El norte de Antioquia se plaga de minas antipersona

      
Las Farc responden al avance del Ejército sembrando minas explosivas,  y ahora, las bandas criminales les siguen el mal ejemplo. VerdadAbierta.com cuenta cómocosechan sufrimiento y destrucción de vidas.

briceñoAlfredo* solo recuerda que el fuerte estallido lo cegó de inmediato, que lo hizo volar por los aires y que se estrelló aparatosamente contra un árbol. Que un ardor infernal comenzó a apoderarse de su cuerpo. La suerte de sus compañeros de infortunio la conoció días después, aunque hay detalles que prefiere olvidar.

Lo que no podrá borrar de su mente será la hora y la fecha cuando se enfrentó a la desgracia: 7:40 de la mañana del 4 de mayo de 2013. Tampoco las circunstancias previas a su fatal accidente. Recuerda, por ejemplo, cómo los primeros días de ese mes ingresaron tropas del Ejército a Los Trozos, vereda de Anorí, Nordeste antioqueño, a donde Alfredo había llegado doce años atrás huyendo de la guerra paramilitar que azotaba al departamento de Córdoba.

Tenía claro que las fuerzas militares llevaban poco más de seis años sin patrullar por esos parajes, donde los campesinos, a fuerza de las circunstancias, han tenido que aprender a convivir con el Frente 36 de las Farc, cuya presencia en esa región no solo es histórica sino que, hoy por hoy, constituye el último bastión de este grupo guerrillero en Antioquia.

“La cosa se va joder”, fue lo primero que Alfredo pensó. Y así fue. El 2 de mayo se registraron fuertes combates entre los militares y los guerrilleros. Por experiencia propia, Alfredo sabía que cuando el Ejército ingresa a un territorio dominado por un grupo armado al margen de la ley, lo primero que hace, en respuesta, es tomar represalias contra la población ajena a la guerra.

Esa vez no fue la excepción. Para contener la arremetida del Ejército en el Nordeste del departamento, el Frente 36 de las Farc recurrió a la siembra indiscriminada de minas antipersona. Buena parte de los caminos de ésta y otras veredas de Anorí hoy son peligrosos campos minados. “Ellos le dicen a uno: no se salgan del camino porque hay minas. Y ponen unos letreros, unas estacas con unos dibujitos y entonces uno sabe que por ahí no se puede caminar, porque hay minas”, explica el labriego.

Varios campesinos decidieron advertirles de esta estrategia a los soldados. Quizás por ello, deduce Alfredo, el camino que siempre recorrían él y sus compañeros para ir a trabajar a una de las tantas minas de oro que circundan la localidad,la mañana de ese 4 de mayo ya no tenía las estacas de madera con los símbolos pintados que solían ver.

“Estábamos caminando por la misma trocha que siempre utilizábamos para ir a la mina. Yo iba con otros tres compañeros de trabajo. Iba de segundo. Cuando de pronto yo sentí una explosión muy fuerte que me tiró lejos. El que iba de primero en la fila pisó una mina. Lo mató de una. Yo iba de segundo y el golpe lo recibí en el pecho y la cara. Al tercero, el ‘bombazo’ le estalló los oídos. Al cuarto, como iba más bien retiradito, no le pasó mayor cosa”, es lo último que recuerda Alfredo.

A la fecha, Alfredo ha sido sometido a 17 intervenciones quirurgícas con el fin de reconstruirle el rostro; además, estuvo 29 días en una sala de cuidados intensivos de un hospital de Medellín. La onda explosiva le quemó buena parte de la piel del pecho y la lluvia de esquirlas convirtió sus ojos en dos cuencas inexpresivas e irreconocibles. Sus días transcurren entre penumbras, tristezas y reclamos al Altísimo.

Campo de batalla
A varias semanas de camino a pie y muchos kilómetros de distancia de la vereda Los Trozos se encuentra la vereda La Mina, del corregimiento Pueblo Nuevo, en Briceño, corazón del Norte de Antioquia.

En este poblado, la vida no es la misma desde hace poco más de un año. La razón: el Frente 36 de las Farc decidió recurrir a la utilización indiscriminada de minas antipersona para frenar el avance de las tropas del Ejército Nacional. Esta estrategia de guerra se ha convertido en un drama para las comunidades campesinas ajenas al conflicto.

