Campesinos de El Tarra echan la red para pescar la legalidad

      
Encerrado entre ríos, como buscando su defensa en medio del agua, está ubicado El Tarra, un municipio nortesantandereano con ancestros indígenas cuyos habitantes han tenido que convivir entre el afán por el petróleo, los cultivos de hoja de coca y el conflicto armado.

Por Giovany Mejía Cantor

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Su gente, motivada por la búsqueda de mejores condiciones de vida y con la aspiración de superar sus propias expectativas, un día le cambió el rumbo a su azadón y dejaron de lado los cultivos de plátano, yuca y el cacao, que alimentaron a sus familias por generaciones, para dedicarse a la siembra de hoja de coca.

Una de las veredas más afectadas fue Motilandia, donde decidieron sembrar la hoja para uso ilícito porque pretendían tener unos ingresos seguros para mantener a sus familias. Lo otro que aseguraron fue un ambiente de miedo, que los tuvo por mucho tiempo en la zozobra.

 A esto se sumó el abandono del Estado, que se hace evidente en las estropeadas trochas empapadas por quebradas y riachuelos que convierten los recorridos en toda una travesía que solo avezados campesinos, que cambiaron las mulas por las motos, pueden recorrer. Ese deterioro fue un camino despejado para que a estas tierras llegaran las semillas de hoja de coca que, como una plaga, se regó por las fincas.

Tras mucho pensarlo, los campesinos de la vereda Motilandia decidieron dar el paso para abandonar tanta ilegalidad. El agricultor Fernando Amaya reconoce que ese retorno a la legalidad los tiene satisfechos y contentos, con el anhelo de salir adelante. “Un beneficio para la familia y la sociedad, pues lo que hacíamos antes es perjudicial”. Pero, ¿qué fue lo que decidieron hacer que los tiene tan tranquilos?

La historia se remonta al 2002.  Víctor Manuel Guerrero Solano narra que su padre y un tío se fueron de El Tarra para El Zulia, de donde regresaron con una idea afincada en sus mentes: construir a pico y pala estanques para la siembra de peces. Este hombre recuerda que decidieron hacer realidad esa iniciativa y comenzaron con 280 peces de la especie cachama. Y no les fue mal, por lo que decidieron no parar.

Con su incipiente propósito pasaron cuatro años librando su propia batalla, dejar el cultivo de hoja de coca y dedicarse a la siembra de peces. En 2006 tuvieron el primer apoyo con la Asociación de Municipios de la Provincia de Ocaña y el Catatumbo. Empezaron por convencer a los demás habitantes de Motilandia que el proyecto tenía futuro y los alejaba de la ilegalidad.

Fue así como se unieron 30 labriegos, quienes conformaron la Asociación de Piscicultores de El Tarra, Asopistar, liderada por Guerrero, quien siempre creyó en la iniciativa de su papá. Poco a poco fueron levantando cuartos fríos, bodegas para almacenar el alimento de los animales y hasta un salón comunal, al tiempo que construían de manera más tecnificada los estanques para la siembra de cachama blanca, bocachico y mojarra.

Los campesinos de la vereda Motilandia aprovecharon la principal materia prima con la que cuentan, el agua. “No todo tiempo pasado fue mejor”, dice Fernando Amaya, quien ya se presenta como piscicultor. Asegura que los campesinos de esa región de El Tarra vivieron momentos difíciles, de sol a sol, entre los cultivos ilícitos, pero ese pasado lo quieren ahogar en los estanques donde son fieles testigos del pasaje bíblico de la pesca milagrosa.

Para este hombre no fue fácil hacer ese cambio. Desde niño ha convivido con un entorno ecológico que él mismo ayudó a construir. Al momento de decir no más a los cultivos ilícitos, pesaron más las buenas intenciones del corazón sobre la vegetación que palo a palo tuvo que tumbar para entrar en una nueva modalidad de subsistencia y construir sus propios estanques para el cultivo de peces. Hoy, esta actividad, lo está sacando a flote económicamente.

Las parcelas en Motilandia cambiaron de aspecto, de extensos cultivos de hoja de coca pasaron a los estanques que ya son el orgullo de los campesinos. Socavaron la tierra y la llenaron de agua, buscando un futuro promisorio.

Actualmente 70 familias viven de la piscicultura. Las mujeres se dedican a un oficio más digno cuidando a sus hijos, cuenta Zuleyma esposa de Jesús Aníbal Solano, quien durante años sembró hoja de coca. Con satisfacción, esta pareja comenta que todos en Motilandia pusieron empeño a algo que hoy en día es real y legal. “Fueron años que vivimos esclavos sin ver resultados”, reconoce la mujer, mientras que su esposo repunta: “si me agarran con 100 kilos de cachama no me meten a la cárcel”.

Así le fueron ganando terreno al cultivo ilícito para irse abriendo paso con los peces que los seducen más, la cachama blanca y la mojarra, que se crían en estanques para 7 mil y 10 alevinos. Hay unos que alcanzan los 18 mil peces asegura Prudencio Claro, quien reconoce que se le hizo entender a la comunidad, que durante años basósu subsistencia en la mata de hoja de coca, para que no siguiera dañando la naturaleza con ese tipo de cultivos. “Hoy somos ejemplo y honor para nuestro municipio”, asegura.

“Con este proyecto en desarrollo se ha logrado dignificar la vida de más de cien personas campesinas tarrences que ya no tienen que acudir a la ilegalidad de los cultivos de coca”, dice el alcalde Jorge Mario Arenas, quien también le ha brindado apoyo desde su administración.

Pero como en todo negocio, no faltan las dificultades. Las deplorables vías de acceso les ha entorpecido la distribución del pescado en otros municipios de la región. Además, los afecta el contrabando de pescado procedente de Venezuela. Al conflicto armado solo los liga la cercanía de una base militar, asegura el presidente de Asopistar.

Las familias tarrences de Motilandia marcan la diferencia promoviendo un estilo de trabajo que les permite vivir con dignidad, felices y tranquilos. Personas como Iván, Jesús Aníbal, Zuleyma, Deudoro, Víctor, Fernando y Prudencio, ponen el alma cultivando esperanza en aguas del Catatumbo conscientes que la legalidad va ligada a la paz. Ellos creen que lanzada la red ya no tiene reversa.