La Fiscalía reveló las circunstancias en las que Éver Veloza García y sus hombres cometieron abusos sexuales contra 42 mujeres en los departamentos de Antioquia, Cauca y Valle.
Los testimonios de las mujeres que fueron obligadas por los paramilitares de los bloques Bananero y Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) a ser sus parejas sentimentales revelan un objetivo en común: todas se vieron obligadas a decir sí a sus pretensiones para sobrevivir. No había otra opción ante la arremetida armada.
Los relatos de las víctimas y las confesiones de los ex paramilitares postulados a la Ley 975, llamada de Justicia y Paz, permitieron que fiscales le imputara ante magistrados de control de garantías numerosos casos de violencia sexual a Hebert Veloza García, alias ‘HH’, comandante de esos dos bloques paramilitares y a 42 de los hombres bajo su mando.
En total fueron 45 casos, de los cuales se imputaron 41 hechos con 42 víctimas perpetrados en los departamentos de Antioquia, Valle y Cauca. El período en el que fueron cometidos va desde el 1 de enero de 1995 hasta el 18 de diciembre de 2004.
José Joaquín Arias García, fiscal 18 de la Unidad Satélite de Justicia y Paz de Cali, indicó que estos delitos fueron cometidos contra las mujeres que habitaban las poblaciones donde Veloza y sus hombres ejercían control territorial y social. El funcionario señaló que esta no fue una política que estaba “escrita” dentro de la organización, pero sí se convirtió en una conducta que muchos de los subalternos y comandantes ejercieron.
Los hechos expuestos por el ente acusador muestran que los paramilitares no sólo obligaron a algunas mujeres –menores de edad y adultas- a que fueran sus parejas, también las usaron como esclavas para que les lavaran sus uniformes, les plancharan o les hicieran de comer. Otras de las víctimas fueron estigmatizadas como guerrilleras o auxiliadoras del bando enemigo, torturadas y abusadas delante de sus hijos durante las incursiones. La Fiscalía también encontró casos en los que las mismas integrantes de las autodefensas eran accedidas sexualmente dentro de las mismas filas.
El abuso o la muerte
Testimonios de algunas mujeres víctimas revelan cómo se vieron obligadas a decir sí a las pretensiones de los paramilitares para sobrevivir. Un caso que ilustra esta situación ocurrió en el corregimiento San Miguel, en Buenos Aires, Cauca. El 30 de junio de 2000 cerca de 200 integrantes del Bloque Calima llegaron a esa zona. El control social inició con las restricciones en el acceso de alimentos y cometieron asesinatos selectivos a quienes consideraban opositores o miembros de la guerrilla.
Los paramilitares se instalaron en algunas de las viviendas de las víctimas. Las mujeres fueron obligadas a realizar actividades domésticas. “Ellos me decían que les lavara los uniformes, que les planchara, que les cocinara sin que me pagaran por eso”, relató una de las víctimas.
El grupo ilegal permaneció durante tres años en el corregimiento. Una mujer del lugar, que fue la pareja de un comandante identificado con el alias de ‘Clavijo’, relató que tuvo que terminar la relación que tenía con su compañero sentimental cuando llegaron los integrantes del Bloque Calima.
“‘Clavijo’ mandó a la escolta de él -unos cuatro hombres- a recogerme donde yo vivía. Eran más o menos las 9 de la noche. No recuerdo la fecha exacta. Me dijeron que el comandante había mandado por mí. Yo sabía para qué me llamaba. Yo no estaba enamorada de él, porque ni lo conocía. Pero fui porque sabía que había opción de librarse. Y ahora pienso que fue una estrategia de supervivencia mía, pues en ese momento pensé que era mejor que el comandante se fijara en mí, y no quedara a merced de la cantidad de hombres que estaban en la vereda. Pues eran tantos los hombres y tan pocas las mujeres que era algo que no podía a evitar.