“Al principio del año estuvimos prácticamente confinados, porque no nos atrevíamos a movernos por miedo a las minas. Tuvimos una crisis humanitaria muy delicada: escasearon los alimentos, dejamos de mandar los niños a la escuela, nos sentíamos encerrados”, recuerda Adela*, habitante de la vereda. De acuerdo con los registros de la Personería de Briceño, en lo que va corrido del año cuatro militares y trece civiles han caído en estas trampas, mientras que dos más, adolescentes de 15 y 16 años, han fallecido.

La cifra excede en mucho los cinco accidentes registrados el año pasado. Claro está que, según cuentan un funcionario público de la localidad que prefirió omitir su identidad, para aquel entonces este flagelo no tenía la magnitud que tiene hoy: “No solo es la vereda La Mina. El problema es muy delicado en veredas como La Calera, El Orejón, La América. Allá tenemos una presencia considerable de minas antipersona”.

En la actualidad, municipios como Briceño, Toledo, Campamento, Anorí y San Andrés de Cuerquia, entre otros, enfrentan una compleja realidad que preocupa a observadores externos y autoridades locales: de un lado, estar en la zona de influencia del megaproyecto Hidroituango, la central hidroeléctrica más grande que se construye actualmente en el país; y del otro, ser parte del corredor estratégico que el Frente 36 de las Farc ha defendido ferozmente por años por cuanto le permite conectar fácilmente el Nordeste de Antioquia, pasando por el Bajo Cauca y el Norte, con el Parque Natural Nudo del Paramillo.

“El Nudo del Paramillo es el epicentro hoy de una disputa en la que se mezclan el megaproyecto de Hidroituango y el corredor natural que siempre ha habido para actores armados en esta zona, donde además siempre ha habido presencia de cultivos ilícitos”, explica Álvaro Jiménez Millán, integrante de la Campaña Colombia contra Minas.

“En estos municipios –continúa Jiménez Millán- tenemos una fuerte presencia de actores armados como las Farc y bandas criminales que quieren ejercer un dominio territorial y militar, y están utilizando explosivos. En ese sentido, los problemas más graves los tenemos en Briceño, en veredas como El Orejón, donde la comunidad está confinada”.

Si bien en esta región del país la guerrilla de las Farc es la principal responsable del uso de estos artefactos explosivos, proscritos por la Convención de Ottawa, las bandas criminales presentes en el Norte y Nordeste del departamento también están recurriendo a este método de guerra.

“Hasta hace tres años era claro que quienes utilizaban este tipo de armas eran las Farc. Pero tenemos registros, no solo en Antioquia, también en Norte de Santander y Córdoba donde bandas criminales surgidas del proceso de desmovilización vienen haciendo uso de explosivos de manera abundante, de minas antipersona, para controlar el acceso de otros actores a territorios como minas ilegales y laboratorios para el procesamiento de coca”, declara el activista.

Problema que agobia
De acuerdo con la Dirección de Derechos Humanos, Derecho Internacional Humanitario y Víctimas de la Gobernación de Antioquia, en lo que va corrido de este año se han registrado en el departamento 86 víctimas de minas antipersona, de las cuales, nueve han perdido la vida, entre ellas dos menores de edad.

La cifra podría llegar a 96 sí el Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersona de la Vicepresidencia (Paicma) incluye en sus registros a las ocho personas que resultaron heridas tras la explosión de un bus en el municipio de Amalfi y dos más que resultaron heridos tras la detonación de un explosivo en la población de Tarazá.

Más allá de las consideraciones técnicas, dos aspectos preocupan a las autoridades gubernamentales: este año, el número de víctimas civiles ha sido mayor con relación a los miembros de la Fuerza Pública. Si se incluyen los casos antes descritos, la cantidad de personas ajenas al conflicto que han caído en estas trampas mortales asciende a 56, frente a 40 militares víctimas de las minas antipersona. De igual forma, cinco civiles han perdido la vida en eventos con estos artefactos explosivos mientras que tres uniformados han fallecido.

De otro lado, si bien el Oriente antioqueño continúa siendo la zona del departamento con mayor presencia histórica de estos artefactos, el 2013 terminará con un incremento considerable de presencia de minas antipersona en municipios como Briceño, Cáceres, Campamento, Ituango, Tarazá, Valdivia y Anorí.

