En el norte del Cauca, los indígenas han resistido a un despojo que comenzó con la Conquista y que continuó con el sistema de haciendas,la extensión de los monocultivos, la llegada de la coca y la minería, y la presencia de actores armados.
La historia de la recuperación de tierras comenzó en 1971, cuando los indígenas decidieron organizarse en el Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), del cual hace parte de la Acin. Gabriel Paví, consejero de la Acin en representación del Pueblo Nasa, explica que esta organización resultó de una deuda histórica y de los atropellos que sufrió la comunidad por siglos. “Con la Conquista en 1492, el cacique Juan Tama logró que se reconocieran los resguardos de Toribío y Jambaló. En 1810, vuelve a haber una invasión, esta vez, de los blancos criollos que convirtieron nuestros resguardos en grandes haciendas. Nos volvieron terrajeros”, cuenta Paví.
Los indígenas pasaron ser dueños de la tierra a peones. El terraje fue una figura de esclavitud en la que el terrateniente le dejaba un pedazo al indígena para cultivar, pero en contraprestación éste debía trabajar varios días gratis en la hacienda y entregar gran parte de la cosecha. Gilberto Yafué, consejero regional de acuerdos suscritos entre el Cric y el Estado, cuenta que en la independencia un grupo de indígenas se resistió proceso. “En Nariño, Agustín Agualongo no estuvo aliado al ejército de Simón Bolívar. Una razón es que la casa libertadora ordenaba la invasión y desarticulación de las figuras protectoras de los resguardos”, cuenta.
Yafué explica que las indígenas fueron entonces reducidos a terruños. La situación se agravó cuando el gobierno comenzó a parcelar los territorios, con la contradicción de que mientras a los hacendados les respetaron grandes extensiones; a los indígenas les pensaban titular pequeñas porciones. “Esa fue la lucha de 1920 del líder indígena Manuel Quintín Lame. Con la parcelación, el gobierno desconoció los resguardos coloniales. Desde esa época hay 450 mil hectáreas que el Estado no sigue reconociendo”, explica el Yafué.
La práctica del terraje continuó durante el siglo XX. Con la expansión del monocultivo de la caña de azúcar desde el sur del Valle del Cauca hacia el norte del Cauca, los indígenas terminaron de ser expulsados de la zona plana del departamento. “Nos echaron hacia la loma, cuando somos de lo plano. Estamos en las cordilleras y ahora también nos quieren sacar de acá porque las multinacionales están interesadas en la explotación del agua y oro que hay en los cerros. Gracias a nuestra lucha estos sitios no han sido concesionados”, explica el líder indígena Gabriel Paví.
La pérdida de tierras y el desplazamiento hacia las laderas también generó una ruptura en la comunidad. Víctor Pazú, coordinador del programa de jóvenes del municipio de Toribío, recuerda que algunos mayores dejaron incluso de enseñar Nasa-yuwe, la lengua de Pueblo Nasa. “En las escuelas los profesores se burlaban de cómo hablábamos. Nuestros padres dicen que prefirieron no enseñarnos la lengua para que no sufriéramos lo que a ellos les tocó vivir”, cuenta Pazú.
Kwe’sx Uma Kiwe* (Nuestra madre tierra)
La reducción de su territorio, las condiciones impuestas por el terraje y la dispersión de la comunidad sobre las cordilleras Central y Occidental de los Andes, llevó a que los indígenas decidieran organizarse. Jaime Díaz, coordinador de la Asociación de Cabildos de Tacueyó, Toribío y San Francisco, narra que esto ocurrió el 24 de febrero de 1971 en la finca La Susana, en el resguardo de Tacueyó en Toribío, donde nació el Consejo Regional Indígena del Cauca, Cric.
Esta fecha es clave para la memoria de los indígena no solo por la creación del Cric, sino porque desde esa época comenzó una ola de violencia contra sus integrantes. Los indígenas apoyados inicialmente por la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc) y con el impulso del líder campesino Gustavo Mejía y de los curas católicos Pedro León Rodríguez y Álvaro Ulcué se propusieron siete objetivos, entre ellos, recuperar las tierras de los resguardos, ampliarlos, fortalecer los cabildos indígenas y no pagar más terraje.
El líder Gustavo Paví cuenta que comenzaron por recuperar la tierra que les habían arrebatado los hacendados. La primera fue la finca El Credo, de 168 hectáreas en el resguardo de Huellas, en Caloto; luego continuaron con la del antiguo territorio del Gran Chimán, en el municipio de Silvia, donde los terratenientes habían logrado títulos desconociendo el territorio guambiano. Lo mismo hicieron en López Adentro, en Corinto; y en Tacueyó, Toribío.
