Comisiones de la verdad y la reconciliación del mundo han revelado las causas, los autores y los asesinatos, desapariciones, torturas, masacres, mutilaciones y desplazamientos masivos cometidos durante un período y una situación determinada. La legitimidad de las comisiones se ha medido por sus actos y decisiones. De distintas maneras, han llegado a una misma conclusión: “Nunca más”.
Manifestación en Zimbawe. Foto SEMANA |
En Zimbabwe la Comisión de investigación, creada para revelar los autores de los asesinatos de más de 1.500 políticos disidentes, entregó su informe al Presidente, quien nunca lo dio a conocer al público. Nepal tuvo dos comisiones sobre desaparecidos ante la disolución de la primera por cuestionamientos de la independencia de algunos de sus miembros. En Bolivia, la Comisión de la Verdad se desintegró tres años después de creada sin presentar sus conclusiones.
Otros países, por el contrario, crearon unas comisiones de la verdad, la reconciliación, la justicia y la reparación que investigaron y revelaron las causas, los autores y las violaciones a los derechos humanos cometidas durante un período y una situación determinados. De distintas maneras, llegaron a una misma conclusión: “Nunca más”.
Nunca más desaparecidos como los 2.279 que la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Chile registró con nombres propios. Nunca más las 13 mil víctimas de Sierra Leona, entre ellas las 1.012 afectadas por violencia sexual y reclutamiento forzado. Nunca más la desaparición de 16 mil personas, el asesinato de 62 mil y el desplazamiento de 800 mil familias, como el estimado por la Comisión de Investigación de Sri Lanka.
La Comisión de El Salvador lo dijo a su manera en el título: “De la locura a la esperanza”. Así tituló su informe final después de contabilizar aproximadamente 75 mil víctimas y revelar con nombre propio a los responsables. La Comisión de Guatemala, entre tanto, lo llamó “Memoria del silencio” y aunque no tuvo la facultad para identificar los responsables individuales, sí sorprendió con sus claras incriminaciones a agentes del Estado.
Los protagonistas tienen la palabra
Estas últimas comisiones hacen parte de este especial de Hechos del Callejón, que invitó a los presidentes, comisionados y miembros de ocho comisiones de de América Latina, África y Asia para que contaran sus experiencias en relación con las víctimas que dejaron sus dictaduras, sus conflictos armados o sus gobiernos elegidos democráticamente pero con un récord en violación de los derechos humanos.
A quienes ayudaron a reconstruir parte de la historia de Guatemala, El Salvador, Perú, Chile, Sudáfrica, Sri Lanka, Sierra Leona y Uganda se les pidió escribir en relación directa con las víctimas: los principales retos y problemas que enfrentaron sus comisiones, el grado de participación que tuvieron las víctimas, cómo trataron los temas de reparación y reconciliación y cuáles fueron los resultados para la sociedad y para las propias víctimas y sus familias.
Estas son algunas de las comisiones más conocidas por diferentes razones: por su mandato directo de conseguir la verdad o de buscar la reconciliación y la reparación; por su metodología; su conformación; su grado de independencia; su alcance; su impacto e, incluso, sus imperativos éticos y legales.
En algunos casos, como Sudáfrica y Sierra Leona, se recuerdan por la integración pluralista de sus miembros. En otros, como Chile y Argentina, porque a pesar de sus leyes de “punto final” o “la obediencia debida” las comisiones sacaran a la luz publica lo que se quería ocultar.
Otras se destacan porque se centraron en revelar la suerte de miles de desaparecidos (Sri Lanka); porque sus miembros y colaboradores fueron todos internacionales y tuvieron uno de los plazos laborales más reducidos (El Salvador); porque sus audiencias tuvieron una amplia difusión nacional y en ellas las víctimas contaron los abusos a los que fueron sometidas y los perpetradores revelaron la verdad sobre las violaciones cometidas (Sudáfrica); porque fueron las primeras en hablar de una manera directa de la reconciliación y en otorgar amnistía a los perpetradores; porque al lado de este tipo de comisiones se crearon otras con mayores poderes y alcances, como la de Corte Especial de Sierra Leona.
Cada una de ellas intentó, con mayor o menor éxito, descubrir la verdad en pasados que avergüenzan; lograr la reconciliación así se hablara de rencores de más de 30 años; generar un nuevo orden moral, político y militar y crear los mecanismos concretos, desde pedagógicos hasta políticos, para evitar que la historia de violencia volviera a repetirse.
En algunas, sin embargo, hay cuestionamientos y dudas porque no tuvieron la independencia que se esperaba, porque fueron más las expectativas que generaron que lo que realmente lograron o, como en el caso de Uganda, porque excluyeron de sus investigaciones abusos de actores clave –rebeldes- responsables también de numerosas violaciones.
Perú, por ejemplo, tuvo entre uno de sus mayores retos proteger a los testigos e informantes, quienes en algunas ocasiones fueron detenidos por las fuerzas estatales después de presentar sus testimonios.
Los informes finales de estas comisiones y las investigaciones sobre ellas coinciden en afirmar que la reconciliación debe tener bases firmes sobre la verdad y la justicia, y se facilita al comprender y compartir experiencias. Que la verdad significa mirar el pasado aunque sea doloroso y así muchos argumenten que eso sólo sirve para revivir odios. Que la justicia es también una vía fundamental para la paz. Que la reparación no se limita a dinero en efectivo, sino que va mucho más allá. Y que la no repetición exige ir a las raíces que generaron tanta violencia.
Como lo dijeron especialistas en el tema, las comisiones “ayudan a revelar la historia oculta de la violencia” y son sólo un mecanismo investigador, entre muchos “que existen para tratar un legado de abusos a escala masiva“. Si se habla exclusivamente de las comisiones que han buscado la verdad ellas han tenido una amplia aceptación como instrumento de protección de derechos humanos, como lo advierten los expertos Augusto Ramírez Ocampo y Ernesto Borda en su obra Un mecanismo alternativo para el conocimiento de la verdad del conflicto colombiano: análisis comparado.
Muchas comisiones han centrado su atención en la búsqueda de la verdad, y otras, en la reconciliación y la reparación. La Comisión Nacional de Colombia, que el pasado 4 de octubre cumplió un año de haber sido instalada, tiene su meta más en la reconciliación y la reparación que en la verdad, aunque entre sus funciones está “presentar un informe público sobre las razones para el surgimiento y evolución de los grupos armados ilegales” y es un mecanismo, afirma su presidente Eduardo Pizarro Leóngomez, para “coadyuvar a la verdad”.
Recomendaciones, ¿en el papel?
Muchos invitados de estas ocho comisiones del mundo reconocen la ausencia de voluntad política y el poco esfuerzo de algunos gobiernos para implementar sus recomendaciones.
Pero están de acuerdo en el papel que históricamente han tenido las víctimas y la sociedad civil, acompañadas de la iglesia y organismos internacionales, entre otros, en la creación de estas comisiones, en su puesta en marcha y funcionamiento y en la verificación de la ejecución de sus recomendaciones. También coinciden en que las comisiones se juegan su legitimidad y por lo tanto su destino por las decisiones que tomen y por sus propios actos.
Este especial es, ante todo, un homenaje a las víctimas. A quienes durante largo tiempo llevaron su sufrimiento a solas, ocultando su historia para sobrevivir y evitarles dolor a sus hijos. A ella, la madre de Chile, que un día tuvo que explicarle a su hijo de cinco años “que así como a los animales y a las flores, a los hombres también, a veces, los matan los hombres”.