Para no repetir la historia

      
Comisiones de verdad, leyes de memoria, tribunales que miran el pasado. En todo el mundo hay una explosión de la memoria como antídoto contra los desmanes de la guerra.

Primo Lévi y Jean Améry tuvieron un destino común: ambos eran judíos, estuvieron en un campo de concentración y sobrevivieron al Holocausto. El primero, un químico elocuente; el segundo, un apasionado investigador literario. En los años que siguieron a la guerra, tomaron caminos distintos. Lévi publicó muy pronto su libro Si esto es un hombre, un aleccionador y descarnado relato sobre la vida en el Láger. A Améry le tomó años publicar su experiencia en Más allá de la culpa y la expiación, una anatomía del resentimiento, una protesta, una negación radical del olvido. Estos dos relatos muestran no solo las tensiones que hay entre la tentación de olvidar y el deber de recordar, sino que a partir del Holocausto las víctimas emergieron como protagonistas de la historia.
 
El testimonio de los sobrevivientes se legitimó además en la escena pública, con los juicios de Nuremberg, y ha sido extensamente documentado por el cine, los libros, los museos, en casi todo el mundo, dado que los judíos han sido migrantes por excelencia. Sin embargo, para muchos historiadores, respecto al Holocausto hay un “abuso de la memoria”. Tzvetan Todorov, humanista ganador del Premio Príncipe de Asturias en 2002, rechaza en sus escritos que se tenga al genocidio judío como algo singular e incomparable, pues esta tendencia ha borrado del mapa de la memoria a otros grupos humanos que igualmente fueron liquidados, como por ejemplo los armenios, que sufrieron un genocidio a manos de los turcos.
 
Otros analistas más contemporáneos, como Edward Said, han cuestionado si en nombre de la memoria del pasado es que Israel se ha anclado en el conflicto con Palestina. Pero toda esta ‘industria’ de la recordación también ha sido posible por el tipo de sociedad que tiene Israel. Más urbana, ilustrada y económicamente próspera que la de otros países que han sufrido genocidios, como Ruanda. “Una cosa es hacer memoria en un país de clase media, como Argentina, donde desde siempre existió un denso tejido de organizaciones sociales, y otra en una sociedad rural”, dijo la experta argentina Elizabeth Jelin, durante su visita a Bogotá, la semana pasada.
 
Quizá uno de los mejores ejemplos de cómo funciona la memoria en el mundo indígena o campesino es el de Perú. Este es el caso: Fausta tiene 19 años y prácticamente no habla. Se ha metido un tubérculo en la vagina, pues teme ser violada. Su madre le transmitió el miedo a través de la leche materna. Ella dice que no tiene alma, y aunque Sendero Luminoso está derrotado, muchos militares en la cárcel y una comisión de la verdad ayudó a esclarecer las violaciones de los derechos humanos cometidas por la guerrilla y el Estado, en su cuerpo está viva la memoria de la violencia. Fausta es el personaje de La teta asustada, la película que ganó el Oso de Oro el año pasado.
 
Claudia Llosa se inspiró en el trabajo de Kimberly Theidon, una médica antropóloga que se sumergió durante varios meses en comunidades indígenas de Ayacucho para explorar la memoria de las víctimas. Y encontró que el cuerpo, especialmente el de las mujeres, es el depositario del dolor, y que, a su manera, narra lo vivido. Las mujeres no quisieron, durante la guerra, alimentar a sus hijos para no transmitirles su rabia ante los horrendos abusos que sufrieron. “Las memorias no solamente se sedimentan en los edificios, en el paisaje o en otros símbolos diseñados para propiciar el recuerdo. Las memorias también se sedimentan en nuestros cuerpos, convirtiéndolos en procesos y sitios históricos”, dice Theidon en su estudio. La memoria en sociedades orales, de pensamiento mítico y mágico, se narra de manera diferente a los libros.
 
Pero lo que alecciona de La teta asustada es que el cine, tal como pasó con el Holocausto, puede ser el vehículo para comunicar esa memoria íntima de un grupo específico de víctimas, en este caso los indígenas de la sierra peruana, para tocar a las sociedades urbanas, que casi nunca han vivido el conflicto.
 
