Amandine Fulchiron fundó en Guatemala un colectivo de mujeres para visibilizar los abusos sexuales a los que fueron sometidas las mujeres Maya. Gil Farekatde es un líder indígena de la etnia Huitoto que lucha para que no se olvide el genocidio de 30.000 indígenas cometido por empresas caucheras en La Chorrera, Amazonas. VerdadAbierta.com habló con ellos.
Amandine Fulchiron y Gil Farekatde conocen de cerca la difícil tarea de construir memoria. Aunque desde diferentes perspectivas y países, su tarea ha sido similar: conocer la historia de las víctimas de comunidades indígenas y difundirla. Ambos coinciden en que no se trata de recordar por recordar, sino que la memoria debe ser el punto de partida para mejorar la condición de vida de futuras generaciones.
Estos dos expertos en su campo fueron invitados por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) para que narraran sus experiencias en el seminario internacional de museos y lugares de la memoria, que tuvo lugar en Bogotá.
Aprovechando su visita a la capital dela República, VerdadAbierta.com los abordó para hablar de memoria indígena y conocer sus puntos de vista al respecto.
Rescatando la voz de las indígenas Maya
Amandine Fulchiron es una politóloga francesa que vive en Guatemala desde 1998, dos años después de que se firmaron los acuerdos de paz. En 2004 creó, en compañía de otras mujeres, un colectivo feminista llamado “Actoras de Cambio”, el objetivo fue romper el silencio de las indígenas Maya abusadas sexualmente en la guerra.
En el país centroamericano no existe una sola condena por estos hechos y el Estado no se hizo cargo de la reparación a las víctimas, por eso han sido tan importantes las iniciativas impulsadas desde la sociedad civil. Fulchiron cree que los procesos de reconstrucción de memoria pueden suplir a la propia justicia porque no solo remueven los estigmas sobre las víctimas, sino que devela las causas de la guerra.
Según esta politóloga, fue fundamental crear lugares donde las mujeres se sientan seguras para hablar y trabajar en comunidad. Estos son algunos apartes de la conversación de VerdadAbierta.com con ella.
Verdad Abierta (VA): ¿Cómo ha sido la experiencia de las mujeres indígenas de Guatemala en la construcción de memoria?
Amandine Fulchiron (AF): La guerra en Guatemala terminó con los acuerdos de paz en diciembre de 1996 y a partir de ese momento comenzaron los procesos de recuperación de la memoria histórica impulsados por dos actores: la Iglesia y una comisión mixta de Naciones Unidas con gente local de Guatemala. Pero en esos esfuerzos de recuperación de la memoria lo que sucedió, como pasa en muchos países, es que desapareció la voz y experiencia de las mujeres como mujeres.
En Guatemala, las indígenas Maya eran las principales testigos de la guerra, pero aun así los informes no las evidenciaban. Entonces nosotros como colectivo buscamos romper el silencio en torno a los crímenes sexuales.
VA: ¿Cómo se puede hacer memoria con un delito tan silenciado, incluso entre las propias víctimas?
AF: Yo no creo que las mujeres no quieran hablar, sino que no pueden. Hay varios factores: en el caso de Guatemala los perpetrados siguen viviendo en sus mismas comunidades, faltan condiciones de escucha y además hay una estigmatización enorme que las convierte en responsables de su propio crimen. Entonces, lo primero que hay que hacer es construir condiciones de confianza, durante tres años nosotras creamos espacios casi clandestinos para poder dialogar sobre lo que había sucedido. Lo primero fue sanar.
Después de tres años de trabajo, las mujeres se sintieron fuertes y se sentían acompañadas de un colectivo que respaldaba sus acciones y su palabra. Decidieron entonces que sus historias se hicieran públicas, que el país supiera lo que pasó, porque no querían que esto se repitiera. La sanación les ha dado posibilidades de transformar su vida y la de otras personas.
Más adelante creamos los festivales por la memoria en los que compartimos estas historias con el público en general. Allí se reflexiona sobre las causas de la guerra y de las violaciones sexuales sistemáticas. Para nosotras no es suficiente hacer memoria del pasado sino conocer la historia y transformarla.
VA: ¿Cómo involucrar a la comunidad en esta construcción de memoria, sobre todo a esas pequeñas comunidades donde persiste el estigma sobre las mujeres víctima?
