Esta comunidad indígena abandera en el departamento de Nariño una propuesta para dar a conocer la biodiversidad del Pacífico colombiano, centrada en su cosmovisión. El reto está en fortalecerla en medio de los cultivos de hoja de coca para uso ilícito y la persecución de grupos armados ilegales contra sus autoridades ancestrales.
A quien visita la Reserva Natural La Planada, los indígenas Awá, la “gente de la montaña”, le enseñan los nombres científicos de las orquídeas y le muestra los distintos tipos de epífitas. “Las epífitas son plantas que crecen entre las ramas o troncos de los árboles”, explican con aquel tono que emplean los estudiosos cada vez que se les consulta.
Pero ninguno de los nativos es un académico en el sentido estricto del término. Buena parte de sus conocimientos y experiencias se las da el haber nacido y crecido entre las comunidades que conforman el resguardo Pialapí Pueblo Viejo, en jurisdicción del municipio de Ricaurte, departamento de Nariño, que forman parte de esa Colombia profunda del sur del país.
A través de sus voces se conocen detalles de La Planada, una reserva natural de 3.200 hectáreas de bosques de niebla que hace más de 40 años es reconocida por tener la mayor diversidad de orquídeas en el mundo —más de 300 especies, según académicos—; engendrar 16 riachuelos que surten a varios acueductos veredales; concentrar la mayor cantidad de aves en toda Sudamérica; y ser la casa de mamíferos como el mono aullador, el tigrillo y el oso de anteojos.
Algunos conocedores de La Planada explican que esa gran diversidad se debe a la confluencia de la flora del Pacífico con la flora de la cordillera de Los Andes. Las características de ese fascinante ecosistema atrajeron a muchos amantes de la naturaleza: se estima que 95 investigadores, tanto nacionales como extranjeros, realizaron más de 140 investigaciones en La Planada hasta el año 2008, cuando la persistencia del conflicto armado los obligó a salir de la región.
Dos años después, la reserva tomó un nuevo aire y desde esa época la reserva es administrada por la comunidad Awá de Pialapí Pueblo Viejo y con los recursos que han gestionado la han mantenido como le encomendó la Fundación Fes Social: para continuar con su conservación.
Uno de esos proyectos es el turismo de naturaleza científico, iniciativa impulsada por los indígenas y apoyada por la Universidad de Nariño, la Gobernación de Nariño y el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt.
En desarrollo de esa apuesta ambiental, varios sabedores indígenas se vincularon en marzo de 2021 como coinvestigadores de La Planada para reforzar sus saberes ancestrales y adquirir nuevos conocimientos alrededor de la biodiversidad que vive en cada rincón de la reserva con el fin de atender a turistas de diversas partes del mundo. Un gran reto si se tiene en cuenta que a la mayoría de los comuneros Awá les da “miedo hablar”, como ellos mismos dicen.
“Sientanse como en su casa”, insisten una y otra vez los indígenas a los foráneos que visitan esta reserva natural. “El resguardo de Pialapí Pueblo Viejo les abre las puertas para que ustedes caminen por este paraíso que tenemos: agua, aves, plantas; un espacio en el que pueden dormir tranquilos”, explica Libardo Ortiz.
“Muchos tienen la idea de que es una zona muy peligrosa, que ha sido muy golpeada por el conflicto armado, pero en este momento ya es muy diferente”, complementa Magali Ortiz, otra investigadora indígena involucrada en el proceso.
“La prensa nos ha hecho mucho daño. Lo que ves aquí, eso es La Planada”, afirma Guillermo Cantillo Figueroa, uno de los investigadores que inició con la apertura de la reserva y que estuvo durante 24 años aprendiendo y compartiendo el conocimiento de la diversidad biológica del piedemonte costero nariñense. Hasta que el conflicto armado irrumpió en 2006 e hizo insostenible crear nuevo conocimiento sobre el bosque de niebla.
Aunque la situación de orden público ha mejorado para la zona específica de La Planada, el conflicto armado sigue expresándose en el suroccidente de Nariño. Hasta el mes pasado, la Fiscalía General de la Nación había identificado 13 grupos armados que operan en la región que libran una guerra por el control de rentas ilegales ligadas al narcotráfico y la minería.
