Un genio del mal

      
La maquinaria que ‘Jorge 40’ montó asangre y fuego en Cesar resultó un fenómeno asombroso de eficiencia electoral. SEMANA estuvo en este departamento, que lucha por reponerse de los embates de la violencia.

Jorge 40 logró controlar el Cesar. Foto Semana

Cuando estalló la crisis de la parapolítica, en Valledupar no hubo sorpresa. “Eso estaba visto. Tan visto, que hasta Leandro Díaz lo había visto”, dice la gente en la calle. El viejo Leandro Díaz es un venerado compositor vallenato, ciego. Y es que los paramilitares empezaron a controlar la política ante los ojos de todos. Abiertamente, los paramilitares crearon distritos electorales y candidaturas únicas. De frente, obligaron a renunciar a los aspirantes y funcionarios que no les servían. Sin necesidad de esconderse, han defraudado la salud, las obras públicas y las regalías. La historia de la política en Cesar, en los últimos años, está unida a la historia sobre cómo ‘Jorge 40’ construyó su imperio. Una historia llena de ambición, corrupción, impunidad, traición y muerte, que empezó dos décadas atrás.

En los años 80 las más importantes familias de Cesar, los Araújo, los Castro, los Pupo, entre otras, se encontraron, de la noche a la mañana, frente a la crisis económica. La caída del algodón los afectó a todos. “La gente de la plaza”, como se les conoce en Valledupar, porque sus enormes caserones rodean la plaza Alfonso López, no sólo estaban endeudadas hasta el cuello, sino que empezó a esfumarse la influencia política que otrora gozaron. El Cesar, que durante años puso ministros, embajadores y congresistas, estaba completamente rezagado. Como si fuera poco, la guerrilla se había tomado la región. El secuestro y la extorsión eran el pan de cada día.

En medio de esta crisis emergieron los Gnecco. Un clan de La Guajira, de filiación liberal, que amasó una fortuna durante el auge del contrabando y la bonanza marimbera. “El negocio de ellos era el contrabando de café y los carros”, dice un amigo personal de la familia. El clan se hizo a una importante flota de camiones para transportar el carbón de Cesar hasta los puertos de Magdalena y La Guajira. “El cerebro de los Gnecco era Jorge, que con los camiones y sus 150 escoltas dominaba las rutas de la región y les cobraba a los narcotraficantes su paso por ellas”, dice.

Aunque no eran una familia tradicional de Cesar, entraron sin dificultad a la elite y la política. Tenían dinero, algo que escaseaba en Valledupar por esos días.

Inicialmente los Gnecco financiaron varias campañas políticas. Nadie cuestionaba el origen del dinero, a pesar de que todo el mundo sabía de dónde provenia su fortuna. El contrabando fue por muchos años aceptado socialmente en la Costa. Lucas Gnecco, el mayor del clan, tenía aspiraciones políticas. Primero fue elegido congresista, y en 1992, gobernador de Cesar. A mediados de los 90, el poder económico de los Gnecco los había puesto en el curubito del poder, con presencia en las alcaldías, gobernaciones y el Congreso.

Inicialmente los Araújo y los Gnecco convivieron políticamente. Pero muy pronto, la aceptación se convirtió en rivalidad. Entre las dos familias empezó una disputa, voto a voto, por los cargos de elección popular. En 1995, Pepe Gnecco, el menor del clan, perdió las elecciones frente al candidato que impulsaron los Araújo: el hoy senador Mauricio Pimiento. Tres años después, ambas familias se jugaron sus mejores cartas en las lecciones a la gobernación: se enfrentaron Consuelo Araújo ‘La Cacica’ y Lucas Gnecco. Este último ganó en medio de las denuncias de fraude que hizo su oponente, controversia que tuvo resonancia nacional.

Mientras las aguas políticas estaban agitadas, en el departamento ya se estaba incubando el fenómeno paramilitar. Los secuestros de la guerrilla habían hecho que muchos de los terratenientes conformaran cooperativas de seguridad para defenderse. Por otro lado, el negocio del contrabando se mantenía. Esta vez concentrado en dos mercancías: cocaína y armas.

