Salvatore Mancuso y ‘Jorge 40’ fueron detenidos en flagrancia en 1997, pero funcionarios corruptos los dejaron libres. El personero de Villanueva, Guajira, intentó que esos hasta entonces desconocidos volvieran a ser capturados. Pero lo mataron en el intento.
Por César Molinares Dueñas
Pocas horas antes de que los paramilitares lo desaparecieran, en la tarde del 2 de septiembre de 1997, el personero de Villanueva, José Pareja Ariza, le dijo a su secretaria, Dulbis Díaz, que le alistara unos viáticos para asistir a los funerales de Diana Spencer, la princesa de Gales, quien había muerto en un accidente de tránsito en París dos días atrás.
Para los que conocían a Pareja era normal que este abogado de 49 años siempre tuviera un chiste bajo la manga, incluso en los momentos de mayor tensión. “Era como un niño que no había crecido, a veces medio ingenuo”, recuerda su amigo Carlos Alberto Barros. Aunque Pareja había sido por dos años personero de esta población en el sur de La Guajira, se le reconocía más por ser un parrandero empedernido que fundó con varios amigos el Festival Cuna de Acordeones en 1979 y fue su presidente en 1983.
Ninguna de las personas más cercanas al personero, entre ellas sus familiares, notó en esos días algún gesto de preocupación o cambio de humor. Sin embargo, unas semanas antes, como si fuera una premonición, le dijo a su hermana Isabel, comentando el secuestro de un ganadero por parte de la guerrilla, lo difícil que habría sido que se lo llevaran así, “enfrente de sus hijos”. Ese era el único temor que tenía este funcionario de este pueblo, ubicado en el medio de las planicies del valle del río Cesar, franqueado a lado y lado por la serranía del Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta.
En la noche del 2 de septiembre, el personero dormía con su esposa María Mercedes y sus cuatro hijos en su casa del barrio Galán, cuando su perro empezó a ladrar. Antes de que tiraran la puerta, uno de ellos se metió a la casa por el garaje. Pareja salió a la terraza y se encontró de frente con cuatro hombres de camuflado y pasamontañas, que sin rodeos se identificaron como miembros del CTI y le dijeron que tenía que ir con ellos. Ni siquiera le dieron tiempo de vestirse, ni tampoco sirvieron las súplicas de su mujer y el llanto de sus hijos, Pareja estaba enfrentando a su mayor temor, ser secuestrado en las narices de los suyos.
Días de violencia
No había sido días fáciles para Villanueva, un pequeño pueblo de 26 mil habitantes que queda a un costado del camino entre Valledupar y Riohacha. Aunque sus pobladores no eran ajenos a la violencia, la mañana del 4 de mayo de ese año, un grupo de personas había invadido una parte de la finca La Cabaña, a pocos kilómetros del casco urbano, de propiedad del teniente retirado del Ejército, Alfonso Isaza Lafourie. El pueblo entero se paralizó.
No era la primera vez que lo hacían y aunque los ánimos estaban caldeados, los invasores esperaban pacientes la presencia de un delegado del Inurbe, entidad a la que le exigían que negociara con el oficial retirado esos terrenos para poder levantar allí sus viviendas. Isaza, de 65 años y anapista, había aceptado la mediación del Inurbe, pero los que lo conocían sabían que la situación lo incomodaba.
A Cenín Saurit, el segundo de seis hijos de Carmen Perpiñán, ama de casa, y Manuel Saurit, un mecánico, le gustaba fisgonear. Esa mañana había dejado a un lado los trabajos que tenía pendientes en su taller de reparación de electrodomésticos y se había ido a ver en que iba la manifestación en la finca de Isaza conocida como Las Cabañas. Elizabeth Araújo era una estudiante universitaria y aunque poco se sabe por qué estaba allí, vecinos aseguran que estaba apoyando a algunos de sus familiares que hacían parte de los invasores.
En el momento en el que llegaron dos camionetas, una de ellas una Toyota roja con las placas ocultas y vidrios oscuros, los manifestantes creyeron que se trataba de los funcionarios del instituto. Pero muy pronto se dieron cuenta, cuando varios de ellos se bajaron con armas en la mano, que no eran a quienes estaban esperando y más cuando uno de ellos, que se identificó como de la Policía Judicial-Sijin, preguntó por el líder de los invasores. ‘Nin’, que tambiéntenía fama de imprudente, dijo que era él.