Tumaco, Barbacoas, Roberto Payán y Magüí Payán son los municipios que con mayor frecuencia aparecen en las Alertas Tempranas de la Defensoría del Pueblo por los riesgos inminentes a los que están expuestos las comunidades y sus líderes, en especial los indígenas Awá.
Entre los principales grupos armados que se disputan el territorio se encuentran la Columna Móvil Franco Benavides –Frente 30, adscrita al autodenominado Comando Coordinador de Occidente, y el Frente Oliver Sinisterra, perteneciente al llamado Bloque Occidental Alfonso Cano, que hace parte de lo que se conoce como La Segunda Marquetalia.
Unas y otras estructuras criminales son disidencias de la extinta guerrilla de las Farc que se marginaron del Acuerdo de Paz firmado en noviembre de 2016 con el Estado colombiano. A todo ello se suman el Frente Comuneros del Sur, de la guerrilla del Eln, y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc). (Leer más en Radiografía de los 30 grupos surgidos tras el desarme de las Farc)
El 10 de mayo de 2019, líderes y comuneros del Cabildo Mayor Awá de Ricaurte fueron amenazados por un grupo armado ilegal a través de un panfleto. En su momento, las autoridades indígenas señalaron que se debía a las labores de conservación ambiental que han emprendido los resguardos. Más de un año después el rigor de la violencia recayó sobre la comunidad de Pialapí Pueblo Viejo: el 17 de agosto de 2020 fueron asesinaron a tres de sus miembros.
Ante la crítica situación, la figura de la Guardia Indígena Ambiental le da tranquilidad a los Awá y es la garantía para que los visitantes lleguen hasta La Planada. En los 2000 cualquier persona entraba al territorio indígena, pero desde que el pueblo Awá administra La Planada, la Guardia hace control territorial.
“Nosotros queremos vivir tranquilos. Nosotros queremos vivir en paz con la naturaleza, en paz con nuestros compañeros indígenas y para eso hemos acordado que no necesitamos presencia de grupos armados… de ningún tipo”, dice Miguel Caicedo, coordinador de la Guardia Indígena Ambiental. Esa posición incluye a las fuerzas estatales.
Además de ser un corredor de los grupos armados que buscan salir a la costa sobre el océano Pacífico y a la vecina república de Ecuador, el sur de Nariño es deseado por la riqueza minera de oro y plata —hacia el sur de Ricaurte la empresa Minerales Camino Real SAS tiene varias solicitudes de títulos mineros desde 2016—, los monocultivos de palma aceitera y las plantaciones de hoja de coca para uso ilícito.
Según el visor geográfico del Observatorio de Drogas de Colombia (ODC), para 2021, dentro de la Reserva Natural La Planada no hay cultivos de hoja de coca, sin embargo alrededor hay áreas sembradas que ejercen presión sobre este delicado ecosistema.
Dentro de las áreas tituladas de los resguardos indígenas de Ricaurte como Gualcala; La Milagrosa; Guadual, Cumbas, Magui, Invina, Arrayan; y Pialapi, Pueblo Viejo, San Miguel, Yare, el sistema registra áreas cultivadas con plantaciones de uso ilícito.
Mujeres al frente de La Planada
En una de sus manos, Betty Caicedo lleva una fotografía de un tejón mientras que con la otra señala las especies que tiene en el orquideario. Entre tanto, se escucha el canto de unas tangaras azules. “Estas plantas las hemos traído de árboles caídos y las hemos venido a sembrar en el santuario de orquídeas”, expone y, de paso, dice que, sobre todas las clases de orquídeas, la drácula es su favorita.
Ella es una de las nueve mujeres indígenas Awá que participa en el cuidado de las plantas y animales de La Planada, pero no ha sido fácil llegar hasta ahí. “No quieren que las mujeres despertemos”, asevera.
Entre los indígenas Awá los hombres lideran: son gobernadores o autoridades. “La mayoría de los hombres son machistas. No quieren que les hablemos a las mujeres sobre cuáles son sus derechos”, reclama la indígena, y agrega: “Ya es hora de que nosotras las mujeres entremos a liderar”.
Y avanzan. “Este proyecto permitió que varias mujeres nos involucremos en este proceso de conservación, en el proceso organizativo”, complementa Yuri Caicedo, nombrada en asamblea por el pueblo Awá como coordinadora del proyecto de turismo de naturaleza científico y directora encargada de la Reserva Natural La Planada.
