Los nativos desplazados por la masacre del Naya que se asentaron en Timbío, a cientos de kilómetros de sus tierras ancestrales, desde hace siete años celebran un ritual de memoria histórica para recordar a los caídos y retomar fuerzas para seguir luchando por sus convicciones. Modificaron la conmemoración más reciente para incluir a su último gobernador, asesinado justo hace un año, y quien trabajó sin descanso por la reparación integral de su pueblo.
A pesar de no ser nativo de la comunidad, Gerson Acosta Salazar, un joven caleño que en 1999 llegó al Naya, región montañosa entre los límites de Cauca y Valle del Cauca, se puso al frente de la comunidad Nasa que se confinó durante tres años en la plaza de toros de Santander de Quilichao, después de que paramilitares del Bloque Calima, en complicidad con miembros del Ejército Nacional, perpetraran una brutal masacre en la Semana Santa de 2001. (Leer más en: Los orígenes de la masacre del Naya y “Así no se pide perdón”: víctimas del Naya al Ejército)
75 familias decidieron no regresar a la región y en enero de 2004 se asentaron en Timbío, luego de que el entonces Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora, reformado como Incoder y actualmente como Agencia Nacional de Tierras), acatando el fallo de una tutela, les adjudicara la finca La Laguna. Dos años después, tras sortear toda clase de dificultades, entre ellas la estigmatización por ser indígenas desplazados, el hambre y la falta servicios básicos en su nuevo hogar, conformaron el cabildo de Kitek Kiwe, que en nasa yuwe, su lengua ancestral, significa tierra floreciente. (Leer más en: Kitek Kiwe, el resguardo que floreció tras la masacre del Naya)
A los 21 años de edad, cuando las familias llegaron a los improvisados albergues de la plaza de toros, Acosta dio un paso al frente y se dispuso a trabajar sin descanso por la comunidad. Su labor se enfocó principalmente en la atención de los niños y jóvenes que presenciaron los horrores cometidos por los paramilitares que vaciaron al Naya. En la docencia, el deporte y la recreación encontró las mejores herramientas para ayudarles a olvidar parte de sus traumas y a desistir del camino de la venganza. Por esa razón, muchos consideran que es el ‘papá’ de Kitek Kiwe.
Ese sentir es compartido por su viuda, María Eugenia, quien lo conoció en el año 2000 y estuvo a su lado durante 16 años: “A pesar de su corta edad, reconoció la necesidad de la comunidad en 2001 y luchó por ella hasta el año pasado. Era como un padre para todos. A pesar de que soy la esposa y de que era dos años mayor que él, fue como mi psicólogo y su fortaleza me ayudó a salir adelante”. Y con gran nostalgia destaca que su mayor cualidad era la alegría: “Las dificultades las resolvía riendo y con poesía. En medio de los problemas no estaba triste, sólo escuchaba música. Impartía seguridad y nos enseñó a no dejarnos llevar de los problemas”.
Edwin Guetio, quizás uno de sus pupilos más avezados, cuenta con orgullo que el gobernador lo ayudó a encontrar su vocación: “Fue él quien me orientó por el camino comunitario. En 2008, cuando cumplí los 18 años y estaba a punto de irme al Ejército, me dijo: ‘Qué te vas a ir hacer por allá, más bien vamos a La María -resguardo ubicado en el municipio de Piendamó, principal símbolo de resistencia y punto de encuentro indígena de Cauca- para luchar por nuestros derechos’. Allí tomé conciencia porque vi cómo la Fuerza Pública le disparaba a la comunidad: un pobre armado disparándole a otro pobre que está luchando por sus derechos”.
A partir de eso momento, permaneció junto a su mentor y empezó a formarse como líder: “Los dos íbamos juntos para arriba y para abajo. Montábamos estrategias de diálogo para reclamar nuestros derechos: me decía, ‘hoy te ponés bravo vos y yo amortiguo la conversa’; en otra ocasión invertíamos los papeles. El liderazgo y el reconocimiento que tengo en la comunidad se deben a que estuve al lado de un gran líder que, a pesar de su edad, era el padre de todos, incluso de los mayores”.
