Todos saben lo que pasa, pero prefieren callar. El miedo a denunciar ha hecho de los habitantes de Tumaco cómplices, sin querer, de una guerra a la que nadie le ve fin. El más reciente hecho, la bomba contra la estación de Policía, les recuerda en dónde están.
Mientras recogen los escombros, los habitantes de Tumaco recuerdan la ley del silencio que han impuesto Los Rastrojos y las Farc.Fotografía de León Darío Peláez/SEMANA. |
“Aquí quedamos los que no tenemos a dónde ir”. La frase es de Piedad Quiñónez, hermana de Aura, una de las nueve víctimas mortales que dejó, el pasado miércoles, el atentado contra la estación de Policía de Tumaco (Nariño). Le duele. Sabe que vive en un lugar que ya no habla de balas y de riñas con puñal, sino de bombas y estallidos de granadas.
“Lo que pasó con la estación de Policía se veía venir. Lo único sorprendente es que fuera a plena luz del día”, dice un comerciante. Lo repite una monja. Y lo reconoce el alcalde.
Pocos mencionan a las Farc. Todos hablan de Los Rastrojos. Dicen que están entre ellos, que extorsionan, que amenazan, que matan. En las esquinas, mientras ven cómo se recogen los escombros en que quedó convertida la estación de Policía, recuerdan al carnicero al que una granada lo dejó sin piernas. El dueño del local en el que trabaja no pagó una ‘vacuna’. Lanzaron una granada y le cayó a él.
En las casas en donde velan a los muertos dicen que es mejor no denunciar porque “no hay en quién confiar”. Saben que, sin quererlo, son cómplices de la guerra que se vive en su pueblo, pero delatar es para muchos “colgarse una lápida en el cuello”.
La gente no cree en las autoridades. Y las autoridades lo saben. El alcalde de Tumaco, Víctor Gallo, asegura que es esa la situación más difícil de sortear. “Reconozco que no hay confianza en la Policía, por eso ante el anuncio del presidente Juan Manuel Santos de mandar más uniformados al municipio le pedí ayuda con un programa integral. Acá el problema es de raíz y la solución lo debe ser también”, dice Gallo.
Lo que pasa en las escuelas es una alerta para algunos de lo que seguirá siendo el futuro de este pueblo. “Los niños ya hablan de ‘fierros’ de ‘vueltas’. Les sacan plata a los más débiles a punta de amenazas”, dice Liliana, quien hasta antes del atentado tenía un restaurante. Ahora no tiene nada. “Todo se vino al piso”, señala.
El censo parcial de los daños materiales que dejó el atentado habla de 220 infraestructuras afectadas (72 comerciales) y 140 familias damnificadas. El presidente anunció ayudas, el alcalde suspendió el insigne ‘Carnaval del Fuego’ y aseguró que los 300 millones que, anualmente se invierten en la festividad, serán destinados a las víctimas.
Ellas esperan que así sea, pero lamentan que a los comerciantes que perdieron mercancía en el atentado les hayan ofrecido facilidades para créditos, pero no una ayuda concreta que les permita recuperarse.
El plan de desarrollo 2008- 2011 sostiene que los nariñenses no alcanzan el 50 por ciento de los ingresos que, en promedio, recibe el resto de los colombianos. No hay empleo.
Los jóvenes que logran terminar su bachillerato no consiguen trabajo formal. Vender chontaduro o conseguir una moto para transportar gente parecen ser sus únicas alternativas. Esto, si antes no son tentados a hacer parte de las bandas criminales (Rastrojos, Águilas Negras), que según comerciantes y las mismas autoridades, han hecho de la extorsión el principal desangre de los habitantes del pueblo.
Después de la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia, a Tumaco, según la Defensoría del Pueblo, llegaron sus herederos, las ÁguilasNegras. Y aunque gran parte de sus integrantes fueron absorbidos por los Rastrojos, su presencia se siente. Sobre todo en los últimos tiempos cuando su alianza con las Farc los ha hecho más fuertes.
“El gran desafío, que parece estar perdiendo la fuerza pública, es enfrentar la amenaza de esa alianza. La calma que por mucho ha reinado durante cinco meses, se alteró con esa maquiavélica unión. Desplazamiento, boleteos y homicidios son noticias que se oyen a diario”, dice una fuente que pidió mantenerse en el anonimato.
En el año 2011, según la Policía, hubo en Tumaco 220 homicidios. La gente en la calle dice que la cifra ya pasó por ahí, que fue mucho más alta. Es difícil encontrar a alguien a quien no le hayan matado a un pariente o a un conocido.
Nadie se sorprende de nada. Y siempre esperan lo peor. “Así como estaba cantado lo de la estación de Policía, lo está que el puente El Morro, por el que se entra al municipio lo van a volar algún día”, sostiene la misma fuente.
¿Cuál es la solución? Nadie sabe qué responder. Para el Gobierno aumentar el pie de fuerza parece ser una salida. Pero los que viven en Tumaco no creen lo mismo. “¿Más Policía para qué?”, se preguntan. Y recuerdan que el barrio Viento Libre (uno de los ocho más peligrosos) fue el lugar de origen de la carga explosiva que detonó el miércoles, aún cuando para salir de allí es necesario pasar por un control de la Armada y otro de la Policía.
“¿Cómo se explica que con las autoridades ahí, los 40 kilos de explosivos hayan pasado?”, cuestionan. Todos guardan silencio.
Publicado por Semana (Por Sally Palomino, enviada a Tumaco). Viernes 3 Febrero 2012