Cuando llegué estaban ‘Percherón’ con sus escuadras, es decir, había unos 30 hombres incluyendo la escuadra de ‘Clavijo’. Al llegar me saludaron y me invitaron a pasar a un cuarto. Nos quedamos solos ‘Percherón’, ‘Clavijo’ y yo. Allá estuvimos unas dos horas. Ellos estaban tomando. Me sentí como si yo fuera una dama de compañía. Pues ellos conversaban entre ellos. Yo no quise tomar, aunque ellos me ofrecían trago. Luego ‘Percherón’ se fue como a las dos horas y me dejó sola con ‘Clavijo’. Pude notar que ‘Clavijo’ estaba desinhibido por los tragos. El me abordó y yo ya supe que iba a pasar y no opuse resistencia. Durante la relación sexual me sentí usada porque yo no sentía nada”. La víctima narró que en el corregimiento comenzaron a “estigmatizarla”, pues la llamaban la ‘doña’ o la ‘señora del comandante’.
Aunque los paramilitares han manifestado de manera reiterada que las relaciones sexuales fueron consentidas porlas víctimas, el fiscal manifestó que no se podía hablar de consentimiento cuando los miembros del grupo ilegal ejercían el poder de las armas en el territorio.
Menor abusada
Los paramilitares también abusaron de menores de edad. Uno de los casos ocurrió en la vereda San Vicente, municipio de Dagua, Valle del Cauca. Para el 13 de septiembre de 2001 la niña, de 13 años de edad, comenzó a ser perseguida por uno de los comandantes de la zona identificado como ‘Álex Putumayo’. Primero la abordó una mujer en la calle diciéndole que el paramilitar “le enviaba saludes”. Al día siguiente, cuando ella regresaba del colegio, ‘Álex Putumayo’ le mostró un revólver y la obligó a subirse a su moto. Luego la llevó hasta la casa.
“Cuando llegué a mi casa, fui hasta donde mi mamá, la abracé y me puse a llorar. Me preguntó que qué me pasó y él estaba afuera escuchando. Le dije que él me estaba amenazando y que quería que yo fuera su novia. Y se entró a la casa y dijo: ella tiene que ser mi novia gústele a quien le guste. Y yo lloré y lloré cuando dijo: y no vayan a hablar con la Policía porque vengo y mato a tu mamá”, relató la menor.
A las 10 de la mañana del día siguiente, ‘Álex Putumayo’ ingresó a la escuela donde estudiaba la menor, quien cursaba tercero de primaria. Primero le dijo al portero que llevaba un yogur para la niña, pero al ver la negativa del vigilante lo amenazó con el arma. El hombre fue hasta el salón donde estaba la menor. “La profesora gritó, ‘¡allá viene ese señor!’. Todos tratamos de escondernos y yo corrí a esconderme detrás de la profesora. Él sacó el revólver y dijo yo voy allevarme a esta niña. La profesora dijo ‘no te la lleves’, pero por encima de ella me sacó jalada”, según la narración que le hizo la niña a la Fiscalía.
Desde ese momento el hombre la dejó encerrada en una casa que no tenía ningún mueble. Lo único que tenía la menor era su ropa, que el hombre le había quitado a la madre de la niña bajo amenazas.
“Cuando volvió me violó. Después se fue y me dejó encerrada sin comida. Yo lloraba, agachada, sentía que me quitó lo que uno más cuida. A las tres horas regresó con cajas de comida, porque él tenía contactos con restaurantes, y trajo una estufa como quien dice se tiene que poner a cocinar. Y yo no podía comer de verme así toda destrozada. Él me decía, tienes que comer, porque de ahora en adelante vas a tener que cocinar vos. Me decía: ‘cociná que yo ya vengo a comer’. Y yo no sabía qué hacer. Hice unas habichuelas. Yo siempre había sido estudiante, entonces como eso quedó salado y crudo, me pegó puños y patadas, e hizo lo que quiso conmigo”, narró la víctima, quien recuerda que cada vez que el hombre salía cerraba con llave la puerta de la casa.