“Estas eran haciendas ganaderas de entre 600 y 800 hectáreas. Los indígenas iban y las tomaban por la vía de hecho. Las iban a arar de noche y sembraban comida. Por eso es un error que digan que somos invasores de tierras cuando en realidad somos recuperadores”, indica Paví. El libro del Centro de Memoria Histórica, Nuestra vida ha sido nuestra lucha, sobre la lucha indígena por la tierra en el Cauca, documenta que en la década de los 70 comienza un proceso de represión ejercido por el Estado con la complicidad de policías que atendían las quejas de los terratenientes.
A ellos y a hombres armados al servicio de los terratenientes se les conocían como ‘los pajáros’. En solo un año, 1974, fueron asesinados tres líderes que impulsaban la recuperación de tierras y el naciente movimiento indígena: el líder campesino Gustavo Mejía en marzo, en Corinto; el religioso Pedro León Rodríguez en agosto, en Cali, quien se presume fue envenado; y el del también cura Álvaro Ulcué Chocué, en noviembre, en Santander de Quilichao.
Víctor Pazú, quien lidera el grupo juvenil que lleva el nombre del religioso Ulcué Chocué, cuenta que en los años 70 el cura despertó a la comunidad de los atropellos de los grandes propietarios. “A los indios los emborrachaban para que les firmaran documentos y les tomaban la huella. Esa era una forma para quitarles las tierras. El indio producía mucho y además era muy mal pago. Al ver todo eso, el padre Álvaro comenzó a motivar a los jóvenes”, narra Pazú.
Los mayores le contaron a Pazú, quien tiene 27 años, que el religioso Ulcué vio en la lengua Nasa-yuwe una posibilidad para organizar a los indígenas y comenzar a realizar la recuperación de tierras. “Ellos se hablaban entre sí en su lengua y los terratenientes no entendían nada. Los indígenas se reunían y entraban a las haciendas en las noches a cultivar las tierras. En la parroquia, el padre motivaba a los jóvenes a dejar las chicherías pues muchos ya estaban sumidos en el alcohol. Él fue un gran líder y por eso lo mataron”, cuenta el joven. Cuando Ulcué Chocué se transportaba hacia la parroquia de Santander de Quilichao fue asesinado por sicarios.
El terror sembrado por ‘los pájaros’ continuó en 1975. El libro de Memoria Histórica documentó que ese año fueron asesinados otros líderes que habían luchado por las tierras indígenas: Marco Aníbal Melengue, Ángel Mestizo, Avelino Ramos yManuel Dagua, sin contar los atentados contra el entonces presidente del Cric, Marcos Avirama.
Feliciano Valencia cuenta que pese a la represión de los años 70, durante la siguiente década el movimiento indígena volvió a levantar cabeza y comenzó acercamientos con integrantes de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), el gremio más representativo de grandes agricultores y ganaderos; la Federación Colombiana de Ganaderos (Fedegan) y con los grandes industriales del Valle, principalmente los cañeros. “La idea era conversar sobre cuál era la visión territorial de cada uno y hasta dónde ésta era compartida”, cuenta Feliciano.
Durante los años 80 los indígenas enfrentaban dos amenazas: por un lado la expansión de la caña y por otra, una alta presencia de las Farc. El Frente 6 y sus columnas rondaban por Santander, Corinto, Cajibío, Miranda, Piendamó, Inzá, Silvia, Jambaló, Caldono y Toribío, declarando como enemigos a los indígenas recuperadores de tierras. Memoria Histórica documentó que la guerrilla consideró la recuperación como una amenaza a su presencia en el territorio. La revolución que proponían no tendría piso si las comunidades podían acceder a la tierra, y menos si los líderes indígenas no se sometían a sus órdenes. Optó más bien por cobrarles a los hacendados vacunas o extorsiones, a cambio de protección.
El interés de la guerrilla también era controlar de los cultivos de marihuana y más tarde de la coca, que proliferaron en las partes altas y que agudizaron en el conflicto en los municipios de Buenos Aries, Suárez, Morales, Cajibío, Tambo, Patía, Balboa, La Sierra y Mercaderes.
En octubre de 1982, por primera vez el Cric emite un comunicado en el que señala a las Farc como responsable de la violencia contra el movimiento indígena, después de que el grupo guerrillero asesinara en febrero de 1981 a siete indígenas en el resguardo La Aurora, en Santander de Quilichao, entre ellos al líder José María Ulcué, y en 1982 al dirigente Ramón Julicue, indígena del Resguardo de San Francisco, en Toribío. En la siguiente década, los años 90, la situación no fue mejor cuando en una nueva ola de recuperación de tierras continuaron las masacres.
* Frases en nasa-yuwe, lengua de los pueblos indígenas del norte de Cauca.
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