Este miércoles DeJusticia publicó Que nos llamen inocentes: testimonios de detenciones arbitrarias desde El Carmen de Bolívar, un completo informe sobre las capturas masivas de campesinos en ese municipio de los Montes de María, quienes fueron encarcelados y dejados en libertad posteriormente por falta de pruebas. El documento recoge los testimonios en viva voz de 19 víctimas, el cual también pretende ser un insumo para la Comisión de la Verdad.
A continuación, reproducimos el relato de José María Gracia Benítez, quien a sus 63 años es una sobreviviente del conflicto armado y del uso arbitrario del sistema judicial durante los años de guerra. Consulte aquí los demás testimonios.
Yo nací en El Carmen de Bolívar, el 8 de octubre de 1955, pero en la cédula aparece que nací en el 53. Mi esposa Mariela y yo nos conocimos en el 73, en El Carmen, y nos fuimos a vivir juntos dos años después. En 1977 tuvimos nuestro primer hijo. En el pueblo se vivía sabroso pero, como mi hermano vivía acá en el monte, se le metió la idea de que nos viniéramos también para el monte. Pensábamos quedarnos por dos años y ya llevamos 39. Uno se queda donde le va bien.
Me vine a vivir aquí, a la vereda Tierra Grata, en 1979, cuando rondaba los 25 años; recuerdo que fue el 17 de septiembre. Me instalé aquí definitivamente porque esta es una tierra buena para el campesino. Es más fresquito y la tierra es más fértil, y ya tenía trabajo: sembraba ñame, yuca, maíz, plátano, arroz, ajonjolí y aguacate.Vendía aquí mismo y en Sucre, en Chengue, que es más cerquita para subir desde acá arriba. Me iba en burro.
Nosotros conseguimos esta parcela con mucho esfuerzo. Se la compramos a Gabriel Mora, quien hacía parte del comité de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), línea Sincelejo, de la que yo también hice parte desde el año 1975. Con este comité luchamos esta tierra. Toda la vereda Tierra Grata era de Antonio “Toño” Mora, quien la tenía con ganado, pero no aparecía registrada a su nombre. Él era de El Carmen. Los dirigentes de la ANUC nos decían que siguiéramos la lucha, que teníamos el respaldo del Estado, del INCORA, que nos habría de titular las parcelas.
A pesar de eso, las tierras todavía no se han titulado y a los campesinos nos han tratado como objetos sin valor. Nadie nos presta atención, nadie nos valora… ¡Hasta dónde llegamos, que nos pusieron presos sin razón!
En la parte más central de la vereda, más allá del campo, se construyó una escuela. Venían varios profesores oriundos de El Salado y de El Carmen, pero vivían aquí en Tierra Grata para poder dar clases. En aquella época, no había ni Policía, ni Ejército, ni guerrilla, ni paramilitar, ni nada, y todo era sano. Nadie se robaba nada; todos trabajaban con ansias de tener alguna cosa.
Los guerrilleros habían empezado a pasar por estas tierras en el año 1985. Cuando llegaron por primera vez, siguieron de largo. En la segunda vez, hicieron una reunión en el local que teníamos la gente del comité de la ANUC y se presentó el comandante “Alias Manuel Consuegra”, del frente 37. Nos dijeron que le avisáramos de la gente que le gustaba lo ajeno, que ellos verían qué hacer con esas personas, que se arreglaban o se iban. Así que eso se quedó grabado y, como anteriormente la gente le tenía miedo a la muerte, no hubo quien se atreviera a robar ni a perjudicar a otro.
En el 98 fue que se empezó a conocer que había paramilitares. Por aquí, por Tierra Grata, nunca hubo problema, solo el rumor de que venían, que nos hizo desplazar un año después: la gente andaba diciendo que los paramilitares andaban masacrando los pueblos y que estaban abajo, por la vereda de Centro Alegre, y que ya venían para acá arriba. Mi mujer y unas vecinas insistieron en que nos fuéramos. Yo no me quería ir. Ya teníamos siete hijos.
Nos desplazamos justo un 17 septiembre, el mismo día en que había llegado a esta tierra, 20 años atrás. Nos fuimos para el casco urbano de El Carmen, pero me venía de vez en cuando a Tierra Grata. En El Carmen quedó toda la familia. Allá no demoramos mucho; duramos nada más como cinco meses.