“Para las mujeres nos trae también un reto, no sólo quedarnos con el número de mujeres que estábamos aquí, sino seguir en las comunidades incentivando a las demás mujeres para que hagamos parte de estos procesos. El hecho de tener su familia, sus hijos, su hogar, no significa que no podamos participar en estos espacios”, resalta Yuri.
Hasta hace dos años, las mujeres empezaron a ser parte de la Guardia Indígena. Portando sus bastones de madera chonta y chalecos caminan vigilantes por los espesos bosques de La Planada, pero el comentario con el que se han estrellado en sus hogares es ‘qué van a ir a perder tiempo allá’, pues la Guardia, aunque es una labor honorable entre los indígenas, no recibe dinero por sus servicios. “Ahí ya está en hacerle entender al hombre para qué está acá, por qué quiere ser guardia, por qué quiere liderar”, dice Betty.
Miguel Caicedo, coordinador de la Guardia, reconoce el valor de las mujeres en este proceso organizativo: “La mujer ha jugado un papel importante incluso desde la familia. Hoy las mujeres jóvenes que ya tienen su familia podrán encaminar a sus hijos para que sigan este proceso de la Guardia Indígena Ambiental”.
Ser co-investigadoras en La Planada les ha traído frutos a las mujeres Awá, quienes han empezado a perfilarse en las esferas académicas, ejemplo de eso son Betty y Yuri, quienes participaron hace unas semanas en el LVII Congreso Nacional y VIII Internacional de Ciencias Biológicas, organizado por la Asociación Colombiana de Ciencias Biológicas, que tuvo lugar en la ciudad de Sincelejo, Sucre. Con la ponencia que presentaron buscaba retratar los procesos de mujeres orientados a la sostenibilidad ambiental de la biodiversidad.
Creencias y conservación
El recorrido por La Planada incluye contemplar aves en la madrugada; diferenciar epífitas en el sendero La Vieja; tomar el sendero El Tejón para encomendar aspiraciones al Árbol del Deseo —un enorme couepia que nunca lograron talar—; adentrarse en el santuario de orquídeas; y observar ranas, polillas y mariposas en la noche.
Esa labor ambiental la abanderan mientras comparten con los foráneos la cultura ancestral de su pueblo, que pregona la conservación y el respeto por todas los formas de vida que se encuentran en el gran mundo o Katsa Su y sus cuatro mundos Masa Su (primer mundo), un mundo subterráneo en donde viven hombres pequeños; Pas Su (segundo mundo), en donde estamos todos los seres vivos; Kutña Su (tercer mundo), en donde están las almas de los seres que dejaron el segundo mundo; y Ampara Su (cuarto mundo) en donde está el creador.
Así, La Planada es un paraíso biodiverso en el que dialogan las verdades de la ciencia occidental con la cosmovisión indígena. Una cultura que los mismos comuneros Awá han olvidado al verse obligados a adoptar las costumbres de esa otra parte de Colombia que está muy lejos de sus usos y prácticas ancestrales.
El pueblo Awá es una de las 34 etnias del país que se encuentra en riesgo de exterminio físico y cultural, según lo ha advertido la Corte Constitucional en el Auto 004 de 2009, derivado de la Sentencia T-025 de 2004, que llama la atención sobre la grave situación de vulnerabilidad por la que atraviesan las comunidades a raíz del desplazamiento interno. El reporte de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) es más alarmante y ha elevado esa cifra a 64 pueblos originarios en riesgo.
El abandono estatal ha causado que muchos Awá tengan que desligarse de sus territorios y asumir una nueva vida, sin su cultura, si quieren mejorar sus condiciones económicas. “Cuando los jóvenes salen al pueblo, ya no quieren regresar”, admite un comunero.
Es por ello que la Reserva Natural La Planada ha jugado un papel fundamental para revertir esa situación creando oportunidades laborales para los Awá, además de mostrarle proyectos de vida a los jóvenes más allá de la hoja de coca para uso ilícito, la minería ilegal y la vinculación a grupos armados ilegales.
Uno de los ejemplos en ese sentido lo representa el actual personero municipal, el abogado Jaime Caicedo, quien antes era guía de orquídeas en la reserva La Planada como miembro del Resguardo de Pialapí Pueblo Viejo.
Por el colonialismo, el conflicto armado y la discriminación, algunas generaciones Awá han olvidado que, según la sabiduría de sus mayores, son descendientes de la unión de una barbacha negra y una barbacha blanca que se transformaron en humanos al tocar el suelo.
