Mandos medios: pilares de paz o de guerra

      
Si algo ha fallado en algunos procesos de desmovilización de guerrillas y paramilitares es la débil atención de aquellos que fueron los ‘segundos’. Saben de la guerra, de economía ilegal y tienen contactos en todos lados. En ellos está el secreto para parar la guerra o continuarla.

Desmovilización del Bloque Bananero de las Auc, el 25 de noviembre de 2004 en Turbo, Antioquia. Varios de los hombres que dejaron las armas volvieron a delinquir y se vincularon a las Bacrim. Foto: archivo Semana.

La desmovilización efectiva de excombatientes que alcanzaron un nivel jerárquico destacado en los grupos armados ilegales, sean paramilitares o guerrillas, es uno de los retos que cualquier proceso de desarme enfrenta para evitar su retorno a la clandestinidad. La realidad muestra que los mandos medios tienen la llave para prolongar la guerra o alcanzar la paz. La experiencia muestra que algunos han regresado al campo de batalla. ¿Cómo evitarlo en futuras dejaciones de armas?

En la actualidad un caso ilustra los efectos negativos de un mal proceso de atención a mandos medios, se trata de lo ocurrido con aquellos guerrilleros del Epl que se desmovilizaron en 1991 bajo los acuerdos con el gobierno nacional y tras un intrincado camino de ilegalidades acabaron formando la cúpula de las llamadas ‘Autodefensas Gaitanistas de Colombia’ (AGC), también conocidas como ‘Urabeños’ o ‘Clan Úsuga’. Su experiencia bélica ha permitido sobrevivir a pesar de la persecución de las autoridades y los enfrentamientos con otros grupos ilegales en sus disputas territoriales.

Pero, ¿qué hace que un mando medio prefiera la guerra, con todo lo que ello implica, a dar el paso a la legalidad? Exguerrilleros del Epl y las Farc, así como especialistas en el tema explicaron para VerdadAbierta.com este fenómeno, que cobra vigencia en el actual escenario de negociación que se desarrolla en La Habana, Cuba, con la guerrilla de las Farc, y el que se busca con los comandantes del Eln en Colombia.

El pecho de la guerra
Este fue el organigrama que las autoridades contruyeron de Los Urabeños o las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, cuando ‘Don Mario’ estaba prófugo de la justicia. Varios de ellos eran paramilitares desmovilizados y tuvieron mando en las Auc. Foto: archivo Semana.

De acuerdo con la Fundación Ideas para la Paz (FIP), un mando medio “representa la correa de transmisión entre quienes toman las decisiones estratégicas y aquellos combatientes que las ejecutan y ponen en marcha”. En la práctica, son los que tienen la autoridad en los territorios donde operan, conocen al detalle la tropa, manejan la inteligencia, dirigen el reclutamiento y tienen acceso a gran cantidad de dinero en efectivo que proviene de los negocios ilegales que coordinan.

Este conjunto de factores juegan un papel crucial a la hora de definir si un mando medio, de cualquier grupo armado, quiere o no regresar a la legalidad. Todo depende de la oferta estatal y qué tan competitiva es económicamente.

“El factor económico es el queimpulsa a las personas a buscar dónde volver a usufructuar”, explica Jorge*, un exguerrillero de las Farc quien desertó de las Farc, se acogió a la oferta del Estado y hoy trabaja con proyectos productivos en Antioquia. A su juicio, el conocimiento, las habilidades y la experiencia que adquieren los mandos medios en la guerra deben ser tratados de manera diferencial por los programas de reinserción estatales.

“No es lo mismo un muchacho que estuvo dos o tres años cuando más en un grupo a alguien que duró 15 y 20 años. Los programas de atención no poder ser iguales para unos y otros”, plantea Jorge. “Se requieren programas diferenciados para alcanzar mayor efectividad en lograr que algunos mandos medios no retornen a la guerra”.

Mario Agudelo, ex dirigente del Epl, dice que: “hubo un hecho que siempre me llamó la atención: cuando nosotros nos desmovilizamos, veíamos que los mandos medios andaban en grupo y se mantenían ahí en el casco urbano de Apartadó, ellos no regresaron a sus sitios de origen”, recuerda Agudelo. “A diferencia de los combatientes rasos, estos mandos medios no regresaron a sus veredas ni se integraron como obreros en las bananeras”.