En medio de este vendaval estaba Rodrigo Tovar Pupo, hoy conocido como ‘Jorge 40’. Hijo de un oficial retirado del Ejército, había crecido bajo la protección de su tío Edgardo Pupo, reconocido patriarca liberal y ex gobernador de Cesar. Rodrigo Tovar Pupo había heredado de su papá la vocación militarista. Abandonó sus estudios en Bogotá (donde conoció a Salvatore Mancuso) y retornó a Cesar para dedicarse a los negocios. Su único empleo fue como inspector de pesos y medidas, cargo que ocupó durante la alcaldía de Rodolfo Campo Soto, hoy director del Incoder. Muy pronto, sin embargo, Tovar Pupo comprendió que lo suyo era la guerra. Esta actividad le permitió desplegar todos sus talentos. Estos eran muchos y lamentablemente los puso al servicio del crimen. Se dedicó al contrabando de armas y seguía de cerca los pasos de Jorge Gnecco.

En 1996, un general que fue asignado a la primera división del Ejército, que opera en la Costa, reunió a un selecto grupo de la clase dirigente de Cesar y le propuso unir todos los ejércitos privados que tenían en sus fincas, en una sola organización. Se trataba de crear un verdadero frente paramilitar, articulado a las nacientes Autodefensas Unidas de Colombia.

Un grupo de muchachos de las mejores familias no lo dudó y viajaron hasta Córdoba para reunirse con Carlos Castaño y Salvatore Mancuso. Rodrigo Tovar Pupo encabezaba la lista. Pero no fue el único. Castro, Molina, Baute, fueron apellidos que no faltaron en la primera expedición. Este sería el primer vínculo orgánico entre terratenientes y paramilitares. Tovar llegó convertido en ‘Jorge 40’. Otro de ellos, en el ‘comandante 35’.

El proyecto contó con el apoyo de importantes sectores de la Fuerza Pública. De hecho, los mandos medios del Bloque Norte de las AUC se caracterizan por ser, casi todos, ex militares. Prueba de aquiescencia generalizada que había con el proyecto paramilitar es que Rodrigo Tovar Pupo, ya convertido en el comandante ‘Jorge 40’, fue capturado con un cargamento de armas y municiones en 1997. El fiscal de circuito que llevó el caso lo cerró por falta de méritos, pues desde un batallón llegó una constancia de que Tovar Pupo tenía autorización para transportar los fusiles en cuestión. El fiscal que cerró el caso hoy es asesor jurídico de ‘Jorge 40’.

En su etapa inicial el experimento fue todo un éxito. Por lo menos desde el ángulo de los finqueros, así se interpretó el hecho de que sacaron a la guerrilla a bala. Tierras que habían sido consideradas perdidas fueron recuperadas por sus dueños. ‘Jorge 40’ se convirtió para muchos en el ‘libertador’ del Cesar.

Un crimen cambia el mapa político

A finales de los años 90, los dos Jorges -Gnecco y ’40’- tenían trato frecuente, y se puede decir que hasta un proyecto común. Compartían negocios de armas. Se repartieron algunas rutas de contrabando, y hasta empezaban a controlar juntos la vida política de algunos municipios y regiones. Así lo demuestra el testimonio de Rafael García, ex director de informática del DAS en la declaración que rindió esta semana en la Corte Suprema de Justicia. García asegura que “Jorge Gnecco, apoyado por ‘Jorge 40’ y Hernán Giraldo, puso como candidato a la alcaldía de Santa Marta a su sobrino Hugo Gnecco que le entregó algunos puestos a políticos apoyados en el Frente Resistencia Tayrona”. Este frente estaba liderado por Hernán Giraldo, un jefe paramilitar que controlaba buena parte de la Sierra Nevada de Santa Marta, en particular, las salidas al mar y los puertos de embarque por donde salía la cocaína hacia Estados Unidos y Europa. “Por usar estos puertos, tanto Gnecco como Giraldo les cobraban un peaje a los narcotraficantes de todo el país”, dice un desmovilizado de ese frente.