Producto de ese trasegar, Guetio ocupó varios cargos dentro del cabildo, llegando a ser gobernador a los 21 años, y a mediados de 2017 fue elegido consejero de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (Acin), una de las distinciones más grandes de esa etnia, que está compuesta por 21 comunidades en ese departamento.
Para Feliciano Valencia, uno de los líderes indígenas más reconocidos del país y quien a partir del próximo 20 de julio ocupará por primera vez una curul en el Senado de la República, el gobernador Acosta se encarnó en el proceso de reparación de las víctimas porque lo vio como un espacio de protección de una comunidad a la que algún día el Estado tendría que reconocer y reivindicar.
Además, señala que el afecto que despertó en la población kitekiwence se debe a que “supo ver en los jóvenes una oportunidad para que este proceso se siguiera manteniendo. Lo que expresaba llamaba mucho la atención en la juventud porque siempre reclamaba la participación de los jóvenes, ellos vieron en él una esperanza y una oportunidad, de que siendo joven se podía llegar a ser autoridad indígena, asunto que para nosotros está muy dado en la población adulta. Eso en los jóvenes encantó y la gente le tomó cariño desde que ejerció de docente”.
A partir de 2008, cuando Kitek Kiwe estaba más consolidado, Acosta comenzó a hacer incidencia para reclamar justicia y reparación, hecho que lo puso en la mira de quienes se oponían a esas gestiones. “Antes se dedicó a fortalecernos internamente, pero surgieron amenazas por parte de grupos paramilitares cuando empezó a reclamar para evitar la impunidad. Eso fue año tras año y nos dijeron que nos tenían infiltrados, que tarde o temprano íbamos a caer”, cuenta el consejero de la Acin.
Y, para infortunio de la comunidad, nueve años después, esas amenazas se concretaron. El 19 de abril de 2017, a las 4:20 de la tarde, minutos después de haberse reunido con funcionarios de la Unidad de Víctimas para tratar el tema de la instalación del acueducto, el gobernador fue asesinado en su cabildo por un comunero, quien al poco tiempo fue capturado por la Guardia Indígena. (Leer más en: Víctimas del Naya se quedan sin uno de sus líderes más visibles)
Tras realizarse un juicio bajo su propia jurisdicción y respetarle el debido proceso, diligencia que contó con la coordinación de la Fiscalía General de la Nación, la comunidad decretó una pena de 60 años de cárcel para su verdugo. En el proceso de investigación se encontraron indicios que señalan la posibilidad de que el asesino fue usado por personas ajenas a la comunidad para cometer ese asesinato, los cuales aún son materia de investigación y hasta el momento no se sabe quiénes serían sus autores intelectuales.
Ese crimen fue un enorme golpe anímico para todo Kitek Kiwe, que lamentó que su gobernador no pudiera disfrutar el logro de ser reconocidos como resguardo, otorgado por el Ministerio de Agricultura a través de la Agencia Nacional de Tierras dos meses después de su muerte. Durante años luchó por ese reconocimiento, el cual hacía parte del Plan Integral de Reparación (PIR) que lideró en su construcción y fue puesto en marcha por la Unidad de Víctimas el 29 de diciembre de 2015, convirtiéndose en el primero en estar firme para comunidades indígenas del país.
Fortaleza en la memoria
El ‘magnicidio’ de Acosta, al que la comunidad denomina como “genocidio”, fácilmente hubiera podido desarticular el proceso comunitario que estaban construyendo. Sin embargo, en Kitek Kiwe, como explica José William Rivera, coordinador de la Junta Directiva del naciente resguardo indígena, a pesar de que hace un año tenían la moral por el suelo, el ejercicio de memoria los impulsó para levantarse: “Él decía que su legado era seguir caminando y seguir construyendo; nunca echar para atrás, siempre pa´ adelante. Podremos parar a tomar aire, pero no miraremos para atrás. Cada vez vamos a avanzar más para cumplir nuestro sueño de tener todas las garantías y lo necesario para que este no sea el mismo lugar que conocen los niños de hoy”.