Los manifestantes empezaron entonces a tirarles piedras a los dos hombres armados, que a su vez hicieron varios tiros a la multitud. El técnico de electrodomésticos que estaba poniéndose al día con las noticias de su pueblo murió en el acto. “Le dieron 15 balazos, ese día vestía con un pantalón azul y una camisa gris ceniza”, recuerda su madre Carmen. A Elizabeth también la alcanzaron las balas y quedó herida, las personas que estaban allí la llevaron al hospital del pueblo, en donde murió a las pocas horas. Los hombres de inmediato se dieron a la fuga.
Pareja fue al levantamiento de los cadáveres.
Fue entonces cuando el pueblo entero se movilizó. María José Saurith, abogada de la universidad Libre de Barranquilla y hermana de Cenín, se enteró a los pocos minutos de lo que había pasado. Ella fue al puesto de la policía del pueblo y le exigió al comandante que hiciera algo para capturar a los asesinos. En la tarde de ese mismo día, en un retén cerca de Fonseca, con la alerta expedida por las autoridades de Villanueva, la policía detuvo a dos vehículos que coincidían con la descripción de los que se usaron los sicarios. Fue entonces cuando se conoció la identidad de los hombres armados. Para casi todos Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar Pupo, eran aún un par de desconocidos, y estaban acompañados de varios exsoldados profesionales sin ningún tipo de antecedentes como Víctor Bernardo Burgos, René Ríos González, Luis Eduardo Vargas, Lino Arias Paternina, Hernando de Jesús Fontalvo y Emiro Oviedo Torres.
A los hombres les encontraron seis subametralladoras, dos revólveres, granadas de fragmentación y abundante municiones, que estaban a nombre de la cooperativa de vigilancia y seguridad Horizonte Limitada, una empresa que después se descubriría había servido para conformar grupos paramilitares en departamentos de la Costa Caribe colombiana como Sucre, Bolívar, Cesar y La Guajira, y que para entonces tenía permiso para operar en Córdoba y de la que Mancuso era su representante legal.
Aun 17 años después de ocurridos los hechos, son varias y contradictorias las razones por las cuales Mancuso, Tovar y sus hombres llegaron a Villanueva. Jesús Albeiro Guisao, alias ‘El Tigre’ y quien fue jefe de los paramilitares en Cesar y La Guajira, aunque no estuvo con el grupo cuando fueron capturados, dijo que ese día Mancuso y Tovar salieron como lo hacían por costumbre a “hacer incursiones, recorridos”.
Uno que si cayó entre los capturados ese 4 de mayo, Hernán Fontalvo alias ‘El Pájaro’, por ejemplo, ha dicho en algunas versiones de Justicia y Paz, que el grupo de paramilitares decidió desviarse cuando Mancuso, de camino a Maicao a comprar armas y a reunirse con unos militares y comerciantes para organizar grupos de autodefensa en el sur de La Guajira, supo de la invasión y que unos “subversivos” bloqueaban la carretera.
Fontalvo agregó que quien insistió en desviarse fue Rodrigo Tovar, un agricultor quebrado y que después se convertiría en el más sanguinario paramilitar conocido como ‘Jorge 40’, quien en ese entonces estaba de aprendiz de Mancuso en el paramilitarismo y estaba haciendo las veces de puente entre la llamada Casa Castaño y empresarios, ganaderos y comerciantes, que estaban apoyando la constitución de grupos de autodefensa en Cesar y La Guajira.
“Tovar se dio cuenta que había como una invasión y había un man entregando folletos y dijo: ‘Devolvámonos, vamos a echarle mano a ese man’. Nos devolvimos como dos kilómetros. Yo cogí con papel periódico y cinta y tapé la placa, nos devolvimos Lino, ‘El Puma’ y mi persona. Yo me bajo con un pasamontaña y llamo al señor y le digo: ‘somos de la Sijín paisano’. Yo me bajé con un fusil R9. Cuando me vio que me bajé con el fusil se fue corriendo. Cuando me le pego atrás, la gente de la invasión comenzó a tirar piedras y en reacción el compañero mío hizo varios disparos y mató a dos personas que no tenían nada que ver en el asunto”, dijo Fontalvo hoy detenido, a VerdadAbierta.com.
