SEMANA revela el registro fotográfico y detalles desconocidos de la operación en la que cayó Pedro Oliverio Guerrero, un narcoparamilitar responsable de cerca de 3.000 asesinatos en el oriente del país.
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Después de dos días de búsqueda, los Jungla se desplazaron en improvisadas balsas por el caño Siare hasta que hallaron el cadáver flotando en medio de un ramaje. Era Cuchillo (círculo). / FOTO SEMANA |
Este era el criminal más poderoso del oriente del país, heredero del Bloque Centauros de las Autodefensas, a cuyo jefe, Miguel Arroyave, hizo matar en 2005. El Ejército Revolucionario Popular Anticomunista (Erpac), grupo armado que se constituyó después de la desmovilización de los paramilitares y que de anticomunista no tenía sino el nombre, controlaba el negocio de la cocaína en una amplia región del Meta, de Guaviare y del Vichada, aliado, entre otros, con las Farc. El gobierno le atribuía cerca de 3.000 asesinatos. Miembros del grupo que realizó la operación le contaron a SEMANA cómo dieron, por fin, con él.
Pero en esta ocasión las cosas eran distintas. Tras dos años de operativos infructuosos, ahora se contaba con una fuente “certificada” que estaba en el terreno y que reportó incluso qué camisa lucía esa noche el temido narcoparamilitar. El comando de asalto fue desembarcado en la base militar de Apiay, en Villavicencio. Los hombres, del grupo élite Jungla, fueron conducidos a un salón privado, sin que se les permitiera hacer llamadas o entrar en contacto con personal de la guarnición. Las prevenciones no eran para menos. En todas las ocasiones anteriores -más de una docena- en las que se intentó cercar a Cuchillo, este era informado y se escabullía. Sobraban los indicios de que tenía infiltrada a la fuerza pública.
Al filo de la medianoche, un alto mando ingresó al salón para dar las instrucciones tácticas. Había certeza de que Cuchillo estaría reunido celebrando la Navidad en una casa enclavada en un claro, cerca de Mapiripán, donde termina el llano del Meta y empieza la manigua del norte del Guaviare. Además de sus lugartenientes, estarían con él mujeres y niños, por lo cual no se podía bombardear. Él y su grupo estaban bebiendo desde las once la mañana y debían estar perdidamente borrachos al momento del asalto.
Luego de asignar misiones y códigos de comunicación, los comandos Jungla se embarcaron en tres helicópteros Black Hawk, mientras otro más participaba en labores técnicas. Volando mucho más alto, con equipos de alta tecnología, un avión de inteligencia coordinó la operación.
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Con sogas sacaron el cuerpo. Por su alto estado de descomposición no era identificable a simple vista. Se recurrió entonces, preliminarmente, a las señas que aportó la fuente. / FOTO SEMANA |
En el intercambio de fuego, dos policías murieron. La gente de Cuchillo resistió hasta que su jefe salió de la casa y se adentró, entre tumbos y al parecer cargado por uno de sus guardaespaldas, en la maleza. Luego de esto, algunos se rindieron y otros huyeron del lugar. En la zona, iluminada con una planta eléctrica, la Policía halló un centenar de personas entre hombres borrachos y armados, prostitutas y niños. Afuera había varios quioscos, donde estaban estacionadas cuatro camionetas -una blindada- y siete cuatrimotos.
Una vez controlado el lugar, patrullas del Ejército aseguraron la zona con un anillo más extenso. En la casa de donde huyó Cuchillo se instaló un puesto de mando. Desde allí, los generales César Augusto Pinzón y Carlos Mena, junto al director de Inteligencia de la Policía, coordinaron todo para hacer un barrido exhaustivo hasta hallar “vivo o muerto” a Cuchillo.
Se requirieron dos días y unos trescientos hombres para cubrir un amplio radio de la zona. Y nada. Desde el puesto de mando captaron frecuencias de radio en las que se oían llamadas urgentes que revelaban revuelo por la pérdida del “patrón” y pedían buscar enfermeras para cuando apareciera.
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Los policías usaron un palo y una hamaca para sacar del caño el cadáver y transportarlo a una zona menos inhóspita. /FOTO SEMANA |
Hacia las 4:30 de la tarde advirtieron un olor putrefacto y más adelante vieron un cadáver que flotaba estancado en la maleza, hinchado como un globo. De inmediato dieron aviso al puesto de mando. Desde allí preguntaron: “¿Tiene una camisa naranja de rayas?”. “Sí”. “¿Tiene manillas tricolor y un reloj Rolex en la muñeca izquierda?”. “Sí”. “¿Un cuchillo al cinto?”. “Sí”. “¿El cabello rapado y cadenas de oro en el cuello?”. “Sí”. “Sáquenlo, es él”.
Esa fue otra labor compleja. El cadáver llevaba más de dos días en descomposición. Los Jungla suponían que había muerto ahogado y que, una vez se hinchó, salió a flote, por lo que no lo hallaron en las primeras inspecciones de la zona. Lo ataron con cuerdas y lo sacaron del caño; luego, lo transportaron en una hamaca improvisada. En el puesto de mando se hizo otra verificación ocular y se concluyó que había un 99 por ciento de certeza de que era Cuchillo. “El asesino de asesinos”, como lo llamó el presidente Santos, finalmente había caído.
Revista Semana