¿Y quiénes eran esos mandos medios? Se trataba de los hermanos Dairo Antonio y Juan de Dios Úsuga David, quienes tras una larga historia criminal acabaron comandando las AGC, junto con Roberto Vargas Gutiérrez, alias ‘Marcos Gavilán’, Francisco Morelo Peñata, alias ‘El negro Sarley’, Melquisedec Henao, alias ‘Belisario’ y Jacinto Nicolás Fuentes Germán, alias ‘don Leo’. Todos ellos, quince años después y luego de trasegar por distintas facciones de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), se integraron a las AGC.

“Era un síntoma que expresaba una incertidumbre muy grande frente al proceso”, agrega Agudelo. Esas inquietudes fueron aprovechadas por los grupos paramilitares al mando de Carlos Castaño, quien los incorporó a su proyecto armado, donde manejaron un bajo perfil y proyectaron la continuidad de sus andanzas criminales una vez de desmovilizaron las Auc en todo el país.

Expectativas diversas
Varios desmovilizados del Epl pasaron a engrosar las filas de los paramilitares. Entre ellos se encuentran los hermanos Úsuga, quienes actualmente conforman una de las Bacrim más grandes y peligrosas del país. Foto: archivo Semana.

Los mandos medios se enfrentan por lo menos a tres circunstancias: no son los que negocian la dejación de armas, por tanto no son tan visibles; no desarrollan actividades políticas, pues sus funciones son más militares; y son más ambiciosos que aquellos excombatientes que estuvieron bajo su mando.

Agudelo recuerda que con la desmovilización del Epl vinieron nuevas oportunidades de trabajo para la base guerrillera. Los empresarios pudieron volver a invertir sin el temor del secuestro y la extorsión, lo que reactivó la economía local, generando decenas de puestos de trabajo en las fincas bananeras que fueron ocupados por reinsertados de ese grupo insurgente.

Las oportunidades también se abrieron para aquellos que trabajaban en el activismo por cuanto, desde la legalidad, comenzaron a impulsar proyectos sociales, trabajo sindical y a constituir el movimiento Esperanza, Paz y Libertad, una propuesta política que se impulsó desde el Urabá antioqueño.  

“Con esos mandos medios ahí fue la dificultad porque ellos no estaban interesados en un liderazgo social, en un liderazgo político, a ninguno de ellos le interesó; ni su expectativa de vida era retornar a la vereda y tener un trabajo allí. Ante eso se creó un gran vacío”, afirma Agudelo, que se agravó en aquella época por cuanto tampoco el Estado y la dirigencia subversiva tenían claro el camino a seguir. Para aquellos años eran incipientes los procesos, no había mucha claridad sobre la reinserción, mucho menos atención sicosocial, y lo poco que había era ineficiente hasta en lo más elemental que eran los pagos asignados a los desmovilizados, que se demoraban varios meses en llegar, lo mismo que los proyectos productivos.

Otro aspecto que acabó por complicar el panorama fue el estatus que tenían esos mandos medios del Epl. “Eran militares”, recuerda Agudelo y al estatus no se renuncia fácilmente, así sean ejércitos irregulares. A su juicio, el problema es que en la medida en que estos hombres y mujeres se vean afectados y no encuentren posibilidades de encajar en escenarios de reinserción o políticos, “se van volviendo inconformes y terminan resentidos, lo que puede conducir a actividades delincuenciales”.

No obstante, centros de estudio como la FIP consideran que la experiencia de los mandos medios ha sido útil para las autoridades. En ese sentido, uno de sus informes indica que los aportes de insurgentes desmovilizados “ha representado un incremento en el nivel de conocimiento y en la cualificación de la información que el Estado tiene sobre las Farc”. En ese sentido cualificar una próxima experiencia de reintegración.

Experiencia de Medellín
Entrega de armas del Bloque Cacique Nutibara en la capital antioqueña en noviembre de 2003. Foto: archivo Semana.

Si un proceso de atención al desmovilizado ha sido destacado en el país es el que se desarrolló en Medellín desde comienzos de 2004, cuando asumió como alcalde de la ciudad, Sergio Fajardo, y heredó el proceso de reinserción de los 868 hombres y mujeres que dejaron las armas de manera colectiva como integrantes del Bloque Nutibara de las Auc el 25 de noviembre de 2003.

Para aquellos años no había una legislación actualizada para el manejo de estos casos y la disposición institucional estaba adecuada solo para desmovilizaciones individuales. El reto era sacar adelante la reinserción colectiva, para evitar el regreso de los desmovilizados a laguerra urbana, que tanto daño le hizo a la capital antioqueña. Para atender ese fenómeno, se creó el Programa de Paz y Reconciliación que en su momento llegó a atender cerca de 5 mil exmiembros de distintas facciones de las Auc.

