Un juzgado de Villavicencio acusó a Pedro Olivero Guerrero alias ‘Cuchillo’ de la desaparición de la enfermera María Cristina Cobo Mahecha.
A partir del recaudo probatorio aportado por unfiscal de Derechos Humanos y DIH, el Juzgado Tercero Penal del Circuito Especializado de Villavicencio condenó a 31 años y ocho meses de prisión a Pedro Oliverio Guerrero Castillo, alias “Cuchillo”, por la desaparición forzada de una enfermera adscrita a la Alcaldía de Calamar (Guaviare). (Ver perfil de María Cristina)
Los hechos investigados por la Fiscalía ocurrieron el 19 de abril de 2004, vereda La Marina en la vía que de San José de Guaviare conduce a Calamar, donde la enfermera María Cristina Cobo Mahecha fue bajada de un vehículo de servicio público por unos hombres, presumiblemente del grupo de alias “Cuchillo”, que se la llevaron sin que hasta la fecha se conozca su paradero.
Cobo Mahecha, quien era almacenista de la Alcaldía, hacía una especialización en gerencia hospitalaria en Bogotá, desde donde viajaba a Calamar, cuando fue desaparecida. En su providencia el juzgador también condenó a alias “Cuchillo” a multa de diez salarios mínimos mensuales legales vigentes.
La historia de María Cristina
Un año después de su nacimiento, el 16 de marzo de 1975 en El Castillo,
Meta, María Cristina perdió a su padre, Rufino Cobo. Era agente de la
Policía y murió de hambre y frío después de extraviarse en una comisión
en el Alto de la Línea en Quindío.
A Paulina, su madre, le tocó empezar de
cero. Se fue con sus dos hijas donde su madre en Villavicencio, a vivir
en una casita de tablas y latas en un barrio de invasión. A las pocas
semanas unos vecinos llegaron corriendo a su trabajo, gritando que su
rancho se había quemado con las dos niñas adentro.
María
Cristina, que sólo tenía 15 meses, sufrió quemaduras en el 80 por ciento
del cuerpo. A los diez días su hermana murió de bronconeumonía por las
heridas. Pero ella se aferró a la vida y terminó en un hospital de
Bogotá, donde no se movió de la cama en meses, sometiéndose a repetidas
cirugías de reconstrucción. Su madre cuenta sollozando que le tocó pedir
plata para sostenerse y vivir en la capital mientras duraba la
recuperación de su hija.
Los daños del fuego, que hubieran podido
ser una carga para toda la vida, fueron una motivación suplementaria
para salir adelante. Su madre recuerda que aprendió muy rápido a leer y a
escribir y que desde pequeña se ocupaba de sus muñecas como una
doctora. Aunque su infancia fue difícil y sus compañeros la rechazaban,
siempre se esforzó para ver el lado positivo de su tragedia y salir
adelante.
Cuando María Cristina terminó el bachillerato en el
Inem de Villavicencio su familia decidió, en medio de esfuerzos, pagarle
estudios de enfermería en la Universidad del Llano. “Aunque quería ser
doctora, dijimos que se metiera de enfermera y sacrificamos todo para
que saliera profesional”. Ella mientras trabajaba de día en la clínica
La Grama en Villavicencio y de noche asistía a clases.
“El día
que se graduó fue el más felizde mi vida”, dice mostrando una foto de
su hija tomada en mayo de 2002, diploma en mano, con su uniforme blanco y
una enorme sonrisa. Terminó con un promedio de 4.9, uno de los más
altos de su generación, y se fue a hacer su año de práctica rural en
Calamar, un municipio en mitad del Guaviare, que es considerado como la
puerta de la selva, donde se citan parte de los problemas del país:
colonización, coca, guerrilla, paramilitarismo.
En Calamar logró
afianzarse como enfermera, al servicio de la gente. En el pueblo y sus
zonas rurales organizó brigadas de salud, hizo campañas contra el
embarazo no deseado, en una región en la que muchas mujeres son madres a
los 13 o 14 años. Su madre recuerda que nunca decía que no, si le
tocaba irse a caballo a atender a alguien, a conseguir una droga, lo
hacía.
El cariño que gozaba María Cristina era tal que los
campesinos la recompensaban con yuca, frutas y pescado. Cuando terminó
su año de práctica, esta enfermera siguió su trabajo con la comunidad de
Calamar desde la alcaldía. Además se inscribió a un curso de postgrado
en Gerencia Hospitalaria en la Escuela de Administración Pública de
Bogotá, donde iba cada dos semanas en bus. “Su sueño era irse a vivir a
España, le cortaron las alas, no la dejaron crecer”, dice con pesar su
madre.
Pocos días antes de su desaparición ella recuerda que la
llevó a la terminal de transportes. “Yo tenía un presentimiento, le dije
que me dejara acompañarla porque de pronto era la última vez que nos
veíamos”, dice hoy.
El 19 de abril de 2003, según se enteraron
después sus familiares, paramilitares del Bloque Centauros la retuvieron
cerca a Calamar. La acusaron de ser colaboradora de la guerrilla y la
torturaron con saña. Le arrancaron sus uñas una por una con un alambre,
preguntándole por sus supuestos vínculos con las Farc.
María
Cristina lo negó hasta el final, implorando que la mataran y gritando
que la dejaran ver a su familia. Los ‘paras’ siguieron con la tortura.
Le dispararon en la pierna y le cortaron los brazos con un machete.
Después la decapitaron y jugaron fútbol con su cabeza. Además le
quitaron su tarjeta débito y le robaron cuatro millones de pesos que
tenía en el banco.
“La acusaron de guerrillera, lo único que ella
hacía era atender a los heridos, fueran ‘paras’ o de las Farc, era su
ética, su deber”, recuerda la madre de María Cristina.
Aún hoy,
aunque ya se hayan identificado los culpables de esta atrocidad, Paulina
busca el cuerpo de su hija. Poco después de la desaparición recorrió la
región, preguntándole a paramilitares, autoridades, campesinos donde
está. Las pocas respuestas que ha recibido son amenazas o teorías poco
creíbles de un supuesto crimen pasional.
En 2004 ubicó un médico
de los paramilitares y le preguntó qué sabía de la la muerte de su hija.
El ex ‘para’ describió ante la Fiscalía los pormenores de la tortura,
asesinato y desaparición de María Cristina Cobos. Acusó a Edilson
Cifuentes Hernández, alias ‘Richard’ y a Juan Pablo Hernández Sanabria,
alias ‘Ronald’ del hecho. El médico de los ‘paras’ está hoy desaparecido
también.
La confesión fue después ratificada por ‘Richard’ en
versión libre y se comprometió a ubicar los restos. El ex paramilitar
sin embargo no ha ido a exhumarla. “Lo único que quiero es encontrarla
para llevarle flores, una vela, ya no me importa si los meten presos,
sólo que hagan un gesto humanitario”, sentencia Paulina, que a raíz de
la muerte de su hija sufrió un cáncer del seno.
Mientras pueda
doña Paulina seguirá buscando a María Cristina, el orgullo de su vida.
Escribe un libro sobre su hija, con la poca plata que alcanza a juntar
va a congresos de víctimas y cada vez quepuede viene a Bogotá, a
indagar, a llevar papeles, a presionar y a combatir el olvido.
Después de 6 años de su desaparición, la justicia acusa al prófugo ex jefe paramilitar por el asesinato de María Cristina.