Este pueblo, que habita el suroccidente colombiano, combatió la pandemia por medio de su medicina ancestral. A pesar de que sus líderes tuvieron en cuenta las medidas de bioseguridad establecidas por el Ministerio de Salud, su conexión con el territorio fue fundamental en su proceder.
Por: Keka Guzmán – Universidad del Cauca
@kekaguzman_
Hace frío.
Dicen que son los espíritus.
El viento sopla fuerte.
También es por los espíritus.
Salió el sol. Al parecer es sol de lluvia porque está rodeado de nubes grises. Va a llover. Así lo decidió la tierra, así lo quieren los espíritus y así lo sintieron los mayores.
Todo es cuestión de conexión. Quizás es magia. Magia a través de los sueños que se hace tangible en la tierra para quienes fueron elegidos.
—Los espíritus nos guían para el relacionamiento con nuestra Madre Naturaleza —dice Luis Felipe Muelas, taita y coordinador de la Casa de Salud y Nutrición Frailejón en la vereda de Sierra Morena, Cauca, Resguardo de Guambía.
Sentado en una silla hecha con llantas de carro, sonríe y dice con orgullo que es Misak, que el espíritu del viento lo acompaña, que nació del agua y que su equilibrio está a través de los seres tutelares, el Pishimisak (mujer) y Kallim (hombre), espíritus de su territorio.
Luis habita el resguardo de Guambía, en la vereda Sierra Morena, que se encuentra ubicado en el suroriente del departamento de Cauca, en el municipio de Silvia. Ahí está la Casa de Salud y Nutrición, la Casa Payán y el laboratorio de medicinas tradicionales.
Se siente mucho el viento. Está fuerte. No para de entrometerse en la conversación. Nos envuelve. Pareciera que no quiere dejar que las palabras se escuchen. O quizás es el aviso de la lluvia. O quizás la ubicación geográfica. O quizás, es simplemente el espíritu haciéndose sentir en su territorio.
El taita Luis Felipe es un hombre sonriente. Mantiene firme su mirada. Entrelaza los dedos de las manos para hablar. Sonríe, siempre sonríe y mira al sol. Todo el tiempo intenta estar en conexión con la Madre Naturaleza. Se logra sentir que él y el viento danzan juntos. Que él y la tierra caminan juntos. Que él y el sol, cruzan miradas y, que él y las plantas se hablan, se tocan, se abrazan. Todo se ve. Todo se siente.
— Nuestra Madre Tierra nos da de todo. Nos da el agüita, nos da la comidita, nos da las plantas. Toda planta que existe en nuestra madre tierra es medicinal —dice y agrega que la pandemia del Covid-19 fue una oportunidad para recordar la importancia de estar en armonía con el planeta, con el cosmos.
— Siempre, en cada tiempo llega una enfermedad. La humanidad misma causó todo lo que estamos viviendo. Nosotros éramos conscientes de eso, de que en cualquier momento podía aparecer algo mortal. Así ha sido en el transcurrir de nuestra existencia con las pestes y es culpa nuestra porque como humanos estamos muy descontrolados, contaminando demasiado a nuestra Madre Tierra.
Cuenta el Taita que en su comunidad se enteraron del Covid-19 por lo que veían en las noticias y dice que eran conscientes de que algo así en cualquier momento llegaría, así como la peste negra y el sarampión. Por eso consultaron a los Mayores, los Taitas, las Mamas y empezaron a hacer estrategias para que la enfermedad no llegara tan duro al territorio.
— El Covid es un espíritu negativo y teníamos que sacarlo de aquí —manifiesta.
Hace un gesto con las manos, las dirige a su pecho y luego las sacude al cielo tres veces. Arruga la frente. Vuelve y sacude tres veces. Pareciera que pudiera coger al virus en sus manos y tirarlo a la nada. Se pone serio y continúa mirando al cielo. Luego baja la mirada, toma aire, cierra los ojos y respira.
El Taita se encuentra en La Casa de Salud y Nutrición Frailejón. Es una estructura blanca y a sus costados tiene pinturas representativas del ser Misak. Está rodeada de imponentes montañas y, en la huerta, hay alrededor de 180 plantas medicinales. A esta casa no sólo llegan Misak, sino también mestizos y turistas que buscan, a través de la medicina ancestral, la sanación.
