Escrito por: Ketty Roqueme y María Alejandra Romero - Revista Visor de la Universidad Tecnológica de Bolívar.

A pies descalzos, tiradas en el piso, con aceites para realizar aromaterapias, velas e inciensos para espantar las malas vibras, la Asociación Artística Mujeres Espejo acoge a todas las mujeres que han padecido de violencia en su vida, entre estas a quienes han sido despojadas de su territorio y golpeadas por el conflicto armado.

“De niña, mis abuelos contaban todo a través de juegos o en medio de la construcción de una olla de barro que en mis años era una cosa de familia. Lo que hoy conocemos como ‘el escondido’, juego tradicional de la costa Caribe, fue la forma más eficaz de protegernos cuando creíamos que los hombres armados iban a irrumpir nuestra comarca indígena.

El miedo al reclutamiento siempre fue latente, lo que creíamos era una situación dura, solo nos permitía calentar motores para dimensionar lo que iba a pasar.

Cuando la preocupación se unía a los cuernos de las comarcas que sonaban en coro, sabíamos que era hora de huir. Con afán nos montábamos a los burros, con un poco de miedo, pero con mucha prisa, como si hubiésemos hecho una especie de simulacro para saber cómo actuar. En un santiamén la estampida campesina comenzaba y todos cargaban lo que podían, un poco de ropa, elementos de valor y las gallinas que podían vender para ganar algo de dinero extra.

Son días que hoy recuerdo con temor. El conflicto, los grupos insurgentes y la disputa de poder me han golpeado fuerte. Hoy sanar y perdonar se ha convertido en todo un reto”.

Este es el testimonio de una víctima del conflicto armado que fue desplazada desde el departamento de Sucre a Cartagena en los años 70. Su historia es el reflejo de muchas otras mujeres despojadas de sus territorios que llegan a la ciudad.

Estas mujeres dejan atrás su territorio, su vida y su familia, pero en sus mentes y en sus almas se mantienen las heridas de la violencia, que atraviesa sus cuerpos y que cala en sus huesos. Lejos de todo lo que conocieron, las víctimas de la violencia aún llegan a la ciudad en busca de sanar el pasado y reconstruir su vida. Sin embargo, para poder hacerlo necesitan de atención y reparación del daño causado. Atención y reparación que debería ser brindada por las autoridades, pero que muchas veces brilla por su ausencia 

Y allí, en medio de la ausencia del Estado, las víctimas se convierten en una sola para sanar, organizar procesos de empoderamiento y ser parte de una solución a las inequidades y desigualdades que sufren, con mayor intensidad, las mujeres que han cargado con los estragos del conflicto interno colombiano. 

Mujeres Espejo, un resurgir en medio de la violencia

Foto: cortesía.

La Asociación Grupo Artístico de Mujeres Espejo es un colectivo de Cartagena que  recibe y atiende las necesidades de sanación de víctimas de todo tipo de violencia, en especial la experimentada en situaciones de conflicto, a través del arte, el diálogo y la atención psicosocial. 

Cuando se piensa en el conflicto armado en el Caribe, muy pocas veces se considera que Cartagena pueda estar entre las ciudades que entran en este relato. Sin embargo, a pocas horas del ‘Corralito de Piedra’ se encuentra uno de los focos de la violencia en el país, los Montes de María. 

Compuesta por 15 municipios de los departamentos de Bolívar y Sucre, esta región ha sido una de las zonas más afectadas por el conflicto armado en Colombia. Durante muchos años, tanto guerrilleros como paramilitares, impusieron sus regímenes de terror. 

La cercanía de los Montes de María con la capital de Bolívar ha sido el principal determinante para que Cartagena sea la mayor receptora de víctimas de desplazamiento forzado. A junio del 2022, el Registro Único de Víctimas indica que en Cartagena residen más de 120 mil víctimas del conflicto armado, lo que equivale a casi un 10 por ciento de la población de la ciudad.

Desde la promulgación de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, sancionada por el entonces presidente Juan Manuel Santos el 10 de junio de 2011, todas las entidades municipales, distritales y departamentales, como instancias del Comité Ejecutivo del Sistema Nacional de Atención y Reparación a Víctimas, deben incluir en sus planes de desarrollo programas de ayuda humanitaria, atención, asistencia y reparación integral a víctimas del conflicto, que garanticen los derechos de esta población a la verdad, la justicia y la no repetición. 