AF: Para nosotras el cambio pasa primero por las mujeres. Cuando ellas ya pierden la vergüenza, el peso de la estigmatización pierde importancia, lo enfrentan y se colocan públicamente desde otro lugar. Como ya dije, eso toma un tiempo. Cuando las mujeres se vuelven el referente de esa historia entonces la comunidad por lo menos adquiere más conciencia de la necesidad de escuchar. Las redes de apoyo y la fuerza colectiva han ayudado a que disminuya también la estigmatización.
VA: ¿Para construir esas memoria, qué tan importante que exista una justicia efectiva?
AF: Yo creo que después de una guerra es imposible pedir a un sistema de justicia legal que abarque la dimensión del daño. En Guatemala nosotras hablamos de 50 mil violaciones sexuales y creo que aún es un número muy bajo con respecto a lo que ha sucedido. Creo que el trabajo de memoria puede hacer justicia por si solo porque permite establecer responsabilidades, revertir la vergüenza social sobre los perpetradores y ubica a la violación sexual como una estrategia de guerra pensada desde los altos mandos del Estado, del Ejército o de los paramilitares.
VA: ¿Cree que es importante que el victimario acepte los hechos?
AF: Para nosotras no lo es, es decir, lo importante es la verdad de las mujeres. El problema del crimen sexuales que siempre hay una sospecha de haberlo consentido y en contextos de guerra esta sospecha se amplía, porque se cree que estas mujeres salvaron su vida aceptando la violación sexual. Si hay un juicio ejemplarizante de un victimario, está bien, pero nosotras creemos que a partir del testimonio de las víctimas se puede reconstruir muy bien la historia, las políticas y el modus operandi del grupo armado.
VA: Tratándose de comunidades indígenas, ¿la construcción de memoria se da de una forma diferente?
AF: En estas comunidades hay un énfasis evidente sobre una memoria colectiva, más que la individual, y el trabajo en comunidad es más fácil porque las redes organizativas ya existen.
También aporta otra visión del mundo. Nosotras hemos usado mucho esas herramientas que brinda su cosmovisión, como su vínculo con la naturaleza, con el territorio, los rituales simbólicos limpieza y lo procesos de sanación son plantas sagradas. Más que recordar permanentemente el dolor, su postura frente a estos asuntos se da desde la dignificación.
VA: ¿Cree que es posible un proceso de este tipo en medio del conflicto?
AF: Yo creo que sí. En Guatemala la guerra terminó, pero los victimarios siguen en la comunidad, no hay ningún proceso judicial en marcha y el Estado no está haciendo un proceso de reparación ni de memoria. Lo que se ha hecho ha salido de la sociedad civil y aunque no hay guerra persisten las amenazas, lo que ha funcionado es proteger a las mujeres primero con espacios clandestinos y luego creando condiciones para que la sociedad acoja esas voces.
VA: ¿Para el caso de Colombia se podría recomendar que este tipo de procesos de reparación se hagan de forma colectiva para que tengan un verdadero efecto?
AF: Definitivamente, para mí esa es la base de cualquier reparación para las mujeres. Nos hacen creer que la violación es culpa nuestra, que la hemos provocado, pero cuando compartimos esa experiencia nos damos cuenta que no somos las únicas y eso implica que se trata de una problemática de la guerra. Juntas podemos empezar a encontrar soluciones para salir de ahí, es decir, es el colectivo el que te da fuerzas para tomar decisiones.
De empresa esclavizadora a Casa de Pensamiento
En La Chorrera, un corregimiento de Leticia, en el Amazonas, viven 22 comunidades indígenas como los Huitoto, los Bora, los Okaina y los Muiname, que se reconocen a sí mismos como los hijos del tabaco, la coca y la yuca dulce.
A comienzos del siglo XX esta zona vivió una bonanza cauchera que fue aprovechada por empresas que se instalaron en medio de la selva, entre ellas la reconocida Casa Arana. Esta compañía esclavizó, torturó y asesinó a miles de indígenas de estas comunidades.
La historia del genocidio, donde murieron más de 30.000 nativos de diversas etnias, ha sido transmitida de generación en generación por decenas de años. Las malokas o mambiaderos han sido el espacio para que los ancianos difundan este conocimiento.