Cuando uno entra, huele a plantas, no se sabe a cuál, es un olor curativo que abraza el lugar y lo vuelve mágico. En la sala principal hay varios asientos, dos salones de consultas y un estante repleto de jarabes, concentrados, jabones, todos hechos ahí y todos guiados a través de los Mayores, que tienen la sabiduría y logran interpretar sus sueños para proteger a su comunidad.
Todo es blanco. Blanco y verde. El verde de la naturaleza que lo rodea todo. En la parte de atrás de la casa está el laboratorio, el lugar donde la magia se vuelve tangible. Es un espacio grande, está lleno de plantas, huele bien, huele bastante bien. Ahí se encuentra Wilson Eduar Chabaco Muelas, auxiliar de laboratorio, Misak y fisioterapeuta graduado de la Universidad del Cauca. Cuenta Wilson que unió su carrera en la medicina occidental con la medicina propia y que a lo largo de su vida ha logrado entender cómo se complementan la una con la otra.
Habla con orgullo del laboratorio, del ser Misak y de las plantas. Dice que gracias al espíritu negativo que rodeó al mundo, la gente regresó al territorio, a sus raíces y que en ese regresar se retomó el uso y la enseñanza de la medicina propia y eso fue, para él, lo más importante que sucedió en su comunidad tras el Covid-19.
— Al inicio, con la parte espiritual, comenzamos a hacer una limpieza territorial —dice Wilson y añade que empezaron a abordar a la gente con la parte educativa, con el manejo de las plantas, cuáles sirven para controlar los problemas respiratorios, cuáles son las ideales para el tema de la pandemia, todo a través de la radio y las redes sociales.
Humo. Puro humo. La montaña se había convertido en una nube gris. Respiraba espíritus.
Para los Misak, el Covid-19 es un espíritu, un espíritu negativo.
¿Qué hacer cuando se acerca un espíritu malo?
Se combate. Se combate con lo sagrado. Se combate con las plantas. La misma naturaleza da el poder. Las plantas son espíritus, espíritus buenos que llegan a armonizar, a curar, a sanar. La unión de varias de ellas, es poderosa. Puede con todo.
Es una especie de limpieza espiritual.
Y eso hicieron. Sahumaron la montaña. El territorio se levantaba en humo. Cada casa, en cada rincón, prendió su propio sahumerio y esos varios sahumerios hicieron uno solo.
— Cuando se hace el sahumerio se sopla el espíritu negativo y este se va. El vapor es poderoso. Previene, aleja. Le pusimos eucalipto, arrayán, tabaco, las plantas que nuestros Mayores veían en sueños y que sabían iban a ayudar con todo lo de la pandemia. Nosotros recomendamos las plantas que son fuertes energéticamente y espiritualmente, la enfermedad tiene un espíritu. Desde la medicina, con nuestras plantas medicinales, combatimos ese espíritu —comenta el Taita y dice que cada uno de los médicos tradicionales trabajó de manera individual, que hicieron un ritual de armonización, de equilibrar energías, y que después, subieron a los cerros sagrados, a los espacios que ellos llaman de vida, para continuar soplando el espíritu negativo de la pandemia.
Chabaco Muelas comenta que la educación fue importante en ese momento porque como comunidad empezaron a estudiar la enfermedad y a ver de qué forma se podía tratar con las plantas, cuáles serían las ideales para subir el sistema inmunológico.
— Las plantas calientes son las ideales, se dan en las zonas altas, cerca de los páramos, son buenas para fortalecer el sistema inmunológico y además de eso para la vía respiratoria. El eucalipto, el pino, son antivirales naturales, entonces empezamos a dar infusiones —cuenta y agrega que hay diferentes maneras de administrar una planta, puede ser en infusiones, sólo la planta, o una mezcla de plantas. También están los baños de vapor para la parte espiritual, los sahumerios, pero enfatiza en que a pesar de que hay infinidad de plantas, para el sistema inmunológico funcionan mucho el copé, el anís, el eucalipto, el poleo, el hinojo, el sauce, el sauco.