Un caso particular de gran despliegue de la memoria es el de Argentina. Ni la transición democrática ni el informe del Nunca Más, encabezado por Ernesto Sábato, que reconstruyó los crímenes de la dictadura, saciaron la sed de memoria, exacerbada por la amnistía a los militares. Fueron las mujeres las que movilizaron políticamente yconvirtieron la memoria de los desaparecidos en un programa político para insistir en la justicia y para evitar que la impunidad alimentara la amnesia colectiva. Y lo lograron. Los juicios están reabiertos y varios casos de hijos de desaparecidos que fueron dados en adopción por los militares se están esclareciendo.
 
Los grupos de derechos humanos han abanderado esta búsqueda por más de 30 años y han hecho proyectos de gran envergadura en términos de memoria: archivos, fotografías que documentan cada desaparecido y su historia, también han hecho mapas de las ciudades, para señalar los lugares donde hubo centros de tortura, con la idea de que esto no pase inadvertido para las nuevas generaciones.Incluso en el gobiernode Néstor Kirchner, el Congreso aprobó que cada 24 de marzo sea un día festivo dedicado a la memoria, la verdad y la justicia.
 
Las organizaciones de derechos humanos consideraron que eso era banalizar el tema. No obstante, el Ministerio de Educación, por ejemplo, tiene todo un programa para incentivar la memoria sobre la historia reciente: la dictadura, la guerra de las Malvinas y el Holocausto, por la fuerte presencia judía en el Cono Sur. Esta emergencia de la memoria se da en un contexto donde hay un consenso básico en la sociedad sobre lo irrepetible del terrorismo de Estado.
 
Sin acuerdo
 
Donde no hay consenso sobre qué tanto recuerdo se necesita para seguir adelante es en España, donde la Ley de Memoria Histórica, una de las principales banderas del presidente José Luis Rodríguez Zapatero, exacerbó la polarización política entre la derecha y la izquierda. España se consideraba un ejemplo de reconciliación, porque el llamado Pacto de la Moncloa, que garantizó la transición del franquismo a la democracia, se hizo bajo la premisa del silencio. Pero al parecer no hubo olvido. Hoy pueblos enteros son removidos en busca de las fosas donde por más de medio siglo yacen los fusilados; las calles, otrora bautizadas en honor a héroes del franquismo, ahora se llaman de otra forma, y el buen nombre de miles de personas asesinadas hace varias décadas, acusadas de ser insurgentes, ha sido restaurado en los archivos oficiales.
 
“Rodríguez Zapatero quiere marcar una política más a la izquierda que los gabinetes precedentes del Psoe. Como es evidente que apenas puede hacer una política económica de izquierdas, tiene que recurrir a ese tipo de posición moral. La derecha clama que Zapatero quiere reabrir viejas heridas y que es un revanchista. La memoria histórica es, en cualquier caso, un empeño más que estimable y seguramente necesario, pero en el contexto de una gravísima crisis económica puede interesar solo a los descendientes de las víctimas, lo que es mucho, pero, quizá, no suficiente”, dice Miguel Ángel Bastenier, periodista y comentarista del diario El País.
 
La derecha critica que la memoria solo se está recabando de un lado. “Es algo político. La gente a quien Franco le desapareció un familiar tiene derecho a buscarlo, pero no se puede convertir en un arma arrojadiza. Satisfaces a 200.000 personas y jodes al resto”, dice Salud Hernández, corresponsal del diario El Mundo en Colombia. Porque si bien el franquismo fue una férrea dictadura, la memoria también cobija el periodo de la Guerra Civil en el que hubo desmanes de ambos bandos.
 
Existen pocos países que no estén mirando el pasado. Especialmente en América Latina, donde prácticamente nacieron las comisiones de verdad y donde las transiciones sin justicia fueron la manera de saldar el pasado traumático. “En los últimos 30 años, 24 naciones han lanzado comisiones de la verdad. El récord de esas comisiones ha sido mixto. En algunos, han tenido que desbandarse sin siquiera presentar informes. Esos resultados se dan particularmente en países donde los miembros del antiguo régimen o grupos de perpetradores continúan ejerciendo un poder político y militar. En otros, han sido exitosas, generando los cimientos para una nueva situación política, como Sudáfrica”, dice el profesor Jim Campbell, de la Universidad de Stanford.
 
Por eso, la memoria empieza como un movimiento de base que reivindica la mirada de las víctimas. Quizá la historia del siglo XX y de este, a la luz de la historia, ya no sea la de los soldados desconocidos ni la que exalta el heroísmo de los guerreros, sino la de quienes dejaron testimonio de su sufrimiento como manera de negarse al olvido y como lección para las generaciones que pisarán unos continentes sembrados de muertos anónimos.