En particular, los componentes de asistencia y reparación son de responsabilidad directa de las gobernaciones y alcaldías municipales o distritales. Son estas entidades, en conjunto con la Unidad de Atención de Víctimas a nivel nacional, las que deben de coordinar los Puntos de Atención a Víctimas o los Centros Regionales de Atención a Víctimas, en los que brindan servicios de atención y orientación jurídica, psicosocial, ayudas humanitarias y acceso a oferta institucional, entre otras.

A pesar de estas disposiciones, los programas de atención y reparación a las víctimas no han logrado su cometido. De acuerdo con Yessica Blanco, integrante de la Asociación de Mujeres Espejo y excandidata a las Curules de Paz, estos padecen de falta de voluntad política y presupuesto para ser llevados a cabo, por lo que su inclusión dentro de los planes de desarrollo termina realizándose únicamente para cumplir con los requerimientos nacionales. 

Una de las grandes debilidades de los programas de atención a víctimas es el componente psicosocial. Según el Plan Nacional de Atención y Reparación Integral a Víctimas, es brindado por el PAPSIVI (​​Programa de atención psicosocial y salud integral a víctimas), cuya administración está en manos de las entidades territoriales. 

En investigaciones que se han realizado sobre la implementación del programa en diferentes municipios, se ha comprobado que tiene más deficiencias que aciertos a la hora de atender psicosocial a las víctimas del conflicto.

En el estudio de 2020, Atención psicosocial y salud mental en víctimas del conflicto armado en Colombia, los investigadores José Alonso Andrade Salazar, Melissa Pérez Herrera y Sebastián Castrillón García, encontraron que “la reparación psicosocial que brinda el programa PAPSIVI, es poco favorable, insuficiente e inoperante,  ya  que  la  mayoría  de  las víctimas refieren abandono y desprotección por parte de los agentes  gubernamentales  encargados  de  velar  por  este  derecho,  muestra  de  ello  es  la  poca  visibilidad del programa, el desconocimiento por parte de las víctimas general de sus alcances”.

A raíz de este panorama, diferentes organizaciones de víctimas de Cartagena han configurado sus propios procesos colectivos de atención y reparación. Una de ellas es el colectivo Mujeres Espejo.

Esta organización nació en 2005, en Santa Rita, en el barrio Torices, en los extramuros de la ciudad, con una apuesta política y ciudadana, desde lo público, privado e íntimo, de incorporar el arte en los procesos psicoterapéuticos.

“Nosotras usamos técnicas de autocuidado y autosanación, la meditación, la relajación, el arte, las puestas en escena, las obras de teatro y los encuentros con la misma naturaleza, para poder conversar sobre esas historias y esos dolores que no se le han contado a nadie”, explica Rorisis Murillo, directora de Mujeres Espejo.

El trabajo que realiza esta asociación va orientado a grupos, movimientos que trabajan con mujeres, infantes y jóvenes que han sufrido el flagelo de la violencia y el desplazamiento, enfocando la intervención en la relajación, el manejo del miedo, la reducción de la ansiedad, los niveles de estrés, talleres psicosociales y consultas psicológicas.

Para las mujeres, la violencia producto del conflicto armado ha atravesado sus cuerpos, sus hijos y sus familias. Según “Mi cuerpo es la verdad”, el capítulo del Informe Final de la Comisión de la Verdad, en el marco del conflicto armado entre 1959 y 2020 se han registrado 15.760 víctimas de violencia sexual en todo el país. De las cuales, el 30 por ciento corresponden a  niñas y adolescentes.

Es por esto que, al momento de hablar de atención psicosocial a víctimas, es relevante tener en cuenta el enfoque diferencial de género. Esto es lo que hace Mujeres Espejo, trabajar por la sanación individual y colectiva de las mujeres.

Cuando empezamos a hacer una sanación interior, podemos sanar y acompañar a otras a entender en qué momento de su vida ha tenido vacíos, soledades, ausencias y violencias (…) Es un proceso de empoderamiento a partir de una sanación interior. Primero nos armamos nosotras para poder encontrarnos con las otras y poder hablar de los eventos dolorosos”, cuenta Roriris.

La asociación, para las Mujeres Espejo, es una hermandad que les ha brindado todo el apoyo y respaldo cuando no tenían nada ni nadie. Mary, desplazada de Antioquia, explica que para ella, al momento de llegar a una ciudad desconocida, fue fundamental encontrar en las Mujeres Espejo, una red de apoyo que le permitió amarse a sí misma y entender que ella es más importante que todo lo que había pasado en su entorno.

