El vuelo de las águilas negras (Semana)

      

Las nueva bandas armadas son básicamente delincuenciales, pero estratégicamente quienes las combaten deben saber que además de dedicarse al narcotráfico, éstas están estableciendo control social, regulando actividades económicas y creando una incipiente base social.
Salomón, uno de los jefes de las Águilas Negras. Foto SEMANA

Desde inicios de 2006 distintos medios de comunicación, ONG, organismos de inteligencia del gobierno y la Misión de la OEA, alertaron sobre la reactivación de grupos violentos en zonas en donde los grupos paramilitares venían realizando su desmovilización. Son sin duda pura delincuencia, pero ahora se conoce evidencias que sugieren que podemos estar ante el germen de una reedición: la historia de la última generación del paramilitarismo.

Es difícil meter bajo una sola categoría a quienes conforman estos grupos. En su informe de febrero de 2006, el sexto, la Misión de la OEA estableció una muy buena tipología que muestra la diversidad: algunos son desmovilizados reagrupados, otros, reductos de paramilitares que nunca se desmovilizaron, y otros más, nuevos actores armados o algunos ya existentes que se fortalecieron en zonas dejadas por grupos desmovilizados. En julio de ese mismo año, la Policía Nacional a través de la Dirección de Carabineros inició formalmente el monitoreo a los desmovilizados de las autodefensas y denominó como Bacrim (Bandas Criminales Emergentes) a estos diversos grupos. También han ido apareciendo una infinidad de autodenominaciones, siendo la más común, la de “Águilas Negras”.

Si nos atenemos a los últimos informes de la Policía, una conclusión sale a la vista: el problema central de estos grupos nos son los desmovilizados. Entre los casi 4.000 capturados en los últimos dos años, apenas un 15 por ciento eran desmovilizados. Entre los muertos por las autoridades, la proporción de desmovilizados es aún menor. Por eso el centro de análisis debe estar puesto en aquellos paramilitares que nunca dejaron las armas ó que dejaron intactas sus retaguardias y sólo desmovilizaron bandas de barrio, desempleados ó simpatizantes que eufemísticamente fueron llamados “fuerzas de apoyo social”.

La desmovilización de 31.671 paramilitares fue un hecho sin precedentes. Pero la lógica de “acometer y rectificar” puesta en marcha por el gobierno a la hora de negociar y desmovilizar estas estructuras es una de las razones que explican la existencia de estos fenómenos de rearme. La otra, obviamente, es que los propios comandantes paramilitares siguieron delinquiendo.

A cinco años de haberse firmado el acuerdo de Santa Fe de Ralito, el vuelo de las Águilas Negras se extiende amenazante hacia el suroccidente y el oriente colombiano.

Luego de la desmovilización del Bloque Libertadores del Sur del BCB en 2005, sus antiguos comandantes crearon la Organización Nueva Generación (ONG) y luego estos vendieron su franquicia a hombres deVarela, el gran narcotraficante del Valle muerto este año en Venezuela. Las actividades delincuencias ligadas al narcotráfico y de control social por parte de la ONG no son de poca monta. Según las autoridades, han realizado alianzas con otros grupos, intentan crear un comando unificado, se uniforman, reciben entrenamiento y poseen una capacidad militar bastante importante. Algo similar está ocurriendo en el nororiente del país con las Águilas Negras de “Camilo”, y parece estarse configurando en algunos barrios de Medellín.

En los llanos orientales hombres comandados por alias “Cuchillo” quien se desmovilizó en abril de 2006, hoy tienen presencia en cuatro departamentos: Guaviare, Meta, Guanía y Vichada. En este último han reducido a su mínima expresión al otrora importante frente 16 de las Farc. Sus actividades están ligadas al negocio del narcotráfico y también han establecido alianzas con otros grupos armados.

El alcance de las Águilas Negras empieza a tener dimensiones regionales que deben llevar a las autoridades a repensar sus estrategias para enfrentarlas. Sin duda son un fenómeno delincuencial ligado al narcotráfico que debe ser entendido y atacando como tal. En ese sentido, resulta riesgoso que algunos estén hablando de ellos como grupos que “atentan militarmente contra el orden constitucional”, pues dicho lenguaje los puede catapultar al terreno de los delincuentes políticos. Pero a su vez, estratégicamente también es claro que quiénes los combaten además de saber que se trata de grupos que facilitan el procesamiento y la comercialización de la cocaína, en la práctica están estableciendo control social, regulando actividades económicas y creando una incipiente base social. Negar esta posibilidad es facilitar el terreno para una reedición de la más reciente historia del paramilitarismo en Colombia que estamos intentando superar.

*Coordinador del área de dinámicas del conflicto y negociaciones de paz, de la Fundación Ideas para la Paz (www.ideaspaz.org) , un centro de pensamiento independiente con sede en Bogotá, apoyado por el sector empresarial, cuya misión es contribuir con ideas y propuestas a la superación del conflicto en Colombia.

Publicado en Semana.com Fecha: 06/23/2008 –