La menor contó que a los únicos que veía era a otros paramilitares que llegaban a la vivienda. “Una vez entró alias ‘El Chacal’ y otro de nombre Alex, que le decían alias ‘El Mono’. Y dijeron: ‘viejo, vamos a hacer una vuelta. Se encerraron a limpiar las armas. Cuando se fueron vi por un huequito del vidrio de una ventana y se subieron en una camioneta blanca. Y yo pensé que podría salirme y me di cuenta que me habían dejado encerrada con candado. Se fueron como a las 5. Y esperé como hasta la medianoche. Yo decía dentro de mí, cuándo vendrá otra vez a atormentarme. Amaneció y él no llegaba. Tocaron la puerta, pero hubo que llamar al dueño de la casa para que abriera la puerta. El que tocó era un muchacho del barrio que decía que habían matado a ‘Alex Putumayo’. Yo estaba en pijama, me cambié emocionada. Yo ese día volví a las manos de mi mamá. Ese día ella me dijo que me iba a hacer una prueba de embarazo para saber si podía seguir mi estudio”.
John Bainer Romero, uno de los postulados, declaró ante la Fiscalía que ‘Álex Putumayo’ fue asesinado por orden de los mismos comandantes del grupo en la región. Según él, ya tenía información “que le estaba dando maltrato (a la menor), que no la dejaba salir a ninguna parte. Que le pegaba. Eso se lo reporté a ‘Marrana’ (comandante de la zona). A él se le fusiló en el puente Las Garzas.
La víctima contó que permaneció durante dos meses secuestrada por ‘Álex Putumayo’. Al día siguiente del homicidio, la menor fue con su mamá al hospital y le informaron que tenía dos semanas de embarazo. “Ese día ella me dijo que me iba a hacer una prueba de embarazo para saber si podía seguir mi estudio”.
El poder de las armas y los comandantes
Esas mismas presiones que sufrieron las civiles también fueron ejercidas sobre otras mujeres que hacían parte del grupo paramilitar. La Fiscalía leyó el testimonio de una menor que perteneció al Bloque Bananero. Ella fue reclutada en noviembre del 2000, cuando tenía 16 años.
“Un día estaba como escolta de ‘Manguito’. Fuimos para Nueva Antioquia (corregimiento de Turbo, Antioquia). Allá tomamos. Me quedé donde una señora civil. Cuando me desperté a la madrugada, estaba Juan Carlos Mendoza Mirando, alias ‘Juan Pablo’, al lado mío. Me forzó, me amenazó con arma blanca, me destrozó el camuflado, me golpeó la cara y me dijo que tenía que estar con él. Y abusó de mí sexualmente. Fue como media hora. Me dijo que no fuera a decir nada porque si abría la boca me pelaba. Nunca dije nada porque a uno le prohibían hablar del comandante. Eso fue en el año 2004”.
Para ese mismo año los abusos contra la menor siguieron: “Fuimos a hacer una operación y acampamos cerca de unos cultivos de teca. Entonces cada uno hizo su cambuche. Como a la medianoche sentí que alguien se acercó a la hamaca y vi que era él (Juan Pablo). Me tapó la boca y dijo que si no me dejaba me descargaba el fusil. Me dijo que me tenía que quitar la ropa y estar con él. Yo no quería. Ese día me quitó la hamaca y me tiró al piso”.
Días después la menor fue violada por el comandante del grupo, Alberto Plazas, alias ‘Guatinajo’. Uno de las escoltas le dijo que ‘Guatinajo’ la esperaba en un recinto, donde él estaba solo. “Fui y allá me dijo que si hablaba de él, me pasaba lo que le pasó a Claudia (asesinada a manos de ‘Guatinajo’). Él lo hizo una vez. Y todos le tenían miedo. Él era un sicario, no le importaba matar a sangre fría. Ese día me dijo que me sentara, y me empezó a quitar la ropa y me tocó hacerlo por el miedo que le tenía a ese hombre”.
Hombres asesinados, mujeres abusadas
El control territorial en las zonas que iban ocupando los hombres de ‘HH’ se caracterizó por los homicidios, desplazamientos, actos de terrorismo y violencia sexual basada en género. Muchas viudas han empezado a relatar a la Fiscalía las violaciones que sufrieron durante esas incursiones paramilitares. Cuando llegaban a las veredas o corregimientos, un grupo de combatientes asesinaban a los hombres señalados de pertenecer a la guerrilla o de ser auxiliadores, mientras tanto, otro grupo retenía a sus esposas o familiares y las violaban, en algunos casos, antes de asesinarlas.