Al otro lado de la Sierra Nevada, en Cesar, ‘Jorge 40’ empezó a expandirse. La economía de las autodefensas dependía del narcotráfico y les urgía el controlde la salida al mar y de los puertos. Los más importantes estaban en el Magdalena y la única manera de controlarlos era disputándoselos a Giraldo. Ambas facciones de las autodefensas entraron en una guerra sin cuartel que dejó más de 100 muertos. En esa guerra, Jorge Gnecco apoyó a Giraldo. “Hubo otros problemas como que Gnecco dejó perder un cargamento de droga y tenía una deuda con ‘Jorge 40’, y que todo el tiempo se escuchaba decir que Gnecco le vendía armas a la guerrilla”, dice un investigador que pidió la reserva de su nombre, y que actualmente está escribiendo un libro sobre las autodefensas. Parecía que ni en los negocios ni en la política había espacio para dos personajes con tanta ambición.

En agosto de 2001, ‘Jorge 40’ citó a Gnecco al cuartel general de las autodefensas en las Sabanas de San Ángel, cerca de Fundación, en Magdalena. A pesar de que ya tenían contradicciones, Gnecco, al parecer, llegó confiado a la cita. Según relatan algunos familiares, había empacado en el carro chivo guisado, arroz con camarones y whisky para animar lo que, creía, sería una reunión de amigos. Pero lo recibieron a plomo. Jorge Gnecco, uno de los hombres más poderosos de la Costa, fue encontrado en una carretera, desnudo y con el cuerpo hecho un despojo de tiros.

‘Jorge 40’ no paró allí. Se le atribuyen los atentados y secuestros de por lo menos seis miembros de esa familia. El último episodio conocido fue en 2004, cuando secuestró a Pepe, el menor de la saga. De no haber sido porque el Presidente de la República intervino exigiendo su liberación inmediata como condición para que continuara el proceso de paz con las AUC, quién sabe si habría sobrevivido.

Cuando lo dejó en libertad, ‘Jorge 40’ dijo que con el secuestro buscaba “correr el velo de la impunidad para que Colombia y el mundo descubran que la corrupción y la depravación de las costumbres políticas constituyen el principal detonante del conflicto armado”. Y agregó que los Gnecco eran responsables de “narcotráfico, hurto agravado de vehículos, homicidios selectivos de empresarios, políticos y ciudadanos comunes en los departamentos de Cesar y Magdalena, saqueo y defraudación de los recursos públicos durante más de 20 años”.

La guerra de ‘Jorge 40’ contra los Gnecco cambió el panorama político de Cesar. Muchos de ellos se fueron del país. Otros, como Cielo y Flor Gnecco, han seguido en política, pero con un poder bastante menguado. Lucas y Hugo fueron inhabilitados por la Procuraduría para ejercer cargos públicos. No deja de ser irónico que le haya correspondido a Edgardo Maya, en su calidad de Procurador y viudo de La Cacica imponer la sanción.

Con los Gnecco fuera de su camino, ‘Jorge 40’ consolidó su poder económico. Se convirtió en el dueño de los puertos de Magdalena y La Guajira. Además de que, según el gobierno de Estados Unidos, que lo pidió en extradición, maneja sus propias rutas, los narcos le pagan cuando sacan cocaína por el mar Caribe, según pruebas que reposan en el computador de ‘Don Antonio’. Se apropió del contrabando de gasolina. Poco a poco encontró otra fuente inagotable de dinero: los recursos públicos, en particular los de la salud y las obras públicas. Para ello necesitaba controlar las elecciones y, por esta vía, a los políticos.

