La dinastía López en Córdoba (Semana)

      
SEMANA reconstruye la historia de la poderosa familia López en el departamento de Córdoba, que es el epicentro del escándalo de la para-política.

Arlet Casado es esposa del senador Lopez desde hace 25 años. Para muchos ella es la verdadera jefa política de la familia. Foto: Semana.

A sus 10 años, Juan Manuel López Casado carga ya con una frustración política. En su colegio no quieren que se postule otra vez a las elecciones para elegir personero porque en tres comicios anteriores ha sido el rotundo ganador y de hacerlo de nuevo, seguro volvería a ganar. Esa predicción tiene sentido si además de las cualidades del niño se conocen los genes que lleva en la sangre: es el menor de los hijos de Juan Manuel López Cabrales, congresista cordobés por 20 años y el mayor elector del país.

Se llama como el papá, por supuesto, porque esa es la tradición de las familias de la política costeña: el nombre, como el poder se heredan. Ese parece ser el destino del pequeño que nació dentro de una de las castas que en tres generaciones han dominado la política en el departamento. Sus nombres son tan familiares como los de otros hijos de esa tierra que se volvieron paramilitares y que, mezclados unos y otros, hoy protagonizan el escándalo de la llamada para-política.

La historia de los López viene de bien atrás. La familia paterna de Juan Manuel son los López Gómez. Tres hombres y cuatro mujeres que nacieron en lacalle 26 en el centro de Montería. Hijos de Jesús María López, un hombre que quedó ciego muy joven y que murió a los 40 años. Jesús María Jr, Edmundo y Libardo fueron los varones de la casa que, ante la desaparición prematura de su padre, asumieron las riendas de la familia.

Jesús María, el mayor, es conocido como ‘el Mono’. Se hizo ingeniero y se dedicó a la construcción, a los negocios y a la ganadería. Parecía que la política le era ajena, pero una vez su nombre apareció en las elecciones de 1988, se convirtió en el primer alcalde por elección popular. Alternó su poder político con actividades económicas que lo hicieron rico. Años más adelante fue gobernador de Córdoba y como tal firmó el documento de Ralito que hoy lo tiene en líos, igual que a su sobrino.

“Es un tipo complicado”, afirma un monteriano que lo conoce hace años. Y sin que describa lo que quiere decir el sustantivo ‘complicado’ es fácil deducir, por lo que se comenta en las calles de Montería, que significa que no lo consideran ajeno al origen de las autodefensas. En círculos cercanos a los paramilitares se dice que es el único político del departamento a quien Salvatore Mancuso respeta y estima. Esta semana la Fiscalía le dictó medida de aseguramiento por un contrato que habría tenido presuntos tintes de ilegalidad durante su administración.

El segundo es Edmundo, el más reconocido entre los intelectuales. Fue ministro de Comunicaciones y de Justicia de Virgilio Barco y embajador en Bélgica. Se decía que era un estadista en Bogotá y un manzanillo en Montería. Siempre ha estado al lado de su sobrino, como consejero de cabecera.

Y Libardo, el padre de Juan Manuel. Gobernador y congresista de quien heredó el movimiento político Mayorías Liberales hace unos 20 años. Sus seguidores aún se conocen como ‘libardistas’ y muchos son estandartes del movimiento que Juan Manuel heredó con 45.000 votos que ha convertido en 140.000. A sus 51 años es el niño de los ojos de su madre, Dalilla Cabrales, de familia conservadora y que vive a pocos metros de su casa.

Desde niño Juan Manuel se le pegó a su padre para hacer política. Cuentan que en un día de elecciones tres buses que traían votantes del campo a la ciudad se perdieron por varias horas. Después de buscar y buscar, los buses cargados llegaron guiados por el joven Juan Manuel, que aún no completaba los 15 años. Por eso, Libardo López sabía que después de su retiro por enfermedad, el caudal político que había conseguido quedaría en manos de su hijo y, sobre todo, de su nuera, Arlet Casado de López, conocida como ‘La Jefa’.