Durante la incursión de los paramilitares el 23 de agosto del 2001 a la vereda Río Bravo, del municipio Calima-Darién, Valle. Cerca de 100 paramilitares asesinaron a 19 campesinos. Tres de los miembros del Bloque Calima retuvieron a la esposa de uno de los hombres asesinados, porque según ellos era guerrillera. La mujer se encontraba en el patio de su casa extendiendo una ropa. Los hombres se encerraron con ella en el cuarto de la planta baja, la torturaron y la abusaron delante de su hijo. La víctima terminó con varias contusiones en su cadera, y para que los violadores no la abusaran más, se hizo la muerta. Los paramilitares la arrojaron a una volqueta.
La mujer contó ante la Fiscalía que “lo que a mí me hicieron no tiene perdón de Dios. Ellos mataron también a mi esposo. Yo sí fui líder. Fui secretaria de la presidencia de la Junta de Acción Comunal, y mientras ellos hacían la masacre, otros hacían sus cosas. Pero con ellos decir que yo era guerrilla podían hacerme cualquier cosa. Yo fui sacada de la casa, después me violaron y me mandaron en una volqueta como si fuera una basura. El niño vio todo”.
El fiscal informó que el postulado John Bainer Romero López, en versión libre del 26 de junio, confesó que “ella fue sacada de la casa y llevada hasta una estación de Policía. “Por orden de ‘Darío’ y de ‘Manuel Malo’ se entregó al grupo de este último y de ‘Guacuco’. Toca pedirle perdón, porque fuimos nosotros los que pasamos por ahí”. La víctima debió hacerse controles por cerca de un año en un centro asistencial de Bogotá por las heridas que tuvo en la cadera.
La Fiscalía también se refirió al caso de una líder de la zona rural de Tuluá, Valle, que fue torturada y violada por comandantes de la zona. El ente acusador indicó que el 16 de septiembre del 2000 la mujer iba en un bus desde el casco urbano hacia el corregimiento de Ceylán. El vehículo se detuvo en un retén que habían instalado las autodefensas en la vereda Boquemonte, a la entrada de la hacienda La Luciana. Todos los pasajeros continuaron su trayecto, menos la líder.
Los paramilitares le quitaron la maleta y “se rifaron” su ropa interior. En la hacienda estaban los hermanos Perea, uno de ellos comandante de la zona. Los hombres la insultaron y la señalaron de ser auxiliadora de la guerrilla en la vereda Chorreras. Luego la llevaron a otro sitio donde había un grupo mayor de paramilitares. El testimonio recogido por la Fiscalía señala que “allí Perea, ordenó que le dieran un palín y una pala, porque esa noche la ajusticiaban. Sin embargo llamó por radio e informó por su captura al comandante ‘Santos’. Quien al verla preguntó si la habían tocado lo que ellos contestaron negativamente, que estaba sucia porque estaba haciendo el hueco”.
‘Santos’ le hizo un interrogatorio y luego “ordena que le quiten la sudadera, para que le diera frío y la siguiera interrogando. Todos los paramilitares que estaban en el sitio comenzaron a burlarse y a pedirle que se las entregara a ellos, porque llevaban harto tiempo sin salir y además iba a morir. Santos dijo que no, porque primero iba él, y que si le gustaba luego la rifaba. Los hermanos Perea la sujetaron y la llevaron hasta una carpa, le separaron los pies y las manos y se los amarraron a cada uno de los palos que sostenían la carpa, le quitaron la ropa interior, le introdujeron la punta de dos fusiles en sus genitales, se masturbaron y los tres abusaron de ella. Al mismo tiempo consumieron alucinógenos. Perea le pegó cuando empezó a sangrar y obligó a sus hombres a que la bañaran con agua fría”.
La mujer fue abusada durante siete días. Un miembro del Bloque Calima se había comunicado con sus familiares y después ellos hablaron con los comandantes para que la liberaran, pero el daño ya estaba hecho.
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