Para cientos de familias del norte de Nariño, los frutos de ese árbol son una alternativa viable a la coca y puede ofrecer un gran aporte a la paz territorial.
Tradicionalmente, la agricultura y la ganadería han servido como la principal fuente de sustento en Nariño. En Policarpa, uno de los municipios del norte del departamento priorizados para la implementación de las medidas de la reforma rural integral contemplada en el acuerdo de paz, la coca reemplazó durante largos años al maní, el maíz, el frijol, el café y el plátano que los campesinos cultivaban. Pero hoy el cacao es el producto con el que se busca impulsar, de forma rentable y alternativa, la sustitución de los cultivos ilícitos en esta zona de Colombia.
El cacao, cuyo sitio de origen se disputan Ecuador y México, siendo esto materia de múltiples controversias entre historiadores de la cocina y amantes del chocolate, su más conocido derivado, ha estado presente entre las siembras tradicionales de lo que hoy es Nariño desde antes de la Conquista. Hasta allí llegó de la Amazonía ecuatoriana, a través de las múltiples rutas comerciales que los pueblos indígenas mantenían a través de los Andes. Con el paso inexorable del tiempo y las agitadas olas de nuestra historia, también afrodescendientes y campesinos mestizos lo empezaron a cultivar en estos territorios, transformándolo y disfrutando sus delicias.
Hoy, gracias a los programas de sustitución y renovación territorial, sus dulces aromas empiezan de nuevo a sentirse en el Alto Patía nariñense, donde ha sido un producto privilegiado por las comunidades porque se adapta con facilidad a diferentes climas, el árbol da sombra a otras siembras y no demanda mucho trabajo a las familias que hoy le apuestan a vivir de este grano lleno de historia y generosos sabores.
Juntándose para sembrar
Desde mucho antes de la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno nacional y las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), en noviembre de 2016, diversas comunidades en todo Nariño venían sembrando cacao para reemplazar la coca, en medio del desarrollo de distintas iniciativas. Lo hicieron para hacerle frente a la violencia y el hambre que trajeron la guerra contra las drogas, las operaciones de erradicación forzosa y las fumigaciones que la Fuerza Pública ha desarrollado en esta zona del país.
En medio de diversas iniciativas de sustitución, fueron surgiendo agremiaciones que reúnen familias productoras para buscar que el cultivo, transformación y comercialización del mismo signifiquen alternativas reales y sostenibles. Una de ellas es la Asociación de Productores de Cacao de Policarpa (Asocacao), fundada en 2007 por algunos campesinos y que, con la puesta en marcha de los programas de sustitución voluntaria planteados en el acuerdo de paz, ha crecido como nunca antes.
Asocacao agrupa a 222 familias de las diferentes veredas del municipio que suman entre todas casi 300 hectáreas cultivadas con este producto, siendo cada una poseedora de pequeños terrenos que, en promedio, no superan las tres hectáreas y están ubicados a través de todo el municipio, desde la parte alta del casco urbano hasta el último corregimiento. Hoy hay siembras en Santacruz, San Roque, Sánchez, Canoas, La Vega, Ejido y Madrigal.
Dimas Meneses, uno de los directivos de Asocacao Policarpa, asegura que “nosotros intervenimos con la persona que desee voluntariamente sembrar cacao. No estamos en el tema de ‘tenga esta planta para que arranque otra planta’. No, nosotros estamos brindando el acompañamiento y buscamos la forma para que siembre su cacao”.
Además, para Dimas, las mujeres de la región trabajan a la par que los hombres en sus cacaoteras, no sólo en la siembra y la cosecha sino también en diferentes roles directivos de organizaciones locales como la suya. “Ellas son muy participativas, conocen del tema. De hecho, en nuestra asociación casi que el 40% son mujeres”, asegura.
