#ResistiendoEnCuarentena. Abrimos este espacio para que víctimas y comunidades afectadas por el conflicto armado cuenten cuáles son sus necesidades y cómo lidian con la pandemia del Covid-19.
Por Angelina Isabel González Jiménez, gestora ambiental y profesora rural de la vereda Camarón, El Carmen de Bolívar.
Desde que inició el aislamiento preventivo obligatorio por culpa del Covid-19, para evitar el contagio y la propagación, jamás he salido de mí parcela.
Desde mi casa, por medio del celular, me comunico con amigos y familiares.
Desde lejos saludo a mis vecinos y amigos de mi vereda.
Como es una comunidad sin conectividad y sin fluido eléctrico, yo me encargo de informar de voz a voz todo lo relacionado con la pandemia hasta los contagios, muertos y los que libran la enfermedad.
Les describo como es el ventilador y su trágico servicio para poder sobrevivir a esta enfermedad.
También les comunico que sólo Dios y el aislamiento social evita el contagio y la muerte.
He sufrido mucho porque mi casa era muy visitada y ahora nadie la visita y la soledad me asusta.
Las salidas al pueblo o a la ciudad no me afectan en nada porque soy muy feliz en mi casa, atiendo las aves de corral, carneros, cerdos.
Tengo unas trojas caseras que requieren de mi presencia, mi amor, mi compañía, hablo con cada plántula y eso es relajante, motivador, y me hace feliz mi aislamiento, y por eso lo considero voluntario.
En la mañana y en las tardes visito un vivero comunitario de 60 mil plántulas de diferentes familias, les digo que es maravilloso sentir su fragilidad y reconocer la gran importancia que genera su existencia. Allí hay oregero, ceiba roja y blanca, tolúa, bonga, carito, cedro, mamones, pan de dios, caimito, papaya, guanábana, guama, siete cueros, anón, chirimoya, papayita de monte, limón, camajón, suan, uvito, pepo, campano, guayacán, polvillo, bajagua, llorona, cañañola y tomate de árbol, entre otros.
Esa frescura y ese ambiente tan exquisito y placentero que vivo en medio de tantas planticas hasta me creo que soy una más.
También tengo una pequeña tienda que me hace convivir y compartir el día a día con mí gente bella.
Con la televisión me actualizo cómo va el mundo.
También tengo tiempo para escribir las vivencias de cada campesino que se me acerca a quejarse o comentar algo relacionado con la pandemia.
Miro como algunos niños y niñas estudiantes están felices de estar en casa y otros se quejan porque quieren volver a clases.
Escucho la controversia de los padres: unos piensan en el tiempo perdido de sus hijos; otros piensan y dicen que es mejor perder un año de estudio y no perder la vida por un año escolar.
Tengo mi propia historia de vida y cada día le agrego más.
En mí pequeño bosque hay micos, loros, pericos, cotorras, tities, ardillas, osos perezosos, guacharacas, mariposas, grillos entre otros.
También árboles de caracolí, ceiba, carito, mamón, ciruelas, guamas y algarrobo; son tan elegantes y hermosos que los veo como Adonis y estrellas de cine, imponiendo su figura en medio de las creaturas de este bello paraíso, Camarón.
Sólo sé que soy más feliz aquí que allá en Bogotá.
Mis hijos están en Cartagena y Pamplona, pero no creo que estén lejos porque siempre están en mí corazón.
Los hijos se deben motivar para que vuelen y hagan lo que los hace feliz.
Con relación a la pandemia he podido observar apatía, desinterés, inconformismo, incredulidad, con apreciaciones como “el que va a morir, se muere”; “todos los que van a la guerra no mueren” y “primero mueren pollos que gallo”.
En lo personal, a pesar de que soy muy feliz en mi aislamiento preventivo obligatorio, también pienso y sufro por mis hermanos colombianos muertos, enfermos, encerrados con hambre, miedo, estresados, aburridos, sin dinero, sin trabajo. Eso es muy difícil y angustiante, pero es mejor sufrir vivos que descansar y ser feliz en el silencio de una tumba fría y solitaria.
Ánimo, hermanos colombianos, que con amor infinito de nuestro Dios salimos vivos de esta pandemia y sólo será una pesadilla o un mal sueño en una noche lluviosa con tormentas eléctricas.
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