El enfoque de género del Acuerdo de Paz era una de sus grandes banderas. Hoy, muchas exguerrilleras se sienten desprotegidas de la violencia patriarcal en la vida civil.

Por Daniela Acosta Célis

En la sala de su casa, Luz Herminda Velandia, mejor conocida como Jorleni, se toma un tinto mientras recuerda con algo de nostalgia cuando estaba en las filas de las Farc. No porque extrañe las armas, sino que allá en el monte, dice, sentía que recibía más respeto como mujer que ahora en la vida civil.

Revuelve el café mientras su hijo David, de tres años, corre a lado y lado en la casa que tiene dentro del Antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación Georgina Ortiz, en el ​departamento de ​Meta. Reflexiona sobre las dificultades que ha sorteado por ser mujer y excombatiente, y afirma que en la vida guerrillera no se sentía discriminada, ni era constantemente insultada, a diferencia de la actualidad. “Es algo mucho distinto a la vida militar, al menos allá teníamos una igualdad y se respetaban al menos los derechos de las mujeres, hoy en día en la vida normal no”.

Un total de 3.750 mujeres estaban en proceso de reincorporación en ​ ​2023, representando alrededor del 29 por ciento de las personas que firmaron los acuerdos, según un informe de la Instancia Especial de Mujeres para el Enfoque de Género en la Paz.

Jorleni, quien se reincorporó a la vida civil luego de​l​ Acuerdo de Paz del 2016 entre las Farc y el ​Estado colombiano, en cabeza del ​gobierno​ de Juan Manuel Santos​, sigue siendo líder entre sus camaradas, pero ella ha experimentado en su propio cuerpo cómo esos espacios ganados en la mata se están perdiendo.

No todas las mujeres en la guerrilla gozaban del respeto que tenía Jorleni. Muchas eran sujetas a violencias de género que iban desde la baja participación política, hasta violaciones sexuales y abortos forzados.

La Comisión de La Verdad realizó un informe especial en el que reúne relatos de mujeres hablando de su experiencia con la anticoncepción forzada y los abusos sexuales a los que fueron sometidas. Actualmente, la JEP está investigando el Caso 11, sobre violencia sexual y reproductiva, y otras violencias basadas en género o identidad sexual. Y aunque la Comisión de la Verdad estima que el número de las víctimas de violencia de género durante el conflicto alcanza a más de 30,000 personas, al 3 de ​​marzo del 2025, menos de 130 personas se han acreditado para participar en la investigación de la JEP del caso sobre violencia de género en el marco del conflicto.

En una entrevista hacia finales del 2024, el exjefe máximo de las Farc, Rodrigo Londoño, reconoció que las violaciones sexuales se daban al interior de la extinta guerrilla, pero aseguró que “eso no era política de la organización” y que “se castigaban muy fuertemente”.

​​Pero para Según Jorleni y otras mujeres en proceso de reincorporación, el entorno de la guerrilla brindaba una sensación de respeto y equidad de género que las exguerrilleras cada vez encuentran menos en la vida civil. ​​​

​​​Las mujeres con mando durante el conflicto armado ocupaban posiciones de autoridad dentro de las Farc, participaban en operaciones militares, en la planificación estratégica y los procesos de toma de decisiones. La organización, por su estructura jerárquica y militar, promovía una igualdad relativa, donde hombres y mujeres eran juzgados y respetados por sus capacidades y porque existía un reglamento que tipificaba las faltas y los castigos para esas faltas.

La transición a la vida civil trajo algunos cambios muy difíciles para Jorleni. Poco después de instalarse en el ETCR, su excompañero sentimental empezó a violentarla física y verbalmente. “Eso sí fue un cambio muy, muy extremo, o sea, yo cuando estaba en la vida militar tenía un compañero que era amoroso, comprensible, compañerista, amable. Salimos a la vida normal y él ya se sintió como con esa libertad de hacer lo que él quería, de irse donde quería, llegar a la hora que quería, tomar, se volvió agresivo, grosero, de todo” dice.

Recuerda que la última vez que él la agredió fue un fin de año que iban a pasar juntos. El 31 en la mañana todo andaba bien, en la tarde llegó borracho, la insultó y la golpeó, Jorleni quedó sola en su casa y recuerda que se dijo “no puede ser más que yo conviva con una persona que me trate tan mal.”

“Yo tomo conciencia porque digo, estoy liderando un grupo de mujeres donde estamos combatiendo eso, acabar con el machismo, acabar con la violencia, pero pues si yo no lo pongo en práctica, que lo estoy viviendo en mi casa, de nada me sirve decirle a un grupo de mujeres: empodérese”, dice Jorleni, que ahora vive con una nueva pareja Yamith y su hijo David.

Un estudio de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) sobre la reincorporación a la vida civil de los exguerrilleros refleja lo que vivió Jorleni y otras mujeres, explicando que, para las mujeres excombatientes, las dinámicas colectivas al interior de las Farc ya reflejaban una ruptura con los roles tradicionales de género. Esto incluía “una formación y socialización en la igualdad de derechos, deberes y oportunidades para hombres y mujeres”.

Y anota el estudio que “la reincorporación a la vida civil sin el apoyo adecuado del Estado puede conducir a la creación o fortalecimiento de condiciones adversas para las mujeres en proceso de reincorporación y retrocesos en la equidad de género, como dependencia económica, violencia basada en género, bajos niveles de participación política, entre otros”.