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Para Hugo Portela Guarín, docente de la Universidad del Cauca que se ha desempeñado en el Área de Antropología de la Salud y la Enfermedad, el ser humano en su relación con el ambiente ha podido conocer en detalle todos los elementos que componen la naturaleza. Dice que el medio ambiente ha suministrado todos los elementos para la permanencia del hombre en la Tierra; el agua para beber, el vestido, la alimentación, el abrigo, y comenta que ha logrado un conocimiento profundo de las plantas, estableciendo unos usos y unas clasificaciones, ya sea plantas para la alimentación, para las viviendas y también, plantas para la resolución de problemas de enfermedad.
— Las plantas medicinales son el recurso botánico que la humanidad ha tenido a través de toda la vida para resolver sus problemas de enfermedad — dice.
Cuenta Portela que es difícil saber cuál es el momento del origen de las plantas medicinales, pero cree que se da desde el instante en que aparece el hombre: hace 200 mil años, cuando se consolida la categorización de Homo Sapiens Sapiens. Asegura que desde ese momento hay un vínculo natural, que es inherente.
Pero, ¿cómo saber para qué sirve cada planta?
— Es un conocimiento que viene de la tradición, que viene de la experiencia, del laboratorio de la vida, del ensayo y del error que manejan las personas. En otro tiempo, observaban la naturaleza con gran cuidado, era una observación sistemática y profunda que permitía conocer cuando florecía, cómo eran los tiempos, tenía que ver con ciertos estados temáticos, atmosféricos, ciclos estacionales, etc, es decir, es un conocimiento sistemático a través de la historia que hace que el hombre comience a utilizar plantas medicinales.
Relata Hugo Portela que la teoría de la asignatura permite entender la parte medicinal de las plantas porque tiene como analogía ciertos principios homeopáticos en donde se decía que de acuerdo a la forma que tenían, servía. La planta con forma de corazón podría servir para el corazón; aquellas con forma de fríjol o cuyas hojas la tenían, eran plantas que podían servir para afecciones renales porque el fríjol es semejante al riñón. Pero insiste en que ha sido ensayo y error, quizás, producto del azar. Y, también comenta que un elemento importante es la cultura porque se le ha entregado un valor simbólico a las plantas.
— Muchas veces esa planta, cuando uno la analiza desde el laboratorio para encontrar los principios de activos, no tiene los que podrían servir para curar determinada enfermedad, pero en el contexto de ese grupo humano, esas plantas medicinales tienen un gran poder curativo porque se lo da el poder del lenguaje — enfatiza y dice que son eficaces en la medida en que se consumen en ciertos contextos y rituales donde se le entrega todo un poder a la planta, no físico-químico, sino simbólico.
— Es el poder de la palabra que le da eficacia, si yo creo que esa planta me va a sanar, me sana.
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— La medicina ancestral es una construcción que se hace a través del tiempo, también, a partir de experiencias, de ensayo y error. Ellos no lo hacen desde poca experiencia o básicamente no lo hacen por mala intención, todos los seres humanos hemos estado expuestos a enfermedades desde siempre y cada quien hace la construcción a partir de la observación para tratar de atenuar esa enfermedad y hay quienes la entienden como un desequilibrio con su entorno —dice Víctor Hugo Lozano Fernández, médico, especialista en medicina interna, subespecialista en infectología y coordinador del Comité de Infecciones del Hospital Universitario San José de Popayán, donde se desempeña como infectólogo.
Cuenta Lozano que muchas comunidades indígenas entienden los procesos de enfermedad o de salud-enfermedad, como un desequilibrio con el entorno y que a partir de ahí lo abordan e incluyen las plantas porque muchas veces volver a ese equilibrio depende de la misma naturaleza.
Explica que el trabajo de varias personas dentro de las comunidades es darse cuenta de qué elementos de la naturaleza se pueden usar para establecer el equilibrio y afirma que desde la medicina alopática, es decir occidental, se utilizan recursos de la naturaleza para la fabricación de medicamentos.