Lo cierto es que sin preocuparse por los dos asesinatos los paramilitares siguieron su camino, y solo se dieron cuenta de que se habían metido en un problema cuando escucharon a través de interceptaciones de radio de que los habían empezado a perseguir. “Comienzan a llamar por teléfono a decir que matamos a dos personas y nosotros llevábamos un radio de comunicaciones y nos decían que estábamos calientes. Cuando pasamos por San Juan del Cesar, la policía se nos pegó y le digo a Lino: ‘Mira, estamos calientes por hacerle caso a ‘El papa Tovar’. Y aunque le pusimos la pata al carro, adelante nos esperaba un retén”. Eran las 4:30 de la tarde. Allí aunque intentaron sobornar a la policía, un capitán que no se dejó ordenó su detención.
Del retén fueron llevados a la estación de policía de Barrancas, también en el sur de la Guajira, en donde fueron reseñados y se les tomó fotos que fueron enviadas a los principales medios de comunicación de la región y el país. Al día siguiente, tan pronto como se supo de la captura de los hombres, algunas personas llamaron a María José Saurith asegurándole que la justicia tenía en sus manos a los asesinos de su hermano.
Ella, sin vacilar, empezó a buscar a los testigos del asesinato y muy rápido reunió a 30 personas que estaban dispuestas a reconocer si, entre los capturados, estaban los sicarios que dispararon contra Cenín y Elizabeth. Cuando logró reunir a la gente y contratar a varios carros para que los llevaran a San Juan del Cesar, a donde llevarían a los sospechosos para que fueran procesados por elfiscal especializado Rodrigo Daza Bermúdez, le pidió al personero Pareja que la acompañara.
El personero, a quien sus amigos y conocidos lo llamaban ‘El Pájaro’, había sido elegido en el cargo dos años atrás, en 1995, cuando su amigo Jorge Juan Orozco fue elegido alcalde (1995-1997) lo nominó a la personería de Villanueva, después de que perdiera la elección al concejo de esa población.
“Le decían así porque no se quedaba quieto”, recuerda su cuñado Gonzalo Lacouture. Otra hermana, Isabel, que es peluquera, dice que José regresó a su pueblo por pura nostalgia. “Tenía una fuerte conexión con su familia”. De hecho fue el único de entre sus seis hermanos que estudió una profesión y se preocupaba mucho por su madre. Pero además de la música y el derecho, también le gustaba la política.
El de personero, era un cargo sin pretensiones, con solo dos empleados, él y una secretaria, en un pueblo en el que muchos aseguran que no había violencia política, pero en el que en años recientes hechos como secuestros y extorsiones, causados principalmente por la llegada primero del ELN, con el Frente 6 de diciembre, y casi al tiempo con el frente 59 de las FARC, se habían incrementado.
Pero esos asesinatos eran el primer gran reto para el personero Pareja, quien nunca se había enfrentado a un hecho así. María José recuerda que desde que llegaron todo empezó a ser sospechoso. Primero, los testigos que habían ido a San Juan del Cesar a reconocer a los asesinos de Cenín y Elizabeth no pudieron hacerlo. Los villanueveros se enteraron que el fiscal Daza no estaba indagando sobre las muertes sino solamente sobre el porte de las armas. “María José le gritó a Daza que si se enteraba que lo habían comprado, lo iba a denunciar”, recuerda una personaque estuvo acompañando al personero Pareja que le reclamó María José, hoy en el exilio.
Así aunque el personero, la abogada Saurith y una treintena de testigos esperaron durante todo el día su turno para poder reconocer si entre los detenidos estaban los asesinos de los dos villanueveros, pero nunca lo pudieron hacer. El fiscal nunca los llamó y sólo los alcanzaron a ver pasar cuando salieron escoltados y esposados por un corredor. Allí algunos de los testigos gritaron: “esos son los asesinos”.
Esa tarde del 5 de mayo de 1997, de manera clandestina, el fiscal Daza Bermúdez le dio la libertad a Salvatore Mancuso, Rodrigo Tovar Pupo y cuatro de sus hombres más cercanos. Dos de ellos, Hernando de Jesús Fontalvo alias ‘El Pájaro’ y Emiro Oviedo alias ‘El Puma’, quedaron detenidos por porte ilegal de armas.