Según Manuela Marín, delegada del Comité de Seguimiento, Impulso y Verificación a la Implementación del Acuerdo de Paz (CSIVI), el proceso de reincorporación ha traído a las mujeres barreras adicionales a las que ya tienen que enfrentarse debido a la estigmatización de las personas exguerrilleras. “Aterrizamos en una reincorporación con una legislación que, si bien ha avanzado en estos últimos años, todavía carece de elementos que sobre todo prevengan y atiendan de manera inmediata a las alertas por violencias,” dice. “Entonces, ha sido muy difícil para nosotras abordar eso, sumado a que al final los hombres vuelven a la comodidad del patriarcado en el que tienen algunos privilegios. Nosotras enfrentamos las propias barreras que enfrentan todas las mujeres en Colombia”.

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Jorleni, como muchas de sus compañeras, ha tenido que enfrentarse a la crudeza de un sistema patriarcal que constantemente pone en peligro la vida de las mujeres, mientras continúa trabajando por su comunidad y luchando contra la estigmatización en los territorios en los que comenzó su proceso de reincorporación. Frente a este panorama y ante la falta de pedagogía sobre el enfoque de género en la paz, la comunidad de su ETCR decidió desarrollar estrategias de autoprotección.

El ETCR donde vive Jorleni no cuenta con un protocolo como tal, pero sí existen unos mecanismos que ellos mismos crearon. Ella explica que la ruta comienza con el ​ ​​C​omité de ​C​onciliación y de ​G​énero, en dónde se les indica qué alertas se pueden activar en caso de ser violentada o violentado por su pareja. Si el caso es muy grave se pasa al ​C​omité de ​D​erechos ​H​umanos y si no hay forma de resolver, se ofrece la posibilidad de ir a la comisaría.

No obstante, para Claudia Durán, coordinadora de proyectos de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (Limpal Colombia), a pesar de los avances que han tenido las rutas de prevención y atención de violencias basadas en género, creadas por las comunidades desmovilizadas, por el gobierno o por la cooperación internacional, “las rutas de atención no están siendo tan efectivas”.

“Esta comunidad insiste en resolver las situaciones de violencias al interior de los espacios territoriales, a través de los comités de convivencia y en estos espacios, las situaciones de violencia se normalizan y siguen siendo del entorno privado como ‘situaciones de parejas que ellos tienen que aprender a resolver’”, dice Durán. Este tipo de procesos dificulta el registro de una cifra unificada sobre las violencias que sufren las mujeres firmantes.

​​​La posibilidad de transitar del comité de convivencia y la mala conducta, a la denuncia y la tipificación del delito, se ve aún más reducida cuando los funcionarios en prevención de violencias de género y atención a población firmante no tienen ese enfoque diferencial y terminan haciendo acción con daño, señala Durán.

Así también lo expresa Marín, de​ ​l​a​ CSIVI, cuando reflexiona sobre el apoyo estatal que han recibido. “Lo que hemos tenido hasta ahora en estos ocho años ha sido acción con daño, ejercicios de atención psicosocial que nos revictimizan, que quieren ponernos como mujeres violentadas, que no tenemos un carácter político, frases como que volver a vivir, como si el tránsito significara enterrar una vida a la que teníamos, dejarla de lado y empezar otra completamente distinta, y no es así. Entonces no ha habido una adecuación institucional que comprenda e interprete lo que significa el acuerdo de paz y eso para las mujeres sigue siendo una alerta muy grande”.

​​​Si la vida civil les ha demostrado a las mujeres exguerrilleras que es difícil resistirse a los mandatos patriarcales y las visiones tradicionales del hogar y los roles de género, a los hombres exguerrilleros les ha recordado con fuerza sus privilegios e insistido en conductas de dominancia, dice Jorleni.

“Yo siento que él ya se sintió una persona libre, no lo mandaba nadie, podía hacer lo que quiera”, dice de su expareja. “Yo siento que él sí se sintió como con esa libertad. Y pues esa libertad lo llevó a cometer muchos errores (de los) que hoy en día se arrepiente porque yo hablo mucho con él. Él dice que se arrepiente muchísimo de haber sido la persona que fue conmigo. Él dice, ​’​no, yo tomaba mucho trago, yo me dejaba influenciar por mis amigos​’​”, agrega.

Dice Jorleni que muchos hombres en proceso de reincorporación entienden las iniciativas de género como algo exclusivo de las mujeres. Por otro lado, las reconocen como una amenaza a este nuevo ejercicio de poder que ostentan en sus hogares. “El hecho de que un grupo de mujeres se declare de pronto independientes, mujeres empoderadas, eso significa que seamos objeto de burla. Yo siento que las mujeres en esta sociedad estamos corriendo un riesgo inmenso”, dice.

Frente a este panorama se han hecho muchos talleres enfocados a la construcción de masculinidades corresponsales y no hegemónicas, pero, como indica Marín, “la sensibilización no es suficiente, nuestra exigencia… es que los hombres también tramiten estos asuntos y conozcan y aprendan y desaprendan también.

“No es que nos vengan a ayudar o hacernos el favor de participar o hacernos el favor de involucrarse en estos asuntos, sino que es una responsabilidad política que tienen porque al final el proyecto de país que representamos o que estamos intentando construir significa también la transformación para las mujeres”.

Jorleni termina su tinto, alza en sus brazos a David y le sonríe. Más tarde en el día tiene que ir a clase, está terminando una carrera universitaria, y ya es hora de estudiar. David pasa a los brazos de su papá, mientras ella recoge las tazas de café de la mesa. La casa de Jorleni está llena de fotografías de su hijo, una por cada año y otros pares porque sí. Es la mejor forma de decorar su nuevo hogar, el primero construido con cemento y ladrillos, sólido, lleno de risas de una familia que está lista para un futuro.