—Muchos principios activos se obtuvieron a partir del conocimiento previo que se tenía con plantas, los antibióticos se empezaron a utilizar a partir de ciertos hongos que medían el crecimiento de bacterias, entonces, al final, los medicamentos y la medicina ancestral viene de la misma parte, simplemente que tienen procesos distintos —asegura.
Comenta el infectólogo que para comprobar un medicamento, utiliza el método científico, técnica que permite llegar a que un conocimiento pueda ser considerado válido desde el punto de vista de la ciencia. Y desde ahí ver hasta dónde llega la actividad o la efectividad, con qué se puede mezclar, con qué otros no, todo eso a partir del conocimiento un poco más preciso y molecular del organismo.
—Tal vez nosotros criticamos un poco la medicina tradicional porque carece de esa profundidad de conocimiento y a veces sí hay choques o interacciones no tan buenas de estos medicamentos con medicamentos que nosotros utilizamos porque son metabolizados por el hígado, pueden elevar la toxicidad, bajar la efectividad o volver tóxica la sustancia que está consumiendo como medicina tradicional —explica.
Sobre el Covid-19, recuerda que a través de la historia han habido muchas pandemias y que, de hecho, esta no es la peor. Alerta que cada vez el ser humano está invadiendo más áreas naturales, selváticas y entornos ecológicos, lo que está llevando a que diferentes especies se familiaricen con los entornos urbanos porque se les reduce su espacio o porque se incluye forzosamente como mascotas o por necesidad.
Relata que los murciélagos son vectores de muchas enfermedades que se han identificado en los últimos veinte años. Son por lo menos diez, como el ébola, nipah, coronavirus. Sobre estos últimos, asegura que son virus que han vivido mucho tiempo en murciélagos, se adaptan a otros animales, al hombre y se transmiten por el aire; entre ellos están el Sars y el Mers, cuyos tratamientos generaron conocimiento acumulado que fue aplicado contra el Covid-19.
— La medicina tradicional es un proceso de conocimiento totalmente respetable que ha contribuido a otros tipos de conocimientos como el nuestro, la medicina alopática. Pero así como reconocemos muchas de nuestras limitaciones, quienes actúan a partir de la medicina tradicional deberían reconocer las suyas: hasta dónde me beneficia y qué limitaciones tiene. Hay que establecer un diálogo de saberes para entendernos: qué me puede aportar ese conocimiento tradicional para las enfermedades que yo atiendo y qué le podemos aportar a las comunidades — sostiene.
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Durante el 2020 el Gobierno Nacional decretó el aislamiento preventivo obligatorio en Colombia para evitar la propagación del Covid-19, que incluyó un conjunto de medidas sanitarias y cambios de rutina diaria, que incidió a nivel económico, social y político. Al igual que muchos sectores del país, la comunidad Misak no pudo salir a ningún lugar y se vio afectada económicamente. Los productos que cultivaban en el territorio ya no podían ser vendidos en las zonas donde se desplazaban para comercializarlos. Cuenta el Taita y Wilson Chabaco que la comida se perdió, que no tenían ingresos y que fue una crisis compleja de manejar.
Aseguran que terminando el 2020 e iniciando el 2021, las autoridades guiadas por la normativa nacional dejaron libre el territorio, la comunidad salió a vender sus productos y ahí es donde llegó el Covid-19 al territorio.
Cuenta el Taita que llegó la enfermedad, pero no fuerte por todo lo realizado con las plantas medicinales.
— Solamente atacó a quienes estaban descuidados, pero quienes estaban tomando plantas medicinales no les atacó tan duro, llegó, pero no es fuerte, está pasando, confiamos en nuestra medicina — asevera.
Sin embargo, según datos del Instituto Nacional de Salud, hasta el 19 de febrero de 2022, a nivel nacional se registraban 80.998 miembros de comunidades indígenas contagiados, 78.260 recuperados y 2.219 fallecidos.
Para el caso de Silvia se registraron 970 casos, teniendo como referencia el reporte del 20 de febrero de 2022 de la Secretaría de Salud de la Gobernación de Cauca. Co.marca Digital quiso establecer con la alcaldía del municipio el número de casos y de estos cuántos correspondían a la comunidad Misak, pero no fue posible. La información entregada no fue clara, por lo cual, este medio se abstuvo de publicarla.