Lo cierto es que la irrupción violenta de los paramilitares y el asesinato de Cenín y Elizabeth alimentó la versión de algunos villanueveros de que el teniente Isaza, el dueño de las tierras invadidas, había sido quien los había llamado. “Eso lo mortificó bastante”, recuerda un familiar del exmilitar, quien asegura que intentó enviarle mensajes a la familia Saurith que él no había sido responsable de la muerte de su hijo.
Por debajo de la mesa
La noche del 4 de mayo de 1997, Mancuso estaba desesperado. Las dos muertes y el hecho de que les hubieran encontrado armamento que no estaba cobijado bajo la cooperativa de seguridad, que él dirigía, entorpecieron una salida rápida. Por primera vez desde que había tomado la decisión de incorporarse de manera clandestina a las autodefensas, bajo la tutela de los hermanos Fidel, Vicente y Carlos Castaño, era detenido y también expuesta su entrada a la región.
Los paramilitares habían llegado de manera silenciosa a Cesar en 1996 y en el momento en que fueron capturado empezaban a incursionar en el sur de La Guajira, bajo el auspicio de ganaderos, comerciantes y narcotraficantes de la región que los llamaron para enfrentar la supuesta amenaza de la guerrilla de las FARC y el ELN. Llegaron inicialmente un grupo de 12 hombres, todos entrenados en la llamada Casa Castaño o en las Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá, ACCU, que había reactivado su aparato militar después de la misteriosa muerte de su creador Fidel Castaño.
Este pequeño grupo de hombres se movía todo el tiempo por las troncales de estos departamentos en una operación llamada “avispa”, ya que si bien eran unos cuantos, cometían tal cantidad de asesinatos y dejaban advertencias, de modo que se creyera que eran muchos. Con la captura de los ocho paramilitares se empezaba a conocer quiénes eran.
“La vaina se había salido de las manos, ya estaba en Bogotá. O sea, el comandante de La Guajira se las cagó porque reportó a Bogotá, y las armas eran legales. Pero un trabajador de Mancuso, dejó un chaleco y adentro había una granada. Como él había venido con sus escoltas desde Montería, no sabíamos que traían. Él en ese tiempo andaba con ‘El Gordo’, el mismo ‘120’. Y a ‘120’ fue al que se le olvidó la granada, porque lo mandaron para una finca en Urabá. El capitán se pegó por la granada, no tocó el tema de las armas que llevábamos porque tenían licencia y eran de la Convivir”, contó Fontalvo a Verdadabierta.com.
Los paramilitares no obstante pudieron quedarse con un celular con el que pudieron coordinar sus movimientos. Mancuso llamó a SantanderLopezsierra, un senador liberal de gran influencia política en la región y que entonces era señalado de ser uno de los mayores contrabandistas de La Guajira y también a Carlos Castaño.
El primer contacto que, asegura Mancuso, se hizo fue con el entonces director de la Policía Nacional Rosso José Serrano. También se comunicó con el senador Lopezsierra, quien movió a sus fichas locales, entre ellas al entonces alcalde de Barrancas, Francisco ‘Kiko’ Gómez, para interceder ante la policía local. Mancuso en una versión a fiscales delegados ante la Corte Suprema de Justicia que investigan a Gómez les aseguró que Castaño logró que el coronel Danilo González, asesinado en marzo de 2004, viajó a la región y fue clave en la liberación de los paramilitares.
Además, cuando llegaron a la fiscalía de San Juan del Cesar, contrataron a un abogado que se encargó de sobornar al fiscal. Pero lo cierto es que si no los hubieran liberado, la orden que había dado Carlos Castaño a Rodrigo García alias ‘Doble Cero’ era meterse con 200 armados a San Juan para rescatarlos a sangre y fuego. “Baltazar alcanzó a mover gente de Urabá”, explicó Fontalvo.
Así, con todo el apoyo de funcionarios corruptos y el pago de 25 millones de pesos, el fiscal Daza les dio la libertad a seis de ellos. Fontalvo se quedaría preso desde entonces y Oviedo huiría después de una cárcel. Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar desde el momento en el que pisaron la calle tomaron la decisión de irse definitivamente a la clandestinidad.
