En un reciente informe publicado por la Fundación Ideas para la Paz, la antropóloga Kimberly Theidon hace un análisis sobre cómo las iglesias evangélicas han servido para la atención psicosocial de desmovilizados y se ha convertido en un instrumento de reconciliación en el Urabá antioqueño.
Esta investigadora social hace un análisis sobre los procesos de Desarme, Desmovilización y Reinserción (DDR) denominados como de segunda generación, los cuales, a diferencia de sus antecesores, no ven a los excombatientes como una simple relación entre un hombre y un arma, sino que tienen en cuenta “el involucramiento de las comunidades y la reintegración social de los excombatientes”. (Descargue el informe De las armas a Dios: Movilización del cristianismo evangélico en Urabá)
Además, ese enfoque, definido por el Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz de las Naciones Unidas, implementa intervenciones psicológicas que ayudan a los desmovilizados a “recuperar su capacidad de resiliencia, restaurando así el capital social y contribuyendo a forjar un sentido de unidad nacional mucho mayor”; y considera que “los esfuerzos serán más efectivos si se tienen en cuenta los recursos locales para desarrollar, traducir y comunicar mensajes psicosociales positivos”.
Bajo esos postulados, Theidon toma como caso de estudio la convulsionada región del Urabá antioqueño, la cual concentra la mayor cantidad de excombatientes de grupos paramilitares y guerrilleros del país. De entrada, hace una reconstrucción de la historia de esa región, pasando por su conformación, su relación de explotación y discriminación racial por parte de los “paisas”, el auge de la violencia armada por su ubicación geográfica para el tráfico de armas y de drogas, los éxodos de desplazados, y concluye con el proceso de desmovilización de los bloques Bananero y Elmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
En los últimos años, esa región costera compuesta por nueve municipios con alta presencia de comunidades afrodescendientes, ha vivido un auge de iglesias evangélicas y han sido factor clave para la reinserción de múltiples excombatientes. Uno de los pastores consultados por la investigadora, explica que el papel de su iglesia se enfoca en promover cambios psicológicos. “No tenemos un proyecto de paz como tal pero siempre estamos buscando la transformación mental de cada persona”, referencia el informe.
La investigadora explica que los cambios de los excombatientes y ahora convertidos, se basan en “rituales de ruptura o desprendimiento -confesión, contrición, expiación-“, quienes dejan sus viejas identidades atrás. Y agrega que el “énfasis en la ruptura comparte las funciones de temporalidad con la justicia transicional ya que construye un “antes” y un “después” en lo que se refiere a actores y eventos violentos”.
Theidon considera que la fe y la creencia en la justicia divina pueden servir para la reparación de las víctimas y la reconciliación, porque ésta aplaca los ánimos de venganza y promueve el perdón. “Al verse confrontada con el lastre de la impunidad y con la necesidad de romper ciclos de venganza (una víctima), la justicia divina no es simplemente “fatalismo” sino al contrario una concepción de justicia alternativa que se encuentra por fuera del enfoque liberal de justicia”, indica.
A la autora le llama la atención por qué esta situación de reconciliación ocurre con la iglesia evangélica y no con la católica, pese a su larga tradición de solidaridad con los menos favorecidos y al rol protagónico que tuvieron los sacerdotes de la Diócesis durante la negociación de paz con las Auc entre 2002 y 2003.
La respuesta está en la percepción de las comunidades, quienes creen que la iglesia católica mantiene un perfil conservador, marcado por “su relación histórica con las élites regionales y su propio estatus de terrateniente”; y además, los curas son percibidos como foráneos o paisas, con lo que se acentúan las relaciones de discriminación del pasado. “En contraste, cuando los afrocolombianos toman su puesto entre las filas de sillas de plástico organizadas para el culto, al frente del templo se encuentran con alguien que no sólo se ve como ellos sino que probablemente puede ser oriundo de su misma comunidad o al menos de una cercana”, sostiene sobre la diferencia del trato entre curas y pastores evangélicos.
El pastor Abiathar, quien ha trabajado durante másde siete años con desmovilizados, considera que ellos “antes eran agentes de destrucción, pero ahora pueden ayudar a reparar el daño. Nosotros miramos procesos preventivos y curativos y en ambos casos nos centramos en la importancia del corazón. No es suficiente con desarmar sus manos, necesitamos también desarmar sus corazones”. De esa manera ha logrado que quienes en el pasado empuñaron las armas y se enfrentaron a muerte, puedan compartir en un mismo espacio.
Tras analizar estos casos del Urabá antioqueño, Theidon reflexiona que aparte de los acuerdos generales en las negociaciones de paz, para que un proceso de DDR sea exitoso, también se tiene que construir desde los espacios locales y se debe tener en cuenta a las comunidades.
Por último, Theidon recalca que con su trabajo no le emite un “cheque en blanco al movimiento Evangélico como antídoto para el conflicto armado”, pero enfatiza sobre la necesidad de “profundizar en el estudio acerca de las herramientas que hacen la vida social un poco más fácil, herramientas que le ayudan a las personas a encontrar formas para producir un cambio a nivel personal y a nivel interpersonal. La coexistencia se forja y se practica en lo local y, en Urabá, los evangélicos tienen un rol por jugar muy importante”.