Transformando territorios y sabores
Policarpa es uno de los 170 municipios de Colombia que han sido priorizados para la implementación de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) para reparar a la población más afectada por la guerra. Allí, de acuerdo con la Unidad para las Víctimas, al menos 22.100 personas fueron desplazadas, 1.952 asesinadas y 382 desaparecidas en diversos hechos violentos que fueron especialmente difíciles entre 2002 y 2014, los años más intensos del Plan Colombia y la seguridad democrática. En el censo de 2005, apenas 16.834 personas vivían en el municipio.
Gracias a los acuerdos de La Habana y la puesta en marcha del proceso de paz, el Estado colombiano tuvo que cambiar la fuerza y la militarización por la inversión social como estrategia hacia Policarpa.
Hoy, ese municipio del Alto Patía nariñense, que en su momento sirvió de zona de operaciones al Frente 29 y la Columna Móvil Mariscal Sucre de las antiguas Farc, vive un intenso proceso de transformación. Con él se busca dignificar a la población, garantizar sus derechos básicos y ofrecer alternativas económicas diferentes a la coca y otras actividades ilegales a través de las obras y proyectos que se vienen desarrollando en el marco del PDET y la complementariedad del mismo con el Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS).
No ha sido casualidad que el cacao se ha convertido en un producto privilegiado para la paz territorial. No sólo se planteó en la mesa de negociaciones como una alternativa viable de cara a la subida de sus precios en los mercados internacionales, sino que ya contaba con una larga trayectoria en varios departamentos, como Nariño, que ha facilitado la transición de muchas familias de las amarguras de la coca hacia los dulces aromas de este cultivo.
Por esta razón, la Agencia de Renovación del Territorio (ART), que es la institución encargada de implementar los PDET durante los próximos quince años, ha priorizado en su Plan de Acción para la Transformación Territorial (PATR) de la región del Alto Patía varias obras relacionadas con el grano, su procesamiento y comercialización.
Esto implica un reto mayor toda vez que el ciclo productivo de diez años del cacao es mucho más largo que el de tres meses de la coca y requiere más inversión y esfuerzo para asegurar que, luego de la cosecha, los frutos puedan secarse adecuadamente, las semillas se fermenten lo necesario y se pueda realizar un acopio y comercialización del grano para garantizar ingresos justos y capacidad de subsistencia a los campesinos, indígenas y afrodescendientes que se han comprometido con la sustitución y quieren salir del olvido al que, por años, fueron sometidos por el conflicto armado y la ausencia del Estado.
La gente que se ha agremiado en Asocacao Policarpa busca maneras de sostener precios favorables y motivación para las familias de nuevos cacaoteros. Esto no sólo a través de las iniciativas que terminaron incluidas en el PATR, gracias a la participación de sus afiliados en las asambleas veredales y municipales de planeación del PDET, sino también a través de procesos de asistencia técnica que tienen como objetivo darles mayor valor agregado a los granos policarpenses y que los asociados ganen mayores conocimientos que hagan de sus cacaos y chocolates orgánicos productos únicos para el mercado y los paladares.
Al respecto, Esperanza García, presidente de Asocacao Policarpa, asegura que “estamos en el proyecto de la transformación para darle un valor agregado al producto, ya que es la única manera en la que se mira un poquito más el precio. Para sostenerlo, nosotros buscamos alternativas, capacitaciones (y) visitamos fincas” para que los agricultores no abandonen este producto.
Asimismo se gestionan diferentes proyectos para sostener económicamente a quienes han iniciado el camino y ofrecerles mejores oportunidades mientras sus cultivos se hacen rentables. Sin embargo, las necesidades de los cultivadores son muy diversas y les exigen vincularse, incluso, a labores que no son las acostumbradas por ellos para asegurar el sustento y conseguir los recursos que necesitan para procesar un grano de la calidad que se han propuesto.