Mientras que en Villanueva, la corrupción de la justicia y de las instituciones que no juzgaron a los asesinos de dos humildes personas, abrió de una manera una escalada de crímenes. Desde el momento en el que el fiscal Daza Bermúdez dejó en libertad a estos paramilitares, empezó una nueva historia para la región y el país.
Impunidad
El manto de impunidad que dejó la decisión de liberar a los paramilitares, provocó tensiones y amenazas en Villanueva.
Alfonso Isaza vivía solo con su esposa y un hijo en una casona en el centro. A solo unos pasos de la vivienda de los Saurith. En esos días aciagos, algunas personas aseguran que Isaza intentó acercarse al Manuel Saurith, el papá del técnico asesinado, sin suerte. Ante la tensión varios hermanos del exoficial le pidieron que se fuera por un tiempo de Villanueva porque corría el rumor que lo querían matar, pero él respondía que no le temía a nada por no era responsable de las muertes de Cenin y Elizabeth.
En la mañana del 4 de julio de 1997, exactamente dos meses después del asesinato de Cenín y Elizabeth, Alfonso Isaza fue a las oficinas del CTI y rindió una declaración jurada en la que aseguró que no tenía nada que ver con sus muertes. “Estaba tranquilo con su conciencia”, dice el reporte de la Fiscalía. Esa tranquilidad de Isaza la respaldaba con una pistola que siempre cargaba en su cinto.
Ese mismo día, a las 9:30 de la noche, cuando conversaba en la terraza de su casa con su hermano Alfonso y su amigo y compadre Manuel María Lacouture, dos hombres a pie lo asesinaron a tiros. “Fueron cinco balazos”, recuerda un familiar, al que le tocó recoger el cadáver del exmilitar para trasladarlo a Ibagué en donde se encontraba su esposa. Este pariente responsabilizó al fiscal Daza de este nuevo asesinato. “Si se hubiera esclarecido el crimen de Cenín Saurith y Elizabeth Araújo, muy seguramente no estaría muerto”, se lamentó.
Otro amigo de la familia agregó que después de que liberaran a Mancuso, Tovar y sus hombres, Isaza empezó a recibir amenazas, acusándolo de haber llevado a los paramilitares para acabar con la invasión, algo que nunca fue esclarecido por la justicia.
El asesinato de Isaza también iba camino a la impunidad. Algunas versiones de allegados apuntaron como responsables a parientes de Cenín Saurith. Aunque inicialmente los primeros retratos hablados daban cuenta de que uno de los sicarios era una persona “alta, delgada, blanca de cabello amonado, como de 175 metros de altura, joven”. Cinco días más tarde uno de los testigos cambió la descripción por la de “un tipo alto, blanco, cara redonda, cabello bajito con un poquito de barriga”, con lo que las autoridades apresaron a Líber Izquierdo, cuñado de Saurith, un policía que prestaba sus servicios en Valledupar, que se ajustaba a esa última descripción, y quien fue señalado de haber estado presente en el momento en que un sicario descargó su pistola contra el teniente Isaza.
Además de Izquierdo también señalaron a María José Saurith de estar detrás de este crimen. Sin embargo, la justicia determinó que el policía nunca estuvo en la escena del crimen y desestimó acusarlo, por lo que fue liberado. Izquierdo casado con una profesora hermana de Saurith terminó separándose de su esposa y yéndose de Valledupar. La Fiscalía tampoco logró tener evidencias contra la abogada, quien había seguido presionando junto con el personero Pareja al fiscal Daza, a quien denunció por corrupción intentando que se hiciera justicia. Al poco tiempo, a ella también la amenazaron por lo que le tocó salir del país y desde entonces se encuentra exiliada.
Desaparecido
Pareja fue el único que se quedó haciéndole frente a una situación que parecía no dimensionar. Carlos Barros, amigo cercano del personero, asegura que la insistencia del funcionario, de continuar con el caso, lo puso en riesgo. “Él era un ser humano muy ingenuo. De pronto lo cogieron de gancho ciego”, agregó.