Doce meses después de la partida anticipada de Acosta al “espacio espiritual”, el resguardo era otro. El 19 de abril de este año fue un día para recordar y conmemorar, en el que, a pesar del dolor y algunos llantos esporádicos, se respiró un aire de tranquilidad y regocijo. Varios puntos de las 289 hectáreas del resguardo fueron adornados con bombas de colores, arcos, listones, pancartas, banderas y los kitekiwences se congregaron con un gran equipo de sonido móvil en la Yet Wala (Casa Grande en nasa yuwe), la única vivienda que existía cuando llegaron a su nuevo hogar en 2004, la cual posteriormente fue transformada en escuela y sede administrativa.
El revuelo se debió a que ese día la comunidad celebró su Séptimo Ritual de Memoria Histórica. Tradicionalmente la ceremonia se realizaba los días 11 de abril, fecha de la ocurrencia de la masacre en el Naya hace 17 años. No obstante, para esta ocasión, la cita se postergó ocho días para articularla con la conmemoración del primer aniversario del asesinato del último gobernador que tuvo Kitek Kiwe (al constituirse el resguardo, esa figura fue reemplazada por la de representante legal y Junta Directiva).
El ritual de memoria consistió en un recorrido de un kilómetro y medio a lo largo de seis estaciones desperdigadas entre la Yet Wala y el Parque Museo de la Memoria. A cada una de las estaciones le fue asignado un color particular en representación de las diferentes áreas de su sistema de gobierno propio y le correspondió la reconstrucción de un periodo de tiempo, los cuales abarcaban desde el año 1500 hasta la actualidad.
De ese modo, a medida que la marcha avanzaba por las montañas del resguardo, paralelamente se viajaba en el tiempo, evocando las historias de sus caciques asesinados en la época de la Conquista, la evolución del conflicto armado, los hitos de sus luchas de resistencia, los asesinatos que conforman el genocidio de su pueblo, los grandes sucesos de la República y demás momentos clave de los últimos 518 años. Al parar en cada estación, niños, adultos, autoridades de gobierno y guardias indígenas, fueron los encargados de dar las lecciones de historia. En algunos de ellos danzaron o le dedicaron canciones al gobernador Acosta.
Sobre el ejercicio de hacer memoria, Feliciano Valencia explica que para los Nasa es muy importante porque más que mirar el mañana, siempre se fijan en el ayer: “El pasado es raíces, conciencia y vivencias. Por eso hacemos tanto honor a la gente que se va a otro espacio. Le hacemos mucho homenaje a la memoria porque nos permite existencia y resistencia, y, sobre todo, mantenernos como pueblos en diferentes lugares”.
Por esa razón, al gobernador Acosta le dedicaron su propio punto de memoria, que no hizo parte de las seis estaciones. Tras salir de la primera, la comunidad se dirigió hasta el lugar en donde fue asesinado, y en ese punto exacto se sembró una palma, tradición que él mismo impulsó para conmemorar los aniversarios de la masacre del Naya o recodar a los líderes que fueron asesinados después de ella, como sucedió con Alexander Quintero, quien coordinaba una asociación de víctimas y fue abaleado el 23 de mayo de 2010 en Santander de Quilichao. (Leer más en: Asesinado testigo clave en masacre del Naya)
El sembrar la palma, donada por estudiantes de la Fundación Universitaria de Popayán que acompañaron el recorrido, para los kitekiwences es “un símbolo de la vida que fue arrebatada y la esperanza que genera para seguir luchando”. Y resaltaron que él no ha muerto porque su recuerdo y enseñanzas siguen presentes: “No ha muerto, lo que estamos haciendo es sembrar para seguir cosechando la semilla que dejó. Hoy muchos jóvenes y jovencitas han surgido como líderes en la comunidad”.
Mientras sembraban la palma, la bandera del resguardo, que se encontraba en el punto más alto de una asta móvil, fue bajando poco a poco hasta retirarla, lo cual representó el silenciamiento de su voz, que prestó sus servicios en más de 40 cargos dentro de la comunidad.
Reparación, a medias
En la última estación, ubicada en el Parque Museo de la Memoria, la comunidad relató los hechos más significativos de su historia reciente, en los que, además del asesinato del gobernador Acosta, le dedicó un amplio espacio al Plan Integral de Reparación (PIR), el cual está articulado a su Plan de Vida, que tiene el propósito de garantizar su pervivencia.