Cuando me regresé de ese desplazamiento, todavía había guerrilla y se escuchaban los enfrentamientos en Chengue y en La Cansona, de donde se tuvo que ir mucha gente. Pero en Tierra Grata no hubo muchos desplazamientos.
Antes del nuestro, yo había iniciado como presidente de la Junta de Acción Comunal, cargo que desempeñé desde el 98 hasta el 2001. La Junta había nacido más o menos en el 92 o 93, después de que se disolviera el comité de la ANUC. Cuando regresé del desplazamiento, seguí ejerciendo mi cargo; por ser de los viejos de estar aquí, la gente siempre me tenía en cuenta. Por eso, yo manejé una donación que nos hizo la Cruz Roja Internacional para reconstruir el colegio, en el año 2000. Yo gestioné ese proyecto porque el colegio había sufrido mucho con la violencia.
Pero los verdaderos problemas vinieron cuando, en el 2002 y el 2003, empezaron a perseguir a la guerrilla y ahí cayó todo el mundo. Los que no vivían aquí, que no eran del casco urbano sino de otros municipios del país, lo que creían era que toda la gente de acá arriba era guerrillera. Esto se puso maluco porque el Ejército lo atacaba a uno y no podíamos salir corriendo porque enseguida nos bombardeaban.
En esa época me capturan aquí, en Tierra Grata, el 8 de junio de 2002. La Infantería de Marina de Corozal llegó como a las siete de la mañana, pidiendo papeles. Cogieron mi cédula y me llevaron por el camino. Me dijeron que los acompañara a una reunión en la cancha. Me detuvieron en el camino a preguntarme que dónde estaba la guerrilla y yo les respondí: —No saben ustedes que los están buscando, ¡ahora voy a saber yo!—. Insistieron en preguntarme si no sabía y me dijeron: —Ajá, ¿y tú no eres guerrillero?—. Yo les contesté: —¡Respete!—. Su respuesta fue: —Corre, para darte un tiro—. Yo dije: —Qué, ¿no te atreves a darme el tiro aquí? Yo no voy a correr.
Me amarraron con una cabuya. Seguimos caminando y yo me sentía muy enfermo. Llegamos a la cancha y había muchas personas que se habían reunido cuando se enteraron de que me iban a capturar, porque sabían que yo no era guerrillero. La gente se opuso a que me llevaran y a que se llevaran a los otros que habían sido señalados de guerrilleros.
En la cancha nos tuvieron hasta las cuatro de la tarde, momento en el que llegaron dos helicópteros en los que nos montaron a cuatro personas. Nos dijeron que nos iban a llevar a la cárcel porque teníamos órdenes de captura, las cuales nos mostraron a mi hermano (a quien también habían capturado) y a mí. A las cinco de la tarde nos llevaron a los cuatro detenidos para el batallón de Corozal. Duramos tres días ahí. Luego nos trasladaron a la cárcel La Vega de Sincelejo.
El mismo día de mi captura, la Infantería se llevó a mi hija por todos los filos de la montaña. La amenazaban para que dijera donde estaba la guerrilla, pero ella no sabía y la dejaron ir. Mi hijo menor, vio todo eso, tanto mi captura como la situación de ella, y le cogió miedo a la Infantería y al Ejército.
Después de eso, mi esposa y los hijos que todavía teníamos a cargo, se desplazaron a El Carmen, porque teníamos miedo de que mataran al niño, que solo tenía 14 años. Por el miedo que le cogió a la Infantería y al Ejercito, salía corriendo cuando los veía. Me lo podían matar y luego vestir de guerrillero. Eso era lo que quería el Ejército: que los muchachos corrieran para matarlos y vestirlos de guerrilleros. Conocíamos el caso de un muchacho al que le se lo hicieron y también veíamos las noticias sobre los falsos positivos.
En la cárcel duré 19 meses, nunca me dijeron bien por qué. Aquí simplemente no hay ley; que a una persona la metan presa sin razón, no tiene justificación. Nos echaron en la cárcel de Sincelejo, ahí, como para morir. Cuando llegamos, nos pusieron en una jaula y vino un notificador que nos dijo que estábamos en un proceso y que si nos comprobaban tal delito, que no recuerdo, serían cuatro años, y si era por rebelión, ocho años. A los ocho días nos sacaron a declarar ante un juez, que me dijo que había estado aquí en mi casa. —¿Soy eso de lo que me acusan? —le pregunté. —No, no. Pero usted necesita un abogado —fue lo que me dijo.