No pasó mucho para que el personero se diera cuenta de que sus esfuerzos caían en saco roto. Después de liberar a los paramilitares, el fiscal Daza les devolvió los dos carros, las armase incluso las reseñas judiciales, que ellos mismos se encargaron de quemar, y si otra hubiera sido la actuación del funcionario, muy seguramente el país pudo haber conocido por primera vez quienes eran los cerebros detrás de la expansión paramilitar en la Costa Caribe colombiana.
A pesar de las tensiones que se vivían en el pueblo, nadie del círculo cercano al personero le oyó decir que tuviera algún temor. “A él le preocupaba el caso por haber sido dos muertes violentas y además porque era de un grupo del que no se sabía nada”, dice 17 años después su secretaria, Dulbis, quien aún trabaja en la personería. Carlos Barros, amigo cercano, asegura que en medio de la incertidumbre Pareja nunca le hizo algún comentario, que lo hiciera pensar que estaba preocupado, pero los que lo rodeaban sabían que “estaba en peligro”.
Sin embargo, el personero nunca pidió protección ni se preocupó por tomar medidas de seguridad. Tampoco andaba armado porque, según cuenta su hermano Ramiro, no le gustaban las armas. Pareja seguía viviendo con su esposa y sus cuatro hijos, cuando cuatro hombres que decían ser del CTI se lo llevaron a la medianoche.
Las semanas siguientes fueron de incertidumbre para la familia del personero. El pueblo entero se movilizó para buscarlo. Hicieron misas y organizaron cuadrillas que se metieron en las veredas y trochas con la esperanza de encontrarlo.
Siete días después de la desaparición de Pareja, Ramiro se enteró que el administrador de una finca cercana a La Paz, en el sector de Varas Blancas, había restos de un cuerpo incinerado. El hermano del personero salió para el lugar, pero en el camino se encontró con otro grupo de parientes que también lo estaban buscando y le dijo que ya habían revisado el lugar sin haber encontrado nada. “Me devolví, pero quedé con la inquietud, así que unos días después regresé al sitio y encontré los restos de una hoguera”, recuerda Ramiro.
Allí encontró unas llantas quemadas, unas botellas de cocacola con gasolina y unos cuantos restos. Los gallinazos y los animales se habían comido gran parte del cuerpo incinerado. “No eran de él, sino los de un indio, porque el cabello era lacio y canoso y los de mi hermano eran rizados y negros”, dice Ramiro 17 años después. También encontraron parte del cráneo y un hueso de la pierna, que fueron entregados a la Fiscalía, que tiempo después se los dio al alcalde del pueblo para que fueran inhumados en una bóveda del cementerio en donde aún permanecen sin que se sepa si son o no del personero Pareja.
Después de su desaparición, hubo toda suerte de rumores. Algunos aseguraron que lo vieron en la Serranía del Perijá montado en un burro. Otros, que estaba enfermo cerca de La Paz. Sus familiares contactaron a un vidente que alimentó más la ilusión de que estaba vivo. “Mi madre murió varios años después pensando que José estaba vivo”, cuenta Rodrigo, otro de los hermanos del personero.
De nuevo, su mujer y sus hijos tocaron las puertas de la justicia, pero se encontraron con nuevas amenazas, que también los obligaron a irse de Villanueva y también del país. Después de las muertes de Cenín Saurith, Elizabeth Araújo, Alfonso Isaza Lafourie y José Pareja, vendrían más.
Tanto la guerrilla como los paramilitares, arreciaron sus ataques contra los villanueveros. La peor ocurriría el 7 de diciembre de 1998. Según reportó el diario El Heraldo de Barranquilla, a la medianoche unos 150 hombres enviados por Rodrigo Tovar Pupo, quien ya estaba en la clandestinidad como jefe delas autodefensas del Cesar, llegaron al barrio El Cafetal de Villanueva a “ahogar con bombas y descargas de fusil el sonido de los acordeones y apagar con sangre las ‘velitas’ de los frentes de las casas”. La intención de los paramilitares era secuestrar a varias personas a las que señalaban de ser auxiliadores de la guerrilla. Esa noche asesinaron a 10 villanueveros.
Desde entonces, con la llegada de los paramilitares que entraron a disputarle el control de esa región al ELN y las FARC, no solo arreciaron los asesinatos. La violencia provocó que entre 1997 y 2013 más de 8 mil personas, de un pueblo de 25 mil, se desplazaran. En ese mismo período, entre paras y guerrillas, asesinaron a más de 200 personas. Todo esto hizo que el pueblo entero entrara en un declive del que aún no alcanza a recuperarse.