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Para Wilson Chabaco, la pandemia tuvo un valor y fue retomar el territorio, volver a las raíces. “Para nosotros como comunidad uno de los elementos esenciales es el volver a donde nacimos, donde tengo sembrada la placenta, entrar en conexión con el territorio, si uno camina el territorio, es como uno aprende a vivir como Misak, entonces se retoma esa parte y ciertas prácticas culturales como el diálogo, el compartir, la alimentación, el trabajo, la mingas, el trueque. Fue como despertar otra vez”.
Por su parte, el taita Luis Felipe recuerda cómo varias personas de su comunidad habían dejado a un lado la medicina propia, sus raíces. La pandemia, insiste, fue una oportunidad para recordar quiénes son, de dónde vienen y pensar en cómo seguir manteniendo su legado. Volver a sembrar en las huertas las plantas, fue un gran paso para no caer en el olvido. Además, asegura, previno la enfermedad, las agüitas son curativas. Él lo ha visto en sus sueños y lo hace palpable en su realidad.
— Acá en el laboratorio empezamos a investigar la medicina para combatir esa enfermedad tan compleja que ataca los pulmones, las energías y presenta dolores, fiebre. Se necesitaba de varias plantas, no solamente de una, sino de muchas. Nosotros todo lo manejamos con ellas, empezamos a combinarlas, entre frías y calientes para atacar la enfermedad y prevenirla.
Para Wilson Eduar, algo muy valioso fueron las huertas, porque desde ahí se le empezó a dar valor no sólo a las plantas nutricionales, sino medicinales, espirituales. Entonces la comunidad las fortaleció con plantas medicinales como la caléndula, la ruda, el eucalipto, el pino.
También elaboraron jabones especiales porque con la normativa de que todo personal debe lavarse las manos y desinfectarlas con alcohol, era importante pensar en el contacto con el territorio, por eso, utilizaron plantas como desinfectante.
Como el Covid-19 en varias ocasiones empieza con molestia a la garganta, un ‘anticovid’, como los Misak lo llaman, ha sido el chirrincho combinado con las plantas del páramo. “Hay plantas del páramo que son muy eficientes, plantas templadas, plantas de la parte baja, cúrcuma, jengibre, cannabis y eso le da unos toques especiales, sabores que previenen. El alcohol es caliente y lo ataca desde la garganta, se queda y se va sanando. Para hacer el chirrincho se fermenta jugo de caña por 15 o 20 días y luego se le pone las plantas del páramo”.
Por su parte, el Coordinador del Comité de Infecciones del HUSJ, señala que desconoce cuál ha sido la construcción de conocimiento alrededor del chirrincho y que no sabe con qué fin se utiliza. Dice que si lo ve desde el punto de vista de una bebida alcohólica, sabe que el alcohol tiene algunos efectos sanitizantes sobre superficies y desde ahí podría dar una lectura pero probablemente sea demasiada parcializada e incompleta acerca del conocimiento y la interpretación que le dan.
Asegura que los Misak deben tener toda una tradición con la cual llegan a la conclusión de que es una bebida que sirve para combatir el Covid-19, y probablemente funcione, pero no se sabe qué causa dentro del organismo, y acentúa, que no se puede asegurar porque no se ha evaluado ni desde la medicina ancestral, ni desde la alopática qué efecto pueda tener.
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Vuelve y dice que las plantas son espíritus.
Le hablan. Lo llaman. Lo abrazan.
Dice que hay plantas que generan armonía, otras abundancia, otras que previenen enfermedades.
Pero, ¿cómo conectar con la Madre Naturaleza? ¿Cómo lograr esa conexión espiritual?
— Cuando nacemos sembramos nuestra placenta en la tierra. Ahí se ubica la conexión con ella. Ahí está la conexión directa con nuestras plantas medicinales.
Cuenta que varias personas pierden ese vínculo y que muchas veces es porque no sembraron su placenta. “A nosotros como médicos nos toca hacer mucha fuerza para conectar a la persona con las plantas medicinales, pero si en el momento de la llegada al territorio, sembraron la placenta, hicieron el ritual de siembra, es más fácil como médicos actuar”.