La regla de oro para que este movimiento sea una maquinaria imparable de votos se conoce en la zona baja de su inmensa y lujosa casa en el barrio El Recreo de Montería. El área está dividida en tres. Un patio pequeño, abierto a la calle, al que llega todo el que quiera llegar; luego, una oficina a la que no le cabe una foto más de liberales y donde está Yamith, la asistente y mano derecha de Arlet. Y más adentro, su oficina, en donde tiene en su computador la base de datos más organizada que quizá tenga movimiento político alguno del país. Nombre por nombre, cada líder tiene su identificación, fecha de cumpleaños, el barrio al que pertenece, los proyectos en los que ha participado, las ayudas que ha recibido. “Aquí se atiende las 24 horas, los 365 días del año”, dice la ex señorita Córdoba, hija de un político liberal de San Andrés de Sotavento, que hace 25 años se casó con el senador y vive sus días consintiendo a los electores de su marido. También recibe las quejas de los que llegan a su movimiento: “Se enfermó mi hijo”, “se murió mi abuelo”, “no tenemos para la matrícula”, “se me inundó la casa”. Arlet busca en su computador los teléfonos de médicos, abogados y funerarios que se encargarán de atender estas demandas. Los beneficiados quedan agradecidos, y su voto, asegurado. .

“Son 60 años del mismo trabajo y por eso el movimiento tiene la fuerza que tiene. No necesitamos pactos con paramilitares”, explica en su suave acento costeño. Esa fuerza consta de 15 alcaldes de su partido, cuatro más que tiene en coalición, 200 concejales, la Alcaldía de Montería y la Gobernación de Córdoba, que está en manos de Libardo López, hermano mayor de Juan Manuel. A una de sus hijas la acaban de nombrar en el Banco de la República y en el nivel nacional tiene personas de sus afectos en el Consejo Nacional Electoral, el Consejo de Estado y el Consejo Superior de la Judicatura.

De repente, un día cualquiera de la última semana, en el televisor de la sala pasan noticias con imágenes del senador que reviven una escena que puede considerar el inicio del capítulo tortuoso por el que está atravesando. Una reunión de 2004 en la casa del ‘Tigre’ Corena en Montería, en la que delante del presidente Uribe casi se va a los puños con Miguel de la Espriella por acusaciones mutuas de las relaciones con los paramilitares. Uribe denunció el hecho, sin que hasta hoy se conozca el resultado. Desde ahí, las peleas entre los políticos cordobeses que convivían en una sana camaradería se convirtieron en una pesadilla. Hasta el punto que el avión semanal que conducía de ida y vuelta a los Jattin, Manzur, Montes, se convirtió en un campo de batalla.

Las noticias terminan con el llamado de la Corte a rendir una versión libre para los políticos del pacto de Ralito, que ‘Juancho’ firmó. Arlet retoma la palabra y explica que él seguirá siendo liberal y ahora lo que deben hacer es duplicar la votación en las próximas elecciones. El grupo, la mayoría mujeres, la aplaude y se arma una algarabía que termina con el himno del Partido Liberal.

Parece un milagro que esta gran estantería política -reconocida en el departamento por sus gestiones para construir acueductos, escuelas, colegios, carreteras, puentes y todo tipo de obras- se haya podido mantener a pesar de la presión violenta de los paramilitares. Ellos dicen que el milagro se hizo y que pagaron su cuota de sangre con víctimas de su movimiento. Pero otros políticos aseguran que no es posible que nunca los haya tocado el fenómeno paramilitar en una región donde la política era inviable sin la venia de los ‘señores’ de la guerra. Será la Corte Suprema de Justicia la que diga la última palabra sobre si Juan Manuel López Cabrales, el mayor elector del país, el gamonal de la política liberal y el cacique más poderoso de Córdoba, pudo sobrevivir como una persona cargada de oro, diamantes y billetes atravesando una calle oscura, solitaria y repleta de ladrones, sin que nada le pasara.

Publicado en SEMANA, Fecha: Fecha: 02/03/2007 – Edición 1292