En una de las regiones más golpeadas por el paramilitarismo, un grupo de bibliotecarios, un cuentero y un profesor llevan mensajes de paz a la comunidad.
Los libros que lleva la Bibliorrueda a los diferentes municipios de Norte de Santander son una ventana de esperanza./ Foto suministrada Bibliorrueda |
En Norte de Santander el conflicto es un tema casi vetado. Quienes viven este departamento ubicado al nororiente de Colombia, en límites con Venezuela, reconocen que prefieren guardar silencio sobre la barbarie de la que fueron víctimas durante una década por cuenta del exjefe paramilitar Salvatore Mancuso.
Cuando los paramilitares llegaron en 1999 a este departamento, la orden de la Casa Castaño fue combatir al Comando Central del Eln pero, sobre todo, controlar los cultivos ilícitos de la zona. En el Catatumbo, una rica región con relieve montañoso y selvático compuesto por nueve municipios, los paramilitares asesinaron a 5.700 personas y desplazaron a otras 40.000, según el estudio ‘Tantas vidas arrebatadas’ de la Fundación Progresar.
Según el mismo estudio, entre 2000 y 2009 los paramilitares desaparecieron a casi mil personas y cometieron 60 masacres, principalmente en La Gabarra y Tibú. De muchas de las víctimas no hay rastro porque según lo relatado por exparamilitares como Jorge Iván Laverde alias ‘El Iguano’, fueron incineradas en hornos clandestinos o arrojadas a los ríos Catatumbo, de Oro, Tarra y Zulia.
Pese al horror, en el departamento hay iniciativas de paz fomentadas por habitantes que resistieron la tragedia. VerdadAbierta.com reconstruyó las historias que ha ido visibilizando la agencia de cooperación alemana GIZ, por medio de los programas Cercapaz y Peace Counts, con la publicación ‘Historias de Paz en Norte de Santander’:
La Bibliorrueda y el cuentero
Un camión tipo furgónes sinónimo de alegría para muchos pueblos remotos de la geografía nortesantandereana. Se trata de la Bibliorrueda, una biblioteca rodante que desde hace cinco años lleva 2 mil libros a niños, jóvenes y adultos que vivieron en carne propia la violencia.
Diana Rodríguez recuerda muy bien el día en que un niño pintó de negro una hoja durante una actividad de dibujo libre. “Yo le pregunté que por qué negro, si había muchos colores. Me respondió que no podía olvidar cuando tuvo que huir junto a su hermano de brazos y no volvió a saber nada de sus papás”, dijo la psicóloga refiriéndose a una de las anécdotas en su trabajo con las víctimas de la región.
La Bibliorrueda realiza jornadas de hasta 15 días consecutivos en zona rural para llevarles libros, títeres y películas a los niños. /Foto suministrada Bibliorrueda. |
Junto a Rodríguez viajan Humberto Gálvez y Johanna Hernández, el conductor y una bibliotecóloga, que hacen las veces de titiriteros y promotores de lectura en las actividades que se extienden hasta por 15 días cuando van a zona rural. Marlene Navas, coordinadora de la Bibliorrueda y de Bibliotecas públicas del departamento, explicó que el proyecto buscar llevar cultura y generar procesos de convivencia en sitios donde hay población vulnerable.
“La Bibliorrueda nació de un proyecto de Laboratorios de Paz en 2005 y cuenta con una Red de Jóvenes Líderes para la Paz y la Convivencia. Promovemos la lectura, los valores y el conocimiento de los derechos humanos por medio de los libros, de actividades de pintura, de títeres y de proyección de películas. Empezamos con seis municipios y en cinco años ya hemos llegado a casi todo el departamento, atendiendo a 26.000 niños”, contó la coordinadora.
Aunque por razones de seguridad y mal clima no han podido visitar El Tarra, San Calixto y Tibú, Víctor Gutiérrez, facilitador de la cooperación alemana GIZ, cree que han avanzado en llevar un mensaje de paz a la región. “Siempre ha habido preocupación sobre la narración y la memoria del conflicto en la zona. Norte de Santander fue golpeado por una oleada de violencia en la que también fueron víctimas los artistas y los cuenteros. Con actividades, hemos tratado de que la memoria no se pierda haciendo adaptaciones a las historias”, dijo Gutiérrez.
Esa es la función de Jahirán López, un ingeniero electromecánico que desde hace siete años se apasionó por la narración oral y que viaja junto a la Bibliorrueda para llevar las historias de paz a los pueblos. Una de ellas es la historia del profesor Josías, un maestro que sobrevivió a las masacres de los paramilitares y que pese a la violencia de la zona, siguió enseñando en la escuela.
El profesor Josías
En los colegios Agropecuario y Las Américas, antes Escuela La Integrada, sigue enseñando uno de los dos profesores que se resistieron a abandonar La Gabarra. Es Josías Buitrago Mora, un maestro que llegó en 1988 a este corregimiento de Tibú y que desde entonces, fue testigo de los episodios más crudos que dejó la coca y el enfrentamiento entre guerrilleros y paramilitares por el territorio.
El profesor Josías es un convencido de que la educación es la forma para alejar a los niños de los violentos. / Foto suministrada GIZ |
El profe, como le dicen de cariño sus estudiantes, cuenta que a finales de 1980 vio cómo muchos de sus muchachos dejaron la escuela para irse de ‘raspachines’. La explosión del narcotráfico, la presencia permanente de la guerrilla y los combates con el Ejército pusieron a la escuela en medio de un fuego cruzado que obligó a muchos de sus pobladores a abandonar la región.
Nueve años después con la incursión de los paramilitares, la ola de violencia se agudizó. El 21 de agosto de 1999 un grupo de paramilitares a cargo de Salvatore Mancuso cometió la primera de una serie de masacres que azotaron La Gabarra, dejando a su paso un centenar de muertos. Josías se salvó porque estaba en una vereda, pero fue quien junto al padre Sadi ayudó a recuperar algunos de los cuerpos quelos paramilitares arrojaron al río.
Desde ese día, la escuela interrumpió actividades y 18 de los 20 maestros se fueron para siempre del pueblo. Josías se quedó en lo que ya era un corregimiento fantasma: solo 30 de los 300 estudiantes de la Escuela La Integrada se quedaron y la población pasó de 50 mil a 5 mil habitantes porque todos salieron desplazados.
Sin embargo, Josías se quedó para dictar clases así los paramilitares vigilaran sus lecciones desde la puerta, así jefes de bando y bando, tanto paramilitares como guerrilleros, lo citaran para contarle sobre por qué delinquían en la zona, y así varios de sus exalumnos le confesaran que habían ingresado a un grupo armado ilegal. Junto a Jorge Vásquez, el profesor de La Escuela La Paz, fueron los únicos maestros que se quedaron en La Gabarra para educar.
Ahora su plan es construir una especie de internado en la antigua escuela La Integrada, para que los niños y jóvenes de las zonas más remotas del Catatumbo no empuñen las armas sino lápices.
Con colaboración de: la agencia de cooperación alemana GIZ, los programas Cercapaz, Peace Counts y Darío Monsalve Gómez, periodista del Banco de Datos de la Fundación Progresar.