Cuando alguien llega al territorio, siembran la placenta, hacen un ritual y después, se realizan baños con más de 40 plantas. No sólo a quien llega, sino también a la madre. Después se debe hacer un refuerzo. Si es mujer, se hará cuando llegue su primera menstruación y si es hombre, cuando le cambie la voz. Así se fortalece la conexión con las plantas.
— Yo me conecto con la planta. Ella me habla, me dice sí o me dice no, no puedo ayudar ahí, no es mi energía.
Es algo mágico. Levanta las manos al sol y sonríe.
Pero quizás va más allá de la magia.
El pueblo Misak tiene clasificada a la Madre Tierra en tres espacios, en cada uno están los espíritus mayores.
En el espacio está el espíritu de la luna que es femenina, el espíritu del sol que es masculino, el espíritu del aguacero que es masculino, hay planetas femeninos, masculinos, todos emiten energía. Luego, se baja al territorio, ahí están las lagunas, la fuente de la vida. Y después, está el subsuelo.
En todos, están la energía femenina y masculina. Se complementan.
Quizás sea un don. Un don de poder escuchar a la Madre Naturaleza. Oír y sentir el más mínimo movimiento. Aprender a amarla en la cotidianidad de la vida.
Los Misak, dice, son origen del agua, del arcoiris y del pensamiento. Son seres naturales nacidos de la madre tierra. Y ese, es el hecho que abre caminos a la conexión espiritual con los espíritus mayores.
Los espíritus los guían.
— Nosotros tenemos el universo, tenemos nuestras plantas, ahí está la medicina. La Madre Naturaleza ofrece toda su sabiduría y yo creo en ella, creo en mi medicina, no me voy a vacunar, lo único que quieren hacer es economía y lo consiguen con el miedo que crean en la comunidad —dice Luis Felipe, el taita, y concluye afirmando que tenemos que buscar conciencia de querer a la Madre Tierra, de relacionar con nuestras plantas medicinales, con nuestras semillas, con nuestras aves, con nuestros animales, con nuestros cosmos, porque según él, eso es lo que nosotros como humanos tenemos que empezar a entender, de cómo tenemos que vivir a nuestra Madre Tierra, cómo tenemos que quererla, esto es un llamado.
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Según el informe del Plan de Vacunación Covid-19 del 23 de febrero de 2022 emitido por la secretaría de Salud de la Gobernación del Cauca, la cobertura por vacunas para el municipio de Silvia es del 25.47%.
Víctor Hugo Lozano afirma que no puede negar que las vacunas sean una cuestión económica porque no las dan gratis, las compra el gobierno. También dice que él fue una de las primeras personas vacunadas en Popayán en febrero del 2021, y que gracias a eso, sigue con mayor confianza en contacto directo con pacientes contagiados por el virus. Cuenta que después de un año y medio atendiendo la sala Covid-19, se contagió pero no fue en el hospital, fue en un viaje.
— Definitivamente tenemos que empezar a dialogar con las comunidades, no para convencerlos porque no es una cuestión de convencerlos, sino, para hacerles una propuesta para que entiendan el Covid-19 desde nuestra cosmovisión. Proponerles la vacuna dentro de su entorno de atención de la enfermedad, de prevención, para evitar que se mueran. Cuando ellos nos proponen su métodos yo nunca los cuestiono, ellos construyen conocimiento a partir de experiencias nuevas que muchas veces se ven después de muchos años—comenta Lozano y concluye haciendo una invitación a la gente a que se vacune y no ignore la situación del Covid-19.
* Foto de apertura: Angie Ramírez
Esta producción fue realizada gracias al apoyo del Fondo de Respuesta Rápida para América Latina y del Caribe, coordinado por Internews, Chicas Poderosas, Consejo de Redacción y Fundamedios, y a la alianza periodística entre VerdadAbierta.com, Co.marca Digital, Radio Campesina de Inzá y la Escuela de Cine y Televisión Étnica de Santander de Quilichao.