Diócesis de Quibdó, ganadora de Premio Nacional de Paz 2005 (Semana)

      
La diócesis de Quibdó, ganadora del Premio Nacional de Paz, es quizás el único apoyo para la gente de la región más pobre y violentada de Colombia.  
La Diócesis de Quibdó gana Premio Nacional
de Paz 2005. Foto León Darío Peláe, SEMANA

La diócesis de Quibdó es más visible que el propio Estado. Cuando el gobierno quiere hacer algo, la diócesis ya está hace rato en ese problema”, dice Rubiela Pinto, una morena con cinco meses de embarazo, mientras teje en croché el vestido de una de las famosas muñecas negras de Artesanías Coibá. Hace ocho años, Rubiela llegó a Quibdó desde su natal Carepa por el río Atrato junto a su marido, su primera hija y el resto de campesinos a los que los paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas obligaron a desalojar sus tierras. Rubiela entró en contacto con la diócesis por primera vez en el coliseo de Quibdó, a donde, tras 11 días de viaje en lancha, iban llegando los cientos de desplazados en lo que luego fue conocido como el Gran Desplazamiento de 1996 en Chocó.

Los padres de la diócesis se encargaron de darles la atención de emergencia, de conseguir educación para los niños, alimentos y, más tarde, de acompañar el retorno de los campesinos que pudieron volver a sus tierras. En ese momento de desolación, Úrsula, una mujer alemana que trabaja con la diócesis, llegó al Coliseo y les propuso a las mujeres con hijos unas clases de costura en las que Rubiela se inscribió. Con el tiempo, el proyecto se convirtió en un negocio que le ha permitido sobrevivir durante todos estos años. La organización de mujeres desplazadas artesanas a la que pertenece Rubiela es sólo uno de decenas de proyectos sociales que hicieron merecedora a la Diócesis de Quibdó del Premio Nacional de Paz 2005.

Este premio, convocado por Fescol, SEMANA, El Colombiano, El Tiempo, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Caracol Radio y Caracol Televisión, consiste en 60 millones de pesos y un diploma de honor. “El premio también es para nosotras, dice Rubiela, porque nosotras también somos parte de la diócesis”. De las 115 iniciativas de paz examinadas por el jurado, la diócesis de Quibdó se destacó en parte por trabajar justamente en Chocó, explica Augusto Ramírez Ocampo, miembro de la Comisión de Conciliación y juez por octava vez consecutiva del Premio Nacional de Paz. Como lo recordó el obispo de la diócesis, monseñor Fidel Cadavid, al recibir el premio el lunes de la semana pasada en el Museo Nacional de Bogotá, Chocó es el departamento más subdesarrollado de Colombia, con una tasa de mortalidad infantil de 180 niños por cada 1.000 y un conflicto que ha ocasionado el desplazamiento de unas 40.000 mil personas y las masacres más cruentas de los últimos años a manos de paramilitares y guerrilleros, como la ocasionada en Bojayá. En mayo de 2002, las Farc mataron a 119 civiles con pipetas de gas porque pensaban que algunos paramilitares se escondían en la iglesia.

En medio de esta grave crisis humanitaria, la diócesis, compuesta por 22 parroquias, 31 sacerdotes 60 monjas y 90 laicos, es una voz de resistencia y de alivio. “Aquí todo pasa por la diócesis, la diócesis es el Estado”, dice otro habitante de Quibdó. La institución, que en 2008 cumplirá 100 años de presencia en la zona, optó por la defensa de la vida y el territorio de las comunidades afro e indígenas como directiva pastoral, como una forma de interpretar el evangelio. Para explicar su filosofía, el padre Albeiro Parra, un paisa risueño vestido de camisa deportiva, jeans y botas guerreras que dirige la pastoral social, encargada de los asuntos sociales de la diócesis, y la Comisión Vida Justicia y Paz, que defiende y promueve los derechos humanos de las comunidades, señala desde uno de los balcones ocre y crema del convento de la curia una embarcación que navega el Atrato y dice: “Hay gente que cree que en un conflicto armado los defensores de los derechos humanos deben ser neutrales. Pero es que si usted deja esa lancha en neutro, pues no se le mueve, y por eso nosotros estamos del lado de las víctimas”.

Una de las hazañas más valerosas de la diócesis fue lograr romper el bloqueo de víveres que por siete años paras y guerrilla impusieron sobre el río Atrato, la columna vertebral de la región. Junto con la Asociación Campesina Integral del Atrato (Acia), idearon un proyecto para surtir y comunicar a las comunidades ribereñas. Llegaron a tener 50 tiendas comunitarias surtidas por una embarcación que llamaron el Arca de Noé. Esta también prestaba servicios de transporte. Mas tarde, organizaron ‘Atrateando’, una expedición de unas 300 personas que partió desde Quibdó hasta Urabá con representantes de organizaciones internacionales, agencias y ONG. Así desafiaron a los actores armados que se vieron obligados a levantar el bloqueo.

A la diócesis tampoco le ha temblado la voz para denunciar en una carta abierta al presidente Álvaro Uribe “la inocultable tolerancia, connivencia y complicidad de miembros de la Fuerza Pública con el actuar de los paramilitares”. Para la diócesis esta tolerancia fue un factor determinante en la masacre de Bojayá. También ha denunciado que después de las masacres, las tierras colectivas de las comunidades afro e indígenas desplazadas están siendo sembradas de palma africana y coca. Después de recibir el premio, monseñor Cadavid dijo que aunque el Presidente mandó una comisión para investigar los hechos, ésta no ha arrojado ningún resultado. El padre Albeiro, descrito por algunos habitantes de Quibdó como el motor de la diócesis, tuvo que enfrentarse recientemente a un proceso por calumnia por sus denuncias sobre el papel de auxilio que prestaron algunos militares a los paramilitares después de la masacre de Bojayá. Lo ganó gracias al apoyo de toda la comunidad. “Yo no estaba sólo, sino que era toda la diócesis movilizada y me decían que donde al padre se lo lleven preso nos vamos todos”, dice.

Estas constantes denuncias y la resistencia a los violentos han significado también duros golpes para la diócesis, que tiene sus mártires. Desde el edificio de la curia se puede ver el lugar del atentado al sacerdote Jorge Luis Mazo que iba de noche en una lancha hace unos dos años cuando otra se le atravesó y terminó así su vida en el mismo río donde había ayudado a cientos de chocoanos. Los paramilitares también mataron a Miguel Quiroga en Miró y al cooperante español Iñigo Egiluz. También han muerto muchos líderes campesinos y presidentes de consejos comunitarios. A Nevaldo Perea, de la Cocomacia, un negro acuerpado y cariñoso que observa el río desde el balcón, las Farc le mataron un hijo hace menos de un mes. Nevaldo no puede volver a su tierra porque está amenazado y la diócesis ha tenido que sacarlo varias veces del río para protegerlo. La diócesis, con su apoyo, su filosofía igualitaria y de inclusión de la comunidad en sus proyectos se ha ganado la confianza y el corazón de la gente. “Felicitaciones”, le dicen en todas las esquinas deQuibdó a monseñor Cadavid desde cuando volvió de Bogotá con el Premio Nacional de Paz. “Felicitaciones a ustedes”, responde él.

Publicado en SEMANA 02/12/06