Yo conseguí un abogado de El Salado, pero resulta que no hizo nada. Yo me había confiado en una cuñada que me decía que el abogado estaba trabajando, pero en 15 meses no había hecho nada. Entonces se me presentó otro abogado que me dijo que el caso lo resolvía rápido, pero si le conseguía la plata: 700 mil pesos. La comunidad ayudó a conseguir la plata.
Mientras estuve preso mi esposa vendió todo: dos terneros, el ñame que yo había dejado, todo, 20 pavos, 20 pavas, la yegua. Ella vendió el ternero más bonito que yo tenía. Ese lo había comprado con la plata de la venta de varios lechones; me dolió. Todo lo hizo para ir a verme a mí y a mi hijo mayor, José de los Santos Gracia, a quien capturaron un mes después de mí, en una batida en El Carmen, el 11 de julio del 2002.
Mi esposa también tuvo que pagarle al abogado de mi hijo. Le pagó 500 mil pesos. Quedamos sin nada, porque ese era el hijo que más ayudaba a mi esposa desde que me pusieron preso. Él estuvo en la cárcel de Ternera, en Cartagena, durante seis meses, y salió por vencimiento de términos. En ese momento regresó a seguir ayudándole a su mamá, mientras yo seguía en la cárcel.
Durante el tiempo que estuve preso, yo pensaba mucho en cómo se iba a componer Mariela. Yo le decía: —De alguna manera tienes que hacer algo; tienes que ser fuerte y venir a verme porque, si tú te echas a morir, ¿quién me va a sacar de aquí?—. Ella se puso más flaquita y lloraba cuando venía a verme. Me preocupaba también mi hijo menor, por su miedo a el Ejército y la Infantería; temía que me lo mataran.
También pensaba en quién sería el que me había denunciado y luego supe que había sido un cuñado del hermano mío, que conocía mi nombre completo. Me denunció porque no tenía qué comer y de ahí le bajaba plata.
Estando preso, llegó un momento en que me resigné, perdí las esperanzas. Asumí que no iba a salir todavía y decidí empezar a trabajar; tejía chancletas. Fueron 19 meses de sufrimiento. No alcanza uno a contar tanta desgracia: vivía muy enfermo, tenía apendicitis y lo que me daban para el dolor era agua con sal. El apéndice se me reventó al salir de la cárcel. Si hubiera sido mientras estuve en la cárcel, me habría muerto ahí. También me tullí, me enfermé de la cintura por la dormida en el piso de la cárcel. Dormía en una plancha de cemento y se sentía tanto calor en la celda que me tocaba bañarme a mitad de la noche. Uno acostumbrado a vivir a todo aire y luego estar encerrado. N’ombe, ¡qué va!, era insoportable.
Logré salir de la cárcel por la berraquera de mi esposa, pero desde que salí todo ha sido fracaso, fracaso y fracaso. Como me había enfermado de la cintura, estuve como siete meses sin caminar. Después me recuperé de la cintura y pude volver a caminar, pero me cayó la vista, la tengo afectada. Toda la plata que se podía conseguir se invertía en mis piernas y en mis ojos. Ya habíamos perdido todo lo que yo había dejado antes de estar preso. La casa se deterioró. Me tocó hacerlo todo de nuevo. La finca ahora está perdida y ya no puedo trabajar mucho. Además, uno queda con sicosis, como con la idea de que algo puede pasar.
Ahora seguimos viviendo de lo poco que podemos producir del campo ytratando de superar lo vivido, pero eso es algo que no se olvida. Ya casi no vemos a los infantes de Marina ni al Ejército. Eso es bueno para mí, porque todavía tengo algo de rabia y dolor por lo sucedido. Yo prefiero no verlos.
Aún me pregunto: ¿yo por qué tenía que ir preso, si nunca hice nada? Yo quisiera que, a partir de esta historia, pueda haber un reconocimiento de lo que nos pasó. Que de alguna manera se corrijan los errores que cometieron con nosotros y se repare el daño que sufrimos. Sobre todo, que puedan limpiar nuestro nombre. Mucha gente aquí sabe que yo no era guerrillero, pero algunas se quedaron pensando: “si se lo llevaron preso, por algo fue”.