La barbacha —una especie de musgo que cuelga de las ramas de los árboles— es una planta epífita y por eso los Awá señalan que es importante para su cosmovisión cuidar la reserva natural, pues no por nada La Planada fue llamada por el botánico Alwyn Gentry “el imperio de las epífitas”.
Valiéndose del estudio de herpetos, aves, mariposas, epífitas y plantas útiles, con la propuesta de ecoturismo los Awá han podido reapropiarse de su cultura: machacan plátano en morteros de piedra que han pasado de generación en generación para hacer tortillas; pronuncian algunas palabras en awapit, su lengua originaria que están volviendo a aprender; declaman coplas de la vida cotidiana; bailan al calor de los hervidos de chapil (destilado artesanal de caña de azúcar); y se sientan alrededor de una fogata para escuchar el sonido de la marimba.
Guerra entre la niebla
Antes de que las 3.200 hectáreas de bosque de niebla de La Planada quedaran en manos de los Awá, la idea de crear una reserva natural la tuvieron varios académicos y algunas organizaciones.
En los años ochenta, un grupo de investigadores, de la mano del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), inició un proyecto de identificación de áreas prioritarias para la conservación de aves. “Sabíamos por los estudios que había hecho anteriormente el biólogo John Tervor que la vertiente occidental de la cordillera Ocidental en Colombia era una de las zonas con mayor biodiversidad y endemismo de especies de aves”, recuerda Cantillo, uno de los más antiguos investigadores de la reserva que continúa estudiando La Planada.
Los entonces docentes del departamento de Biología de la Universidad del Valle, Jorge Enrique Orejuela y Michael Alberico, junto a dos de sus estudiantes, Eduardo Velazco y Guillermo Cantillo, iniciaron viajes exploratorios por el llamado Chocó biogeográfico, que abarca los departamentos de Cauca, Chocó, Nariño y Valle del Cauca.
En 1981 llegaron a Nariño y una de las primeras paradas que los investigadores hacían en cada departamento era visitar universidades para conocer el panorama de aves y bosques de la región. En la Universidad de Nariño dialogaron con la curadora del herbario de la institución, Olga Salazar de Benavides, quien les tenía el lugar perfecto para empezar los estudios: la finca de su papá, Luis Salazar Padilla.
En agosto de aquel año hicieron los primeros muestreos en la finca de los Salazar, una importante hacienda conocida en la región como Buenos Aires La Planada. En ese entonces era un terreno de 1.667 hectáreas, de las cuales 37 eran potreros destinados a la ganadería y la deforestación de maderas finas como el altaquer, el guayabillo o el corozo y palmitos para el consumo. En ese entonces, el predio sólo contaba con una casa, lugar en donde hoy están las oficinas y el comedor de los investigadores de la Reserva Natural La Planada.
“De las 25 especies de aves endémicas posibles para la zona que había definido el estudio del doctor John Tervor, encontramos, en 15 días, 13 especies”, cuenta Cantillo. Ante los impresionantes resultados, el WWF se mostró interesado en adquirir el predio del Luis Salazar.
Entre las organizaciones WWF y la Fundación para la Educación y el Desarrollo Social (FES Social) compraron el predio de Salazar el 30 de julio de 1982 y a inicios del siguiente año declararon al terreno como reserva natural de la sociedad civil. El investigador Jorge Enrique Orejuela fue designado como su primer director.
Bajo el mismo interés, el extinto Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (INDERENA) declaró a La Planada como Reserva Forestal Protectora Nacional mediante el Acuerdo 019 de 25 de abril de 1984, con lo que se buscaba a conservar la cobertura forestal de la reserva y las áreas adyacentes, pues desde 1959 esa región hace parte de la Zona de Reserva Forestal regulada por la Ley 2.
En 1987 y 1990, la Fes Social adquirió otros tres predios colindantes, que sumaban alrededor de 1.600 hectáreas, para ampliar la reserva natural La Planada.
Con el paso de los años, La Planada se fue popularizando entre investigadores nacionales y extranjeros, entre otras razones por las poblaciones de murciélagos, bromelias, polillas, orquídeas y otras especies endémicas.
Uno de los trabajos más destacados es el de Patricia Burrowes, quien en 1986 se encontraba cursando estudios de doctorado en la Universidad de Kansas, Estados Unidos, sobre ranas, llegando a caracterizar once nuevas especies en La Planada.