Por ello se han convertido en proveedores de mano de obra para diversos proyectos que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) construye en el Alto Patía, dentro de las Pequeñas Infraestructuras Comunitarias (PIC) que se han ejecutado en el marco de la primera fase del PDET. (Descargar informe del PNUD sobre obras PIC en alto Patía e informe sobre obras PDET en Policarpa)
“Con PNUD estamos en unas obras, pues no somos constructores, pero sí sembradores de paz”, asegura Esperanza, agregando con satisfacción que esto les ha permitido avanzar en su proceso como organización, por lo que “estamos terminando un proyecto de centro de acopio en la cabecera del municipio”. Posteriormente, esperan tener sus plantas transformadoras, aprobadas en el PATR que hoy marca la hoja de ruta a seguir por la ART en Policarpa, para que sean las nuevas generaciones las que se encarguen de hacer rentable el cacao y mantener este proceso.
Las obras mencionadas se desarrollaron a partir del 2 de octubre de 2017 en cuatro contratos que suman $350’589.438 y tienen por objeto la adecuación de polideportivos, alcantarillado de aguas superficiales, mantenimiento vial y mejoramiento de escuelas en distintas veredas de Policarpa.
El dilema de vivir del cacao
Por ahora, la Federación Nacional de Cacaoteros (Fedecacao) regula a nivel nacional el precio del grano usando un mecanismo similar al del café, es decir, ejecutando recursos públicos para estabilizar el precio ante los movimientos de un mercado internacional que es desfavorable para los productores de países como Colombia, que no cuentan con grandes subsidios ni poderosas empresas compradoras.
Lo cierto es que el tema no está garantizando unos ingresos adecuados a pequeños cultivadores como los de Policarpa. Al respecto, Dimas Meneses asegura que esos montos “son muy injustos para nosotros como agricultores […] porque hacen que, de una manera u otra, eso decaiga y no sea tan rentable y también decaiga el ánimo en el agricultor. Más o menos, producir un kilo puede estar alrededor de unos $2.700 o $2.800, y lo estamos vendiendo, a veces [porque] como le digo varía, de $4.500 a $5.300 el kilo cuando se pone bueno.
Sobre la rentabilidad del cacao, Dimas Meneses comenta que el trabajo de preparación y asistencia técnica les ha permitido lograr cultivos con una producción de entre 1.700 y 2.000 kilogramos por hectárea al año, lo cual permitiría, en principio, ofrecer ingresos adecuados a familias con siembras de tres a cinco hectáreas.
No obstante, el líder cacaotero añade que “hubo un tiempo en que se puso a $2.400 el kilogramo acá en la zona, obviamente, porque una cosa es lo que pone el precio nacional pero otra entregarlo en Yumbo (Valle del Cauca) o allá por la Nacional de Chocolates, que queda más lejos todavía (en Bogotá)”.
Al respecto, Esperanza asegura que “Asocacao le aporta a la paz con el producto, ya que muchos agricultores que antes tenían los cultivos ilícitos ahora están reemplazando mucho con el cacao y nosotros estamos ahí motivando para que el cacao no lo abandonen, para que sea una alternativa de vida. Entonces, es un buen proyecto a pesar del precio, pero sí es recompensable el cacao, ya que es un cultivo donde la familia lo puede trabajar”.
No fue posible que para este reportaje el presidente de Fedecacao, Eduardo Baquero López contestara las preguntas respecto al actual marco de regulación de precios del grano y la vinculación de los cacaoteros a los programas definidos en el acuerdo de paz.
Por ahora, aunque el panorama sea incierto para los cultivadores ante los cambios que puedan tener los precios, los agricultores de Policarpa siguen apostándole a este cacao de la paz como una forma de superar la exclusión que históricamente han tenido que vivir. Dimas no lo duda un instante y concluye: “Defendemos nuestro cacao y esperamos que esté en todas las mesas de los colombianos. Esperamos todo su apoyo a estas iniciativas y que consuman productos sanos y limpios porque nuestro cacao es 90 por ciento orgánico”.