En La Chorrera, el edificio de la Casa Arana fue convertido en un colegio y, junto al Centro Nacional de Memoria Histórica, estas comunidades decidieron crear allí una Casa de Pensamiento. El líder indígena Gil Farekatde le contó a VerdadAbierta.com detalles sobre este proyecto y la visión de los Huitoto sobre la memoria.
Verdad Abierta (VA): ¿Para ustedes hoy en día qué simboliza la Casa Arana?
Gil Farekatde (GF): Significa que acá pasó algo y lo que pasó no fue bueno, eso lo tenemos claro, pero también tenemos claro que no nos podemos quedar en eso. Por eso lo que se conoce como la Casa Arana es un colegio y se va a convertir en la Casa de Pensamiento, que es una forma de revertir eso que nos pasó en algo positivo.
Si algo nos ha hecho fuertes es aprender lo que nuestros antepasados nos dejaron grabado en la memoria luego de esa tragedia. Los más abuelos, antes de morir masacrados, en su desesperación antes de ser cortados o arrojados a la candela, dijeron: “hijos, esto nos pasó por no conocer el lenguaje del extranjero”. De ahí viene la necesidad de aprender el español y de saber dar nuestro mensaje en el espacio y en el idioma que sea, lo importante es no perder el fondo.
VA: ¿Cómo ha sido el proceso de reconstrucción de memoria que están adelantando con el CNMH?
GF: Nosotros y en Centro de Memoria tenemos dos formas diferentes de ver las cosas, pero lo importante es que buscamos un mismo objetivo. Para nosotros es lo menos que exista una ley que se tenga que cumplir, lo que nos importa es que este proceso se dé en beneficio de nuestros hijos y de las futuras generaciones. Es una cuestión de supervivencia.
Lo importante no es que exista una gran infraestructura que se llame casa de la memoria, nosotros la memoria la llevamos adentro, lo importante son las decisiones que allí tomemos. Como culturas afines nosotros tenemos las malokas, que para nosotros es como una madre que abraza a sus criaturas y allí es donde compartimos la memoria de manera comunitaria.
VA: ¿Cómo transmiten ustedes la memoria a las nuevas generaciones de su comunidad?
GF: Es algo que venimos haciendo en cada clan, cada tótem y cada pueblo. A nosotros el tabaco, la coca y la yuca dulce nos han mantenido y convocan el mambiadero, el método de nosotros es repetir y repetir y volver a repetir. El niño y el joven van a recibir eso de sus mayores y así es que la memoria se transmite.
VA: ¿Por qué cree que esa transmisión de memoria es tan importante?
GF: Eso es lo que nos ha permitido sobrevivir. Si hubiéramos recibido plata ya habríamos desaparecido, porque estos procesos no se miran con plata sino que tienen que ver con la razón de la vida. Nosotros tenemos claro que esta vida que vivimos y esta tierra que pisamos no son de nosotros, son de nuestros nietos. Eso es lo que nos ha permitido sobrevivir, en vez de perder territorio lo hemos mantenido y en vez de perder el idioma lo hemos fortalecido.
Yo oigo con mucha preocupaciones cuando dicen que no se puede construir memoria en medio del conflicto. Claro, se corre el riesgo, como nos pasó a nosotros al comienzo, de que esa memoria se haga desde la ira, la rabia y las ansias de venganza. Pasó un siglo y hemos entendido que eso lo debemos mirar con amor.
VA: ¿Luego de estos años creen que el daño se ha reparado?
GF: Nosotros tenemos un término que es coraquear, que es cuando uno pule una olla de barro para que quede bien, si usted lo hace así no más y rápido pues queda fea, pero si usted le dedica tiempo y coge una piedra especial para pulirla con paciencia queda bien. Lo mismo pasa con el daño, eso no es algo que se haga de un día para otro.
Entendemos que hay una ley que busca reparar y que hay una intención de pulir el daño, nosotros lo respetamos, pero para nosotros la vida nunca va a tener un valor material. Éramos más de 200 mil indígenas y hoy en día no quedamos sino tres mil. Hay daños que se hacen de forma inconsciente, pero este es un daño premeditado y dónde están los responsables.
De pronto los que nos hicieron el daño ya no existen, pero los beneficios que nos quitaron si los tiene hoy alguien y esos son los que están obligados a reparar. Esa es nuestra posición.