampoco una única narrativa de los protagonistas de la realidad, sea cual sea el trozode ella que abordemos.
Le pregunté a Leyner Palacios cómo les gustaría a las víctimas de Bojayá ser representadas y si estaban conformes con la representación que los medios estaban haciendo de ellas: “En este momento específico –respondió-, nos gustaría que no mostraran los huesitos de nuestros familiares, que no nos muestren llorando, sino luchando por una reivindicación de nuestros derechos, por el trabajo que hacemos cada día por salir adelante y sobreponernos al dolor. Que, en vez de mostrar los huesos, mostraran los rostros de las personas que fallecieron, queremos seguir recordándolos desde la vida, desde la importancia de sus valores y sus apuestas. Eso es todo lo que pedimos y consideramos que estamos a tiempo de corregir errores”.
La prensa colombiana pasó de lo conocido a lo desconocido en muy poco tiempo: de cubrir el conflicto durante 50 años, estar familiarizada con su lenguaje, sus protagonistas y sus relatos a través de las fuentes de siempre, mostrar la violencia y la muerte, a cubrir una paz desconocida, que obliga a escuchar múltiples voces que nunca antes, tanto como ahora, habían podido hacerse escuchar y reclamar su derecho a expresarse, pero, también, a callar. Para esas voces, desacostumbradas a que alguien las escuche, también es un reto y un aprendizaje aprender a comunicar sus demandas, sus opiniones, su visión del mundo. Y es deber de quienes las acompañan facilitarles el acceso a ese conocimiento y ayudarles en ese proceso, que no siempre es fácil.
Comunicadores, académicos e investigadores sociales llevan mucho tiempo (me atrevería a decir que al menos dos décadas) criticando, preguntando, analizando y opinando sobre cuál debería ser el rol de los periodistas frente a la realidad del país, antes, desde la perspectiva del conflicto y, ahora, frente a la construcción de la paz. Palacios opina que es importante que transmitan mensajes de reconciliación, de solidaridad y hermanamiento. Pero, sobre todo, que reflejen la enorme diversidad cultural del país, “las diferentes maneras que tienen los indígenas, los negros, los mestizos, de relacionarse con el mundo y con la naturaleza, con la vida y la muerte. Sería interesante que eso también se divulgara. Estoy convencido de que la construcción de la paz va a ayudarnos a que todo esto se haga visible”, dice.
No abogo por la condescendencia, pero sí por la comprensión entre dos importantes actores para el conocimiento de la realidad que se necesitan mutuamente y que pueden cooperar de manera exitosa. Y considero que es necesario propiciar un encuentro honesto entre los periodistas y quienes tienen algo que decir, o que callar, sobre lo que han vivido. Sus silencios también comunican y hay que aprender a leerlos. Quizá esa sea otra paz, otra reconciliación y otro diálogo pendiente, del que todos los colombianos saldremos ganando, para construir un relato más incluyente de país. Quizá para eso nos sirva este desencuentro entre el Comité de Víctimas de Bojayá y dos periodistas: para aprender. Quién sabe.
*Consultora en comunicación estratégica y periodista independiente especializada en temas de paz, derechos humanos, y asuntos sociales, políticos y humanitarios.
Twitter: @NubiaERojas