Resalta también las labores de Cristián Samper Kutschbach, biólogo de la universidad de Los Andes e hijo del exministro de agricultura Armando Samper Gnecco (1969 – 1970), quien fue a La Planada para hacer una de sus tesis de grado y posteriormente fungió como director.
Siguiendo el interés de conservación, el recién creado Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, en la década de los 90, estableció en La Planada la primera parcela permanente para investigación de largo plazo en bosque alto andino de Colombia. En la actualidad, es uno de los senderos priorizados en la estrategia de turismo de naturaleza científico de los Awá.
Otro de los factores que atraía a los amantes de los animales fue el oso de anteojos. Muchos de esos imponentes mamíferos bajaban de las montañas del Cumbal y llegaban hasta los bosques de La Planada. Por años, los investigadores tuvieron en cautiverio a algunos osos para su estudio.
Así se empezaron a impartir cursos de ecología tropical para América Latina y con esas labores su reconocimiento llegó a esferas internacionales: investigadores de Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia o Argentina visitaron La Planada para aprender de su riqueza tropical.
Con la modalidad de becas, 25 estudiantes durante cinco años investigaron la biodiversidad de La Planada. La fama fue tal que llegó a equipararse con la estación biológica de La Selva de Costa Rica, que desde la década de los años cincuenta había venido generando conocimiento sobre nuevas especies de fauna y flora del centro y sur de América.
“Después del 2000 fue una época bastante dura”, lamenta Cantillo evocando el recuerdo de los años más cruentos del conflicto armado.
Para sobrellevar los impactos del conflicto, los investigadores asumieron dos estrategias que los blindaron. Una de ellas fue reconocer y apoyar los procesos organizativos y las ideas sobre el territorio que venían defendiendo los Awá para la constitución de resguardos indígenas, así como los campesinos con la creación de asociaciones comunitarias.
Alrededor de la reserva natural se encontraban varios cabildos indígenas, entre ellos el de Pialapí Pueblo Viejo. La cercanía de La Planada con los procesos organizativos fue tal que dentro de la reserva tuvo lugar la reunión en la que se constituyó la Unidad Indígena del Pueblo (UNIPA), el 6 de junio de 1990, una de las más importantes organizaciones étnicas del departamento de Nariño. Y el 17 de febrero de 1992, crearon el Cabildo Mayor Awá de Ricaurte (CAMAWARI), que agrupa a once resguardos de la región.
La segunda estrategia fue asumir las recomendaciones del Instituto de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali, fundado y dirigido por Manuel Ramiro Muñoz, y la Corporación Asesorías para el Desarrollo (Asdes), creada por el abogado Fabio Londoño Rojas, que aportaron herramientas a las comunidades y a los investigadores para mantenerse neutrales en el conflicto.
“En los pocos encuentros que se tuvieron con la subversión nos reconocían que estábamos muy bien posicionados por las comunidades y que ‘bienvenidos’, ‘sigan trabajando’, ‘están haciendo un buen trabajo’”, recuerda Cantillo.
Pero por más que se resistieron, la guerra continuó su expansión. Desde mediados de los años ochenta, en los primeros años de la reserva natural, la antigua guerrilla de las Farc empezó a consolidarse en los límites entre Nariño y Cauca, con la creación del Frente 29.
Y para la década de los noventa se constituyen las columnas móviles Mariscal Antonio José de Sucre, Daniel Aldana y Omar Quintero, dirigidas a “hacer frente a los embates sufridos por la implementación del Plan Colombia”, se lee en la Alerta Temprana N° 045-19 de la Defensoría del Pueblo.
A finales de los ochenta se suma la guerrilla del Eln con el Frente Comuneros del Sur y más adelante, en el municipio de Ricaurte, se refuerza con la Compañía Héroes y Guerreros del Sindagua.
Para 1999 y como parte del proceso de expansión de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), irrumpió en el municipio de Tumaco el Bloque Libertadores del Sur, desde donde comenzó a controlar la región, llegando incluso a Ricaurte.
Según la Defensoría del Pueblo, las organizaciones sociales que desarrollaban su labor en la Reserva Natural La Planada fueron estigmatizadas y amenazadas por los paramilitares. “La incursión de las AUC a esta subregión conllevó disputas sobre las zonas cultivos de hoja de coca y los principales ríos empleados para el tráfico de cocaína. Como consecuencia de lo anterior, las FARC-EP se replegaron al municipio de Ricaurte”, señala esta agencia del Ministerio Público.