En ese espacio hicieron lectura de una denuncia pública de siete páginas, en la que exponen que a pesar de haberse organizado como cabildo indígena hace 14 años, aún no han podido lograr el buen vivir de sus familias porque “el Estado ni siquiera ha garantizado los mínimos vitales como agua potable, energía, infraestructura educativa, vías, entre otros derechos. Nuestra lucha ha sido larga, dura y ha costado la vida de niños, mayores y líderes”.
De hecho, a la comunidad le tocó costear de su propio bolsillo los materiales y la mano de obra para llevar el fluido eléctrico desde la Yet Wala hasta el caserío en donde fueron construidas 44 viviendas de interés social de 24 metros cuadros cada una, las cuales les fueron entregadas sin ventanas y deben usar tanques para recolectar agua de la lluvia o bombearla de una laguna. En total, pusieron recursos para la instalación de un kilómetro y medio de infraestructura eléctrica.
Sobre el PIR, resaltaron que desde 2001, el gobernador Acosta empezó a trabajar en su construcción, razón por la que pudieron acceder a la Ruta de Reparación Colectiva de la Unidad de Víctimas, en la que intervienen diferentes entidades estatales, y ser la primera comunidad indígena de Colombia en acceder a ese mecanismo. Por esa razón, lamentaron que después de dos años y tres meses, se ha cumplido al rededor del 30 por ciento de las medidas acordadas. (Leer más en: Reparación colectiva, la deuda que dejó Alan Jara en la Unidad de Víctimas)
Al realizar un balance sobre el estado de las 34 medidas que incluye el PIR, el resguardo encontró que 29 no se han cumplido, cuatro se han cumplido parcialmente y tan sólo una fue cumplida a cabalidad: la relacionada con el acompañamiento psicosocial a las mujeres de la comunidad, para que, a través de la elaboración de murales y recuperación de la memoria, fortalezcan su equilibrio y armonía. No obstante, la medida que más orgullo les produce, la creación del resguardo, se encuentra en estado parcial porque no se ha realizado su ampliación y saneamiento.
Las medidas incumplidas que más indignación les produce son las relacionadas con las garantías de no repetición de la violencia. Por esa razón, en su declaración final, el resguardo cuestionó fuertemente el rol de la Unidad Nacional de Protección (UNP), porque después de que les fueron retiradas las medidas cautelares colectivas que dictó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “las medidas de protección individuales de líderes amenazados siempre fueron al antojo de la UNP y nunca tuvo en cuenta las solicitudes de enfoque diferencial”.
Además, criticaron que tampoco se hicieron los procedimientos acordes a sus contextos: “No es justo que por esta negligencia estatal hoy estemos conmemorando un año del vil, cobarde e injusto asesinato de la persona que encabezó todo el proceso de la comunidad Kitek Kiwe en cuanto a exigir la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición; que finalmente se repitió con el genocidio (sic) de Gerson Acosta Salazar, que contaba con medidas de protección por parte de la UNP”.
También le enviaron ‘dardos’ al Comité de Evaluación del Riesgo y Recomendación de Medidas (Cerrem), porque convirtió el esquema del gobernador Acosta en uno colectivo, incluyendo a dos líderes más, volviéndolo disfuncional y que “para el momento de los hechos no contaba con combustible a pesar de múltiples solicitudes a la UNP de individualizar y aumentar el monto para el esquema”.
Finalmente, denunciaron que las amenazas contra sus líderes persisten y que la más reciente ocurrió el pasado domingo, cuando a la sede del resguardo, ubicada en el casco urbano de Timbío, llegó un panfleto a nombre de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, en el que relacionaron el nombre del mayor Acosta para amenazar de muerte a varios sus dirigentes y guardias indígenas.
Y aunque los violentos pretenden usar el nombre del último gobernador de Kitek Kiwe como instrumento de terror, sus habitantes lo usarán como fuente de memoria y resistencia para continuar el legado que les dejó: formar nuevos líderes que luchen por sus derechos y garanticen la pervivencia del pueblo ancestral que lo adoptó. (Leer más en: Amenazas contra líderes de Kitek Kiwe no socavan su resistencia)
Este reportaje fue realizado con el apoyo de