Con la caída del máximo líder de las Farc los colombianos pueden ilusionarse, ahora sí, con el fin del conflicto.
Alfonso Cano junto a Raúl Reyes en tiempos de los diálogos de paz en el Caguán, a comienzos de los años 2000. Foto Semana
– “Ayudará a la paz y es el momento de una gran desmovilización” |
La muerte de Alfonso Cano en una operación del Ejército, la madrugada del viernes 4 de noviembre, en Páez (Belalcázar),en el Cauca, es el golpe más grande que han sufrido las Farc en toda su historia. Y lo es, precisamente, porque sobreviene después de varios otros que, en su momento, recibieron el mismo calificativo, como la muerte de Raúl Reyes o la del Mono Jojoy.
Cano es el cuarto miembro del Secretariado, la máxima dirección de esa guerrilla, caído en acción, y el quinto si se cuenta a su líder, Manuel Marulanda, Tirofijo, que murió, al parecer, por causas naturales (ver artículo). Por eso su muerte es un golpe tan fuerte. De los siete miembros del Secretariado que condujo a las Farc a sus exitosas ofensivas de mediados y fines de los años noventa, las cuales culminaron en la desmilitarización del Caguán, solo quedan dos hombres: Timoleón Jiménez, o Timochenko, e Iván Márquez. (Se especula que las Farc, en señal de campesina previsión, habrían designado de antemano al primero de ellos como sucesor de Cano. Ver artículo).
Las Farc han mostrado una resiliencia notable, aun en medio de la sostenida ofensiva militar de la que son objeto desde hace una década, que las ha obligado a refugiarse en los márgenes del país y en zonas inaccesibles, como las inhóspitas alturas de la cordillera Central donde finalmente cayó Cano, en la llamada Operación Odisea. Pero una cosa es que caiga por primera vez un miembro de una dirección militar que ha conducido a la organización por años, y otra, enteramente distinta, cuando se trata del quinto. Cada golpe de estos es, si se quiere, más ‘histórico’ que el anterior.
La cúpula de las Farc, como toda organización estalinista, actúa como una junta militar (el modelo del politburó), con una cabeza visible, pero una dirección colectiva. Sin embargo, su capacidad de reemplazar a sus líderes caídos se agota. No solo por ausencia física de los jefes que han signado estas últimas décadas de las Farc, sino porque cada vez son menos los líderes de peso nacional, reconocidos desde hace años por el establecimiento y cuyas fotos en los medios de comunicación han marcado la memoria colectiva de los colombianos -y la tradición fariana interna- desde los años ochenta.
El golpe es también muy severo por las circunstancias militares. Cano venía liderando, con relativo éxito, un modelo de resistencia a la ofensiva militar oficial contra sus fuerzas. La sostenida racha de ataques típicos de la guerra de guerrillas, con francotiradores y lanzamiento de cilindros contra pueblos en algunas regiones como el Cauca; la implantación de minas antipersona; los carros bomba que destruían medio pueblo, como en Toribío, y, más recientemente, algunas emboscadas exitosas contra patrullas militares, no significaban que hubieran logrado invertir la correlación de fuerzas -muy desfavorable- impuesta por las Fuerzas Militares, pero sí tenían a más de uno en el país pensando si las Farc no se estaban recuperando poco a poco. El líder que acaba de caer fue el autor de esa estrategia de repliegue generalizado y ataques puntuales, que había logrado dar una cierta sensación de respiro a las Farc en medio de su situación de defensiva estratégica, conocida como Plan Renacer.
Por ello, lo más probable es que su muerte acentúe, al menos por un periodo, la incertidumbre e introduzca elementos serios de desorganización en la cadena de mando y control de esa guerrilla. Sin hablar de que es un golpe muy duro para una moral que viene traduciéndose en cientos de desmovilizados cada mes, no pocos de ellos con años en la guerrilla y posiciones de mando medio -un desangre silencioso que seguramente no va a detenerse.
En resumen, la caída de Alfonso Cano acentúa la situación de derrota estratégica de las Farc. No obstante, eso no significa, probablemente, ni el fin de esa guerrilla ni que, por ahora, la paz esté más cerca.
Ahora se desatarán toda clase de especulaciones y los expertos batallarán en torno a si trata de un golpe mortal, definitivo, o de una herida severa de la cual una guerrilla que llevamedio siglo resistiendo en el monte logrará recuperarse. Lo más probable, sin embargo, es que por un cierto periodo las Farc se ‘enconchen’ aún más de lo que lo están tradicionalmente. El proceso de cambio y ajuste en la dirección; la preocupación por la seguridad de los comandantes sobrevivientes y las limitaciones que impone en las comunicaciones; la paranoia ante la supremacía aérea del gobierno que se traduce en bombardeos letales (Cano cayó a raíz de un bombardeo que lo dejó herido), llevarán probablemente a un refuerzo del ostracismo.
Razones organizativas y de seguridad que tienen un corolario en lo político: difícilmente, por un tiempo, a la nueva dirección se le ocurrirá dar alguna señal de acercamiento hacia el gobierno, lo cual sería asumido en el interior de las Farc como un parte de derrota. Pese al tono poco triunfalista con el que el presidente Santos anunció la muerte de Cano, su llamado a los guerrilleros a entender que solo les queda el camino de desmovilizarse y negociar para evitar la muerte o la cárcel, no será entendido más que como una provocación, en las filas de esa vieja guerrilla campesina convertida en “máquina de guerra”, como tituló su reciente libro Eduardo Pizarro, uno de los más destacados expertos en las Farc.
La muerte de Cano no es el fin de las Farc, aunque agrava su situación de derrota estratégica. Y tampoco es, al menos por un periodo, una puerta que se abre para acercar la paz. Es posible dibujar, con argumentos en favor y en contra, escenarios en los que esta guerrilla negocie; se bandolerice, ligada al narcotráfico oa las bacrim; o se disgregue en frentes que, en algunos casos, ya tienen alianzas con sucesores de los paramilitares alrededor del tráfico de cocaína y frentes más fieles a la tradición guerrillera (ver artículo). Por ahora es imposible decir el camino que tomará. De las Farc se puede decir lo mismo que Winston Churchill opinaba del Kremlin: intentar entenderlas es “como observar una pelea de perros debajo de un tapete”. Sus tiempos, sus lógicas y su evolución en la última década inclinan al pesimismo y a creer que no dará su brazo a torcer. Quizá la sucesión de golpes y derrotas, cada uno más contundente que el anterior, puedan cambiar esa dinámica. Por ahora, en medio del fragor de la muerte de Alfonso Cano, es temprano para decirlo con certeza.
Publicado en Semana. Sábado 5 Noviembre 2011