Se consolida el imperio

Con el dinero que había acumulado ‘Jorge 40’ no le resultaba difícil hacerse al poder político. En Magdalena este había sido un resultado lógico cuando le ganó la guerra a Gnecco y a Hernán Giraldo. En Cesar, tenía una gran influencia gracias a su poderío militar. Muchos ganaderos, alcaldes, congresistas, y miembros de la Fuerza Pública, la policía, el DAS y la Fiscalía hicieron y siguen haciendo parte de sus redes de apoyo.

“En diciembre de 2001 se realizó en Pivijay una reunión a la que asistieron ganaderos y políticos de ambos departamentos. Allí se cocinó una estrategia electoral para el Congreso que consistía en parcelar la votación para controlarla y garantizar que todos los candidatos amigos salieran elegidos”, dice un ex asesor político de las AUC.

En Cesar, ‘Jorge 40’ aspiraba a sacar dos senadores y cuatro representantes a la Cámara. El departamento se dividió en tres distritos electorales, uno en el norte, otro en el sur. Cada uno de los candidatos al Senado haría campaña sólo en una de las zonas y apoyaría dos candidatos a la Cámara. El tercer distrito estaría abierto a la libre competencia.

Para armar las listas hubo de todo. Desde amenazas y robo de tierra hasta secuestros. Mataron a Luis Laborde, ex alcalde del Copey y aspirante a la Cámara, quien no quiso someterse a las reglas de juego que impusieron las AUC. “‘Jorge 40’ anunció ese crimen en una reunión de San Ángel en la que estaban los nueve alcaldes del departamento”, dice un testigo.

Desde ese momento quedó totalmente claro que el que no se sometiera a las reglas de ‘Jorge 40’ no podía hacer política. Y en la Costa, más que en cualquier parte del país, la política es todo.

Varios candidatos recibieron plata de las autodefensas en calidad de préstamo y tuvieron que entregar como prenda las escrituras de sus tierras. El encargado de esta operación era ‘Omega’, quien era la verdadera mano derecha de ‘Jorge 40’ y sobre quien, dice un periodista de Valledupar, “fue el hombre que más manoseó a la clase política”. ‘Omega’ fue asesinado hace dos semanas en Medellín.

El episodio más revelador de lo que estaba ocurriendo en esa campaña electoral fue el retiro de la candidatura de Juanita Ramírez, aspirante a la Cámara con serias posibilidades de salir elegida. Para presionarla, secuestraron a uno de sus aliados políticos. El precio que debía pagar por la vida de él era renunciar a su aspiración. Así lo hizo, para salvar a su amigo. Finalmente se ubicó como segundo renglón en la lista de Álvaro Araújo Castro al Senado.

Una vez las listas estaban armadas, faltaba garantizar los votos. “Si ‘Jorge 40’ era el papa en Cesar, ‘Omega’, 39 y ‘Tolemaida’ eran los obispos”, dice una ex candidata. Estos tres hombres, todos ex oficiales del Ejército, y reconocidos pistoleros, se encargaron de reunir a concejales y alcaldes de Cesar para darles la orden perentoria sobre a quién debían apoyar y cuántos votos se esperaba que pusieran, según le relataron a SEMANA varios de ellos. A estas reuniones asistía en ocasiones ‘Jorge 40’ y también algunos de los candidatos o sus jefes de debate. “Recuerdo especialmente una que se realizó en Saloa (Chimichagua) porque asistieron varios miembros de la alta sociedad del Valle”, dice la mencionada ex candidata.

Esta calculada estrategia fue un año después develada por la analista Claudia López. Los resultados electorales beneficiaron a cinco candidatos: Mauricio Pimiento y Álvaro Araújo al Senado, y a la Cámara a Jorge Ramírez, Miguel Durán y Alfredo Cuello. Según López, la votación en los municipios quedó concentrada, por encima del 90 por ciento, por los candidatos señalados. Lo que muchos colombianos llamaron eufemísticamente “elecciones atípicas”. En el fondo, lo que ‘Jorge 40’ hizo fue un cálculo matemático perfecto para no desperdiciar un solo voto. Al servicio de esas matemáticas puso su ejército.

La estrategia se repitió en las elecciones de Congreso este año.