Frente a la ausencia, acción y resistencia

Foto: cortesía.

Ante las carencias institucionales, la Asociación de Mujeres Espejo se ha vuelto una de las organizaciones sociales de la ciudad que busca brindar el acompañamiento que en su momento no se les brindó a las víctimas.

“Las organizaciones han asumido el rol, que en su momento el Estado debió asumir. Y lo han asumido con las uñas, sin recursos, buscando apoyo y solidaridad. Es al Estado al que le corresponde garantizar los derechos de las víctimas. Sin embargo, son las organizaciones las que están primero en el acompañamiento psicosocial y económico, y quienes también brindan techo a los desplazados”, afirma Mary.

Aunque la deuda con las víctimas es histórica y nacional, la administración actual de Cartagena, en cabeza de William Dau Chamat, poco ha contribuido para romper el ciclo. 

En el Plan de Desarrollo 2020-2023 se encuentra el programa de Atención, Asistencia y Reparación Integral a las Víctimas’, el cual está orientado a garantizar la atención inmediata y diferencial a población víctima con enfoque de género y étnico; aumentar la cobertura en procesos de atención psicosocial a la población víctima del conflicto asentada en el Distrito, y garantizar la realización de medidas de satisfacción y la participación efectiva de esta población en los distintos espacios y políticas públicas distritales. Sin embargo, en dos años y medio, este solo ha alcanzado el 35,7 por ciento de las metas. Es uno de los programas con más bajo nivel de eficiencia.

En específico, la medida de atención psicosocial lleva solamente un 13,37 por ciento de avance, lo cual la coloca como la medida del programa de atención a víctimas con menor implementación. 

Cuando se le preguntó a la Secretaría del Interior por el bajo rendimiento de este programa, respondieron, mediante derecho de petición, que la implementación de este ha pasado por “las dificultades propias de la administración pública, y particularmente las ocasionadas por el COVID, que no ha permitido la atención en el centro regional de víctimas, lo que disminuye la demanda de la atención”.

Aunque desde esa dependencia se afirma que durante la actual administración ha existido buena articulación entre las organizaciones sociales y el resto de la institucionalidad, en la Asociación de Mujeres Espejo piensan lo contrario. 

Sin embargo, esta carencia de apoyo a las víctimas por parte del Distrito no es algo nuevo de este gobierno, sino que, como cuentan las Mujeres Espejo, es una falencia que prácticamente caracteriza a la institucionalidad local.

“En Cartagena poco les interesa a las autoridades lo que hacen las organizaciones sociales. Nos cuesta mucho conseguir un refrigerio para un taller. No cuesta mucho lograr que ellos entiendan la necesidad fundamental que tenemos las organizaciones de trabajar en esas rutas de atención (…) Es más una utilización, utilizar cualquier herramienta que nosotros podamos aportar a la misma administración, que lo que la administración no pudiese acompañar y dar en estos procesos”, afirma con severidad Rosiris.

Es por esto que la Asociación les hace un llamado a las autoridades distritales a configurar alianzas verdaderas y a articular procesos con las organizaciones sociales, de tal forma contribuir a una atención y reparación verdaderamente integral.

“Desde la organización Mujeres Espejo creemos y estamos conscientes que tenemos la capacidad y contamos con la herramienta de aprendizaje y de conocimiento, pero se necesita inversión. Se necesita ampliar el equipo de ayuda a las mujeres y es allí donde la administración falla. Nosotras seguimos trabajando y sería bueno que nos tomaran en cuenta no solo al grupo artístico Espejo, sino a otras organizaciones que se han dedicado a trabajar por la mujer y por la niñez para poder desempeñar los distintos proyectos que ellos quieran implementar”, manifiesta Luna, otra de las miembros de la asociación.

Una vez al mes, bajo la luna llena, las Mujeres Espejo realizan encuentros de sanación en las playas de Cartagena donde, vestidas de rojo al ritmo de las olas, la brisa, inciensos para espantar las malas vibras y una taza de chocolate caliente, se sientan a pies descalzos frente al atardecer. Ahí, en medio del diálogo y la aromaterapia, buscan sanar las heridas de vida que han pasado por sus cuerpos.

Ellas son un ejemplo de cómo Cartagena, una ciudad aparentemente alejada del conflicto y referente turístico a nivel mundial, se ha convertido en un espacio de resistencia para muchas de las víctimas del mismo, quienes,  además de  luchar por sus derechos, coordinar procesos de memoria, resiliencia e influencia en el territorio, buscan re-existir en medio del dolor.