Este exmilitante de la UP ha vivido el desplazamiento, las amenazas y el robo de sus tierras. Ahora busca recuperar lo suyo en medio de una persecución que aún persiste en el Urabá Antioqueño.
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Wilson* es un sobreviviente. Según sus cuentas, cuatro veces sintió que lo iban a asesinar. Coma campesino que luchó por tierras en Urabá, le tocó vivir entre los fusiles que se tomaron la región: Epl, Farc y desde mediados de los noventa, los paramilitares de Vicente Castaño.
Nació en 1968 en Sopetrán, Antioquia, un pueblo al norte de Medellín. Con dificultad, trabajó en restaurantes y viajó por el departamento, para lograr terminar un bachillerato pedagógico y ser profesor.
En 1987 se fue a Urabá, donde dos tíos llevaban ya varios años buscando suerte. Laregión vivía tiempos difíciles, los campesinos y obreros agrícolas invadían potreros, baldíos y lotes que pertenecían a las grandes empresas bananeras. “Hacían una reforma agraria a su manera”, recuerda Wilson.
Esta zona bananera era uno de los bastiones del Ejército Popular de Liberación (Epl), guerrilla marxista – leninista que impulsó la organización de los obreros de las agroindustrias y que empezó a tomarse el poder a través del partido Frente Popular. Wilson cuenta: “Me empecé a dar cuenta que había mucha influencia de la guerrilla, del Epl, mandaban, decían y hacían”.
Una de las invasiones más emblemáticas fue la de Coldesa en 1986, una finca de palma africana de casi cuatro mil hectáreas, cerca de Turbo, Antioquia. La hacienda pertenecía a una firma holandesa y fue tomada por cientos de campesinos y obreros. En un artículo de Semana de 1989, un bananero se quejaba de la explosiva situación social: “Después de que se tomaron a Coldesa, aquí cualquier cosa puede ser invadida”.
Según Wilson, “El EPL quería meter a los obreros, pero también se metió otra gente. Yo entré un año después, en un lote más cerca de la carretera, que nadie quería porque era peligroso, en cualquier momento se podía meter el Ejército y recogernos”.
Incorizados
Sin embargo, los invasores organizaron una Junta de Acción Comunal (JAC) y empezaron a negociar con el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (Incora). El gobierno les propuso en 1988 títulos de ocho a diez hectáreas para cada familia.
Con los papeles, llegaron los enemigos, recuerda Wilson. No eran ni los empresarios, ni los políticos, ni los paramilitares, sino el Epl. Los tildaron de sapos, por trabajar con el gobierno y de terratenientes y pequeños burgueses, ya que estimaron que era demasiada tierra para tan poca gente.
A través de cooperativa ligada al Epl los empezaron a presionar: “Nos dijeron o aquí se hace lo que dice la cooperativa, o salen con las patas adelante”. El presidente de la JAC, Orlando Salazar, se opuso y dijo que uno de sus hermanos trabajaba con autodefensas en el Cauca. La conversación llegó a los oídos de los militantes de la guerrilla, y los miembros de la JAC se tuvieron que perder.
Orlando Salazar fue asesinado el 8 de agosto de 1989 en su finca, cuando recogía un racimo de plátano, pues no tenía con que pagar el pasaje para escapar. Wilson buscó protección con gente más poderosa. Se refugió varios meses con militantes del Partido Comunista y de la Unión Patriótica (UP), que peleaban el dominio sobre los obreros de Urabá con el Epl.
“Si uno no estaba con nadie, tenía problemas, había que ser del Partido Comunista”, dice Wilson, y empezó a formar una célula comunista con algunos compañeros de Coldesa. En 1990 volvió a la finca, con título en mano.
“La desgracia de la UP fue la desmovilización del Epl”
Un año más tarde el Epl entregó las armas y creó el partido Esperanza, Paz y Libertad. La UP controlaba la región, con alcaldes, concejales y sindicatos. Pero la calma duró poco. Las Farc, en su afán por tomarse las zonas que el Epl controlaba, empezaron a matar desmovilizados que no querían volver al monte. Algunos miembros del Epl crearon los Comandos Populares, una disidencia armada que protegía sus cuadros políticos.
Wilson cuenta que volvió a encontrarse en medio del fuego cruzado: “Mataron a alguien del EPL y me culparon. Venían por mi, 50 hombres armados de fusiles en Currulao. Me tocó irme con solo con lo que llevaba”.
La guerra entre los Comandos Populares y las Farc explotó. Mataban dirigentes, sindicalistas, militantes. El punto más álgido de la guerra llegó el 23 de enero de de 1994, con la masacre de 35 personas a manos de milicianos de las Farc en La Chinita, un barrio de desmovilizados del EPL en Apartadó.
Para los miembros de laUP, como Wilson, la situación se puso peligrosa. Después de varias amenazas y atentados, el partido lo refugió, junto a otros civiles amenazados, en un grupo de las Farc. Allá se escondieron varios meses, hasta que cansados de la vida del monte, volvieron a sus fincas.
Para sobrevivir, parte de los antiguos guerrilleros del Epl se sometieron a las Farc. Pero otros prefirieron viajar a Córdoba, donde la familia Castaño ya tenía un poderoso grupo de hombres armados, y les pidieron ayuda.
En 1996, los paramilitares irrumpieron en Urabá con más de 60 excombatientes del EPL, que ya conocían la región. Tenían además un odio acérrimo contra la UP y todo lo que oliera a comunista. “La desgracia de la UP fue la desmovilización del Epl. El conflicto terminó por salpicarnos y si no me iba, estaría cargando tierra”, recuerda Wilson.
Con la llegada de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu) Wilson volvió a abandonar su finca. Se fue a su natal Sopetrán, y después a Capurganá, Chocó, un pueblo en la frontera con Panamá.
Recuperar la tierra
Hasta 2006, Wilson escuchó que había una convocatoria de la Fiscalía para las víctimas de las Auc. Decidió contar su historia y tratar de recuperar sus tierras. El Incoder volvió a adjudicar su predio, según él de manera fraudulenta.
Para recuperarlo se unió a Benigno Gil, un líder de desplazados que agrupó más de 1.200 campesinos despojados de la región, que ocupaban las tierras que les habían quitado para agilizar las restituciones.
Fue así cómo logró volver a Coldesa. Sin embargo, su compañero Gil fue asesinado en noviembre de 2008. Por este motivo Wilson no se ilusiona demasiado, ya que sabe que “los problemas siguen, la pobreza sigue, como no se va a repetir si el caldo de cultivo sigue ahí. Hay a quien le interesa la guerra y siempre lo habrá”.