Más atípicas aun resultaron las elecciones a gobernaciones y alcaldías el año siguiente. Esta vez la estrategia fue menos sofisticada. Para la gobernación había tres candidatos visibles. Abraham Romero y Christian Moreno, que no aguantaron la presión de los paras y renunciaron en agosto de 2003, dos meses antes de las elecciones. En su momento emitieron un comunicado donde decían que “el Cesar ha sido sometido por el unanimismo y la dictadura política que históricamente ha impuesto una ‘coalición de intereses’ ampliamente conocida”.

En consecuencia, Hernando Molina Araújo, hijo de ‘La Cacica’, se convirtió en candidato único. De todo el clan Araújo, Molina era quizá el de menos experiencia y garra política. Había ocupado un cargo como cónsul en Costa Rica, gracias a los contactos que tenía su mamá en el alto gobierno. Mucho se especula sobre las razones que la llevaron a abogar por un cargo diplomático para su hijo. Para muchos en Valledupar, ‘La Cacica’ quería alejarlo de la sombra de ‘Jorge 40’.

Molina fue elegido gobernador en 2003. Pero 62.000 personas votaron en blanco.

Sobra decir que toda esta operación electoral busca retribución con la contratación pública. Esta situación es crítica tanto en la Gobernación como en la Alcaldía de Valledupar. Respecto a esta última, dice un informe de la Defensoría del Pueblo de septiembre que “los contratistas han sido conminados para que cancelen comisiones por cada contrato adjudicado, cuyos porcentajes oscilan entre el 10 y el 30 por ciento, e inclusive hasta el 65 por ciento”.

Alrededor de este tema gravita el nombre de Álvaro Pupo, hermano del alcalde. Su nombre aparece en el pliego de cargos que la Procuraduría le abrió a Jorge Noguera, y lo señala como el contacto entre el ex director del DAS y ‘Jorge 40’, que es su primo hermano. Un contratista le dijo a SEMANA que “en un quiosco se hizo una reunión a la que asistió JF en nombre de las AUC y nos puso a 16 contratistas la cuota del 10 por ciento. Después Álvaro Pupo nos la subió la cuota a 25”. El alcalde Pupo le dijo a esta revista: “no conozco que esa situación esté ocurriendo”. Admitió que un funcionario de su administración está en la cárcel por ‘vacunar’ a los contratistas.

Con las finanzas del departamento pasa algo similar. Contratistas consultados por SEMANA dijeron que “le tenemos que pagar el 15 por ciento a ‘Santa'”. No se sabe si esos dineros aún van a parar a las arcas de ‘Jorge 40’, o de algunos avivatos. Pero muchos millones de las regalías del carbón están en juego.

¿Dónde han estado en estos años la Procuraduría y la Fiscalía? ¿Piensan las autoridades que estos son chismes de pueblo?

La desmovilización de las autodefensas no mejoró mucho las cosas. Varios mandos medios siguen en armas, y toda la mayor parte de la red política que construyó ‘Jorge 40’ está vigente.

Además del murmullo callejero, nadie se atreve a hablar. En Valledupar gobierna el miedo. Los medios locales no hablan del tema. Los órganos de control no controlan. La falta de sobriedad del comandante de la policía de Cesar, que abrazó efusivamente a ‘Jorge 40’ cuando se entregó en julio pasado, avergonzó a media ciudad.

La noticia de que el nombre de algunos políticos pueden resultar salpicados por las investigaciones de la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia por vínculos con los paramilitares los tiene en vilo. En varias sedes políticas de Cesar la semana pasada nadie hablaba. Sólo rezaban.

Puede que ni los Araújo, ni los Pupo, ni los Castro, ni Mauricio Pimiento, ni otras tantas familias hayan sido cómplices de la macabra estrategia de ‘Jorge 40’, pero infortunadamente, a ojos de muchos en Valledupar, se beneficiaron de ella. “Algo tan visto que hasta Leandro Díaz lo había visto”.

Publicado en Semana 25 de noviembre de 2006