La situación se agravó con los señalamientos del Ejército. En una ocasión varios militares ingresaron a la reserva natural y acusaron a indígenas e investigadores de colaborar con la subversión, argumentando que La Planada servía de corredor y escondite a la guerrilla. (Leer más en: Nariño convulsiona)
Así se fueron cayendo una a una varias iniciativas que impulsa La Planada, como los Centros de Educación No Formal —que graduaba técnico de participación ciudadana y liderazgo o técnicos en producción sostenible—, o los cursos de Ecología Tropical, pues ya no los visitaban tantos investigadores, atemorizados por la situación.
Y ese miedo estaba justificado. El 26 de octubre de 2006 varios guerrilleros de las Farc asesinaron a Janeth Portillo, auxiliar administrativa de la reserva natural. A inicios del año siguiente, la junta directiva de la Fes Social ordenó el cierre de La Planada. Con esa decisión, los 13 investigadores que aún trabajaban en la reserva tuvieron que irse y solo quedaron los osos de anteojos en cautiverio con un guardia que subía para alimentarlos y se regresaba por la falta de garantías para permanecer.
La comunidad Awá ya había puesto sobre la mesa que La Planada fuera administrada por los indígenas, bajo la idea de que el territorio había sido de ellos como pueblo originario. Así, el 26 de junio de 2009 presentaron un plan de manejo para la reserva natural a la Junta Directiva de la Fundación Fes Social y, con influencia del WWF, le entregaron La Planada a la comunidad del resguardo Pialapí Pueblo Viejo, creado el 8 de febrero de 1993.
En la escritura pública 2982 del 14 de septiembre de 2010 del circuito de Cali, la Fes Social formalizó la donación de los predios que confirman la reserva natural La Planada, comprometiendo a los indígenas a conservar la reserva, “siendo garantes de este acuerdo el cabildo mayor AWA de Ricaurte (CAMAWARI), la alcaldía municipal de Ricaurte, tres concejales indígenas y la guardia indígena, la Universidad de Nariño, Corponariño, la Fundación Esperanza, la Unidad Indigena del Pueblo Awua (UNIPA), Asociación para el desarrollo campesino (ADC) Grupos Ecológicos Locales, organizaciones comunitarias, juntas de acción comunal de la zona campesina, y algunos profesionales de la zona”, se lee el documento.
Sostener una reserva natural
Desde el 2015, La Planada se ha sostenido presentando proyectos a distintas organizaciones internacionales y agencias estatales. Una de sus aliados es el Fondo de Alianzas para los Ecosistemas Críticos (CEPF por sus siglas en inglés) que financió a las comunidades indígenas entre 2017 a 2019 para realizar labores de conservación teniendo como eje central la cultura y cosmovisión Awá. También la Organización de Naciones Unidas apalancó algunos de sus proyectos.
Recientemente, a través del Sistema General de Regalías (SNR) lograron financiar la implementación de la estrategia de turismo de naturaleza científica. A finales de septiembre se acabó ese proyecto, pero el pueblo indígena y los investigadores se preparan para trabajar un nuevo reto con la CEPF: asegurar la posibilidad de que el área de la Reserva Natural se amplíe.
“Fincas que son parte del resguardo del pueblo Awá van a ser dedicadas a conservación, a la amplitud de los bosques para que los animales de la montaña puedan vivir y reproducirse para que se mantengan esa vida y esos animales y todos los espíritus de la montaña puedan pervivir en ese sitio”, indica Cantillo.
Para hacerse visibles y recordarle al mundo que están en lo profundo de Nariño cuidando el medio ambiente, los indígenas de La Planada han empezado a fortalecer sus redes sociales, han consolidado un equipo de comunicaciones con jóvenes Awá para que las imágenes de la prodigiosa biodiversidad de la reservan sean conocidos por hasta 40 turistas que pueden pasar la noche en cabañas dentro de La Planada.
Entre el bosque de niebla, los Awá le piden a los medios, la academia, financiadores filantrópicos preocupados por el cambio climático y los interesados en la protección de las culturas ancestrales que no los dejen solos conservando La Planada y la cosmovisión Awá.