El proceso no estuvo exento de problemas y parte de ellos lo generaron los mandos medios, particularmente de aquellos que salieron de los bloques Cacique Nutibara y Héroes de Granada, quienes no solo hacían grandes exigencias a la administración municipal en apariencia para beneficiar a los jóvenes reinsertados, sino para sentirse con mando y no perder su estatus. El problema con varios de ellos es que siguieron delinquiendo, razón por la cual algunos fueron a dar a la cárcel y otros acabaron muertos.

Jorge Gaviria, quien estuvo por varios años al frente de ese programa, es consciente de la complejidad de atender a los mandos medios una vez hagan dejación de sus armas. “Si no se ofrece una atención diferenciada con ellos se repite el ciclo”, dice, y recuerda que “son los que tienen la ambición, el dinero y las armas”.

Este exfuncionario de la Alcaldía de Medellín recuerda que en algún momento propuso una intervención especial para 150 mandos medios de las Auc en todo el país a través de un programa que iba a financiar el gobierno de Holanda, sin embargo no se pudo concretar, según él, porque a quienes debían aprobarlo en el gobierno nacional les dio miedo. “Propuse actividades de estudio para ellos con acompañamiento personalizado, que aprendieran a su ritmo, y también expuse la posibilidad de sacarlos del país, que conocieran otros ambientes, pero eso les pareció muy iluso, idealista y hasta irresponsable”.

En Medellín se hicieron algunos avances, sobre todo con varios mandos que terminaron siendo líderes de organizaciones comunitarias y mantuvieron un bajo perfil. “Muchos salieron adelante y hoy son anónimos. Se hacían ver los que eran bandidos y varios de ellos terminaron presos o muertos”, afirma Gaviria.

Antonio López, alias ‘Job’, desmovilizado de las Auc conocido nacionalmente por haber entrado por el sótoano a la Casa de Nariño durante la presidencia de Álvaro Uribe Vélez. Foto: archivo Semana.

Por su parte Mario Velásquez, quien, como integrante del equipo del Programa de Paz y Reconciliación, diseñó los programas educativos dirigidos a los desmovilizados de las Auc que atendía la Alcaldía de Medellín, recuerda a mandos como Antonio López, alias ‘Job’, quien pretendía imponer su autoridad sobre  los jóvenes y sobre la administración municipal. “Era uno de los más complicados en este proceso”, afirma Velásquez.

Alias ‘Job’ fue asesinado en Medellín el 28 de julio de 2008, cuatro meses después de haber asistido a varias reuniones en la Casa de Nariño con el objetivo de diseñar estrategias para deslegitimar la Corte Suprema de Justicia en la disputa que tenía esta alta corte con el entonces presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez.

El actual director del Programa de Paz y Reconciliación, Paulo Serna, es bastante crítico al hablar del tema de los mandos medios. “Aquí hubo un gran error estratégico del gobierno nacional y del diseño de la política de reintegración. En relación a los paramilitares, para unos se tuvo la Ley 975, y para otros se tuvieron programas como el que impulsó la Alcaldía de Medellín, que es para gente de la base, pero por fuera quedaron los mandos medios y no hemos sido capaces de diseñar una política pública para ellos”.

Serna recuerda que en Medellín se trató de diseñar una política pública para atender esos casos, pero se enfrentaron a un cuello de botella y era la competencia económica. Y puso como ejemplo la situación de un mando medio de las Farc en el Magdalena Medio: controla la minería ilegal, las rutas del narcotráfico y las extorsiones a los ganaderos. Se puede ganar 30 millones de pesos mensuales y no tiene ningún componente político. “¿Cómo le compito yo a eso?”, se pregunta el funcionario.

Desde su perspectiva y experiencia, considera necesaria la construcción de una política pública de intervención dirigida especialmente a los mandos medios de las guerrillas. “En algún momento, con otras instituciones, pensamos en que una de las alternativas era sacarlos del país con sus familias, darles un aporte en dinero y que se dedicaran a estudiar. Toca pensar en soluciones novedosas”.

Uno de los temores de Serna es que no se desarrollen políticas coherentes para atender a los mandos medios que saldrán de las guerrillas de las Farc y el Eln, ante una eventual firma de acuerdos. “Históricamente son los que hacen la guerra, pero también la paz. De no hacerse una política pública de intervención para ellos, se va a reciclar el conflicto”, sentencia.

(*) Nombre cambiado a solicitud de la fuente consultada