El proceso de Justicia y Paz es la esperanza que les queda a los hermanos Alberto y Federico de algún día se conozca lo que sucedió con ellos, que sobrevivieron un intento de decapitación, y se castigue a los culpables.
La Justicia todavía les debe verdad y reparación a los hermanos Alberto y Federico. |
Su historia es emblemática de la larga y difícil lucha jurídica que están dando miles de víctimas del país.
“Con ayuda de los fiscales de la Unidad de Justicia en Paz en Medellín estamos buscando que el proceso, archivado hace casi diez años, se reabra para que esto que nos ocurrió no quede en la impunidad y condenen a los responsables”, le dijo Alberto, un antioqueño de 37 años que se salvó de milagro, a Verdad Abierta.
Alberto viene del nordeste antioqueño, una subregión que durante buena parte de los años 90 y hasta iniciado el nuevo siglo, fue escenario de cruentas acciones de guerrillas de las Farc y del Eln y paramilitares de los bloques Metro, Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu), Central Bolívar, Mineros y Héroes de Granada de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
Es frecuente ver a Alberto, como muchas otras víctimas de esa guerra, de oficina en oficina por los pasillos del quinto piso del Edificio de la Justicia en Medellín, donde trabajan los fiscales de la Unidad de Justicia y Paz. Algunos buscan de apoyo para evitar que se frenen sus procesos judiciales, otros, auxilio para atender sus precarias situaciones económicas, u orientación para resolver sus quebrantos de salud. Alberto siempre lleva bajo el brazo una pequeña bolsa de plástico negra con documentos: certificados de la Agencia Presidencial para la Acción Social, valoraciones médicas, constancias de doce años de denuncias ante las autoridades. En sus palabras, en esos papeles viejos lleva su historia.
En la conversación con Verdad Abierta, Alberto hace memoria de lo que le pasó:
“El 13 de marzo de 1997 a las 6 de la mañana, el fiscal del pueblo, junto con el secretario, el comandante de la estación de policía, teniente Mauricio Cárdenas Romero y varios agentes, nos hicieron un allanamiento en la casa donde vivíamos. Según nos informaron, estaban buscando armas porque alguien les había dicho que nosotros las teníamos. Después de desordenar todo y no encontrar nada, el teniente Mauricio nos dijo: ‘Hoy fuimos nosotros, mañana vendrán otros por ustedes’.
“Al día siguiente, a eso de medianoche tocaron la puerta y yo pregunté quiénes eran y me contestaron que la Policía, entonces yo me confié y abrí. Allí estaba otra vez el teniente Mauricio, acompañado del agente Herney Quintero y dos policías más, que llegaron con pasamontañas; un sargento del Ejército y un soldado que no me acuerdo de sus nombres; y tres paramilitares, a uno lo conocía como Gustavo Giraldo, a los otros dos como ‘Balazo’ y ‘Tiber’, ellos eran del Bloque Metro.
“En la casa estábamos tres hermanos, la esposa de uno de ellos y la hija. Al hermano menor de nosotros solamente lo golpearon y le robaron varias joyas, que valían en esa época más o menos un millón de pesos. A mi hermano Federico y a mí nos golpearon bastante y nos amarraron las manos con cabuyas. El teniente de la Policía que llegó con el grupo me tiró al suelo, me metió el tubo de la carabina en la oreja y martillaba como si fuera a disparar, pero no tenía balas. Todo eso me dejó muy aturdido.
“Luegode los golpes, nos sacaron de la casa y nos llevaron hacia la carretera principal. El barrio donde nosotros vivíamos en esa época quedaba a cinco minutos del parque principal del pueblo. Nos llevaron hasta la entrada del pueblo y allí tuvimos que esperar más de una hora a que nos recogieran en una camioneta blanca. Me acuerdo como si fuera hoy que cuando llegó el carro y nos subieron, el teniente Mauricio le dijo al agente Quintero, al sargento y a los tres paramilitares que “hagan las cosas bien hechas”. Luego se fue en una moto y se dirigió al comando de Policía.
“Nos sacaron del pueblo por la vía principal hacia el Nordeste cuando llevábamos como quince minutos de viaje, la camioneta paró y el sargento dio la orden de que me bajaran. A unos metros del carro uno de los soldados me obligó a extenderme en el suelo, bocabajo. A él, le repitieron la orden que había dado el teniente Mauricio: “haga las cosas bien hechas”.
“El soldado empezó a cortarme el cuello como si fuera un trozo de carne, yo sentía que lo hacía con miedo. No me golpeaba con el machete, sino que me cortaba. Hizo tres intentos y cuando el sargento se fue a bajar del carro, el soldado dijo “listo, ya está” y me empujó a una cuneta. En ese momento perdí el sentido. Yo creo que eran como las 2 de la mañana.
“Un amigo mío minero me contó mucho tiempo después que cuando iba a trabajar ese día, como a las 10 de la mañana, me vio tirado en la cuneta y escuchó que yo gritaba, pero a él le dio miedo recogerme y se siguió. Después, sin embargo, terminó mostrándoles a otros del pueblo el sitio exacto donde yo estaba y me recogieron en ambulancia y me llevaron al hospital. Ya eran como las 5 de la tarde. Me prestaron los primeros auxilios y me remitieron al hospital San Vicente de Paúl de Medellín. Yo tenía la nuca abierta del todo, pero según me dijeron, como la herida estaba llena de arena, eso evitó que me desangrara.
“Mucho tiempo después mi hermano Federico me contó que a él se lo llevaron para más abajo y también le intentaron hacer lo mismo, pero hizo mucha repulsa, y los machetazos se los dieron en el cuello, lo querían degollar. A él lo tiraron a una quebrada, pero tampoco se murió porque una señora que lo encontró lo atendió. Finalmente también acabó como yo en el San Vicente de Paúl. A él le tuvieron que poner cinco centímetros de esófago. Cuando se regó el rumor de que estábamos vivos, la familia se dio cuenta que nos llevaron al mismo hospital.
“Apenas me recuperé, puse el denuncio en la Fiscalía, la Defensoría del Pueblo y la Procuraduría. Denuncié al teniente, a los otros policías y soldados, y a los paramilitares. A los dos meses de sucedidas estas cosas trasladaron a los policías del pueblo. Mucho tiempo después mataron a los tres paramilitares. Yo me conseguí un abogado, pero no sólo dejó vencer los términos, sino que me robó una plata.
“Yo vengo mucho aquí a la Fiscalía porque el fiscal de Justicia y Paz, que conoce mi caso, está moviéndose para que se haga justicia y no quede en la impunidad. Él es mi esperanza. No me da miedo si reabren el proceso, que se haga lo que Dios quiera. Si me sucede alguna cosa a mí, a mi hermano o a mi familia que quede claro que es la Policía”.
(*) Los nombres de las dos víctimas fueron modificados y el de los lugares donde ocurrieron los hechos omitidos por petición de las fuentes.