Verdad a medias, justicia pendiente
Han pasado 17 años. A lo largo de este tiempo, ha sido muy poco lo que se ha aclarado sobre los crímenes ocurridos en 1997. Después de que ordenara la liberación de Mancuso, Jorge 40 y cuatro de sus hombres, el fiscal Daza Bermúdez fue destituido por la Fiscalía y cuatro años -en 2001- después el Tribunal Superior de Riohacha lo condenó por prevaricato por acción y omisión por no haber investigado a los paramilitares por el asesinato de Cenín Saurith y Elizabeth Araújo, en un fallo confirmado por la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, nunca se pudo demostrar que los paramilitares le pagaron un soborno por dejarlos libres.
Sobre los crímenes de Cenín, Elizabeth, el teniente Isaza y el personero Pareja, ninguno tuvo avances en 15 años. La justicia tampoco hizo nada para esclarecer las amenazas en contra de la abogada María José Saurith, el expolicía Líber Izquierdo y la familia de Pareja, quienes fueron forzados a desplazarse de Villanueva y hoy se encuentran en el exilio.
En lo que tiene que ver con el teniente Isaza nunca se ha podido esclarecer si tuvo o no que ver con la llegada de los paramilitares a La Guajira y con las muertes de Saurith y Araújo, algo que lamentan sus familiares porque aún persiste el manto de duda sobre él. Su asesinato también está en la impunidad a pesar de que algunas reportes realizados por el CTI apuntan a que fue cometido por la guerrilla como retaliación por los asesinatos de los dos villanueveros. “Esos crímenes desataron una oleada de venganzas, pero nunca se pudo saber si fueron los familiares solos o en complicidad con los grupos armados. El principal problema que hubo en la región fue la impunidad”, comenta un familiar que pidió reserva de su nombre.
Solo hasta el 26 de octubre de 2010, Hernando de Jesús Fontalvo alias ‘El Pájaro’, uno de los dos hombres que se quedaron presos desde entonces, en una entrevista con VerdadAbierta.com relató por primera vez su participación en los asesinatos de la invasión y aseguró que Mancuso y ‘Jorge 40’ sobornaron al fiscal Daza para que los dejara libres, delito por el que la justicia absolvió al funcionario porque no tenía prueba de ello. También confesó que Mancuso y ‘40’ había dado la orden de desaparecer al personero.
Tres años después, en febrero de 2013, Juan Evangelista Bastos alias ‘Pedro’, un desmovilizado del Bloque Catatumbo de las AUC, contó en una versión de Justicia y Paz que la orden de asesinar al personero la había dado Mancuso por temor a que el funcionario siguiera presionando y les saliera una orden de captura. “Le dio la orden a Baltazar, le dijo: a ese personero hay que matarlo”, aseguró el exparamilitar. Otro desmovilizado Jesús Albeiro Guisao conocido con el alias del ‘El Tigre’, dijo que tras la decisión de Mancuso, Baltazar, Lino Paternina alias ‘José María’, entonces uno de los hombres de confianza del jefe paramilitar, y Javier Petro Gómez alias ‘Camilo’ o ‘Carevieja’, se fueron a la medianoche a Villanueva a secuestrar al funcionario.
Pero a pesar de que varios desmovilizados confirmaron que se dio la orden, ninguno de ellos participó en el asesinato y dos de los que podrían dar cuenta qué hicieron con el cuerpo de Pareja, Camilo y Lino Paternina hoy están muertos. Mancuso reconoció por línea de mando por la muerte de Pareja, Araújo y Saurith, por lo que fue condenado recientemente, sin embargo, quedan muchos cabos sueltos que no se han podido aclarar.
Mientras los que pueden ser los restos del ‘Pájaro’ Pareja reposan en una cripta en el cementerio de Villanueva, a la espera que se haga una prueba de ADN y se pueda cerrar al menos un capítulo de esta triste historia que trajo venganza, muerte y luto a este pueblo que languidece en el sur de La Guajira, que todavía no ha podido cerrar las heridas de esa guerra sin sentido.