Las estadísticas del Paicma también evidencian un aumento en el número de accidentes e incidentes con minas antipersona con relación a los dos últimos años, pues mientras el año inmediatamente anterior se registraron 88 eventos, en 2011 la cifra llegó a 97.

En el acumulado histórico, los departamento con mayor número de víctimas entre 1990 y octubre de 2013 son Antioquia (2.334 víctimas); Meta (1.077); Caqueta (818); Norte de Santander (748); y Nariño (734).

“Claro que esto también podría explicarse en que Antioquia es un departamento organizado, que sabe llevar sus registros. Hay otros departamentos donde el conflicto ha golpeado fuertemente y no tenemos nada documentando. Claro que con esto no quiero decir que el conflicto no golpeó duro en Antioquia, simplemente que aquí sí existen registros”, Jiménez Millán.

Con todo y ello, desde la Dirección de Derechos Humanos y D.I.H de la Gobernación son conscientes que puede existir un considerable subregistro en la materia, toda vez que los accidentes e incidentes con minas antipersona y munición sin explotar ocurren en regiones rurales apartadas y de difícil acceso, donde las víctimas no alcanzan ni siquiera a recibir la ayuda de emergencia.

Atención humanitaria
“Los grupos armados al margen de la Ley están utilizando unas minas de fabricación casera, ‘hechizas’ por así decirlo. Eso hace más difícil su detección por parte de las fuerzas militares. Realmente es un problema bastante complejo”, expresa un funcionario de la Gobernación de Antioquia conocedor del tema.

De ahí que desde la administración seccional se estén promoviendo diversos convenios en investigación, ciencia y tecnología en contra de este peligroso enemigo silencioso. Asimismo, para enfrentar la crisis humanitaria que viene afrontando el Norte, Nordeste y Bajo Cauca antioqueños, la Secretaría de Gobierno departamental viene avanzando en un plan de choque, consistente en una agresiva campaña de comunicaciones y unos ciclos de capacitaciones en educación en el riesgo.

Los avances también son notorios en cuanto a la atención de emergencia. “Este departamento ha avanzado mucho en esa materia. Sí toca enviar helicóptero para recoger a las víctimas, se envía. Hay una serie de convenios con entidades como la Cruz Roja Colombiana, seccional Antioquia, el Comité Internacional de la Cruz Roja (Cicr), la Corporación Paz y Democracia, entre otros, para brindar alojamiento a la víctima y su acompañante mientras dura el proceso de recuperación. Donde todavía hay falencias es en la fase de rehabilitación. El sistema de salud tiene muchas barreras ahí”, responde una funcionaria de Gobernación de Antioquia.

De esto último puede dar fe Alfredo, quien desde su salida del hospital pasa los días postrado en la sencilla, pero cómoda cama que la Cruz Roja Seccional Antioquia le acondicionó en una antigua casa del barrio Prado Centro de Medellín que hoy sirve como albergue para personas que como él, han tenido la desgracia de pisar una mina antipersona.

Allí, sin más compañía que su viejo radio de cuatro bandas, le ruega todos los días a Dios para que en las próximas semanas le autoricen una compleja intervención quirúrgica que le permita recuperar, al menos, la visión del ojo derecho. “Los médicos me dijeron que era una operación muy complicada, muy riesgosa, que no garantizaban que yo recupera la vista, pero yo me quiero arriesgar”, afirma.

Con todo y ello, sus ojos aún producen copiosas lágrimas, en especial cuando toma conciencia que este diciembre no podrá comprar regalos a manos llenas para su madre, su compañera sentimental ni para sus seis hijos como lo tenía planeado y mucho menos podrá compartir al calor de unos tragos con sus vecinos de la vereda.

Y es que, de todas las esquirlas que se le incrustaron en el cuerpo y que por poco lo matan, la que más le dolió fue la que le perforó el alma. “Imagínese usted: yo, un tipo trabajador, acostumbrado a ganarme honradamente mi plata, a mantener a los míos ¿Ahora qué voy a hacer? ¿Quién va a mantener a mi mamá? Hasta mi mujer, que yo le daba todo el gusto que quisiera, algún día se cansará de mí, porque quedé sirviendo para estorbo. De verdad que hay días que quisiera morirme”, sentencia.

*Nombres omitidos por petición de las fuentes